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Tema: Historias militares y gloriosas Hispanas

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    Re: Historias militares y gloriosas Hispanas



    LA BATALLA DE ALCAZARQUIVIR Y MORIR AUNQUE SEA DE PIE


    El 4 de agosto de 1578, una expedición lusitana se enfrentó a las hordas moras en Alcazarquivir. La expedición portuguesa la encabezaba el mismo Rey de Portugal, el joven Don Sebastián de Portugal, hijo de Juan de Portugal y Juana de Austria.

    Don Sebastián, sobrino de Felipe II, llevado por su ardoroso celo católico, planificó la intervención en el norte de África, bajo el pretexto de apoyar a la causa del depuesto reyezuelo moruno Muley Ahmed que pretendía recuperar su trono con el auxilio peninsular, arrebatándoselo a Abd el Malik. En 1576 Felipe II había apoyado la expedición de su sobrino D. Sebastián, comprometiéndose a enviar tropas, caballos y armas.


    El desembarco se realizó en Arcila, allí hicieron parada unos días y al poco D. Sebastián ordenó la marcha hacia Alcazarquivir. A la vera del río de la Podredumbre se produjo la terrible batalla en la que murieron los dos reyezuelos moros que competían por el sultanato de Marruecos y el Rey de Portugal.


    Don Sebastián arengó a sus huestes, diciéndoles que no serían sus soldados los que lucharían contra la morisma, sino la Cruz contra la Media Luna.


    Entre los españoles que acompañaban al joven y visionario Rey de Portugal se encontraba el famoso poeta Francisco de Aldana, el “Divino”, que Felipe II había mandado como asesor castellano de su sobrino.

    Como experimentado soldado que era Francisco de Aldana sabía adonde le encaminaban sus pasos. El hidalgo e inspirado bardo extremeño llegó a Arcila el 31 de julio, con quinientos soldados castellanos, y presentándose al capitán de la plaza, Pedro de Mezquita, le participó sus premoniciones, expresándole incluso que era su intención regresar a España, por ver perdida la campaña; no por perder la vida, sino para conservar el honor ganado en tantas batallas. Pero Aldana tenía que entregar en mano a D. Sebastián una misiva del Duque de Alba, y el hidalgo español Pedro de Mármol le convenció de que su puesto estaba allí.

    Aldana alcanza a D. Sebastián, en las vísperas de la batalla, y el Rey de Portugal lo recibió muy cortés y feliz, nombrando al español “superintendente de ejército, mandando que le obedeciesen como a su persona”, tanto confiaba el joven monarca en tan avezado soldado.

    Pero Aldana barruntaba el fracaso estrepitoso, y parece que en la marcha de las tropas advirtió sin éxito a D. Sebastián: “que mudase de parecer, porque se iba a perder; mas no fue posible ni ninguno vino en su parecer”.

    Las prudencias de Aldana se desvanecen cuando avistan a los enemigos el 4 de agosto. No hay vuelta atrás, y entonces el que recelaba de contender, pareciendo tal vez poco animoso, cambia de parecer ante la fuerza de los hechos que se imponen, según testigos la opinión del español Aldana fue: “que se combatiese aunque hasta entonces lo había contradicho, pareciéndole que hasta aquel punto hubo lugar de retirarse y que ya no le había”.

    Según cuenta Diego de Torres en una carta a Felipe II: “…el día de la batalla por le haber muerto el caballo le encontró el rey y le dijo: “Capitán, ¿por qué no tomáis caballo?”, y él dicen que le respondió: “Señor, ya no es tiempo sino de morir aunque sea a pie.”

    Organizó Aldana la infantería cristiana, siguiendo el modelo propuesto por el Duque de Alba. Aldana sabía que aquella tropa que disponía se confundiría al final, perdiéndose la porfía.

    Chocan las armas peninsulares con las sarracenas, y en tan estruendoso fragor, Aldana pide a D. Sebastián que se ponga a salvo “con la mejor caballería… porque si Dios no lo remedia no quedará hoy hombre con vida de nosotros”.

    Había peleado hasta entonces muy bien y dado muestras de gran corazón...” –informa D. Juan de Silva.

    Y con la espada en la mano tinta en sangre se metió entre los enemigos haciendo el oficio de tan buen soldado y capitán como él era”.

    Así murió el elegido de las Musas, Francisco de Aldana, según testimonio de los pocos supervivientes que quedaron para contarla... Así viéronle por última vez, adentrarse empuñando la toledana, ir con pasmosa serenidad y gallardía española a la batalla... Y así desapareció bajo la moledora muchedumbre de los enemigos.
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