A propósito de las monedas y su acuñación (res nummaria), los romanos disponían de una serie de vocablos y expresiones. Aes alienum, que literalmente significa ‘dinero ajeno’, era la expresión que se empleaba para referirse a una deuda, y, en consecuencia, el que la contraía, es decir, el deudor era un aeratus o obaeratus. El aerarium, literalmente almacén de bronce’, era, según se ha dicho, el Tesoro público. Verbos que se empleaban para designar la acuñación de moneda eran cudere, signare, percutire y ferire; si se trataba de fundir, se decía flare. Chapar o forrar ciertas monedas era tingere, inficere o miscere. La efigie o la marca grabada en una moneda se denominaba nota monetae, typus, signum o imago. De la pieza de buena ley se decía que era bonus (sc. nummus) o probus, mientras que para calificar la falsa se empleaban los terminus falsus, improbus, adulterinus o reiectaneus. Falsificar moneda era vitiare pecunias, o nummariam notam corrodere (ya que la nota era la marca hecha sobre las piezas de buena ley mediante la piedra de toque). También vitiare era alear oro o plata puros (aurum o argentum obryzum) con otro metal de inferior valor, como el cobre. El operario (monetarius) que trabajaba la plata era el argentarius; el que trabajaba el oro era el faber aurarius o aurifex. La mesa de cambio, antecesora de nuestros bancos actuales, era la trapeza o mensa argentaria, y el cambista era el nummularius, collectarius o mensarius.