EL FABULOSO VIAJE DEL CÁLIZ DE JESÚS HASTA VALENCIA
EL CÁLIZ con el que Benedicto XVI celebrará misa el próximo domingo en su visita a España es para la Iglesia el vaso de Jesús en la Ultima Cena. Salió de la Roma de las catacumbas después de que sus dos custodios terminaran uno degollado y otro en la hoguera. En 1437 llegó a Valencia como recompensa de Alfonso IV «el Magnánimo» a la ciudad por la ayuda prestada en la conquista de Nápoles. El catedrático de Historia José Calvo Poyato narra el camino real del Grial de la catedral del Turia.
JOSÉ CALVO POYATO
(Catedrático de Historia y autor de la novela "La Orden Negra", sobre la visita que, en 1940, el jerarca nazi Himmler realizó a España en pos del Santo Grial).

Corría el verano del año 258, la persecución decretada contra los cristianos por el emperador Valeriano arreciaba. Ni siquiera las catacumbas eran un refugio seguro para los perseguidos. El papa Sixto II había llamado a su diácono Lorenzo para confiarle un sagrado tesoro, la más importante de las reliquias que conservaba la comunidad cristiana de Roma. Tenía el presentimiento de que su final estaba próximo porque, a pesar de que había logrado eludir en un par de ocasiones a sus perseguidores, el cerco se estrechaba. Con mucho sigilo, entregó a Lorenzo un cuenco, realizado en ágata cornalina de color rojo oscuro, indicándole que la pusiese a salvo. Sixto le explicó que, según era tradición entre sus antepasados en el episcopado de la ciudad, era el que Jesús había utilizado en la Ultima Cena.
Los malos augurios del Pontífice se vieron cumplidos pocos días después. Sorprendido en las catacumbas por un grupo de soldados romanos, fue degollado sin contemplaciones. Pero la preciosa reliquia estaba a buen recaudo porque su diácono, aprovechando el viaje a Hispania de dos soldados cristianos, destinados a una de las guarniciones de la Tarraconense, les encomendó entregar a sus padres, Orencio y Paciencia que vivían en Loreto, en las afueras de su Osca (Huesca) natal el preciado depósito, a la espera de mejores tiempos. Lorenzo actuó con astucia porque también él estaba en peligro. Poco después fue detenido y martirizado de forma cruel. Se negó a renunciar a su fe, por lo que fue sometido al tormento de asarlo, cual si de un animal se tratase, en unas parrillas. En los días que siguieron a su martirio corrió por Roma el rumor de que no perdió el sentido del humor en tan difícil trance. Algunos afirmaban que había llegado a comentar a sus torturadores que le diesen la vuelta, que ya estaba bastante tostado por uno de los costados.
El viaje estuvo lleno de complicaciones, pero los soldados cumplieron la misión que Lorenzo les había encomendado. La sagrada copa permaneció en Osca durante cuatro siglos y medio hasta que una nueva amenaza hizo que se trasladase a un lugar más seguro.
Hasta Osca llegaban noticias inquietantes. Unos infieles, que habían penetrado en la Península por las Columnas de Hércules, avanzaban hacia el norte. Al obispo Audaberto le llegó un aviso desde Caesar Augusta (Zaragoza) de que los caminos hacia Osca estaban expeditos para los musulmanes, nombre que se daba a los invasores. El Ebro bajaba tinto en sangre, después de la feroz resistencia ofrecida por la guarnición visigoda de la ciudad, antes de caer en manos del enemigo.
Audaberto, hombre previsor, decidió abandonar la población y poner a salvo la preciada reliquia que tenía encomendada. Encaminó sus pasos hacia las fragosidades montañosas que se alzaban en las tierras del norte, considerando que alguna de las cuevas de aquellas perdidas comarcas, podría ser el mejor refugio para el sagrado cáliz.
EN LA CUEVA DEL EREMITA
Una fría mañana del invierno del año 713 abandonó Osca, sin dejar rastro de su huida. Buscó con sumo cuidado el escondite más a propósito, pensando que debía ser seguro, pero también que quedase bajo la custodia de personas piadosas, que lo conservasen como era debido y guardaran memoria de su existencia. Después de muchas dudas y vacilaciones, lo depositó en las manos de un eremita que habitaba el monte Pano, llamado Juan Atarés. La elección de Audaberto fue adecuada porque con el paso del tiempo la cueva del eremita se convirtió en un importante cenobio benedictino: el monasterio de San Juan de la Peña.
