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Tema: Origen medieval del sentimiento hispánico

  1. #1
    Gothico está desconectado Miembro Respetado
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    Origen medieval del sentimiento hispánico

    LOS ORÍGENES MEDIEVALES DEL SENTIMIENTO DE COMUNIDAD HISPÁNICA

    (de José Antonio MARAVALL en su obra: “El concepto de España en la Edad Media”)

    De una extensión puramente geográfica no cabe narrar una historia, como no sea la que, incurriendo en una estupenda contradictio in adjecto, venimos llamando una historia natural. Pero la historia a secas es cosa de hombres, es algo que acontece y que sólo puede contarse de un grupo o de unos grupos humanos a los cuales les pasa algo en común, lo que permite construir sobre esa base un relato histórico dotado de sentido. Ese grupo humano, objeto de una historia –porque aunque se trate de grupos, en la medida en que pueden ser reunidos en un mismo destino histórico, aparecen formando un grupo superior-, por el hecho de ser a su vez sujeto de un acontecer en conjunto, toma un carácter de comunidad, al que se corresponde el carácter unitario del espacio en que se encuentra instalado.
    La unidad de ese que propiamente más que espacio es ámbito, resulta precisamente del hecho indicado: de ser el escenario en que mora un grupo humano al que algo le sucede en común.

    Cuando Orosio dice de Braga o de Barcelona que son ciudades de España, emplea esta última palabra como nombre de lugar, estrictamente geográfico; pero cuando, al hacer la cuenta –pese a su romanismo augustiano- de las crueldades con que Roma ha fundado su poder, exclama: “¡Que dé España su opinión!” –“edat Hispania sententiam suam!”- y, con gesto declamatorio, quiere preguntar a ésta “quid tunc de suis temporibus sentiebat?” (1), da al nombre de España un valor histórico como nombre de un grupo reunido, y, en tanto que reunido, asentado en un ámbito que, por esa razón, se convierte necesariamente en unitario, porque es rigurosamente el marco en que se desenvuelve una existencia colectiva –en el caso de que tratamos, la existencia de un grupo al cual le acontece ser sujeto de un común sentimiento de dolor, por la sangre que entre ellos ha esparcido la opresión romana-. Por consiguiente, aparece en mayor o menor grado, pero siempre de alguna manera, la posibilidad de hechos que conjuntamente alcancen a cuantos viven en el interior de ese círculo. Recordemos aquel pasaje en que Orosio, al aludir a la acción desleal de un pretor, comenta: “Universae Hispaniae propter Romanorum perfidiam causa maximi tumultus fuit” (2).

    Comunidad y territorio aparecen en este testimonio de Orosio, en el cual una y otro llevan el mismo nombre, unidos necesariamente por la dialéctica del acontecer histórico. Por eso, Hispania y “pars Hispanorum” se emplean como términos equivalentes, recíprocamente reemplazables –incluso en ocasiones simplemente “Hispania” e “hispani” (3). Hasta llegar a la plenitud del momento isidoriano, el hecho de que el grupo de los hispanos se represente hipostáticamente en el nombre de España, da al concepto de ésta un contenido histórico, propiamente humano: España no es sólo una tierra, sino que es el espacio en que se da una vida colectiva, con sus valores propios, con sentimientos y aun méritos privativos, no ya porque estos últimos, por ejemplo, sean poseídos uti singuli por cuantos habitan en tierra de España, sino porque bastan los merecimientos de unos pocos, para que por su vinculación solidaria se difundan sobre todos. Por eso cantó Prudencio, celebrando la virtud de tres mártires de Tarragona:

    Hispanos Deus aspicit benignus
    arcem quandoquidem Hiberam
    trino martyre Trinitas coronat (4).

    Hispanos son, para Prudencio, gentes que ocupan la tierra de Iberia y la pertenencia a ella les es necesaria; pero que viven en ella de modo tal que se encuentran vinculados en una existencia colectiva. En el primero de los himnos del “Peristephanon” escribió el mismo Prudencio: “felix per orbem terra Hibera” (5). ¿Qué quiere decir esto de llamar feliz o gloriosa a una tierra? ¿Cómo se ha de concebir ésta para poderle imputar conjuntamente un honor?
    El tema de los laudes de España ha sido estudiado desde el punto de vista de la Historia literaria, pero interesa que hagamos algunas observaciones sobre su sentido propiamente histórico.

    Una primera serie de manifestaciones de esta literatura laudatoria fue recogida y publicada por Schulten, extraída de escritores de la Antigüedad clásica (6). Pomponio Mela y Marcial, nacidos ambos en suelo peninsular, escriben sendas alabanzas de Hispania, las cuales se encuentran también en historiadores y geógrafos de origen no hispánico. Pero, en general, estos primeros laudes tienen un carácter parcial y se refieren a cosas que se encuentran, se producen o proceden de España.

    Algo más son, ciertamente, los elogios de Trogo Pompeyo, Plinio, Pacato, Claudiano, enlazados por un interesantísimo hilo evolutivo, que al aparecer citados en algunas de las más bellas páginas del maestro Menéndez Pidal, se han hecho muy conocidos en nuestros días (7). Pero no cabe duda de que es del famoso prólogo de San Isidoro a su “Historia de los godos”, de donde arranca la gran fuerza histórica del tema.

    Los elogios de ciudades, tierras, países, gentes, constituyen un tópico, en el sentido riguroso de la palabra, muy usado por la literatura medieval. Como tal ha sido señalado por Curtius y Ghellinck lo destacó como un aspecto en el “renacimiento” del siglo XII (8). Sin más pretensión que la de dar algunos ejemplos ilustrativos, recordemos la muy antigua “De laude Pampilona epistola”, que su reciente editor, Lacarra, estimó pudiera ser de época visigoda (9).

    En la baja Edad Media el género se desarrolla y hallamos el elogio de Castilla en el “Poema de Fernán González” y el “Speculum Regum” de Alvaro Pelayo (9bis), el de Valencia en Eiximenis (10), el de Cataluña en Muntaner (11), el de Aragón en Vagad (12) y otros muchos. Con la retórica encomiástica del humanismo se multiplican estos escritos, que toman, además, las dimensiones de libros enteros.

    Pero, sin pretender que sea un caso único, aunque lo es ciertamente en el ámbito español, el elogio de San Isidoro destaca por su especial fortuna, es decir, por lo que ha representado en nuestra historiografía medieval. Claro está que para apreciar esto hay que empezar por darse cuenta de lo que en sí mismo entraña. El P. Madoz ha hecho el análisis histórico-literario de esta pieza (13).

    De él resulta que en el texto de San Isidoro hay una serie de elementos tomados de Justino, Solino, Silio Itálico, Claudiano y otros escritores latinos, bien ya por aquellos referidos a España o cuya aplicación a ésta lleva a cabo San Isidoro. Una serie de elogios de cosas concretas, que ya había sido hecho con anterioridad –sus metales preciosos, sus caballos, su río Tajo, su clima moderado, sus guerreros valerosos y fieles, la grandeza de sus emperadores- se funde en la síntesis isidoriana. En el caso particular de la entrañable expresión “mater Hispania”, ésta había sido empleada en el “Panegírico”, de Teodosio el Grande, pronunciado en el Senado romano en 389.

    Más tarde, el propio P. Madoz ha encontrado la fuente de los conceptos amorosos dedicados por San Isidoro a la madre España, en una obra de San Cipriano de Cartago sobre los méritos de las vírgenes (14). Recientemente, José Luis Romero ha señalado la inmediata dependencia del laude isidoriano respecto al elogio de Italia por Virgilio (15), dato que si puede hacer perder parte de su valor literario al texto en cuestión, no afecta decisivamente a lo que el mismo significa desde nuestro punto de vista.

    Lo extraordinario de San Isidoro no está en la utilización de los elementos singulares de encomio de que se sirve, ni siquiera en la suma de ellos, sino en la síntesis a que se alza. Ahí radica su interés para nuestro tema del concepto de España. Recordemos que el propio San Isidoro había escrito otro más breve laude, de tipo habitual, en sus “Etimologías” (14-V-28): “Es riquísima por la salubridad de su cielo, por su fecundidad en todo género de frutos y por la abundancia de gemas y metales”.

    Casi textualmente se reproduce el párrafo en la “Miscelánea Preliminar” de la “Crónica Albeldense” (16) y sus tres elementos reaparecen, unidos a otros en forma variable, en las obras posteriores medievales que insisten en el tema. Pero este “laude” menor tiene poco interés para nosotros. En el otro, en cambio, en el que se da como prólogo de la “Historia de regibus Gothorum”, llama la atención, por de pronto, la amplia reunión de ingredientes particulares que, aunque algunos, y aun muchos de ellos, sean préstamo de autores anteriores, nunca se habían agrupado con igualada extensión.

    Pero lo más importante es señalar el tono en que esa síntesis se presenta, que podemos caracterizar por las siguientes notas:
    a) La exaltación del sentimiento, para cuya expresión se sirve no tanto de medios de encomio, como de conceptos de amor, tomados en parte de la literatura religiosa amorosa, siempre especialmente cálida.
    b) El aspecto comparativo y superlativo de los elogios, poniendo de relieve que se trata de un sentimiento exclusivo en su orden, como es manifiestamente el patriotismo.
    c) La apropiación del sujeto de quien se predican tan singulares méritos por el mismo que escribe, respondiendo a una solidaridad en la virtud y en el valor de las gentes que pertenecen a su país, pertenencia o derivación que es esencial a la condición de esas gentes, como lo es al hijo su nexo con la madre.
    d) La referencia específica al elemento humano, constituido no solamente por los reyes, como en tantos casos de retórica oficial o cortesana, sino por el grupo de gentes sobre las que conjuntamente se proyecta el elogio y que se representan bajo la unidad del nombre de España.
    e) La visión humanizada, personalizada de ésta, que hace posible atribuirle sentimientos humanos como el de felicidad;
    y f) La utilización –y es en esto en lo que radica la más importante novedad- de ese elogio como acicate para la acción futura, es decir, para esforzar a la conservación de la gloria y del honor (17).

