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Tema: Carlismo: su gesta nunca tuvo apoyo extranjero

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    Carlismo: su gesta nunca tuvo apoyo extranjero

    Carlismo: su gesta nunca tuvo apoyo extranjero"


    Revista ¿QUÉ PASA? núm. 197, 7-Oct-1967

    CARLISMO: SU GESTA SIEMPRE FUE SOLITARIA

    Regla vieja y constante en la Historia es que las guerras civiles, cualquiera que sea su móvil, repercuten en el exterior. Contribuye a ello el constituir ocasión para que las potencias extrañas procuren explotar en provecho propio las disensiones íntimas de otro país, bien con el propósito de disminuirlo, bien con ánimo de conseguir en él posiciones de preponderancia. Y colabora la natural preocupación de los bandos que luchan, ansiosos de contar con el reconocimiento de otros Estados.

    Si se analizaran las guerras civiles modernas y las actuales se observará al punto esta realidad, manifestada en intromisiones oficiales u oficiosas del extranjero y en contactos más o menos activos de cada parte con las Cancillerías. Así, toda guerra civil suele tener una proyección internacional.

    Pasando a observar en este orden de cosas qué sucedió en España respecto al fenómeno del carlismo durante la primera guerra civil carlista, los hechos muestran que en ninguna ocasión de su permanente vigilia guerrera tuvieron los partidarios de don Carlos aquel carácter de agentes o colaboradores de poderes extranjeros que fue compañía constante de los seculares e históricos jacobitas de los Estuardos de Inglaterra.

    Nunca se ha podido decir que el carlismo haya estado al servicio de fuerzas extrañas. Y si se lanzó contra él la calumnia del antipatriotismo a propósito del misterioso alzamiento de San Carlos de la Rápita, tal imputación es a todas luces injusta, por la sencilla razón de que al producirse la intentona acaudillada por el general Ortega, la guerra de Africa ya estaba concluida. Aparte de eso, en medio de la oscuridad que envuelve la preparación y desarrollo del citado movimiento carlista, aparece bien claro que el golpe no tenía relación alguna con otras potencias, pues su trama estaba toda dentro del país, y que existieron amplias y desconocidas ramificaciones en el bando isabelino-liberal, las cuales, al frustrarse el plan, fueron cuidadosamente ocultadas.

    El carlismo no dependió nunca del extranjero ni consintió jamás ser utilizado como palanca por fuerzas extranjeras. Esta conducta ha sido en toda su existencia norma invariable.

    No es que en las guerras carlistas se quebrase la ley que convierte las contiendas civiles, quiérase o no, en pleitos de alcance internacional. AI contrario, aquellas luchas apasionaron a Europa y estuvieron a lo largo de su desarrollo en el primer plano de la actualidad. Lo ocurrido fue que las intervenciones extranjeras se produjeron precisamente por el lado opuesto al carlismo, para derrotar a éste y aplastarlo.

    Durante la primera guerra carlista fue esto bien notorio. A don Carlos le reconocieron Holanda, Prusia, Austria, Rusia y Nápoles. Estas adhesiones se debieron a pura cuestión de principios y no se tradujeron en asistencia material. Los países citados no tenían intereses en España, y ni en ellos se preparó el alzamiento carlista ni de ellos recibió el Rey Carlos más que palabras alentadoras. Así, entre la montaña de difamación con que diversos sectores del liberalismo español obsequiaron al carlismo, jamás se le ocurrió a nadie decir que fuera agente del Emperador de Austria o que estuvo al servicio del Zar de Rusia. Es que, en verdad, todo se había reducido en mero reconocimiento diplomático, del cual la causa de don Carlos bien poco o nada sacó.

    El bando liberal sí tuvo sustanciales apoyos exteriores, recogidos por Balmes en una concluyente página de sus «Escritos políticos», apoyos de los que fue columna vertebral la Cuádruple Alianza, formada por los Gobiernos de Madrid, París, Lisboa y Londres, reflejada en socorros de dinero, armas y tropas. La pelea del Carlismo, respecto al exterior, cumplióse en absoluta soledad. Estaban con sus enemigos y activamente los vecinos próximos de España. Don Carlos, desde luego, tuvo la simpatía de grandes sectores de la opinión europea, incluso en los países que se pusieron al lado de su sobrina Isabel. Pero ahí quedó todo; su gesta fue solitaria y en el terreno de los hechos nunca recibió apoyos de tal o cual potencia.

