Portada de la revista "Fuerza Nueva" de mayo de 1977.
La imagen habla por sí misma: Juan Carlos y Pinochet "un ejemplo"
El pasado 13 de octubre tuvo lugar la conferencia inaugural del XXXVII ciclo del Aula de Cultura de Fueza Nueva Editorial y CESPE. Corrió a cargo de nuestro director, Luis Fernández-Villamea, quien habló bajo el título que figura bajo estas líneas. Estuvo presente Blas Piñar, presidente de ambas entidades.
Por su interés documental y de aniversario, publicamos a continuación el texto íntegro:
Comienza hoy el 37 ciclo de conferencias de Fuerza Nueva y Cespe y también comienza el 40 aniversario de la fundación, en la calle Velázquez, 17, de Madrid, de lo que entonces fue -y todavía lo es- Fuerza Nueva Editorial. Tal vez tengamos que dejar para más adelante, y merecería una sola conferencia, la cantidad y calidad de conferenciantes y títulos que han aparecido en esta tribuna a lo largo de esos citados 37 ciclos, pero hoy, aparte de felicitarnos por estar un curso más en línea de combate, creo ha llegado la hora de entrar en materia y en ciclo con un acontecimiento sobresaliente: Fuerza Nueva, durante este curso que hoy echa a andar, cumplirá su 40 aniversario, que, si Dios quiere, celebraremos el próximo 2 de mayo de 2006.
No voy a hacer aquí un bosquejo histórico de estos 40 años porque eso queda reflejado con rigor, exactitud y extensión en los cinco tomos que Blas Piñar ha publicado bajo el título general de Escrito para la Historia. Los hechos, sus protagonistas, la controversia, la crispación, el patriotismo, las miserias humanas que allí constan son otros capítulos más que añadir a los episodios nacionales que escribiera don Benito Pérez Galdós. No se ha tratado, como creen algunos, de unos libros de Memorias, sino de la biografía de un movimiento que se llamó y se llama Fuerza Nueva y que ha sido editorial, partido, asociación, aula cultural, centro de estudios y cabecera de una publicación que alcanza igualmente, durante este periodo, su año 40 de edición.
¿Qué ha sido Fuerza Nueva? Ha sido tres cosas: 1: Un vehículo para servir a España; 2: un contrafuerte muy sólido contra los huracanes Katrina y Rita juntos que trajo la Transición, y 3: un lugar para saber dónde se encuentra uno, es decir, un faro permanentemente iluminado para indicar la posición certera a los que navegan. Vayamos por partes.
1.-Vehículo para servir a España
Cuando Juan Carlos de Borbón y Borbón era príncipe de España, y ya sucesor a la Corona, una delegación de Fuerza Nueva, entonces incipiente, le visitó en el Palacio de la Zarzuela. Era un 7 de diciembre de 1973, e iba encabezada por su presidente, Blas Piñar. Yo estaba allí. Trece días más tarde asesinaban en la calle Claudio Coello al almirante Carrero Blanco.
El presidente de esa editorial -que, prácticamente, funcionó desde el primer día como un grupo político, aunque no hubiera partidos-, le dijo, en una corta pero directa alocución, que seríamos fieles a los principios políticos, e hizo uso, con vista larga, de una orientación concluyente: "Señor -le dijo-: Ved la opinión de un grupo de españoles que ama profundamente a su patria, que quiere para España lo mejor, que desea que la Monarquía se consolide y afiance (se refería a la Monarquía del juramento, naturalmente) y que, en un tiempo difícil en el que se conjugan la deserción y la cobardía, avala su talante con un semanario al que alguien vaticinó escasa vida y que va a cumplir, el mes próximo, siete años de existencia". Este año que viene, si Dios quiere, serán cuarenta. En otra ocasión, con motivo de la visita de los príncipes al colegio mayor "Antonio Rivera", el fundador de Fuerza Nueva nombró un lugar histórico definitivo: Santa Gadea, y añadía que "de ese juramento (se refería al que hizo ante el Caudillo), prenda de vuestra lealtad, hacían depender la suya" muchos españoles. Fuerza Nueva, a partir de ese instante, ya estaba situada políticamente y también había puesto en marcha el vehículo para aquella razón fundacional: servir a España.
El entonces príncipe, lejos de sorprenderse ante el discurso de aquella visita a la Zarzuela, llevaba acuñada y escrita, de antemano, la respuesta, que habría de constar más tarde en el frontispicio de su reinado y que marcaría la senda a todos los que iban a ir con él en la nueva singladura, más allá de la muerte de quien le entregó la Corona: "No sois monopolizadores del patriotismo", les dijo. Esta sentencia política de quien habría de ser, no mucho más tarde, Jefe del Estado, no sólo era un recordatorio para aquellos españoles que le visitaban, sino una advertencia, puede que hasta una amenaza y, desde luego, una especie de localización pública para situarlos fuera de la órbita espacial que después iban a poner en marcha las instituciones mediante la Reforma primero y la Ruptura después. Juan Carlos, el príncipe que había prestado sus juramentos sobre las mismas ideas que defendía aquella delegación de Fuerza Nueva, ponía ya a sus amigos, de ocasión o de futuro, en posición de "¡Prevengan!" frente a los que no eran partidarios de que jurase en falso.