    El carácter básico que la obra isidoriana tiene en la cultura de nuestra Edad Media da a su concepción hispánica un valor excepcional (17bis). Actúa, con otros tantos, como un factor de integración en nuestro disperso Medievo y es una de las razones, entre otras muchas, por las que en nuestra Edad Media subsiste, a pesar de las fuerzas contrarias, un sentimiento de comunidad. Lo vemos presente y activo, poco después de la invasión, en la “Crónica mozárabe del 754”, cuya parquedad en este punto es extrema, pero sin que por eso deje de manifestarse una conciencia análoga a la que hemos visto revela el laude isidoriano (18).

    Pero la “Mozárabe” añade una novedad nacida de la triste situación desde la que su anónimo autor escribe: la lamentación por la pérdida de España. De este tema nos ocuparemos especialmente al tratar de la idea de Reconquista.

    Al constituirse una historiografía española propiamente tal, mediado el siglo XIII, el antiguo “De laude Hispaniae” reaparece y, en íntima correspondencia con la “lamentatio”, constituirá un lugar común de nuestros historiadores. Entre los escritores hispano-musulmanes se había cultivado también ampliamente el tópico, como puede verse en el estudio de la poesía clásica de los árabes hispánicos de H. Perès; pero en los escritores cristianos el tema viene de la fuente isidoriana (18bis).

    La materia toma un gran desarrollo, literariamente enriquecida, en el “Chronicon Mundi”, de don Lucas de Tuy. El proemio de esta obra está dedicado a una exposición “De excellentia Hispaniae”, en donde, a los ingredientes tomados de San Isidoro –es sabido que el Tudense reproduce la obra de este último en cabeza de la parte original de la suya- se añaden otros nuevos, consistentes en datos y argumentos sacados por el obispo don Lucas de la historia romana y cristiana –entre otros, la referencia a los emperadores hispanos dados a Roma: “Hispania Romae dedit Imperatores strenuos” (19). El tópico de la lamentación se encuentra de una manera difusa y desordenada todavía, al ocuparse el autor del tiránico reinado de Vitiza y de la “ruina” de España, caída en manos de los sarracenos.

    Mucho más sistemáticamente y en forma más desarrollada aparece la correspondencia de las dos partes en el arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada. El “Toledano”, al terminar la etapa de los visigodos y tras narrar las primeras entradas de los moros, sus luchas con aquéllos y su decisiva victoria sobre el rey Rodrigo, coloca todo un capítulo (el XXI del libro III) dedicado al elogio de España, que aparece escrito fundamentalmente en presente y con el que se articula el capítulo siguiente dedicado a la circunstancial “Deploratio Hispaniae” (20).

    La “Estoria de Espanna” de Alfonso X o “Primera Crónica General” recoge lo que ya quedaba constituido como un tópico de nuestra historiografía, ocasión permanente de recuerdo por parte de nuestros historiadores de la unidad moral de España, de la misma manera que el otro tema, el de la “lamentación” o “duelo”, como en esta historia alfonsina se dice, había de recordarles instantemente su unidad política perdida. En el texto de la “Primera Crónica”, tantas veces reproducido, se dan los elementos consabidos, si bien se eliminan las referencias, tan frecuentes en el Tudense, a nombres personales, es decir, a españoles en cuyos méritos individuales estimaba este último fundado el honor, para hacer de la razón del aventajamiento de España un motivo general que, en definitiva, implica a todos los españoles anónimamente. En esta historia alfonsina se hace hincapié en el aspecto de los valores humanos que a todos tocan:
    “Espanna sobre todas es engennosa, atrevuda et mucho esforzada en lid, ligera en affan, leal al sennor, afincada en estudio, palaciana en palabra, complida de todo bien; non a tierra en el mundo que la semeje en abondança, nin se eguale ninguna a ella en fortalezas et pocas a en el mundo tan grandes como ella. Espanna sobre todas es adelantada en grandez et mas que todas preciada por lealtad. ¡Ay Espanna! Non a lengua nin engenno que pueda contar su bien” (21)…
    (continúa)





    Última edición por Gothico; 12/11/2006 a las 19:42

  2. #2
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    Re: Origen medieval del sentimiento hispánico

    Muy buen texto, ¿hay más?.

  3. #3
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    Re: Origen medieval del sentimiento hispánico

    Cita Iniciado por DON COSME Ver mensaje
    Muy buen texto, ¿hay más?.
    A la espera de que Gothico ponga más, hay un libro entero sobre el tema. Está reseñado aquí:

    http://hispanismo.org/showthread.php?t=135
    Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.

    Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI


  4. #4
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    Re: Origen medieval del sentimiento hispánico

    Gracias Donoso. Este es un tema que me interesa mucho.

  5. #5
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    Lightbulb Re: Origen medieval del sentimiento hispánico

    Recomiendo vívamente el libro "De Hispania a España", de varios prestigiosos autores, siendo la mayor parte de la Real Academia de la Historia (Editorial Temas de hoy).

    A pesar de estar en desacuerdo en algún capítulo del libro, creo en la obligación de lectura del mismo.
    "Si el Señor no protege la ciudad, en vano vigila quien la guarda"

  6. #6
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    Re: Origen medieval del sentimiento hispánico

    Cita Iniciado por Templanza Ver mensaje
    Recomiendo vívamente el libro "De Hispania a España", de varios prestigiosos autores, siendo la mayor parte de la Real Academia de la Historia (Editorial Temas de hoy).

    A pesar de estar en desacuerdo en algún capítulo del libro, creo en la obligación de lectura del mismo.
    Totalmente de acuerdo,ese libro es quizas uno de los mejores que he leido.Pero dime,en que capitulos y porque estas en desacuerdo.
    "La raza, la hispanidad, es algo espiritual que transciende sobre las diferencias biológicas y psicológicas y los conceptos de nación y patria."Cardenal Gomá


  7. #7
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    Re: Origen medieval del sentimiento hispánico

    Como es lógico no apunte en un listado aquellos puntos en los que no estaba totalmente de acuerdo. Recuerdo que en los últimos capítulos diversos artículos de diferentes autores dan a veces opiniones futuribles acerca de lo que va a acontecer a la realidad española, por ello, y al haber en el libro diferentes artículos de diferentes autores hay distintas teorías y opiniones del futuro hispano, por ello algunas de las opiniones vertidas estoy de acuerdo y en otras no tanto.

    Si me vuelvo a leer el libro, que sería recomendable, apuntaré todo aquello criticable.

    Lo que sí es de destacar, es la brillantez en el relato de los hechos históricos, desde la pre-hispania, hasta la actualidad, pasando por la Hispania Romana, La Hispanogoda,... en definitiva el mejor regalo de Navidad que se le puede dar a cualquier persona de buen corazón.
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  8. #8
    Gothico está desconectado Miembro Respetado
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    Re: Origen medieval del sentimiento hispánico

    LOS ORÍGENES MEDIEVALES DEL SENTIMIENTO DE COMUNIDAD HISPÁNICA (II)

    (de José Antonio MARAVALL su obra “El concepto de España en la Edad Media”)

    (…) Una visión histórica hispánica se ha constituido, con caracteres fijos y comunes, en la época de Alfonso el Sabio, merced a la difusión y aceptación general de la obra del Toledano. Como en la misma “Crónica General” del Rey, esa visión se recoge en los curiosos escritos del obispo Juan Gil de Zamora (s. XIII). A éste, esa construcción histórica se le convierte enteramente en un panegírico, y de los materiales que le proporcionan las Historias Generales que han precedido su obra, compone Gil de Zamora un extenso “Liber de Praeconiis Hispaniae”.

    Comenzando por el tema ya consabido de la primera población de España y leyendas del rey Hispán, en tratados sucesivos se ocupa de la fertilidad, liberalidad, fortaleza y valor, santidad y virtud, etc., de España y los españoles. El elemento personal aparece abundantemente recogido –desarrollando el método del Tudense- y haciendo la historia de reyes y emperadores, santos, etc. –con amplia parte dedicada a los godos y con pleno desenvolvimiento de otra pieza historiográfica esencial: la rebelión de Pelayo en Asturias-, sin olvidar a los filósofos y doctores. Y en el tratado VIII se perfila el ámbito del “praeconium” ocupándose “de locis regni Legionis”, “Castelle”, “Portugali”, “Aragonia”, “de Carpentania et locis Navarre ac Provintie (22).
    Esta obra de Fray Juan Gil de Zamora nos demuestra la íntima relación que se da, como estimamos nosotros, entre el tema del “laude” y la concepción de España como objeto de una historiografía.

    La expansión de la “Historia” de don Rodrigo Jiménez de Rada por toda la península dio lugar, como causa inmediata del fenómeno, aparte de lo que pudo ayudar a ello la lectura directa del mismo San Isidoro por nuestros escritores medievales, a una difusión general del tema del elogio y secundariamente de la pérdida de España. Se encuentra, como es fácil comprender, en las traducciones de dicha Historia, del latín a las lenguas peninsulares, y también suele conservarse la parte del texto que trata del tema en cuestión, en forma más o menos alterada respecto al original, en abreviaciones y refundiciones del Toledano. Pero no sólo esto, sino que igualmente se recoge aquél en obras simplemente influidas por el Toledano o que cuentan con la “Historia Gótica” (s. XIII) de éste entre sus fuentes.

