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Tema: La sociedad estamental medieval en las obras de Don Juan Manuel

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    Re: La sociedad estamental medieval en las obras de Don Juan Manuel

    DON JUAN MANUEL EL HOMBRE Y SU OBRA

    https://www.ensayistas.org/filosofos/spain/Juan-Manuel/introd.htm

    Apuntes biográficos

    Don Juan Manuel, el príncipe escritor según ha sido denominado por una ya larga tradición de historiadores de la literatura, formó parte de una nueva aristocracia letrada y cortesana que en el siglo XIV comenzó a sustituir en los hábitos y en la ideología a la antigua aristocracia rural. Hijo del infante de Castilla y de León Don Manuel y de Dña. Beatriz de Saboya, nieto de Fernando III y Amadeo IV de Saboya, sobrino de Alfonso X el Sabio, primo de Sancho IV de Castilla, yerno de Jaime II de Aragón, etc. perteneció a una clase alta que, en la cultura hispánica, marcaría la transición gradual hacia los estilos de pensamiento que se estaban inaugurando en Europa.

    La importancia de su linaje así como la posesión de recursos, vasallos y tierras le permitieron desde muy pronto ocupar puestos políticos de relevancia de entre los cuales cabe destacar la pertenencia a los consejos de regencia de Fernando IV y Alfonso XI, la ostentación del Adelantamiento Mayor del Reino de Murcia y los Señoríos de Villena y Alarcón. Estas posiciones y su propia ascendencia, que le permitieron participar activamente en las luchas nobiliarias que tuvieron lugar durante los reinados de los mencionados monarcas, harían de él uno de los nobles más influyentes de su tiempo hasta el punto de que su presencia fue constante en los acontecimientos que marcaron la historia de los reinos de Castilla, de Aragón-Valencia y del Estado musulmán de Granada; todos ellos de extraordinaria importancia política y cultural en el entorno de las monarquías occidentales. En primer lugar —en el plano particular—, porque su intervención directa e interesada en los enfrentamientos sucesorios a la muerte de Alfonso X le convirtieron, a su pesar, en uno de los partícipes más activos en la crisis del sistema feudal en Castilla de la que dichos enfrentamientos son anecdóticos, pero significativos. En segundo lugar —en el plano general—, porque los límites temporales de su vida constituyen un periodo de eclosión cultural en la península ibérica donde pudieron convivir de forma, desde luego, difícil pero relativamente pacífica tres religiones: la cristiana, la musulmana y la semita; unas religiones cuyos fundamentos ideológicos y acervos científicos encontrarían un punto de confluencia en un Don Juan Manuel que, además de político batallador, fue un extraordinario amante del saber. Un Don Juan Manuel que, como ha dicho José Antonio Maravall es un hombre gótico que presencia y trata de explicarse muchas novedades de su tiempo en honda crisis. (…)

    En consonancia con el tono, también la temática de la obra manuelina coincide con una buena parte de la producción que se estaba llevando a cabo en el seno de las capas sociales cultivadas europeas. Uno de sus objetivos primordiales fue, a este respecto, definir el ideal de gobierno e ilustrar a la nobleza, a la nueva nobleza de corte, en los modos distinguidos del comportamiento y de la sensibilidad aristocrática: desde el porte y los ademanes corporales del príncipe hasta las prácticas higiénicas y recreativas, pasando por el enunciado de las virtudes espirituales —tales como la magnanimidad, la generosidad, la mesura o la vergüenza— y las virtudes somáticas —tales como el valor, la bravura o la fortaleza— típicamente caballerescas. (…)