El extracto ideológico de Fuerza Nueva, de la Editorial y de sus fundadores, era el de la defensa de lo católico y de lo español, esto último partiendo de un hecho clave: la Cruzada como tal, no la guerra, de 1936-39. Por eso Blas Piñar podía decir en el primer número de la revista que " por nuestra adhesión cordial al Régimen del 18 de Julio nos vemos precisados, públicamente desde ahora, a mantener una postura crítica ante quienes, desde cualquier puesto, desfiguren tales ideas, pues entendemos que muchos de los fallos que la conciencia nacional pone de relieve son imputables a quienes, por cambio de mentalidad, razones tácticas, o alegando una visión profética del futuro, han hecho posible que cundan los rebrotes de indisciplina, disolución moral y separatismo, contra los cuales España luchó con el propósito de extirparlos para siempre". Va a hacer de esto 40 años, y ya comprobamos quién tenía, a tenor de los acontecimientos que hoy contemplamos, una visión profética.
España, para muchos hombres y mujeres que habían hecho la guerra, no era algo etéreo con alguna clase de soporte en lo tradicional. La concepción de lo español, para aquellos seres, era el espaldarazo histórico ante una conducta, incluso la justificación por las obras ante una cierta conciencia personal. De ahí que, no conformes con los principios y las leyes, instasen a los responsables a vivir con arreglo a los mismos. Ese fue el motivo de la fundación de Fuerza Nueva y también su germen y sustrato ideológico. Y ese también fue el motivo de nombrar la soga en casa del ahorcado trece días antes del asesinato de Carrero Blanco, en aquella visita a la Zarzuela. No hacía falta aquel discurso, de alcance tan certero, para certificar que el Régimen del 18 de Julio acababa de firmar su acta de defunción.
Después vino lo que todos conocemos: Un trío de ases en lo político que habían sido ministros de Franco: Adolfo Suárez González ("Hay que hacer normal en la ley lo que en la calle es normal"); Torcuato Fernández-Miranda y Hevia: ("Si entonces teníamos leyes, ahora también: iremos de la ley a la ley"), y Manuel Fraga Iribarne ("En esta nueva situación, prefiero a Carrillo antes que a Blas Piñar"). Se trataba de una verdadera declaración de principios. Habían sido hombres de la antigua situación pero estaban colocados en la nueva. No es que hubiesen cambiado de ideología: es para pensar que nunca estuvieron en la anterior, a la que accedieron por razones de contingencia, no de principios. Y, además, porque alguien con el poder recibido de Franco les había dicho que había que caminar por la senda constitucional. Ahora los monopolizadores del patriotismo eran ellos. Fuera de allí, como más tarde veremos, "pura barbarie."
Llegó otro trío de espadas: Manuel Gutiérrez Mellado ("Que nadie se mueva, ¡disciplina!"); Manuel Díez-Alegría: ("Tenemos que hacer el Ejército de la modernidad"), y José Antonio Sáenz de Santamaría ("Para mí no hay duda: es como negar las relaciones entre los guerrilleros de Cristo Rey y Fuerza Nueva"). Y, por fin, un trío de ángeles: Vicente Enrique y Tarancón: ("Los curas también tienen que echar una cana al aire"); José María Setién: ("El pueblo vasco sufre la opresión política"), y un obispo que aunque sus actuaciones han tenido menos resonancia, jugó, como auxiliar de Tarancón, un papel clave en la primerísima Transición, Ramón Echarren Istúriz ("No podemos estar siempre mirando al pasado"). Fueron hombres elegidos para la situación política que se planteaba, y digo política porque vaciaron de fe los seminarios y al pueblo católico lo arrancaron bruscamente de sus creencias. Servir a España a través del vehículo de Fuerza Nueva se iba poniendo difícil.
Es un momento de los más cruciales de la historia de España. La cortedad -o la largueza, ¡vete a saber!- de miras de los nuevos dirigentes políticos, militares y religiosos es de naturaleza sideral. Creyeron algunos, por admitir incluso el error involuntario pero no la mala fe, que había llegado la hora de cicatrizar heridas y comenzar una nueva andadura. Creyeron otros que se iban a saldar definitivamente las deudas del pasado. Creyeron los interesados que mediante la amnistía y el borrón y cuenta nueva se iba a acabar la guerra de una vez por todas. Y no vio ninguno que aquellos casi cuarenta años, tras la Cruzada, fueron un buen momento para continuarlos, sin Franco, porque la vida terrenal se acaba, pero con España, que es la que estuvo combatida en 1936, y cuyo combate se reanudó tras la muerte del Caudillo y la entrada en escena de los protagonistas anteriores.
Sólo fue un paréntesis para reencontrarnos con la República: sin revolución de Asturias, pero con un millar de asesinados en todo el territorio nacional por los pistoleros rojos, unos con visión internacionalista y otros con acento euskaldún; no ha habido todavía proclamación del Estat Catalá, pero se está en ello, y, además, por una vía que no ha sido pacífica: acordémonos de los asesinatos de Terra Lliure, donde formaban destacados dirigentes catalanistas de hoy. Una pregunta surge por ensalmo: ¿Dónde están los que criticaban a Fuerza Nueva por monopolizar el patriotismo? Primero debíamos de analizar dónde está el patriotismo.