    Claro está que en estos últimos casos las transformaciones del texto del arzobispo don Rodrigo llegan a ser profundas, separándose en algunas ocasiones por completo del modelo, pero sin que deje de ser perfectamente recognoscible esa pieza historiográfica común en que llega a convertirse el “laude”. Este no se da, naturalmente, en las crónicas particulares. Como de ordinario se inserta en relación con los godos, aparece en las obras que tienen un cierto carácter general, excluyendo la llamada “Crónica Pinatense” (s. XIV).
    Bien es cierto que esta última, en relación con la fase anterior a la Reconquista, es sumamente breve y de ordinario remite a lo que se dice de ella en las Crónicas de Castilla –“in chronicis Castellae in alio volumine” (23)-, curioso caso de reconocimiento de la conexión e interdependencia entre la labor que esta Crónica, ordenada por Pedro IV, representa y la realizada por los historiadores castellanos.

    En la versión al catalán, abreviada y añadida en otras partes, del Toledano, conocida con el nombre de “Crónicas de Mestre Rodrigo de Toledo”, se dedica un capítulo a tratar de “com entre les altres partides e provincies del mon sia Spanya en Nobleida de moltes riqueses o de grans nobleses de que fa testimoni un philosoff apellat Lucha” (24). Con más razón, por cuanto se sigue más fielmente el texto traducido, el tema aparece también en Ribera de Perpejá (s. XIII). Pero más interesante es comprobar la subsistencia del mismo aun en Turell, a pesar de la brevedad de su relato, cuando apenas comenzado éste hallamos la referencia a tanta “bella obra como se mostra en Spanya” (25).
    Que el famoso falsificador Roig, inteligente autor del “pseudo-Boades”, entremezclando esos mismos sentimientos, haga una gran parte en sus páginas al encomio de la gloria y honor de godos y españoles (26), puede ser prueba de lo enraizado que se consideraba el tema en los métodos historiográficos, hasta el extremo de estimarse obligado Roig, para dar color de época a su falsificación, a acoger en ella esa pieza ya en su tiempo de retórica declinante (27).

    En Castilla la materia adquiere un desarrollo extraordinario y aparece con inigualada riqueza en un historiador de altos vuelos literarios de pre-humanista –una de las más interesantes figuras de nuestro siglo XV, proyectada en el marco de Europa-, Rodrigo Sánchez de Arévalo (s. XV). De él es el más largo y sistemático elogio. Sus fuentes no tienen gran novedad, pero en los tres capítulos que dedica al tema tiene interés destacar el amplio desenvolvimiento del aspecto personal, es decir, del elogio de los españoles, de los que asegura que, entre otras virtudes, son poco dados a delicias que afeminen el ánimo (28).

    En tierra de Navarra, el obispo de Bayona, Fray García de Euguí (s.XV), escribe en su “Crónica” un cálido elogio (“la tierra que Dios bendijo…”), con elementos tomados a la tradición, pero con una elaboración muy literaria, no olvidando a continuación el tópico del lamento por la pérdida bajo el poder de los moros (29). Y lo mismo hay que decir del aragonés Fernández de Heredia, en cuya voluminosa “Crónica”, tan ligada a las historias castellanas, se desenvuelve abundantemente la materia, dando un minucioso tratamiento a la que sigue llamando “lamentación” (30). El cronista de los reyes de Aragón, Vagad (s. XV), es el caso extremo y también final, de exaltación del tema.
    En su obra, el prólogo primero (tiene tres largos prólogos a la obra) está dedicado a “las tantas noblezas y excelencias de la Hespaña”, exaltando en ella “los príncipes tan altos y antiguos, tan sabios y famosos despaña que, antes que hoviesse turcos, antes que sonasse ni cesar ni alixandre ya por inmortal fama arreavan toda la Europa”-, y estas líneas son una muestra del nuevo tono que adquiere el “laude”.

    Vagad, que habla de “nuestra España”, de “nuestros hespañoles” –con una h inicial latinizante, de gusto humanista, para entroncar con la Hispania romana-, es el último de la serie de los que podemos considerar continuadores del ya lejano antecedente isidoriano y de su renovación por obra del Tudense. Con él esa pieza de nuestra historiografía medieval se extingue para dar paso a las nuevas formas de reglamentado énfasis propias de la literatura encomiástica que introduce entre nosotros, como producto netamente humanista, a partir de ese momento, el italiano Lucio Marineo Sículo (1460-1533). Los poetas del siglo XV, como Juan de Padilla, al cantar a “España la clara”, constituyen una fase de transición.
    Después el tema es reelaborado por los humanistas.

    Este tema tan particular del “De laude Spania” prueba la pervivencia de un concepto de España en nuestros historiadores y hace posible, a su vez, la concepción de España como un objeto historiográfico, según las condiciones a que empezamos refiriéndonos: un ámbito en el que a los hombres que en él existen les acontece conjuntamente alcanzar unos méritos, o poseer unos sentimientos, o encarnar unos valores, o, llegado el caso, sufrir una caída que debe hacerles llorar de dolor, como Turell quiere –“plora, doncs, Spanya”- hasta en los siglos siguientes. Ese concepto está en vigor en los siglos medievales y constituye a su vez un factor de viva acción sobre la idea política de España. Es conocido el fenómeno, y lo dicho hasta ahora nos lo muestra claramente, de la transposición del elogio de la tierra al plano de la comunidad humana poseedora de aquélla y, en consecuencia, su interiorización en el sentimiento de honor y de prestigio comunes que es propio del grupo y que constituye uno de los factores de configuración del mismo.

    En ese estadio se nos revela el “laus Hispaniae” contenido en el “Poema de Fernán González” (s. XIII) (31).

    Com ella es mejor de las sus vecindades,
    as(s)y sodes mejores quantos aquí morades
    omnes sodes sesudos, mesura heredades,
    desto por tod el mundo(muy) grran(d) preçio ganades.
    y ello da lugar a ese aspecto esencial del concepto de España –España como ámbito de honor-, del que nos ocuparemos en el último capítulo de este libro. Ese sentimiento nos permite hablar lícitamente de una “historiografía hispánica”, cualquiera que sea la dosis de particularismo de que tantas veces se ha acusado a nuestros historiadores y el comprobarlo así nos hará salvar a éstos de tal imputación, porque sus obras, de una u otra manera, se dan siempre en el marco general de la idea de España.

    Naturalmente, no pretendo llevar esta afirmación, en forma plena y total, hasta los primeros siglos de la Edad Media, entre otras razones porque apenas si puede hablarse de labor historiográfica con referencia a ellos. Es cierto que los dos llamados “Laterculi Regum Visigothorum”, utilizados por Flórez y por Villanueva y más recientemente por Mommsen, los epítomes perdidos hoy de los que habla como de obra propia el anónimo autor de la “Crónica mozárabe de 754”, más otro “Laterculus regum ovetensium”, le hacían decir al P. García Villada que “son un indicio de que no se interrumpió en modo alguno la labor isidoriana y nos abren la puerta para suponer con fundamento que tanto Alfonso III como el Albeldense, debieron de tener algún predecesor común (32). La sospecha de este trabajo de conservación de noticias del pasado, que no de otra manera podemos llamarlo, se había suscitado, incluso, mucho antes del mencionado artículo del P. García Villada y por vía también muy diferente.

    Fernández y González sostuvo que las referencias que se encuentran en textos de historiadores árabes prueban la existencia de fuentes cristianas diferentes de las conocidas y anteriores a ellas (33) y el argumento que hace años podía oponerse a la tesis, sosteniendo la incomunicación entre los historiadores árabes y los posibles historiadores cristianos del norte, hoy no tiene validez porque parece seguro que esa incomunicación no se dio según ha demostrado Barrau-Dihigo (34). La existencia de una historiografía cristiana anterior al ciclo de Alfonso III, se precisa cada vez más.
    Hoy se centra en torno a Alfonso II, que aparece en tantos aspectos como un efectivo restaurador, y Sánchez Albornoz ha llegado a concretar las razones que abonan la creencia en una Crónica primitiva, hoy desaparecida.


    LA CONTINUIDAD DELA HISTORIOGRAFÍA YLA VISIÓN HISTÓRICA DE ESPAÑA

    existió una historiografía (hoy perdida) anterior al ciclo de Alfonso III

    La continuidad de la concepción historiográfica, haciendo que unos relatos pasen a integrarse en las narraciones siguientes –hecho sólo posible cuando éstas se consideran referidas a un objeto que por su parte es también continuo- se ha traducido de tal modo en la permanencia de una labor historiográfica, que de ella ha derivado la posibilidad de reconstruir, en algunos casos, y en otros por lo menos precisar, la existencia de obras hoy desgraciadamente perdidas. De esta manera, Sánchez Albornoz ha llegado a la conclusión de una “Crónica latina asturiana” de la época de Alfonso II. Parte S. Albornoz de las concordancias, que no pueden explicarse por dependencia directa, entre la “Crónica Albeldense” y la “de Alfonso III” (ambas del siglo IX): se fija en el grupo de noticias de los primeros reinados asturianos que aparece en los anales gallegos y portugueses, según el tipo que ofrecen los primeros pasajes que encabezan el “Chronicon complutense” (987-1111), editado por Flórez; y hace especial hincapié en la relación que se observa entre las noticias de aquellas dos crónicas citadas y la obra de Al-Razi, tal como ha sido conservada por Al-Atir, a cuyo esclarecimiento tan fundamentalmente ha contribuido el propio Sánchez Albornoz, relación que, en la forma en que se da, tampoco puede derivar de una dependencia directa entre el escritor árabe, el monje de Albelda y el rey historiador, puesto que Al-Razi muestra no conocer bien más que hasta el reinado de Alfonso II, hecho inexplicable si la fuente de que se hubiera servido Al-Razi fuera una de las dos mencionadas Crónicas, ya que éstas recogen más extensamente los reinados posteriores al del Rey Casto.

