ENTRE EL TAJO Y LA SIERRA MORENA :


De la Reconquista de Toledo ( 1085 ) a la Batalla de las Navas de Tolosa ( 1212 ) transcurrió más de un siglo durante el cual almorávides y almohades pusieron en serio peligro los avances territoriales de la Cristiandad Hispánica. Toledo, no obstante, resistió los embates e incluso, aprovechando las coyunturas, castellanos y leoneses fueron incrementando sus expediciones por tierras de La Mancha y de la Extremadura del Sur ( En esta última más los leoneses ), hasta que finalmente se pudo reconquistar la zona.


Según explica el historiador Charles J. Bishko, durante siglo y medio la guerra fronteriza asoló estas llanuras del Guadiana en cuatro momentos importantes :

1 ) – El periodo almorávide ( 1085-1150 ), que comenzó desastrosamente para los españoles, pero en el que, bajo Alfonso VII, se consiguieron establecer los primeros repobladores de carácter permanente en la región de las llanuras, en Coria ( Extremadura ) y en Calatrava ( La Mancha ).

2 ) – Un par de décadas, extremadamente críticas, las de 1155-1175, cuando los almohades lograron anular las ganancias de Fernando II de León en la Extremadura del Sur y pudieron recobrar toda La Mancha excepto la estratégica fortaleza de Calatrava.

3 )- El periodo que va desde el 1175 al 1212, en el que tuvo lugar la llegada de los leoneses al Valle del Tajo y el constante avance por La Mancha, que culminó en la victoria de Las Navas.

4 )- El periodo del 1212 al 1235, en el cual los almohades fueron desalojados de las partes que aún ocupaban en La Mancha y en la Extremadura Sureña.


Durante casi todo el siglo XII el peso de la lucha lo llevaron los hombres de la Transierra y de la Extremadura del Duero, porque eran ellos quienes defendían las fronteras del reino y realizaban expediciones por las llanuras del Guadiana, cuando éstas eran territorio enemigo. La guerra fue entonces un fenómeno permanente, aunque los almorávides y los almohades pocas veces consiguieron atravesar el sistema defensivo del Tajo, mientras que los leoneses y los castellanos hicieron numerosas incursiones por La Mancha y Extremadura.


Había dos modalidades de expedición, la real y la concejil. La expedición real ( hueste, fonsado ) lógicamente era más important y de objetivos más ambiciosos que la concejil. Sus componentes eran de diversa procedencia : milicias concejiles, nobles que cobraban soldada del rey o habían recibido prestimonios e iban a la guerra acompañados de nobles vasallos y de hombres de sus dominios y señoríos, y nobles de palacio. Como puede apreciarse, la guerra santa ( Que tan bien reivindicado fue el concepto desde la Argentina por el Padre Julio de Meinvielle ) no era precisamente un monopolio del estamento noble : es clara cosa que corresponde al fervor de todo un pueblo que anhelaba la Reunificación de su Patria en la Bandera de Dios. Cada concejo de la frontera aseguraba su alfoz y organizaba expediciones por territorio enemigo. A la llamada a las armas ( apellido ) respondían todos los hombres de la ciudad, villa y alfoz, formando una milicia popular que situábase bajo las órdenes del senior o dominvs villae y de los magistrados municipales. Cuando se trataba de una expedición, los primeros en acudir y aquellos de quienes en gran medida dependía el éxito de la empresa eran los caballeros villanos.


Este tipo de guerra se hacía primordialmente para obtener botín y deshacer la estructura productiva del adversario, lo cual permitía tantear el terreno y preparar su futura Reconquista. Los castellanos se adentraban más por La Mancha, que era protegida por una fortaleza; mientras que los leoneses se adentraban por la Extremadura del Sur siguiendo la vía romana que enlazaba Salamanca y Mérida. A juzgar por lo que dice el Fuero de Cuenca, las fuerzas se dividían en dos partes, la azaga, a cuyo cargo estaba la construcción de una base de defensa en el interior del territorio enemigo, y la algara, propiamente dicha, que partía de esta base para efectuar las belicosas tareas por los alrededores. Finalizada la algara, sus componentes y ejecutores regresaban rápidamente a la base, a engrosar con sus fuerzas las de la azaga y esperar el inevitable contraataque.