El factor progreso o progresismo estaba inundando todo en 1976: La política oficial se dirigía hacia el constitucionalismo; el Ejército oficial abandonaba con estruendo su bandera victoriosa, y la Iglesia oficial, siguiendo la misma línea, dejaba a un lado el sentido martirial y sacramental del sacerdocio. Fuerza Nueva no entraba en ninguno de estos proyectos. Regresaban las nuevas instituciones al liberalismo de anteguerra para recuperar el parlamentarismo antiespañol, dar carta de naturaleza a las futuras naciones dentro de España, y alejarse cada vez más del mandamiento moral de Cristo y de sus apóstoles mediante el reconocimiento en la ley de la ruptura del vínculo matrimonial, del derecho a no nacer y de la consideración matrimonial a las parejas de invertidos, hombres y mujeres de momento. El patriotismo que defendía Fuerza Nueva no era inmovilista porque permanecía en el lugar avanzado y en desarrollo que iba alcanzando social y moralmente aquel Régimen político -que también tenía muchas imperfecciones- y que al final del recorrido humano de quien lo puso en marcha, en 1975, estaba en lugares de potencia próxima a ingresar en lo que llamamos primer mundo: Acuerdos preferenciales con Europa, Seguridad Social prestigiosa, paro por debajo de un 3% que es considerado paro técnico o inexistente, luz abundante, agua por doquier -para energía, riego y consumo-, cosechas copiosas, bosques repoblados con mimo ecológico, regiones devastadas convertidas en colonias, secano secular trocado en exultantes regadíos y toda la riqueza hidrológica recogida y vertebrada en una red de embalses que llegan al número de 435.
La familia crece durante este periodo. Incluso en los peores momentos las familias numerosas se dan con profusión porque los rectores políticos y morales sostienen que el matrimonio sólo tiene un sentido: contrato de amor para que éste revierta en los hijos. Se impide, o por lo menos se procura, que el adulterio traiga la ruina a tantos hogares, y se fomenta el voluntariado para trabajar en centros de acogida para huérfanos y prostitutas. Se entra a saco en las comunicaciones, y se acomete sin piedad el problema de Las Hurdes, que jamás fue mérito del patriotismo constitucional -como algunos gobernantes de la nueva ola se apuntan- sino del patriotismo cristiano que pusieron en marcha los españoles de España tras la inmensa tragedia de 1939. Los que se quedaron fuera no hicieron otra cosa más que descargar adrenalina -en el mejor de los casos-, alimentar deseos de venganza y revancha, infundir calumnias, reciclar mentiras, y, los mejores, los que de verdad amaban a su Patria y se equivocaron de bando, romper violentamente con sus particulares tiranos y regresar a casa, que no era de Franco, sino de todos y cada uno de los que estuvieron con él aun sin gustarle. Con ese patriotismo estuvo Fuerza Nueva y así permanece.
¿Cuál fue el patriotismo de los demás, ése que llegaron, por poco tiempo, a llamar constitucional? Fue el del regreso a la locura de los liberales. Primero, una Constitución, y en ella, todo lo demás: Nacionalidades o Regiones -agravio comparativo entre próximos-; desvío del amor a la Patria grande para minusvalorarlo y concentrarlo en torno a la patria chica, pero con valor único y universal; invitación a la pérdida de todo vínculo con la Creación, en lo espiritual y en lo puramente humano; legislación inclinada a proveer al ciudadano -como considera al gobernado la Revolución Francesa-, de una serie de medios que lo hagan creerse depositario de derechos y de apenas obligaciones, y si éstas se producen, jamás será en beneficio de la comunidad sino del propio acopio personal del yo; desatención absoluta de ayuda a la familia mediante incentivo económico a ésta como tal o a la madre trabajadora, a la que protege -es un decir- con abundancia propagandística de las palizas de su marido o de su pareja sentimental y a la que obliga, con brutal sacrificio, a repartirse entre las tareas de su oficio, de su condición de casada y del cuidado de hijos y hogar; y una inconmensurable confusión educativa: "la enseñanza de la ESO -me decía una competente directora de colegio público- ha hecho posible que un niño de Madrid crea, o por lo menos imagine, que Cuenca es un país extranjero". Habría que contestar a aquel Príncipe de los grandes y solemnes juramentos que, desde luego, esa definición y actuación patrióticas no las monopoliza Fuerza Nueva, que las rechaza enérgica y firmemente, sino otra nueva singladura que puede llevar a desconocer si verdaderamente se sirve a una causa a la que secularmente llamamos España o a un ente de características marcianas al que se denomina Constitución pero que en realidad alberga y esconde al más explícito y eficaz espectro de la Traición. Ese monopolio, le guste o no, per se o per accidens, no lo monopoliza Fuerza Nueva.
2.- Contrafuerte de contención para los huracanes de la Transición
En España se produjo la mayor transformación política, en menor tiempo, de cuantos episodios hemos conocido últimamente, al menos en estos 40 años. Y fijémonos bien: el primer escollo para expresar el patriotismo es la exhibición orgullosa de la bandera de siempre, con los colores de siempre. Para restar intención política se denomina fascista -o facha- al que la porta y se va considerando mejor al que la oculta, la esconde o, por lo menos, no la proclama como símbolo de patriotismo. Se hace un primer intento disuasorio arrancando el águila de San Juan que envuelve el escudo con los cuarteles de los Reinos de España. Y se penaliza a quienes enarbolan dicha bandera.