    La circunstancia de que lo común entre “el moro Rasis”, la Albeldense y Alfonso III no sean noticias meramente analíticas, exige que se trate de una verdadera Crónica latina del tiempo de Alfonso II. Finalmente, el mejor latín de ciertos fragmentos de Alfonso III, así como la frase “ut supra dixi” que aparece en uno de ellos, sin conexión con lo que en el texto precede, hace pensar que se trata de trozos tomados de esa Crónica perdida. El ambiente cultural de la época, según observa Sánchez Albornoz, garantiza la posibilidad de esa labor historiográfica (35).

    La continuidad de esta labor respondería a la de la misma concepción histórica que servía, concepción histórica que, enlazando con la España visigoda, se encuentra testimoniada por el famoso propósito de conservar la tradición goda en el orden político y en el eclesiástico, como más adelante veremos. Y así debieron considerarlo los primitivos historiadores del ciclo de Alfonso III, los cuales, al servirse del legado historiográfico y goticista de Alfonso II y continuarlo, atribuyeron a este rey su renovación.

    Poco más podemos basar, en relación con nuestro objeto, sobre los indicios de esa probable Crónica perdida, cuyo contenido es difícil de precisar. Sabemos, sí, que en la “Crónica mozárabe” y en las Crónicas del período de Alfonso III se da inequívocamente el concepto total de España. Es más, Menéndez Pidal interpreta la Historiografía del reinado de Alfonso III como consciente y planeada continuación de la labor isidoriana.

    Según ello, la “Crónica de Alfonso III”, en cualquiera de sus dos versiones, es la correspondiente a una Crónica de España –es decir, a la “Historia de los reyes godos”, de San Isidoro-; mientras que la “Crónica Albeldense”, con las partes que en el códice preceden al cuerpo estricto de la Crónica, viene a ser como un epítome universal –en la línea del llamado “Chronicon” isidoriano-, en cuya línea general se inserta la historia española. Una y otra, acentuando la tesis de la herencia o de la continuación visigoda e hispánica, ocúpanse del aspecto cultural y de la organización política tanto como de la militar, con la pretensión manifiesta de mostrar que en las montañas de los cristianos se recogía la disciplina y la ciencia toledanas, a pesar de la protesta de Elipando contra Beato: “Nunca fue oído que los de Liébana enseñaran a los de Toledo” (36).

    coexistencia de la idea de España con el particularismo de algunas Crónicas

    Se ha hablado del particularismo de estas primeras Crónicas y de toda nuestra Historiografía medieval, en general, y ello parece innegable. Pero ¿qué quiere decir ese particularismo? Parece, efectivamente, como si desde la caída de la tradición antigua –dicho, claro está, en términos muy relativos y sin echar en olvido la conocida subsistencia de aquélla en la cultura de los nuevos pueblos germánicos- el espíritu humano fuera reduciéndose cada vez más en sus posibilidades de atender a un gran ámbito.

    Incluso los que pretenden continuar a los antiguos, como el Biclarense (s. VI), al perder el socorro de las fuentes legadas por aquéllos, automáticamente se limitan en su visión. Pero es más; al entrar en los siglos alto-medievales, ese achicamiento, ese particularismo se hace norma, hasta tal punto que el transgresor tiene que explicar y justificar su proceder. Por eso, cuando Richer, al terminar el siglo X, escribe su “Historia de Francia”, advierte que en su obra, “si alguna vez se refiere a detalles concernientes a otros pueblos, no lo hago más que incidentalmente y por no haberlo podido evitar” (37).

    Entre nosotros, la Historia Silense (s. XII) es la primera que formula una visión completa de España como objeto de la labor de los historiadores, aunque luego en ningún momento –salvo en el episodio de los godos- esa visión se proyecte sobre la ejecución de la obra: “Cum olim Hispania omni liberali doctrina ubertim floreret ac in ea studio literarum, fontem sapientiae sitientes, passim operam darent, inundavit barbarorum fortitudine, studium cum doctrina funditas evanuit. Hac itaque necessitudine incongruente, et scriptores defuere et Yspanorum gesta silentio preteriere” (38). Este párrafo inicial, que, escrito casi cuatro siglos antes de la renovación cultural del Renacimiento, podría pasar por la lamentación de un humanismo ilustrado contra la “gotica lues”, muestra un sentimiento de solidaridad en el honor y en el buen nombre del grupo propio, cuyo brillo se anhela, sentimiento que lleva a ver la historia, por lo menos en su enunciado, como una concepción total de ese grupo –los “gesta hispanorum”-, aunque luego no podamos encontrar en el texto que sigue la realización práctica de esa idea.

    Es necesario esperar a la llamada “Crónica latina de los Reyes de Castilla” (ca. 1230) o a los Cronicones catalano-aragoneses que brotan de los centros respectivos de Ripoll y Roda, representados especialmente por el “Chronicon Rivipullense”, el primero, y por el que Villanueva llamó “Alterum Chronicon Rotense”, el segundo, para encontrar abundantes noticias de las otras partes de la Península diferentes de aquéllas en que esos textos se escriben. Noticias más desenvueltas y ricas, claro es, en la “Crónica latina”, cuya forma es efectivamente la de una narración seguida y matizada que no en las secas anotaciones analíticas a que se atienen los mencionados Cronicones.

    Como programa expresamente formulado –lo que tampoco quiere decir que su desenvolvimiento sea rigurosamente ajustado a ello, ni mucho menos- la concepción historiográfica de España madura en las grandes obras que siguen inmediatamente a la “Crónica latina”. (No olvidemos el antecedente más próximo del Cronicón Villarense, señalado por Lacarra; mas lo que en éste se debe a un puro resultado de hecho, en las siguientes se debe a toda una concepción: nos referimos a la gran trilogía constituida por el “Chronicon mundi” (1236) de Lucas de Tuy, el de “Rebus Hispaniae” (1240) del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada y la “Primera Crónica general” o “Estoria de Espanna”, mandada componer por Alfonso X) en 1270.

    Basándose en una acertada observación de Amador de los Ríos, Cirot escribió sobre esta materia unas líneas cuyo recuerdo es interesante traer al presente. Según él, en la redacción de tantas obras históricas como tiene lugar a partir del siglo XIII, en las que, de manera más o menos sumaria, se trataba de comprender todo el pasado de España, “buscábase reunir para el lector, en un volumen relativamente reducido, la materia dispersa en innumerables escritos antiguos y modernos, y en crónicas especiales. Pero la idea, el deseo de la unidad histórica dominaba esta materia y trazaba, en cierta forma, el plan y los límites. Hay que hacer constar la influencia que en ello tuvieron los eruditos: de ellos procede, al parecer, la tendencia unionista que se constata muy tempranamente, mucho antes de la unificación de las nacionalidades o, por lo menos, de las monarquías españolas. Cuando los eruditos se remontaban a los orígenes, el gran recuerdo de Hispania venía a reconstituir retrospectivamente la unidad moral de la Península. Lo que ha existido alguna vez parece seguir existiendo, y cabe, por ello, pensar que para un castellano algo instruido de los siglos XIV y XV, Hispania no había dejado de existir.
    Los historiadores españoles estaban tan habituados a esta manera de ver que uno de ellos, Gonzalo de Hinojosa (s. XIV), según la traducción de Jean Goulain, se asombraba de que nuestros historiadores no obraran del mismo modo respecto a la Galia (39).
    Con todo, Cirot acentúa después el particularismo, en los mismos castellanos y, sobre todo, en los no castellanos, especialmente en los catalanes (40).

    Hay que observar, sin embargo, que la concepción histórica global de España no es cosa nacida por vía de erudición, la cual impusiera esta idea desde fuera, en un momento dado, sobre una situación política ajena a esa visión conjunta. Antes que el Tudense, como historiador, están Sancho III el Mayor, Alfonso VI, Alfonso I el Batallador, Alfonso VII y tantos otros, como actores del efectivo acontecer histórico.
    Es más, siempre había sido conocida la obra isidoriana y siempre se había conservado una viva relación con ella y a ninguno de los eruditos anteriores al Tudense se le había ocurrido utilizarla en el pleno sentido en que éste lo hizo, como tampoco ninguno sintió la necesidad de remontarse hasta entroncar con los primeros pobladores de esa Hispania constante.

    En uno y otro caso, es una idea histórica y, hasta si se quiere, política, la que plantea su exigencia a la erudición y de cuya ejecución se encarga ésta. Sólo así se explica la rápida y general maduración de esta manera de ver, que una simple novedad erudita no justificaría. Sólo las obras que van con las necesidades del tiempo alcanzan la aceptación de que gozó especialmente la obra del Toledano...

    (continúa)

  9. #9
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    Thumbs up Re: Origen medieval del sentimiento hispánico

    Gracias por acercar el texto, Maravall escribe como un dios, de mayor quiero ser como el
    El hombre que sólo tiene en consideración a su generación, ha nacido para unos pocos,
    después de el habrán miles y miles de personas, tenlo en cuenta.
    Si la virtud trae consigo la fama, nuestra reputación sobrevivirá,
    la posteridad juzgará sin malicia y honrará nuestra memoria.

    Lucius Annæus Seneca (Córdoba, 4 a. C.- Roma, 65)

  10. #10
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    Re: Origen medieval del sentimiento hispánico

    (de José Antonio MARAVALL su obra “El concepto de España en la Edad Media”)

    (…) LA OBRA DE LOS GRANDES HISTORIADORES DEL SIGLO XIII.
    LA HISTORIOGRAFÍA CATALANA Y CASTELLANA EN LA BAJA EDAD MEDIA.
    LA IDEA DE UNA HISTORIA ESPAÑOLA.