    Pero no sólo se alza como portavoz, sino también como educador de una nobleza cuya posición jurídica y social —hasta cierto punto, en revisión— era considerada fruto del derecho divino y en ello fundamentaba el cierre de filas ante la burguesía emergente y ante la misma monarquía absoluta que hacían peligrar sus privilegios. En ese sentido, las minuciosas referencias, siempre con intención didáctica, al arte del buen comportamiento, a las virtudes definitorias de lo noble y a las maneras que debía exhibir el príncipe cristiano —el infante en la terminología más usual de las letras castellanas— lo sitúan entre los más acreditados de la pedagogía nobiliaria medieval europea y en el punto culminante del didactismo político-moral hispánico; un didactismo en cuyo extremo se encontraba siempre el objetivo de la defensa de la fe cristiana y, en última instancia, también la defensa del reino, sobre todo, de un modelo de reino. El Conde Lucanor, el Libro Infenido, el Libro del cavallero et del escudero y, especialmente, el Libro de los Estados, constituyen buenos ejemplos de la preocupación por la formación de la nobleza y, en cierto modo, por la configuración de sus rasgos en un momento en el que el ascenso de la burguesía hacía tambalear los privilegios adquiridos durante siglos por la aristocracia laica y empezaba a vulnerar el estatus que dichos privilegios proporcionaban.

    Imaginario social, político y filosófico

    Don Juan Manuel fue un hombre adaptado a las corrientes del pensamiento cristiano de su tiempo; unas corrientes dominadas por la visión creacionista y teocrática de la realidad y, en consecuencia, por la consideración inmovilista de la sociedad.

    A este respecto, el Libro de los Estados —considerado como la máxima expresión de la filosofía política manuelina—, constituye una llamada al conformismo social y, por lo tanto, al reconocimiento de las desigualdades. Se trata de un cuento devoto de intención didáctica en torno al proceso de conversión de un infante pagano —Joás— el cual, siendo bueno por naturaleza y por razón, carecía del barniz de la espiritualidad cristiana. Las distintas explicaciones de su preceptor —Julio— y la demostración de que el cristianismo es la única ley verdadera terminan en la conversión y el bautismo del infante aprendiz y de todo su reino; todo ello según una lógica que podríamos calificar de naturalismo cristiano y hasta de racionalismo cristiano toda vez que pese al fin último de la conversión, Don Juan Manuel apela a la mediación al cumplimiento de lo naturalmente ordenado y no pocas veces a la razón en el proceso de búsqueda de la virtud.

    Es a partir de la circunstancia del bautizo, cuando aparece el discurso sobre los estados y sobre la jerarquía social que serviría a Don Juan Manuel para profundizar en los entresijos de la doctrina cristiana y, a la vez, para legitimar el orden estamental, el orden de los estados, establecido; una legitimación que se hace necesaria ante la insistente pretensión del nuevo cristiano de cambiar de estado para alcanzar mejor su salvación. Dentro de la lógica interna de la narración tiene lugar como fruto de un análisis comparativo que el preceptor hace respecto de la ley natural y la ley divina a la cual se debe acomodar el orden de la sociedad y, por supuesto, los poderes —laico y eclesiástico— que mantienen su gobierno. En este sentido, la descripción que hace de cada uno de los estados constituye una definición de los deberes tanto espirituales como seculares de todos los miembros de la sociedad, especialmente de la nobleza, donde la tesis básica consiste en señalar que todos los estados y todos los oficios son aptos para alcanzar la salvación del alma: aunque el estado de los clérigos es el más virtuoso y, por lo tanto, el más próximo a la salvación, no es preciso cambiar de estado para conseguir la última recompensa; sobre todo, porque el estado de los emperadores es también muy propio por su grandeza para hallar la virtud. (…)

    Haciéndose eco de la metáfora organicista —de larga tradición en el imaginario social y que remite al principio funcionalista que ya contenía la idea paulina del cuerpo místico—, Don Juan Manuel apela frecuentemente a la estructura tripartita de la sociedad, armónica y jerárquicamente ordenada: "...ca los estados del mundo son tres: oradores, defensores, laboradores" (Libro del cavallero et del escudero, XVII); asimismo: "et pues lo queredes saber, digovos que todos los estados se encierran en tres: al uno llaman defensores, et al otro oradores, et al otro labradores" (Libro de los Estados, I, XCII). La finalidad del esquema era expresar la necesaria interdependencia entre las distintas categorías sociales y la contribución de cada una de ellas al bien común: fomentar la conciencia cohesiva y solidaria frente a las amenazas de disgregación y frente a cualquier intento de trasmutar el orden corporativo y estamental rígidamente establecido pero, cada vez más, amenazado.