Los partidos políticos que vienen del exilio, o las sucursales de los mismos que ya operan en España mediante el concurso de hijos de los que ganaron la guerra, prefieren optar por banderas rojas, con fondos rojos en su coreografía electoral y mitinera, que por la enseña nacional, aun sin el escudo, como después le pasaría también a partidos centristas o derechistas. Las formaciones de la periferia marginal en Cataluña huyen de esa bandera, e incluso la atacan e insultan. Y los partidos euskaldunes y los marxistas tiran de pistola o de navaja contra quienes la defienden o la enarbolan. Pero los que empuñan ese mástil del patriotismo que postulaba y postula Fuerza Nueva, lejos de "arrugarse" como dicen los mejicanos, lo levantan más alto todavía y empiezan a dar vueltas con él por calles, paseos, barriadas, estadios, frontones, plazas de toros, estaciones de autobuses y ferrocarriles, aeropuertos y hasta en el Congreso de los Diputados, porque un miembro de ese grupo, el más destacado, el que lo encabeza, sale diputado por Madrid en una coalición electoral que jamás debería de haberse roto: Unión Nacional.
Esa voz solitaria se opone como un dique al primer golpe -el más poderoso- de los Estatutos con su no insistente y razonado a la totalidad y a todos y cada uno de sus artículos. Manuel Fraga, uno de los trasgresores del juramento y actores de la Constitución, llega el último día, dice sí a muchas cosas, no a otras, desautoriza a los suyos que habían estado en aquella Comisión y se marcha dando un portazo. Pero aquella voz solitaria no se va, permanece allí en medio de las miradas de odio de algunos -los menos, también es verdad- y las esquivas de otros -los transgresores del juramento, que eran muchos-. Y soportando con entereza la infinita vergüenza que se siente cuando a uno lo pinchan con los ojos como a un acerico las agujas, se hace notar en el hemiciclo y en los pasillos, en la tribuna de oradores y en otras muchas tribunas de España, de Europa e Hispano- américa, que se empiezan a dar cuenta del problema español. Hasta entonces se tenía la idea por ahí fuera de que estábamos disfrutando de una Transición feliz, pacífica -cerca de mil muertos-, modélica -los de Fuerza Nueva (entonces sólo se mataba a éstos), asesinados o en el hospital o la cárcel-, bucólica y pastoril. Pero esa voz solitaria, en el Congreso y en la calle, en concentraciones grandiosas -las únicas con record verdadero de asistencia que se han dado en España-, con otras voces patrióticas sin monopolios, consigue que España y el mundo sepan que la Constitución ampara, con su contradicción expositiva o sus términos solapados, los Estatutos que ahora se combaten, los abortos que a millares se producen, las autonomías que prefieren pedir un avión para apagar fuegos a Francia que a Madrid, la batalla absurda del agua que enfrenta a regiones, a partidos y a españoles entre sí, y, sobre todo, la voz de convidado de piedra del Ejército, que cuando quiere salir para advertir que él también está presente en el proceso, lo tiene que hacer en la televisión, suavemente, a instancias del Jefe del Estado -comandante supremo de la Fuerzas Armadas- y del ministro del ramo -que es el jefe del Rey para estos menesteres-, y casi, casi, como pidiendo disculpas para notificar -notificar, ni siquiera advertir- que España es una e indivisible.
Y llega el momento sublime: Landelino Lavilla Alsina, jurista, presidente del Congreso de los Diputados de entonces, en un discurso solemne y hecho a la medida de aquellos que lo querían escuchar regalándose los oídos, dice, con trompetas y cítaras de acompañamiento, que todo lo que políticamente esté fuera de la Constitución es pura barbarie. Los de Fuerza Nueva, en ese mismo instante, y los españoles que sin formar en sus filas también se consideraban humildes hijos de España, habían quedado fuera de juego, sin pan, sin sal, sin luz, sin patria a la que servir porque ésta sólo era de ellos, los constitucionalistas, con el Rey a la cabeza. Y ellos eran los únicos que administraban, asumían y detentaban el marchamo y la denominación de origen del patriotismo. A eso no se le denomina monopolio; se le llama, sencillamente, absolutismo, como a los procedimientos del Rey Sol o de Idi Amin Dadá, aquel subsahariano gigantesco, boxeador y presidente en su día de Uganda, que todo lo que no fuera él no existía. ¿Se acordaría en aquel instante aquel joven Príncipe, ya todo un Rey, de lo que nos dijo aquel 7 de diciembre de 1973, a trece días de que volase por los aires don Luis Carrero Blanco? Me temo que no porque la Memoria Histórica sólo es para Rodríguez Zapatero y para su abuelo, pero no para augustas cabezas que están muy por encima del nivel de los instintos y, además, son políticamente irresponsables.