    La obra del Tudense renueva el sentido hispánico de nuestra historiografía, aunque sea un poco por yuxtaposición, al entroncar materialmente con la labor isidoriana, reproduciendo a San Isidoro en el libro I de su Chronicon. La segunda de las grandes obras que antes mencionamos, la “Historia” del Toledano, dota sistemáticamente a ese objeto histórico que es España de una continuidad que no se quiebra desde los orígenes hasta su momento presente. Desde entonces, España aparece como un todo en el tiempo, como un largo proceso seguido, que tiene un mismo comienzo y un desarrollo común.

    Ser españoles no es sólo, desde la gran creación del Toledano, habitar un mismo suelo, ni siquiera tener un lazo de parentesco con la comunidad actual de gentes, sino, a través de un largo desenvolvimiento, venir de una fuente única de la que incluso procede, para cuantos derivan de ella, el nombre común de españoles. Las leyendas e invenciones con que el Toledano construyó el sustrato remoto de la historia común de esos españoles se difundieron por todas partes. Por esta razón, se hace general en nuestros historiadores esa manera de componer sus obras, que consiste en presentar la primera parte de su narración unitariamente, desde los orígenes hasta los godos, abriéndose tras éstos, con la invasión árabe, un paréntesis que, por su propia condición de tal, postulaba que un día había de ser cerrado.
    Creo, sinceramente, que la gran figura del navarro-castellano Jiménez de Rada es uno de los factores de integración de la unidad moderna de España.

    Esta concepción histórica que el ilustre arzobispo expande, a causa de la irradiación de la influencia de su obra por toda España, da su primer fruto en la “Primera Crónica General”, con la que esa nueva visión historiográfica se solidifica. Alfonso X explica ese nuevo planteamiento de la historia: “Ca esta nuestra historia de las Espannas general la levamos, nos, de todos los reyes et de todos los sus fechos que acaescieron en el tiempo pasado, et de los que acaescen en el tiempo present en que agora somos, tan bien de moros como de cristianos et aun de judios si y acaesciere (41). Antes ha dicho que se ocupará de los reyes de Castilla y de León, de Portugal, de Aragón y de Navarra.

    No cabe duda de que es mucho más que una razón de espacio o de proximidad la que lleva a hacer pensar que pueda escribirse y que efectivamente haya que escribir una historia conjunta de todos esos reyes y, en cambio, de ninguno de los otros que estén fuera de esa comunidad cuyo vivo sentimiento se nos revela en esa misma manera de ver. Sin embargo, esos reyes estaban entre sí tan separados, desde un punto de vista formal o legal, como pudieran estarlo cada uno de por sí respecto a los reyes de ultra puertos. ¿Por qué, pues, ese lazo?
    ¿Por qué constituían un ámbito unitario desde el punto de vista de la labor historiográfica?

    Francamente me arriesgo a afirmar que porque se hacía luz una honda realidad de la que, con todo, hasta ese momento no se tenía clara conciencia, y que, dado el precedente estado de postración de las letras, no había podido ser alumbrada convenientemente: la comunidad de un grupo humano que aparece conjuntamente como objeto de la mirada del historiador. Esto no se había podido manifestar antes porque, sencillamente, la labor del historiador se reducía, primero, a prestar atención tan sólo a los reyes –aparte del caso de los santos con la hagiografía- y todo lo que estaba a su alrededor se minimizaba, a la manera de esos escultores y pintores románicos que representaban diminutos a los apóstoles y más aún a los demás hombres junto a un Cristo de grandes dimensiones. Relativamente pronto, es cierto, grandes personajes suscitan historias particulares, como Gelmírez la “Historia Compostelana” o el Cid la “Historia Roderici”.

    Sólo más tarde, en ese fecundo siglo XIII, se cae en la cuenta, aunque sea mínimamente, de ese nuevo protagonista histórico que es el grupo como tal, el pueblo. Por eso entonces, y no antes, aparece Hispania como objeto historiográfico, y con ella los “hispani”. En una interesante enunciación de la materia historiográfica que hace el mismo Alfonso X –y la coincidencia apoya nuestra interpretación- aparece ya citado ese nuevo personaje colectivo, en una posición aun muy modesta; pero, con todo, atribuyéndosele un lugar propio: “Et fizieron desto muchos libros que son llamadas estorias e gestas en que contaron de los fechos de Dios y de los prophetas, e de los santos, et otrosí de los reyes, et delos altos omnes e delas cavallerías e delos pueblos” (42).

    Es esta nueva visión del pueblo la que permite extender la concepción historiográfica más allá de los alrededores de un rey. No hace falta decir que la palabra “pueblo” no tiene ni lejanamente el sentido moderno, pero no deja de ser una comunidad, con algo que la une y algo que la separa de las demás. Esto quiere decir que no a todos los pueblos les acontece lo mismo; por tanto, que tiene cada uno su historia propia y que la labor del historiador, para ser completa, ha de extenderse al ámbito entero del que le ocupa.

    No quiere sostenerse con esto que desaparezca, ante esta idea nueva, la manera anterior de hacer historia, en tanto que relato de los hechos de los reyes. Es frecuente, en cualquier orden de actividad humana, que de una imperfección salga precisamente una norma, un principio que se formula como rector en la esfera de esa actividad. Y así es como de la precedente insuficiencia en la labor de historiar, que no presta atención más que a lo que los reyes atañe, se desprende un principio que forma parte de la preceptiva a la que debe someterse el historiador…

    A estos tres historiadores, el Tudense, el Toledano y Alfonso X, sobre todo al segundo, se debe la expansión por la Península de la nueva concepción. Por la inmediata influencia de ellos y singularmente, en gran desproporción a su favor, por la del arzobispo Jiménez de Rada, aparecen en todas partes manifestaciones de una historiografía española, cuyo objeto propio es España, cualquiera que sea el más o menos valioso resultado que en la ejecución de la obra se consiga, cualesquiera que sean las desviaciones en que se incurra, debidas a mayor o menor torpeza en el desenvolvimiento de aquella idea inicial o por otras razones.

    Sánchez Alonso da la noticia de que, según Hogberg, en la Biblioteca Real de Estocolmo se encuentra un manuscrito que contiene una versión romance del Tudense, probablemente de fines del XIII o principios del XIV, que por los rasgos del lenguaje parece de procedencia catalana-aragonesa (44). La difusión e influencia del Tudense fue oscurecida por la del Toledano, a través del cual pasa aquél. Existe también, de Lucas de Tuy, una versión castellana tardía, publicada por Puyol (45), que prueba la directa utilización de la obra hasta fines de la Edad Media, lo que confirma el hecho de que determinados pasajes de Sánchez de Arévalo procedan de aquélla como fuente inmediata.

    De la “Primera Crónica General” parte una serie de refundiciones, la cual es hoy bien conocida merced a las investigaciones del maestro Menéndez Pidal (46). Gracias a ella, la concepción historiográfica alfonsina, con los caracteres que hemos dicho, no se pierde, aunque sufra algún eclipse transitoriamente. El mismo M. Pidal estudió las versiones portuguesas de la “Crónica General”, que derivan, no de su versión primitiva, sino de la por él llamada “Crónica del año 1344”.
    Lo curioso es que estas versiones portuguesas, aunque sus variantes muestren que son independientes entre sí, coinciden en un especial interés por la historia castellana más reciente, prolongándose hasta los reinados posteriores (47).

    En manos de Pedro IV de Aragón estaba la “Crónica Alfonsina”, y a ella se refiere, tal vez, cuando, junto a otros libros de Historia (Tito Livio, Plutarco, una crónica de Grecia y un libro sobre los Emperadores), cita una “Chronicam magnam Hispaniae” (48). El hecho de que Pedro IV fuese buen aficionado, y aun traductor de algún fragmento, de otras obras de Alfonso el Sabio y, sobre todo, la circunstancia de que esos libros habían pertenecido al maestro Fernández de Heredia (1310-1396), que tan ampliamente se sirvió de la Crónica alfonsina, permiten aventurar esa identificación. Con todo, puede tratarse de la propia Crónica de Fernández de Heredia, y el caso es casi igual, puesto que esta Crónica, directamente, pertenece a la familia de las derivadas de la Historia de Alfonso X.
    Incluso los historiadores hispano-musulmanes conocen y utilizan la “Primera Crónica General”, de la que se ha podido señalar la existencia de una traducción al árabe, estudiada por el P. Antuña (49).

    historiografía catalana y castellana en la baja edad media

    De la “De Rebus Hispaniae” (de Jiménez de Rada) hay una abundante serie de versiones parciales o completas, más o menos interpoladas, de abreviaciones, de adaptaciones y de continuaciones, que se prolongan a reinados posteriores de los que esa Historia comprende. Y hay, finalmente, un gran número de obras que han recogido muchos de los elementos que aquélla ofrece. Todo ello en leonés, castellano y catalán (50).

    Massó Torrents señaló y dio interesantes datos, por lo que al catalán se refiere, de muchos de los casos de esa influencia del Toledano. De su estudio destaca la “Crónica de Espanya”, de Ribera de Perpejá, y la versión extractada de los seis primeros libros de aquél, titulada “Crónicas de mestre Rodrigo de Toledo”, continuada hasta el XV (51). Barrau-Dihigo hizo observar que la primera parte del prólogo de los “Gesta Comitum Barcinonensium”, y también otros muchos pasajes del texto de la misma obra, proceden del “De rebus Hispaniae”, influencias que se dan no sólo en la redacción latina definitiva, sino, en parte ya, en la primitiva (52).