El sagrado recinto alcanzó notoriedad en poco tiempo, a la par que el avance de los cristianos hacia el sur en su lucha contra los musulmanes dejaba cada vez más resguardado el tesoro que los monjes conservaban. La prosperidad de San Juan de la Peña llevó a que uno de sus abades encargase una peana y que un reputado orfebre engarzase el cuenco para darle forma de copa. El artista consiguió la peana de un artesano musulmán, quien dejó grabada en ella, utilizando los caracteres propios de su escritura, una hermosa frase: «Para el que reluce».
Así quedó configurado el Grial. Un día del verano de 1399 un mensajero exhausto rendía viaje ante el monasterio. Traía un mensaje para el abad e instrucciones muy precisas: había de entregárselo personalmente. Lo enviaba el mismísimo rey don Martín el Humano, y su contenido era explosivo. El monarca, muy aficionado a las reliquias, reclamaba el Grial para que recibiese el culto debido en lugar menos agreste. Debía ser llevado a la capital del reino, la ciudad de Zaragoza.
Se produjo una verdadera conmoción entre los frailes y hubo opiniones encontradas, pero el criterio de la mayoría fue someterse a los designios del soberano y un mes después de la regia petición, el Grial llegaba a Zaragoza; era el 26 de septiembre de 1399.En la ciudad hubo diversidad de pareceres acerca del lugar donde debería depositarse la reliquia. Unos sostenían que el sitio más a propósito era la Capilla Real de la seo -era el punto de vista mayoritario entre la clerecía-, mientras que la nobleza defendía como más seguro el palacio del rey. Se trataba de un conflicto de estamentos donde clérigos y caballeros trataban de llevar al agua su molino. Se impuso la voluntad del monarca y el Grial quedó depositado en la capilla del palacio de la Aljafería.Para tranquilizar su conciencia, don Martín, acuciado por el sector más vehemente del clero zaragozano, permitió que, en ciertas ocasiones, la sagrada reliquia quedase depositada en la Seo.
LLANTOS EN ZARAGOZA
Poco tiempo después el monarca decidió trasladarse a Barcelona y, en su equipaje, llevó con él la preciada reliquia. A pesar del poco tiempo transcurrido, el Grial había despertado la devoción de los zaragozanos por lo que sus lamentos acompañaron al rey en su partida. Los llantos no sirvieron para nada porque don Martín lo consideraba como una propiedad que deseaba tener junto a su persona. A la muerte del soberano, el Grial aparece recogido en el inventario de sus bienes, que se realizó el 10 de septiembre de 1410. Pero tampoco sería Barcelona la ciudad donde quedase definitivamente.
Alfonso V, conocido con el sobrenombre de el Magnánimo, diseñó una política de expansión por el Mediterráneo. No era la primera vez que se planteaba esa estrategia en la Corona de Aragón. El monarca había puesto sus ojos en el reino de Nápoles y se aprestó a su conquista. Para la empresa necesitaba de importantes recursos y acudió al préstamo para equipar flota y tropas. Recibió, además de generosos subsidios de la ciudad de Valencia, a la que dispensaba trato especial, un importante préstamo del Consell valenciano y del Cabildo catedralicio.
Era el mes de marzo de 1437 cuando don Alfonso, como prueba de su magnanimidad y para corresponder a la colaboración de las instituciones valencianas, hizo entrega de algunas preciosas reliquias, entre las que se encontraba el Santo Grial. Por la ciudad corrían toda clase de rumores, unos decían que el rey las había tenido que entregar en prenda para conseguir los dineros y otros afirmaban que había sido una muestra de su generosidad.
En medio de los rumores y comentarios, los valencianos acudían en masa a su catedral para comprobar que la famosa reliquia estaba allí depositada. Les traía sin cuidado si la causa era una donación real o el pago de una deuda. Lo verdaderamente importante era que allí estaba aquel 18 de marzo del año de gracia de 1437, vísperas del día de San José, y desde entonces se metió en el corazón de los valencianos.
Trescientos años más tarde, una noticia terrible recorrió la ciudad, que vestía lutos al conmemorar la pasión del Redentor.Era el 3 de abril de 1744 y, aunque sólo un puñado de personas, las más próximas al altar, fueron testigos, la muchedumbre que abarrotaba la catedral aquel Viernes Santo supo enseguida lo ocurrido. El rumor corrió como un reguero de pólvora por la ciudad. Todo eran murmullos y tristeza. Al arcediano de la catedral, el canónigo don Vicente Frígola Brizuela, mientras celebraba el ritual litúrgico, se le cayó el cáliz que se utilizaba en día tan señalado. El Santo Grial se fracturó y se rompió el cuenco de ágata cornalina, la parte más preciosa del Grial. El cuenco que el papa Sixto II había encomendado al diácono Lorenzo y que llevaba en España casi 1.500 años.