Lo que hemos llamado genéricamente Transición ha sido algo que se intuía mucho antes de 1975. Las figuras del Movimiento Nacional, las que disfrutaban de sus cargos y uniformes, estaban como locas por seguir ahí, con Franco y sin él. No tenían más remedio que adornar sus actuaciones con enormes cantos a la fidelidad y a la grandiosa obra el Jefe del Estado, caudillo invicto, pero deseando en el fondo que aquello cambiase, y cuanto antes. Pergeñaban un horizonte político, cada uno a su manera, y estaban dispuestos a hacer todas las concesiones ideológicas que fuesen necesarias, pero sin escándalo. Los que estaban fuera del Movimiento se dividían en muy diversas familias, algunas de ellas frotándose las manos para la revancha. Y las de la periferia veían, porque no son tontos, que ese juego liberal de futuro, esa democracia concreta que se iría a poner en juego en España, era la única vía para conseguir sus objetivos. La jugada es perfecta: primero dejamos hacer a los demócratas de nuevo cuño, que son los que nos van a conceder la amnistía creyendo que ahí se van a terminar nuestras reivindicaciones; aprovechamos mientras para mandar al cementerio a los fachas -militares honrados, guardias civiles, funcionarios, peluqueros que trabajan para los cuarteles, políticos de convicciones españolas y militantes de Fuerza Nueva-, que son nuestros enemigos de verdad, porque son los que sienten y quieren a España, y ya habrá tiempo para enviar a la tumba a los que, una vez amnistiados nosotros y legitimados convenientemente ante la opinión pública como luchadores contra el fascismo y las libertades, se les ocurra oponerse a nuestros planes.
Solamente los ciegos, los desaprensivos, los egoístas, los fanáticos, los interesados o los tontos no se han podido dar cuenta de que el enemigo a batir, tras el enterramiento en la basílica del Valle, en 1975, no era aquél que recibía sepultura un día de noviembre de ese año. No. Con ése no pudieron, ni en la guerra ni en la paz, ¡dejémonos de imbecilidades! El enemigo a batir era España, la España del Príncipe que nos llamaba monopolizadores del patriotismo; la que más tarde sucedería a la anterior, ya con la Corona en su cabeza; la de los protagonistas de la Transición -Suárez, Fraga, Tarancón o Gutiérrez Mellado-, e incluso la que más tarde surgiría de Felipe González, Guerra y sus enmanos y hasta de José María Aznar y su abuelo, Ruíz Gallardón y el suyo y Rodríguez Zapatero y el capitán Lozano, otro ilustre abuelo, y, como diría Don Quijote acerca de sus dañinas lecturas de Amadís de Gaula, de toda la inmensa caterva de su linaje.
Hubo una serie de personajes que caracterizaron magníficamente esa época con respecto a Fuerza Nueva. Me voy a fijar en tres para que nos podamos dar cuenta de la magnitud del hecho y, a través de ellos y de sus actuaciones, podamos fijarnos en una visión de conjunto histórica.
Gabriel Cisneros Laborda: Fue uno de los destacados flechas del Régimen del 18 de Julio. Con buena pluma y ambición verificada, escribe en Pueblo, órgano de los Sindicatos de Franco. Desde allí empieza a denostar sin cortapisas y con desparpajo a todo lo que huela a franquismo más allá de Franco, e incluso más acá, en ese mismo instante. No obstante alguien cree que es la persona indicada para dirigir y orientar a los jóvenes del Régimen y le nombra delegado Nacional de Juventudes, la obra preferida del Sistema. Comienza a poner patas arriba la forma clásica de actuar de aquel departamento y a invertir las razones para el cuál fue fundado. Asiste en Vallecas a la inauguración de monumentos a José Antonio pero tiene escrúpulos de conciencia o de posición para cantar el Cara al Sol. Y arremete brutalmente contra Fuerza Nueva porque en la revista se ha puesto en solfa su manera de actuar. Obliga a enviar un telegrama de repulsa a esta redacción a todos y cada uno de sus delegados en las cincuenta provincias españolas. Uno se niega, el de Toledo. Lo reprime sin concesiones, encabezando, ya sin miramientos, una caza de brujas contra nuestra parcela que extiende a sus correligionarios, entre ellos Adolfo Suárez y Rodolfo Martín Villa. Es nuestro particular senador McCarthy. Al cambio de régimen es el hombre de la UCD, el partido que aglutina el Rey con los retales más aprovechables del Régimen anterior, para redactar el texto constitucional. ETA, no obstante, le tirotea, pero no iban por él, según se dijo entonces.
Juan José Rosón Pérez: Comandante de Intervención del Ejército, fue presidente de un sindicato vertical durante el Régimen del 18 de Julio. Poco antes de morir el Jefe del Estado, el 20 noviembre del año anterior -si no recuerdo mal-, firmaba en Arriba elogiosos artículos para la vida y la muerte de José Antonio y de su obra, ejemplo para las juventudes y sinónimo de ciencia política. Cambia el rumbo y es nombrado gobernador civil de Madrid. Enfila su actuación contra Fuerza Nueva no de una manera persecutoria, que lo era, sino enfermiza, con una fijación cerebral que sólo pueden poseer los poseídos, es decir, los orates. Con conocimiento de su antiguo camarada y amigo de los centros de instrucción del Movimiento de Franco, Adolfo Suárez, ya presidente del Gobierno en la Moncloa, conspira para traer a Santiago Carrillo a España, y lo hace clandestinamente sin saberlo su otro camarada de entonces, Rodolfo Martín Villa, en ese momento ministro del Interior y jefe superior suyo. La Policía se da cuenta del enjuague y detiene, con su peluca de cultureta opositor al régimen, siguiendo el hilo de la ley, a un hombre sometido a busca y captura. El comandante del Ejército llega a meter en el calabozo, en el invierno de 1977, a todos y cada uno de los que pudieran ser, alejadamente o por aproximación, miembros de grupos patrióticos, con especial énfasis a los de Fuerza Nueva. También a turistas que pasean por Madrid y poseen ciertos rasgos, por parecido físico o actividad profesional, a individuos -así los consideraba- "fichados" por él como posibles adheridos a grupos políticos de lo que ya sin ambages se llamaba extrema derecha o ultras. A mí, redactor-jefe de esta revista en aquellos momentos, que estaba haciendo un reportaje en Quintanar de la Orden, me detiene también y me acusa de que he matado a un joven en la calle de la Estrella, junto a la Gran Vía madrileña. Y monta un espectáculo alucinante, en colaboración con el Grupo 16 -Cambio 16 y Diario 16, éste último dirigido por Pedro J. Ramírez-, para intentar meter también en la cárcel a Blas Piñar acusándolo de mafioso y presidente del sindicato del crimen.