    Creo que en estrecha relación con esto se halla la concepción de España que se revela en los “Gesta”, a la que volveremos a aludir a lo largo de nuestras páginas. En esta gran creación historiográfica catalana que es la redacción definitiva de la Crónica en cuestión, España y sus varios reyes aparecen en una vinculación de la más íntima familiaridad, distinta por completo del tono de cosa extranjera que presenta cuanto se encuentra más allá de los Pirineos –de ahí la ardiente polémica con los galos, de tan distinto carácter en comparación con las que se consideran disensiones de Alfonso II o de cualquier otro rey catalano-aragonés, con “los otros reyes de España”, discordias fraternales que en los “Gesta” no alcanzan nunca a los pueblos; de ahí, también, que dejando aparte los Reyes y Condes de la tierra, sólo para los reyes de Castilla hay calificativos, como algo que interesa y que por ser próximo y en cierta medida propio, exige opinión (en el texto catalán se les llama reiteradamente, el gran, el noble, el bo). Y creo que esta concepción de España venga del Toledano, en la medida en que éste haya podido fortalecerla, mas no en el sentido de que él sea la causa, puesto que hay que observar que si se utiliza el Toledano es porque la concepción histórica previa de que se partía lo hacía así posible, y aun lo exigía.
    La influencia de una obra es, por lo menos al empezar, más bien efecto, que no causa, de una situación social.

    Un excelente estudio de Coll y Alentorn precisó los varios e importantes puntos en que la “Historia” del arzobispo don Rodrigo repercutió en la “Crónica” de Desclot, debiendo tenerse en cuenta que, por lo menos indirectamente, los elementos que en esta última proceden de Ribera de Perpejá hay que ponerlos también en la cuenta de aquél, del cual el trabajo de Ribera, como llevamos dicho fue una adaptación (53). En otro estudio enumera el mismo Coll las obras en las que la influencia del Toledano se observa, y a las ya indicadas añade la “Crónica Pinatense” o “Crónica dels reys d’Aragó e comtes de Barcelona” –la cual ,como ya vimos antes, postula expresamente ser completada por las crónicas castellanas, a las que de forma explícita remite- y las obras de Doménech, Francesc, Tomich, Marquilles (54).

    Encuentro todavía un recuerdo del Toledano en la “Passio Sancti Severi episcopis barcinonensis”, que figura en un breviario impreso en Barcelona en 1540, y que fue publicado por Flórez (55). Todavía en su prólogo se utiliza el que puso el Toledano al frente de su “Historia gótica”, expresión de la teoría historiológica de la baja Edad Media: “Fidelis antiquitas et antiqua fidelitas, primaevorum doctrix, magistraque posterum” (56).
    Esta idea, en el fondo, es antigua y se recoge en el momento en que los que escriben los recuerdos del pasado superan la forma analítica y aun cronística de los primeros siglos medievales, para volver a hacer Historia. Por eso se encuentra ya en la “Historia Compostellana” (57); pero es del arzobispo don Rodrigo de donde arranca su renovación y transmisión en la forma concreta que hemos citado.

    El interés de la difusión del Toledano no está en préstamos singulares –cuyo inventario en las obras de los historiadores posteriores sería inacabable-, sino en una influencia más de conjunto. En el último estudio suyo que hemos citado, Coll escribía: “El arzobispo Rodrigo… atraía por primera vez la atención de los catalanes hacia los episodios, ciertos o imaginarios, de nuestra Edad Antigua”. Es decir, proporcionó a todos la visión de una continuidad, y sobre esa base se va a construir la historiografía en los distintos reinos peninsulares. Por el lado de Castilla, la Historia de España de Alfonso X y la secuela de Crónicas generales que derivan de ella son su fruto.

    Por el lado de Cataluña, aun a trueque de repetirnos en parte, veamos cómo presenta el tema tan experto conocedor del mismo como lo es Jorge Rubió: terminada en el año 1243, rápidamente la Historia del arzobispo Rodrigo “fue no sólo conocida, sino adaptada a Cataluña”; fue traducida y arreglada en catalán en el siglo XIII, se seguía utilizando y fue interpolada en el XIV y se empalmó con la Historia de los Reyes-Condes de Barcelona, que en unas versiones llega hasta el rey Martín y, en otras, hasta Alfonso V. “Por tanto, las historias del arzobispo fueron utilizadas como soporte de una historia de Cataluña”. Cuando se trata de hacer de la Historia una cosa más completa que una simple cronología, la idea inspiradora se basa en el prólogo de don Rodrigo y el estímulo de éste repercute aún en la gran obra historiográfica de Pedro IV, no sólo prestando materiales, sino hasta la concepción de una verdadera Historia general, muy alejada del viejo cronicón y superior a él (58). Ello inclina, pues, en todas partes, a nuestros historiadores hacia la concepción de una continuidad y comunidad de la historia peninsular.

    Tenemos un testimonio fehaciente de cómo es vista la obra del Toledano y del interés que en ella se pone. Tomich escribe este párrafo: “Segons alguns savis philosophs han scrit en especial lo gran Archabisbe Toledà que molt treballaba en scriure veritat de les historias spanyolas, lo primer poblador de Hispanya fou Thubal” (59). Tomich busca, pues, en él –y vemos la elevada estimación que su obra le merece –la “historia espanyola”.
    La Historia de Cataluña se escribe, como la de las restantes partes, sobre el tronco de la historia de España.

    Es cierto que en un momento dado los historiadores catalanes –y esto viene también del Toledano- establecen una relación con la historia franca, concretamente con el episodio carolingio. Se trata de un injerto en el tronco español. Y significa lo mismo que la referencia a los romanos, por ejemplo, en todos los historiadores españoles.

    Veamos cómo se presenta el hecho en Turell –por elegir uno de los menos claramente hispánicos, aunque en definitiva no lo sea menos que los demás-. Se ocupa, nos dice, de cuatro grandes temas: población de España, reyes de España y Francia y condes de Barcelona (60). La referencia a los reyes francos se contrae a los orígenes de Carlomagno, a éste y a Luis el Piadoso, para enlazar con la restauración cristiana de la propia tierra. ¿Por qué, en cambio, presentar la línea de los reyes de España? Porque es el tronco al que corresponde esa rama restaurada. Y por ello, Turell, desde el punto de vista humano, se ocupa sólo de la población de España; y este último es, naturalmente, nombre de una tierra, pero de una tierra con una misma historia de población, lo cual no deja de ser decisivo para su concepto (61).

    Este esquema es normal en cuantos ejemplos de una historia completa de Cataluña se producen, desde la Crónica Pinatense, a Tomich, a Turell –aunque sea de todos el menos favorable a nuestra tesis-, a la obra anónima que el conde de Guimerá, poseedor del manuscrito, llamó “Memoriales historiales de Cataluña” (62), y a cuantos con carácter análogo citó Massó.

    Esto lleva consigo el desarrollo de un sentimiento de honor de la propia historia conjunta, de la historia de España que afirmativamente se quiere conservar y realzar. En este sentido los testimonios de los historiadores catalanes son sumamente expresivos y toman un aire de empeño honroso y hasta polémico. La Crónica llamada “Sumari d’Espanya”, del pseudo-Berenguer de Puigpardines –escrita, contra lo que apócrifamente se asegura en su texto, durante la segunda mitad del XV-, se declara compuesta por el acicate de querer exaltar esa historia del tronco común, a la vez que de la rama particular catalana; es a saber, por la razón de que “los actes seguits en Espanya hi en lo principal de Catalunya se van oblidant, posat ni haja alguns llibres”, en los que la noticia de esos hechos se conserve (63).

    Sólo un sentimiento de implicación en su existencia, en su destino, puede llevar a esforzarse por evitar que no se tengan presentes los hechos de España. Y no es este el único caso. Más enérgico aún es el propósito, y más solidaria aún su fundamentación, en el anónimo autor del “Flos Mundi”.
    Se lamenta de que la “Historia de Spanya”, por haber estado en manos de extranjeros, no se haya hecho, como era de esperar, más que superficialmente: “Yo empero, qui son spanyol, texiré e reglaré la dita istoria” (64).

    Todavía el estudio de Massó Torrents nos permite recoger unos datos secundarios que tienen interés innegable. Escrita en la primera mitad del XV (la dedicatoria se fecha en 1438), la obra de Tomich se conoció con el título de “Histories y conquetes del reyalme d’Aragó e principat de Catalunya”. Sin embargo, uno de los manuscritos conservados que Massó estima de fines del XV, comienza así: “Esta es la taula del present libre lo quall es appellat les Conquestes despanya, en lo qual libre resita largament tots los actes fets per aquells gloriosos comtes… etc.”.

    Y otro manuscrito de la misma obra, algo posterior a juicio del mismo erudito, se titula “Les Histories de Espanya”. Ello nos hace advertir que el sentido hispánico de la obra no escapaba a las gentes de la época y, por otra parte, que un texto que se ocupaba preferentemente de Cataluña y de sus condes-reyes se consideraba propio llamarlo Historia de España. Este último hecho se repite en el “Dietario de un capellán de Alfonso V”, que empieza bajo la rúbrica “Canoniques (es decir, crónicas) de Espanya dels Reys de Aragó e dels Comptes de Barcelona (65).
    (continúa)


  11. #11
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    Re: Origen medieval del sentimiento hispánico

    (de José Antonio MARAVALL, en su obra “El concepto de España en la Edad Media”)

    LA HISTORIOGRAFÍA CATALANA Y CASTELLANA EN LA BAJA EDAD MEDIA LA IDEA DE UNA HISTORIA ESPAÑOLA.