ROTURA Y RESTAURACION
Cuando el abrumado canónigo miró a su eminencia el arzobispo, pudo comprobar cómo tenía el rostro demudado. Aquello era una catástrofe. El arzobispo, pasado el primer revuelo y recogidos los trozos en que la sagrada copa se había fragmentado, dispuso que se llamase de inmediato al mejor de los plateros de la ciudad, el maestro Luis Vicent, quien tranquilizó los ánimos y, sin pérdida de tiempo, realizó un magnífico trabajo de restauración. A los pocos días se celebró, con toda solemnidad, una misa con Te deum para que los valencianos pudiesen contemplar de nuevo la reliquia en todo su esplendor.
Sesenta y cinco años después, los responsables de la catedral tomaron una drástica decisión porque todas las noticias que llegaban a Valencia eran del mismo tenor: los franceses no respetan las reliquias. Todos los que arribaban a la ciudad contaban y no paraban de los saqueos, las violaciones y los sacrilegios que cometían por todas partes los invasores napoleónicos. La víspera de San José del año 1809, ante el rumor de que los franceses se aproximaban, se sacó el grial de la catedral y se llevó hacia el sur, hasta Alicante. En los años siguientes viviría un periplo que incluyó a las islas Baleares. Más de cuatro años estuvo fuera la sagrada copa hasta que, en septiembre de 1813, con los franceses cruzando los Pirineos, a toda prisa, en dirección norte, regresó a la catedral de Valencia, las campanas del Miquelet doblaron jubilosas, mientras que en el inventario que se hizo después de tan azaroso itinerario, se anotaba: «La caxa de plata que contiene el Santo Cáliz de la Cena».
En 1916 hubo otro traslado, pero ahora no traspasó los muros de la catedral. Fue llevado desde la capilla de las Reliquias al aula capitular antigua, conocida desde entonces como la Capilla del Santo Cáliz.
Veinte años después la crispación que se vivió durante la Guerra Civil tuvo importantes episodios de violencia en Valencia. La catedral sufrió incendios y saqueos. El Grial corrió serio peligro, pero una mujer llamada Sabina Suey lo sacó de forma subrepticia, oculto entre sus ropas, y lo guardó hasta que la contienda concluyó y, en 1939, volvió a relucir como la más importante reliquia que guarda la catedral.

ORO PURO Y 27 PERLAS
La copa; labrada en calcedonia, mide 9,5 cmts. de diámetro en la boca y 7 cmts. de altura desde la base hasta el borde. Procede de un taller de Antioquía o Alejandría. Fue labrado entre el siglo IV a. de C. y el I d. de C.
El pie: un vaso algo ovalado e invertido, de 14,7 cmts. en el eje mayor y 9,7 en el eje menor. Lleva una guarnición de oro puro en el que van montadas 27 perlas y otras gemas valiosas. Tiene esgrafiada una inscripción en caracteres cúficos. (Siglos X y XI, de un taller cordobés)
Un vástago de 7 cmts. de altura sirve de unión a las dos piezas anteriores. Es de oro puro. Tiene elementos de orfebrería carolingia y reminiscencias mozárabes y mudéjares.

LOS PAPAS, EL GRIAL...
A lo largo de los siglos, tres papas han estado directamente relacionados con el Grial de Valencia, dos de ellos vinculados a la leyenda o la tradición. Sixto II, quien entregase al diácono Lorenzo la copa que se habían trasmitido desde Pedro a sus sucesores en el episcopado romano. Benedicto XIII, el famoso Papa Luna, un tozudo aragonés que se enfrentó al mundo. Se dice que influyó en los monjes del monasterio de San Juan de la Peña para que accediesen al requerimiento de Martín el Humano en su deseo de que le entregasen el Grial. El tercero es Juan Pablo II, quien, en noviembre de 1992, en su visita a Valencia, lo tuvo en sus manos durante la misa que presidió en dicha ocasión. El próximo sábado 8 de julio el Papa, Benedicto XVI, llegará a Valencia donde, presumiblemente, el Grial tendrá, una vez más, un papel relevante en la visita que el Pontífice realice a la ciudad que lo guarda desde hace casi seiscientos años.
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