Santiago Carrillo Solares: Con apenas 21 años consejero de Orden Público en Madrid de la Junta de Defensa que preside el general Miaja. Inmediatamente después de su nombramiento, ese mismo día, comienzan las sacas de la cárceles de Madrid, un 7 de noviembre de 1936, el mayor genocidio cometido, por pura cobardía, en una guerra en tan solo un mes. Lo avalan testimonios personales, documentos de la época escrupulosamente verificados y papeles desclasificados actualmente en Moscú y publicados por historiadores con inclinación ideológica izquierdista. Participa, en el exilio, en la eliminación sistemática, física y política, de compañeros suyos en el Partido Comunista, y conspira y delata ante las autoridades soviéticas a quienes se apartan de la férrea disciplina del poder estalinista. Promueve Radio España Independiente, en su emisora Pirinaica, que desde Bucarest emite noticias tales como que la policía franquista ha reprimido una manifestación en el Rastro madrileño con resultado de agresión brutal a viandantes y mujeres embarazadas. Traiciona brutalmente a su padre, Wenceslao Carrillo, como miembro del Partido Socialista y como hijo, al desvincularse de su paternidad, abominar de ella y acogerse a la ofrecida por José Stalin, responsable de genocidio en millones de rusos. Pues bien, este caballero, que vivía en París en 1974, escribió una carta al director de Ya, que éste no publicó, en la que acusaba a Blas Piñar de la matanza de la calle del Correo de Madrid -que fue obra de destacados comunistas en colaboración con ETA-, y cuando unos chicos de Fuerza Joven, en la calle, se defendían de las agresiones comunistas de la Transición, protegidas por el apoyo oficial u oficioso que brindaban los antiguos flechas del Movimiento Nacional, dijo con énfasis, en solemne rueda de prensa, que se trataba de una actuación terrorista de Fuerza Nueva. La portada de nuestra revista, entre indignación y sorna, decía así, sobre el rostro encendido de rabia de Santiago Carrillo: "El genocida nos llama terroristas". Felipe González llegó a decir de él que "era un saco de malicia".
Pues bien, un dato a destacar: Fuerza Nueva, con esa tozudez de pasear la bandera por doquier, de afirmarla allí donde podía, de llenar plazas de toros, calles y avenidas, consiguió que la enseña figurase en todas partes, y hasta el Partido Comunista, en sus mítines, bien a regañadientes, aceptó que presidiera sus tribunas. No consistía en quitársela a Fuerza Nueva, que era la pretensión, sino que la enseña nacional brillara en todos los actos de la vida española.
3.- Lugar para saber dónde se encuentra uno
Ha pasado tanto tiempo que parece como si los años transcurridos lo borrasen todo. Pero no. La Transición no ha acabado, ni acabará jamás, mientras España no sepa vencer los fantasmas que la acechan. Aquella violencia política, que se podía palpar en el ambiente incluso al respirar, puede que haya desaparecido desde un punto de vista aparente, pero no en la realidad. El español que viene al mundo todos los días, en aquellos lejanos años de la fundación de Fuerza Nueva y hoy mismo, tiene que aprender diariamente, y se tiene que ganar a pulso, el lugar que le corresponde en la vida nacional. Y todos los días, si quiere que España siga siendo España, tiene que revalidar la asignatura de su afirmación.
Yo quiero pensar que en Francia, por poner un país cercano, o en Portugal, no pasa esto. Nadie sale con una bandera roja para enfrentarse a otra rojigualda; ni con otra bicrucífera, inventada por un hombre cargado de rencor, y utilizada para matar a honrados españoles en su momento, para enfrentarla a la que da cobijo a siglos de Historia y de gloria de un pueblo aguerrido, evangelizador, conquistador, creativo, decidido y valiente. En esos países vecinos tendrán otros problemas, como son, por ejemplo, el de luchar en la vida diaria, el porvenir de los hijos, el futuro familiar Pero tenerse que enfrentar a diario, en el colegio, en la universidad, en el trabajo, en la calle, al ser o no ser de España, eso, permitidme el desahogo, parece que sólo puede pasar aquí. Y hay que tomar posiciones.
Fuerza Nueva ha significado siempre, desde su creación, esa luz del cabo, intermitente pero viva y lejana, que ilumina la ruta y el lugar donde se está. Y eso sólo puede conseguirse cuando ha habido una trayectoria de conducta, una línea inequívoca de actuación, una hoja de servicios extensa y una falta absoluta de interés por los placeres y la gloria efímera que proporciona el poder. Es más, siempre nos hemos proclamado como seres que creemos en la Providencia, y quién sabe si esa Providencia es la que ha decidido que estemos donde estamos. Tal vez es que somos de una pasta de la que Dios se vale para ejercer estas funciones, bien porque tenemos más paciencia, o fortaleza, o lealtad, y nuestra capacidad de maniobra respinga cuando encuentra la miseria humana reflejada en un elogio interesado, en un trueque malintencionado, en un cargo con condiciones, en un puesto pactado con el error, cuando no con la entrega o la traición, o bien porque hemos escogido el sentido del dolor, en la acepción cristiana, y creemos firmemente que tenemos que cargar con esta cruz, todos los días un poco, como si fuese una especie de merecimiento personal.