    …historiografía catalana y castellana en la baja edad media (cont.)

    (…) Naturalmente, todo esto se realiza con vacilaciones, con insuficiencias graves, con faltas de sistema, defectos comunes a toda la labor historiográfica medieval, dentro y fuera de España, con olvido frecuente del plan enunciado y con reincidencias prolongadas en manifiesto particularismo. La herencia de éste se arrastra, como dijimos, desde los orígenes de la Edad Media y en todas partes se conserva largo tiempo, de modo que la vida social entera del Medievo, en su desarrollo, es la historia de la superación del pluralismo particularista. Pero esto no puede entenderse si no se advierte que sobre él planea y es su esencial reverso, una idea de totalidad.

    No se entiende, como efectivamente no se ha entendido en más de un caso, la historia del régimen feudal sin la idea del Imperio; no se comprende, y ciertamente las faltas de comprensión han sido graves en muchas ocasiones, nuestra pluralidad medieval sin la instancia superior de España. Hemos citado antes unas breves palabras del “Sumari d’Espanya” atribuido a Puigpardines que, completadas con las que les siguen, se nos permitirá repetir: pretendiendo hacer creer que escribe en tiempos de Ramón Berenguer III –sabido es que falsamente-, afirma que este príncipe pensó que, puesto “que los actes seguits en Espanya hi en lo principat de Catalunya se vant oblidant, posat ni haja alguns llibres, pero per quant lo dit senyor volria que fosse en memoria, principalment los actes de Catalunya”, de donde queda claro el carácter que estos últimos tienen de parte –“principal”, como es propio, dado el ángulo visual en que está colocado el autor-, de los hechos de España. Los “fechos de España”, los “fets d’Espanya”, constituyen una experiencia histórica común y general, dentro de la que se articulan las demás, y de la cual cabe alcanzar un conocimiento válido en los asuntos que atañen a varios reinos.
    En la “Crónica de Jaime I”, el rey de Navarra dice al de Aragón: “Rey, en los fets d’Espanya tinch jo molt a saber” (66).

    La tensión entre este doble aspecto de totalidad y de particularidad no desaparece en ningún momento de la Edad Media; tal vez, por completo, no desaparecerá nunca. Por eso, junto a la línea alfonsina de las Crónicas generales se dan las reincidencias en el particularismo, más de una vez.
    Por eso, también, el canciller López de Ayala, que quiere mirar hacia lo que pasa fuera de la tierra de los reyes cuyos reinados relata, se considera obligado a dar una explicación. Es cierto que nos presenta el hecho como una práctica habitual y en parte, dada la época en que escribe, tiene ya razón. Pero ello mismo indica cómo la tensión con la tendencia particularista no había desaparecido todavía... (67).

    Ahora bien, en el orden de los hechos, a pesar del particularismo real que se da en la vida medieval y aunque, desde un punto de vista jurídico-formal, la separación que se da entre los reinos peninsulares pueda ser igual a la que cada uno de ellos mantiene respecto a los reinos ultrapirenaicos, sin embargo, las relaciones entre sí de sus reyes y entre éstos y los súbditos de los otros reyes vecinos son muy distintas de las que unos y otros sostienen con reyes y reinos de fuera. Paralelamente, en el orden de la historia que se escribe, y a pesar también de ese particularismo historiográfico que hemos señalado, es absolutamente diferente la posición en que, en las crónicas castellanas y catalanas, aparecen los otros grupos peninsulares, de aquélla en que se muestran los pueblos extra-hispánicos.
    A este resultado se llega por diferentes lados:
    - por la narración de empresas comunes, cuya importancia vital no se corresponde nunca con nada parecido en casos de participación en hechos de más allá de los Pirineos;
    - en la estimación de un interés común que se observa hasta en los que no participan en ciertas acciones, al ser éstas desarrolladas tan sólo singularmente por uno de los reinos peninsulares;
    - en la frecuente referencia a dificultades surgidas del impedimento de consanguinidad en las relaciones matrimoniales de reyes, grandes y poderosos;
    - en la tendencia a salvar a los pueblos de la responsabilidad por guerras promovidas por algunos reyes contra sus vecinos particulares;
    - en el carácter episódico y de rencilla doméstica con que la hostilidad recíproca se manifiesta en los casos de estas guerras internas;
    - por la frecuencia con que determinadas situaciones importantes –de peligro, de necesidad de defensa, de misión frente a los de fuera, de compromiso de honor o, en general, de comunidad en el acontecer histórico-, se proyectan sobre el ámbito total de España, reiteradamente la aparición de un rey u otro personaje de los restantes reinos produce en el cronista juicios calurosos dictados como por un sentimiento de cosa propia, favorables o adversos.

    Cualquiera que haya frecuentado simultáneamente las crónicas castellanas y catalano-aragonesas, ha sacado la impresión de una proximidad familiar entre ellas que nada tiene de semejante en las referencias a gentes o tierras extrapeninsulares. Puede hallarse respecto a todo esto, claro es, alguna excepción, como sucede, por ejemplo, en cierta partes de la “Historia Compostelana”; pero en este caso se da la coincidencia de ser un texto debido a un autor extranjero. El conjunto de nuestros historiadores medievales responde a ese sentimiento, sobre todo desde el momento en que la labor del historiador adquiere un desarrollo literario que permite plantear respecto a ella problemas de tal condición, esto es, en Castilla desde la “Crónica latina”, en Cataluña desde los “Gesta Comitum”.

    Un testimonio interesante en relación con la materia que estudiamos es el que nos proporciona el ya citado “Libre de feyts d’armes de Catalunya”. Presentada como escrita por un cierto Bernat Bordes y como terminada en 1420, en realidad es obra compuesta en el siglo XVII por un clérigo de Blanes, Juan Gaspar Roig, falsificador tan inteligente que su engaño, a pesar de la crítica caída sobre los falsos cronicones en los últimos siglos, no ha sido descubierto hasta fecha reciente, como llevamos dicho. Pues bien, en esta obra, dentro de una relación familiar constante con aragoneses y castellanos, sólo en tres momentos se manifiesta una oposición a estos últimos –episodio de Alfonso el Batallador, guerra de los dos Pedros y cuestión de la sede primada-, tres temas de oposición que lo serían igualmente hasta entre las partes más íntimamente relacionadas de un todo indiscutible.

    Pero aun contando con que la guerra interna y las enemistades que de ella nacen son fenómenos constantes en toda la Edad Media europea, escribe Coll, de cuyo estudio tomamos esta observación, que “en aquest cas l’historiador té cura de descarregar de responsabilitat els castellans i de carregar-la damunt llur rei” (68).
    En cambio, sigue diciendo Coll, no hay más que animadversión para los franceses, griegos, genoveses y sarracenos. Y lo interesante del caso no está en las opiniones del falsificador Roig, en cuanto tales, sino que lo especialmente significativo de su obra radica en lo siguiente: Primero, que escribiendo en tales tonos considerara el pseudo-Boades que podía hacer pasar su mixtificación como una obra auténtica del siglo XV; y segundo, que esto no haya chocado a nadie, como cosa rara, hasta nuestros días.

    Por otra parte, confirma lo anterior algo que en otro lugar observaremos en diferentes textos históricos. Son cosas absolutamente diferentes la oposición momentánea entre partes, cuando en ellas surge una colisión episódica de intereses, a la hostilidad permanente, sólo posible frente a pueblos extraños. Esta última es la que se observa contra las tierras y reinos del otro lado de los Pirineos, “les parts de França Narbonea que sempre e tós temps és stada mala vehina de Spanya” (69). Señalemos el empleo en esta frase –que tampoco ningún erudito moderno había juzgado imposible de escribir a comienzos del XV- de la palabra España, no precisamente como un concepto geográfico, sino como una indiscutible unidad política, capaz de un interés conjunto frente al permanentemente contrapuesto de la tierra que siendo vecina, pertenece a entidad política diferente

    la idea de una historia española

    La existencia de la línea historiográfica hispánica, tal como hemos de tratado de ponerla de manifiesto, desde la redacción de la “Estoria de Espanna”, mandada componer, revisada y corregida por Alfonso X (70), no ofrece problema alguno en la zona castellana. De la etapa que precede la obra de Alfonso el Sabio ya nos ocupamos antes. Del período que la sigue, la obra de Sánchez Alonso que, como compilación informativa ha anulado, a este respecto, los trabajos anteriores, proporciona abundantes datos sobre la materia.

    Hay que hacer observar en el siglo XIV castellano un cierto recrudecimiento de particularismo e incluso algunas de las obras cuyos títulos, no siempre dados originariamente por el autor, hacen referencia a España, se ocupan sólo de alguno de los varios reinos peninsulares. Esta circunstancia y algún otro testimonio análogo pueden llevar a la impresión de una tendencia a la apropiación exclusiva, por el lado castellano, del nombre de España, tendencia a la que correspondería paralelamente la que parecen señalar los títulos que algunos manuscritos dan, según llevamos visto, a la obra de Tomich. Pero esta impresión se anula si se tienen en cuenta tantas otras pruebas de que lo que existe es, propiamente, la pretensión de asumir la representación principal, no exclusiva, del todo hispánico.

    Por otra parte, para nuestro objeto, tiene un valor secundario la posible disminución en número o en importancia de las Crónicas generales, porque en la Crónica particular de un reinado o de un personaje, los hechos narrados pueden aparecer articulados sobre un fondo hispánico, de manera más decisiva e intencionada, según las características que antes hemos señalado, que en una Crónica general; ejemplos particularmente valiosos de ello son las magnas crónicas de López de Ayala y de Muntaner.