A su regreso, los expedicionarios se repartían el botín teniendo buen cuidado de indemnizar a los heridos y a los que habían perdido caballo y armas en el curso de los combates. Y por supuesto se recompensaba a los que habían combatido con mayor eficacia y valentía. Hecho esto y separado el quinto del botín que correspondía al Monarca, se procedía a una división de las ganancias en dos partes, una para ser repartida y la otra subastada. Para el reparto, se utilizaban como unidades de distribución las “ caballerías “ y las “ peonías “, que eran respectivamente las partes correspondientes al combatiente a caballo y al combatiente a pie.


Esta cruenta guerra fronteriza no arruinó el comercio y, es curioso cómo tanto de uno como de otro bando se dedicaron a organizar expediciones para el rescate de cautivos ( Que los españoles hubieron de realizar bastantes siglos después en la Berbería ). Las monedas de oro y plata circularon en esta época con más intensidad que en el periodo anterior; el morabetín o dinar almorávide, concretamente, se difundió por tierras de León y Castilla hacia el 1130, cuando Toledo, centro de reunión de los combatientes de las huestes reales, hizo el papel de principal redistribuidor del oro islámico.


A remolque de la nueva situación, en el 1173 acuñóse la primera moneda de oro castellana llamada avrevs, morabetín ( morabetinis alfonsinis ) o maravedí, que era una imitación del dinar almorávide. La impresión es que en el marco de la Corona de Castilla en la segunda mitad del siglo XII había más moneda, más demanda y más comercio, actividad que, al decir de J. Gaultier Dalché, debió contribuir a ir hermanando progresivamente regiones españolas. Cabe recordar que, en aquella época, procedentes de las tierras más viejas de los Reinos de León y Castilla o a través de ellas llegaron a la Extremadura del Duero, la Transierra y la nueva frontera las telas de Flandes, el pescado del Cantábrico y el vino cosechado en La Rioja.


Durante la segunda mitad del siglo XII y los primeros decenios del XIII, leoneses y castellanos ocuparon las tierras de la Serranía de Cuenca, La Mancha y Extremadura. La Reconquista de la Cuenca del Guadiana y de Extremadura terminó hacia el 1235, pero la colonización del territorio prolongóse.


La Institución Monárquica fundó villas y ciudades y dotó de Fueros y estructura concejil a núcleos de población surgidos sobre antiguos asentamientos musulmanes en diferentes puntos de la frontera. Tal fue el caso de Cuenca ( 1177 ), Coria, Cáceres ( 1228 ), Badajoz, Alarcón, Alcaraz, Chinchilla y Villarreal-hoy Ciudad Real-. Las villas y ciudades de realengo recibieron privilegios, y un extenso alfoz que tendrían que repoblar y defender. El rey y sus agentes procedieron a unos primeros repartos de casas y tierras entre los popvlatores, tarea que después habrían de continuar las autoridades concejiles.


No obstante, en esta nueva frontera, más que los concejos de realengo, fueron las instituciones eclesiásticas las que dirigieron la empresa repobladora. Así vemos a las Catedrales de Toledo y Cuenca y, sobre todo, a las Órdenes Militares del Temple, del Hospital, Calatrava, Alcántara, y las dos ramas de la de Santiago; la de San Marcos en León, y la de Uclés, en Castilla. El Rey cedíales territorios, a veces aún por reconquistar, derechos jurisdiccionales y rentas. Los grandes maestres o priores y sus subordinados los comendadores gobernaban, administraban justicia y repartían la tierra entre los popvlatores, a los que atrajeron mediante la concesión de Fueros inspirados en los de Cuenca y Cáceres.


En la primera mitad del siglo XIII, el panorama social en La Mancha y en la Extremadura de León contrastaba con el de las Tierras Viejas. En la nueva frontera no había ningún monasterio, los concejos de realengo no constituían la fuerza dominante en el control del espacio y las Órdenes Militares tenían allí enormes señoríos, inmensos rebaños y derechos de pastos.