El caso es que desde aquellas lejanas fechas de la fundación en la calle Velázquez, hasta el día de hoy, próximo ya el 40 aniversario, hemos tenido la luz encendida. Y hemos velado. Tal vez en algunos momentos hayamos bajado los párpados, pero también lo hicieron los apóstoles del Señor en Getsemaní y nunca, excepto uno, lo traicionaron. Solamente les pudo el sueño. Desde 1966, se dice pronto, hemos vivido dos situaciones completamente distintas. Hasta 1975 contábamos con el aliento de algunos dirigentes máximos del Régimen del 18 de Julio, pero la ira de sus ministros se desparramaba contra nosotros cuando los acusábamos de desleales a los principios. Nos secuestraron cinco veces la revista, a Blas Piñar hubo varios intentos de procesarle, a directores de Fuerza Nueva los detuvieron en la propia sede de los Nuevos Ministerios, yo estuve dos veces ante el Tribunal de Orden Público, donde el magistrado Mariscal de Gante, padre de una ministro del PP, me llegó a interrogar acerca de si yo era comunista, y una vez tras otra se prohibían actos de Fuerza Nueva a instancias de algunos ministros secretarios generales del Movimiento. Pero pudimos decir con orgullo, el 20 de noviembre de 1975, a pesar de todos los pesares, desde la portada del número especial de nuestra revista, con un Caudillo acabado y viejecito pero todavía con su uniforme de camisa azul mahón y boina roja: "Franco ha muerto. ¡Viva Franco!" Él había sido fiel a sus milicias hasta el final, a los que habían combatido a sus órdenes en el Jarama, Brunete, Belchite, la Escampada de Bricia, el EbroLo hicieron por Dios y por España, que eran los únicos que estaban en peligro. Como hoy, aunque los enemigos de Dios han nacido en el propio seno de la Iglesia y los de España son, en muchos casos, hijos de los que ganaron gloriosamente aquella guerra.
Después vino el otro Régimen. Y seguimos igual. Prohibiciones por doquier, agresiones a la salida de nuestros actos, tiros en Anoeta y Vitoria, gobernadores asustados ante nuestra visita a su despacho, navajazos en Córdoba por llevar en alto la bandera de España, asaltos a nuestras sedes, asesinatos de nuestros delegados, peticiones de ilegalización de Fuerza Nueva y el colmo de los colmos: llamamiento del entonces redactor de ABC y después director de Diario 16, Pedro J. Ramírez, convocando al "extrañamiento moral" de nuestros jóvenes. Puestos así, y transcurrido el tiempo y los acontecimientos, ¿qué tendríamos, en el terreno estricto de la moral, que "extrañar" nosotros de Pedro J. Ramírez? No faltaron tampoco las alabanzas a nuestro presidente por sus actuaciones, incluso de los adversarios, o, mejor dicho, sólo de los adversarios, y el respeto y el prestigio a su presencia y oratoria parlamentarias. Era un reconocimiento preclaro a una vida política honrada y cargada de entusiasmo por defender la causa de Dios y de España, que se congregaba en torno a su persona pero que se ampliaba en reconocimiento a los que iban en el mismo vehículo con él. Era una definición, una localización y un premio.
Recapitulemos. Las fechas del aniversario son las siguientes: 2 de mayo de 2006, dentro de este ciclo que comienza hoy, 40 años de la fundación de Fuerza Nueva Editorial. Intentaremos, si Dios nos da salud y medios para alcanzarlos, conmemorar la fecha con la dignidad que merece.
14 de enero de 2007: 40 años de la salida del número 1 de la revista Fuerza Nueva, con aquella portada que ha quedado para la historia: "18 de Julio, ni se pisa ni se rompe".
Y dentro de tres años, si Dios quiere, 40 aniversario de los ciclos de conferencias del Aula de Cultura de Fuerza Nueva y CESPE.
Quiero cerrar esta presentación de ciclo de conferencias, dedicado enteramente al 40 aniversario, con un recuerdo triste y otro grato. El primero debe dirigirse a cuantos españoles y extranjeros -que también los hubo- han militado y combatido por estas ideas. Muy especialmente quiero dirigirme, y pedir una oración, por aquellos que dejaron su vida por el odio asesino de los enemigos de España. Y aunque la nómina resulta extensa, reflejada con exactitud por Blas Piñar en sus libros, deseo fervientemente poner en primera línea, en representación de todos, a Jesús Alcocer Jiménez, presidente de Fuerza Nueva en Navarra, tiroteado por la espalda y por sorpresa cuando cumplía con su trabajo, de madrugada, en el mercado central de Pamplona. Parece que le estoy viendo: alto, pelo blanco y aspecto senatorial, sonriente, un hombre del que se suele decir que tiene buena facha. Fue militar, y después se dedicó con su familia a administrar un supermercado que él mismo atendía. Ya había sufrido varios atentados en su establecimiento, pero no era obstáculo para organizar homenajes a los caídos en el monumento abandonado de Pamplona, convocar manifestaciones y actos en los teatros más grandes para que se oyese con más fuerza el nombre de España y la inmensa españolidad de Navarra. Tres horas permaneció tendido en el suelo, muerto, hasta que llegaron los primeros auxilios.