    Hubo un momento en que le llegó una oferta tentadora. Ocurrió al comenzar el verano de 1839. Holanda se prestaba a conceder a don Carlos 24 millones de pesos fuertes a cambio de que cediera las Filipinas a una Compañía holandesa semejante a la que entonces tenían la India los ingleses. Sabida es la penuria económica en que se desenvolvió la acción del carlismo desde el principio al fin de aquella contienda. La suma ofrecida por el Gobierno holandés era muy considerable para aquel tiempo. Por otro lado, frente a la opinión falsamente difundida, la causa de don Carlos se mantenía firme aunque sólo faltasen dos meses para el convenio de Vergara, pues sin la desgraciada actitud de Maroto las tropas carlistas podían haber prolongado la lucha mucho más. Precisamente el mismo Maroto en su «Vindicación», no sé por qué dejó escapar una afirmación que en nada favorece a su tesis. Dice que en 1839 andaba el Carlismo hacia la victoria merced a la enorme actividad victoriosa de Cabrera.

    En efecto, si la campaña se había estabilizado en el Norte, es evidente que el Gobierno liberal a duras penas podía contener en el territorio vasco navarro a las fuerzas carlistas. E igualmente es cierto que Cabrera estaba llegando a un grado tal de potencia y organización, en un amplio territorio de Aragón y Levante, que su ejército estaba a punto de ser tan numeroso y fuerte como el dirigido por Maroto. Allí, como en Cataluña, fue más lenta que en el Norte la creación de un ejército regular por los carlistas. Pero Cabrera lo había logrado ya en 1839, y en Cataluña la organización se perfeccionaba a grandes pasos.

    Sin Vergara, les esperaban a los liberales de Isabel trances más angustiosos que los precedentes. En semejantes condiciones, el ofrecimiento holandés era una aportación económica importantísima. Jamás habían visto los carlistas en sus vacías arcas una cantidad de dinero así. Pero don Carlos rechazó con indignación la propuesta.

    Pirala, liberal de pies a cabeza, escribió lo siguiente: «A tener don Carlos y sus partidarios menos patriotismo, recursos les sobraran; pero preferían la muerte a la deshonra.» («Historia de la guerra civil», tomo V, pág. 520.)

    En sus insurrecciones siguientes aún se vio el Carlismo en mayor soledad. Don Carlos VII no tuvo siquiera la adhesión platónica de otros monarcas. Si las Cortes de Viena y San Petersburgo simpatizaban o no con él, la realidad fue que mantuvieron correctas relaciones diplomáticas con los Gobiernos de Madrid. Y si a la notificación primera que el Rey Carlos VII envió a los distintos Estados de Europa contestaron de Londres con un hábil y cortés eufemismo negador, de Berlín la devolvieron con ruda grosería. A espaldas de don Carlos no hubo potencias extrañas.

    Esa fue la línea permanente del Carlismo. Nadie pudo acusarlo jamás de servir a otros intereses que los de España, pues que se sacrificó siempre en aras de la dignidad nacional y nunca hubo quien le aventajase en abnegación y sacrificios por Dios y por la Patria. Por encima de filias y fobias, esto ha sido generalmente admitido por sus adversarios, salvo alguna rara y torcida excepción, y así ha entrado ya en la Historia. Desde su nacimiento y en toda su vida, sin intermitencias, sus príncipes, sus jefes, sus masas y sus voluntarios tuvieron siempre y siguen teniendo hoy —sépalo don Rafael Calvo Serer, periodista del diario «Madrid», «viajero incansable desde Nueva York a los Balcanes y al Oriente Medio», consejero de don Juan, el de la rama liberal, profesor y escritor, y también todos los «abecedarios»— con aferramiento tenacísimo, con lealtad insuperable, vocación y voluntad de servir a la santa causa de la tradición española. Consumióse así el Carlismo, para renacer reiterada y sucesivamente de entre las llamas en la defensa y exaltación de la suprema síntesis española: Patria, Fueros y Rey. Y no hay quien pueda desmentirlo.

    GONZALO VIDAL. – Pbro.
    Desde la Umbría de Onteniente, septiembre 1967



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