    El inmovilismo del pensamiento manuelino no sólo se pone de relieve en la concepción de la sociedad sino en otros muchos órdenes de entre los cuales cabe destacar la representación del saber. Aunque Don Juan Manuel apela frecuentemente a su experiencia como fuente que surte sus conocimientos, el verdadero saber para él es el que está escrito —aquello que dixieron los sabios— y cuyo legado trasmiten los maestros sin alteración. La imagen de legado o depósito entronca con la, a su vez, imagen estática del historia, concurrente con el inmovilismo teocrático tan característico del pensamiento medieval y según la cual cosmos, sociedad y hombre se rigen por un mismo principio de repetición. Y es que en esto, Don Juan Manuel es un clásico y como tal adopta la clásica interpretación microcósmica del hombre, especialmente manifiesta en la concepción hipocrática del cuerpo humano y su composición humoral, según la cual, según hemos señalado a propósito del organicismo, todo en el cuerpo está dispuesto en orden y razón de cumplir con las finalidades que le son propias dentro del plan general de la creación, como los estados cumplen a los fines de la sociedad y los astros a los del firmamento porque, al fin y al cabo, el orden terrenal es una réplica del orden celestial. (…)

    Se puede decir, incluso, que las prácticas de conducta virtuosa que propone para la vida noble, tales como diversiones y juegos, hábitos higiénicos y alimenticios, usos en el porte y el vestido o todo lo relacionado con el trato familiar y el gobierno doméstico, constituyen elementos esenciales de la visión del mundo manuelino. Una visión del mundo en la que, no sin pugna, se aúnan aspiraciones materiales y preocupaciones espirituales cuyo resultado se puede calificar como una verdadera glorificación del hombre en el mundo. Aunque, en alguna medida, muchas de las descripciones a propósito de lo que él denomina el comportamiento corporal ordenado, basamento de la enseñanza principesca, puedan parecer disgresiones temáticas respecto de los asuntos generales de la obra, ofrecen una muy adecuada perspectiva de esas aspiraciones materiales —donde la presencia y porte aristocráticos son más que un símbolo— en relación con sus preocupaciones espirituales más íntimas.

    En este sentido, las revelaciones cristianas que informan el discurso de Don Juan Manuel —colmadas en sus fundamentos de las nociones tomistas de sobrenaturalidad, espiritualidad, simplicidad e inmortalidad del alma— no suponen una inversión de los valores y de los presupuestos ideológicos tan importante como para alterar de forma definitiva el proceso de formación iniciado que no deja de ser en muchos aspectos una iniciación caballeresca: esta supone ciertas atenciones a las actitudes y destrezas corporales y ciertos usos cuyo contenido, si bien es matizado por el discurso catequético, en ningún momento es subvertido. Aunque el infante Joás pregunta si no sería mejor para la salvación de su alma abandonar su estado laico, tomar el oficio de clérigo y convertirse en apóstol de la renuncia ingresando en alguna orden, la respuesta que pone Don Juan Manuel en boca de sus personajes confirma, además de la obligación de conservar el estado y con él el orden social, la posibilidad de conciliar la caballería —al fin y al cabo, una forma de exaltación corporal— y la fe, en el proyecto cristiano de salvación del alma.

    https://www.ensayistas.org/filosofos/spain/Juan-Manuel/introd.htm
    Última edición por ALACRAN; 24/07/2022 a las 11:56
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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