Ese mismo día los pistoleros euskaldunes asesinaron también a dos policías más en Pamplona. Las capillas ardientes se instalaron casi juntas. A la de los servidores del Orden público acudió raudo y veloz el ministro Barrionuevo, deshecho en condolencias a familias, compañeros y amigos. La capilla ardiente de Jesús Alcocer, a escasos metros, no recibió ni visita ni pésame, pero estuvo llena de oraciones, allí mismo y lejos de allí, y desde luego contaba con la inmensa satisfacción de saber por qué se muere, envuelto en la bandera de España, que él defendió con la propia vida, y con la cruz de Cristo no sólo sobre el féretro sino presente y hecha ya eternidad en el alma inmortal de nuestro amigo.
He querido poner este ejemplo porque creo sintetiza el capítulo que intento explicar: "Lugar para saber dónde se encuentra uno".
Y vamos a despedirnos con el recuerdo grato, exultante por su trascendencia política, que ahora, pasado el tiempo, valoramos mucho mejor. Fue la entrada del fundador de Fuerza Nueva en el Congreso de los Diputados, un 1 de marzo de 1979. No nos alegramos, ni mucho menos, por haber llegado a formar parte del sistema liberal, al que desde el primer día opusimos nuestra fuerza dialéctica y política. Nos satisfizo el hecho de romper esa especie de conjuro que se había establecido contra los que defendíamos, desde cualquier ángulo, aquellas ideas. Las vestales de la democracia liberal habían decretado, con aviesa y perversa intención, que las listas electorales se cerrasen y bloqueasen. Era la forma de impedir que grupos pequeños -o residuales, como decían ellos- accediesen a los parlamentos nacionales o autonómicos. Se trataba de la medida más antidemocrática y absolutista que nadie pueda imaginarse. Un 2% en votos tendría que haber proporcionado 7 diputados en pura aritmética. Pero dio uno, con lo cual no se pudo formar grupo parlamentario ni acceder a todas las Comisiones. Resultaba evidente, más que evidente, palpable y tangible, que el monopolio del patriotismo había cambiado bruscamente de manos, para entregárselo, mondo y lirondo -como dicen los chuscos- a los enemigos de España paso a paso, golpe a golpe, como diría aquel poeta que quería cambiar su pluma por la pistola de Líster y por la tiranía soviética que la cargaba.
Mis últimas palabras en este día de anuncio de aniversario quiero que vayan dirigidas a aquel joven Príncipe que nos advertía de que no éramos los monopolizadores del patriotismo, un 7 de diciembre de 1973. No, no lo creímos y, desde luego, ha quedado claro a través de este relato que en ningún caso lo fuimos. Se nos excluyó del derecho y el deber de participar en las instituciones, en igualdad de condiciones, para que no aguáramos la fiesta de la democracia liberal, que ya tenía establecidos sus esquemas muy de antemano. Fue inflexible en la marginación de los grupos que defendían la España unida, pero muy débil, tolerante y hasta cómplice con aquellos otros que la querían dividida y ofendida. Hoy puede que se lamente alguien de esa actuación equivocada, pero alguien también, a pesar de lo que se ve y de lo que se intuye, puede que esté frotándose las manos de alegría porque no ve mayores obstáculos en el horizonte para romper definitivamente con aquello que hemos llamado históricamente España. Me acuerdo de las clases de mi bachillerato, y de Eugenio Montes, cuando el profesor nos hablaba, en una de ellas, citándole a él, de aquellas palabras del rey Jaime I, el conquistador (don Jaume I, lo conqueridor se dice en catalán). "Cuando él estableció y firmó -decía el gran periodista y escritor- el Tratado de Almizrra con el rey Fernando el santo, siglo XIII, para no estorbarse en su lucha contra el Islam, el rey de Aragón, en catalán, le manifestaba con énfasis al monarca castellano que había que hacerlo "per Deu i per Espanya".
Había entonces un catalán y un castellano, los dos eran reyes y los dos españoles, que se expresaban en distinto idioma. ¿En qué idioma se expresa el actual Rey de España? Nuestro patriotismo ya sabemos dónde está, con todas sus imperfecciones humanas pero, ¿dónde está el suyo? La Constitución actual es tan venenosa que impide hasta al mismísimo Jefe del Estado que ejerza su responsabilidad política, pero en ningún caso la moral, que está por encima de la Carta Magna. Fuerza Nueva, sus hombres y mujeres, no tuvieron nunca el monopolio de nada, pero demostraron, lo hemos visto aquí y ahora, que llegaron hasta el final: la entrega de la vida, por defender a su Patria. Pero le digo hoy al Príncipe de antaño y al Rey de hogaño que si a alguien le cupiese legitimidad para monopolizar algo, bendito sea el que lo hiciere mediante el mayor de los sacrificios, porque el monopolio habría dejado de serlo para convertirse en sublime y clamoroso ejemplo de patriotismo.
Portada de la revista "Fuerza Nueva" de mayo de 1977.
La imagen habla por sí misma: Juan Carlos y Pinochet "un ejemplo"
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