    De todos modos, desde fines del XIV, los ejemplos de historias de amplitud hispánica se suceden: Alonso de Cartagena, Sánchez de Arévalo, Diego de Valera y algunos otros, con logro más o menos fiel y cumplido, pretenden elevarse a ese enfoque general. Y la rica tradición alfonsina da, fuera del marco de Castilla, dos obras del mayor interés para nosotros: la Crónica del obispo de Bayona, Fray García de Euguí, y la del gran Maestre de Rodas, Fernández de Heredia. En qué medida otra famosa Crónica, navarra también como la primera de las dos que acabamos de citar, la del Príncipe de Viana, se contiene dentro de un neto encuadramiento hispánico tendremos ocasión de comprobarlo en numerosas referencias posteriores.
    No parece admisible incluir, en la línea de estas obras, tratando de completar con ellas lo antes dicho sobre la literatura historiográfica catalana, el llamado “Libre de les noblesses dels Reys”, contra lo que Cirot afirma, si nos basamos en el minucioso análisis de esa obra que dio Coll Alentorn (71).

    Esa línea de pensamiento, cuyo origen arranca de Idacio (siglo V), al haber fijado éste su atención de historiador en el marco peninsular de Hispania, cuya consolidación se alcanza rápidamente con Juan de Biclaro (s. VI), después de un largo proceso en el que esa intuición fundamental no se pierde nunca, sino que se va gradualmente enriqueciendo, culmina con la obra de otro obispo de Gerona, como lo había sido el Biclarense: Juan Margarit (s. XV).
    Lo que de su plan llegó a dejarnos realizado Margarit es suficiente para poder afirmar que aquél entrañaba la más plena concepción de la Historia de España que se hubiera dado, superada después en cuanto a su ejecución desde el punto de vista de la crítica histórica, pero no en el aspecto de su total visión hispánica.

    Contemplando desde fuera la obra de nuestros historiadores medievales, un excelente conocedor de nuestras letras, Entwistle, al par que sostenía la existencia de una verdadera “historiografía española” en la Edad Media, llegaba a caracterizarla de la siguiente manera: En cualquier historiador de allende el Pirineo se pueden encontrar datos sobre hechos españoles, pero al tratar de ellos “los cronistas castellanos, catalanes y portugueses se ocupan, cada uno de por sí, de una cuestión doméstica. Y sucede de este modo porque más allá de los intereses particulares de Castilla, Cataluña y Portugal, todos los cronistas conservan una entidad más amplia, España, o si se quiere, las Españas”. Dentro de esa comunidad se mueven también los historiadores arábigo-españoles, con caracteres, por otra parte, tan próximos a los de la restante historiografía española y tan diferente de los de los otros historiadores árabes: por ejemplo, como Dozy señaló, los egipcios. Y, en consecuencia, sostiene Entwistle, no hay otra historiografía europea que presente en la Edad Media un conjunto como López de Ayala, Muntaner, Fernando Lopes y Aben Jaldún (72).

    En un estudio general sobre nuestros cronistas medievales, Russell, según él mismo advierte, aplica las características comunes de la Historiografía de la Edad Media, tal como se muestran en el libro de Lane Poole “Chronicles and Annals”, a las obras españolas, extremando las conclusiones de aquél (73). En el estudio de Russell habría que revisar más de un punto. De las cuatro líneas historiográficas que señala: la de la tradición cristiano-clásica, la monástica, la de los escritores árabes y la de las Crónicas reales, Russell la que conoce mejor es la última.

    Todas ellas aparecen integradas, según él, en el cuerpo de una verdadera historiografía española, y ello tiene innegable interés, muy particularmente en relación con la última parte de su estudio, que es la más valiosa. Esto nos permite comprobar que no sólo por su ámbito, sino por su fundamental actitud, por su evolución y por sus características comunes, existe esa historiografía española, lo que reafirma, desde otro punto de vista, nuestra tesis. Porque, en definitiva, si existe una historiografía española, existe también, como el cronista catalán Tomich la llamó, una “Historia española”.

    Pero si en este caso, como en cualquier otro, la historia es posesión de un pasado común, es también proyección de ese pasado hacia delante y entraña, constitutivamente, incluso una cierta elección de ese futuro. Cuando, siguiendo el desarrollo sistemático de nuestro plan, nos ocupemos, en el capítulo correspondiente, de la idea de Reconquista, nos encontraremos con esa nueva dimensión que España, como realidad histórica, presenta. Y precisamente, en la Edad Media, ese carácter proyectivo, dinámico, del concepto de España, resulta muy intensamente acusado.
    La imagen de una historia en marcha pocas veces se habrá dado con tal claridad y generalidad como en nuestra Edad Media.

    Pero hemos de hacer aquí todavía una observación. En relación con el sentido proyectivo de la vida política, como de todo cuanto es existencia humana, se produce en la baja Edad Media un fenómeno especial: el desarrollo de corrientes de profetismo. Dentro de la atmósfera espiritualista, más o menos teñida de heterodoxia, que se da ampliamente en aquella época, surgen unas oscuras creencias proféticas que, nacidas en Europa, penetran en el área de la Península Ibérica (74).

    Llama la atención, por de pronto, el hecho de que esa penetración tenga lugar sobre toda España, en fechas próximas y con características muy parecidas (75). Pero, además, es notable que en esas profecías se dé con la mayor frecuencia una visión total de España, y a España, como entidad histórica dotada de un mañana único, se refieren muchas de ellas, entrelazando los diferentes reyes y las gentes de sus varios reinos en una misma responsabilidad de futuro y en un mismo destino. Se trate de Castilla o se trate de Aragón y Cataluña, lo que está constantemente en juego es España.
    Así puede comprobarse en algunas de las que ha estudiado Bohigas, no sólo cuando tales profecías se refieren a los Trastamara aragoneses, sino, con anterioridad, en alguna alusiva a Pedro III el Grande (76).

    En el lado castellano, unos de los ejemplos de mayor interés se encuentra en la aplicación, por el canciller López de Ayala, de las profecías de Merlín, famosas en la época, al desdichado reinado de Pedro I, de tal modo que, siendo éste un rey particular castellano, lo profetizado en torno a su figura repercute y se proyecta sobre toda España (77). Lo mismo puede decirse respecto a aquel de los pseudo-profetas que, al final de la Edad media, influyen más entre nosotros: Juan de Rocatallada (78).

    Este tipo de profetismo penetra desde muy pronto en las mismas cortes reales. Considerándose personalmente aludido, la visión de un fraile minorita le lleva a creer a Jaime I, según le atribuye su Crónica particular, que “un Rey ho ha tot a restaurar y a defendre aquell mall que no vinga a Espanya” (79). Ese “tot” es, sencillamente, toda España.
    Probablemente, en las profecías que cunden por la península desde fines del siglo XIII, se encuentra formulada, por primera vez, la aspiración a una restauración de la unidad española. Textos recogidos por Morel-Fatio, de los que nos ocuparemos más adelante, son claramente expresivos a este respecto.

    España es, para nuestros historiadores medievales, una entidad humana asentada en un territorio que la define y caracteriza y a la cual le sucede algo en común, toda una historia propia. Para indagar cuál sea el concepto de España en la Edad Media hemos de resolver, si ello es posible, un doble problema: en qué consiste esa entidad histórica y cuáles son los aspectos fundamentales de lo que en común le acontece. Confesemos que, con sólo lograr que el planteamiento de ambas cuestiones quedara hecho con alguna claridad, nos daríamos por satisfechos en nuestra labor…

    *****
    …continúa en la Sección titulada “Hispania Universa”: “De los nombres de España y sus partes”

    Verlo en el enlace: “El concepto de España en la Edad Media
    http://www.hispanismo.org/showthread.php?t=135
    Última edición por Gothico; 21/12/2006 a las 21:04

  12. #12
    Avatar de Mefistofeles
    Mefistofeles está desconectado Miembro Respetado
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    Respuesta: Origen medieval del sentimiento hispánico

    ¡Geniales los textos! Gracias por el aporte.

    En cuanto a este tema recomiendo "España, tres milenios de Historia" de Antonio Dominguez Ortiz, donde el ya fallecido autor (una de nuestras figuras mas universales en cuanto a estudio de nuestra historia se refiere) hace especial referencia hacia ese sentimiento comun de pertenencia existente ya antes de la conquista de Roma, a esa España que pese a no ser un hecho politico si lo es sentimental de los habitantes de la peninsula y que nos acompaña a lo largo de la historia... el libro es mas bien un manual algo obtuso, pero el fondo de la cuestion es totalmente irreprochable.

  13. #13
    Avatar de CRISTIÁN YÁÑEZ DURÁN
    CRISTIÁN YÁÑEZ DURÁN está desconectado Miembro Respetado
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    Respuesta: Origen medieval del sentimiento hispánico

    Una obra estupenda es la "Idea de la Fama en la edad Media Castellana" de la célebre filóloga hispanista argentina María Rosa Lida de Malkiel. En esta obra la autora demuestra la falsedad de la peregrina idea de haber anulado la Fe los conceptos de honor y de la propia nombradía, durante el mal llamado "Medioevo". Muy por el contrario, fue precisamente el ambiente de Fe, como señala la autora, el que subordinó la fama a la meta de la beatitud, impidiendo que se transformara en un fin en sí misma como en el ambiente neopagano que se vivió fuera de España durante el peor llamado "Renacimiento".
    Este libro es un manjar de erudición y ejemplo de claridad expositiva que, complementado con otras lecturas como El Cid y El Quijote, despeja toda duda del elevadísimo concepto de honor característico de España y que ha hecho decir a tantos autores que en ella se prolongó la Edad Media (en el mejor sentido del término) más que en ninguna otra nación europea, que es lo mismo que afirmar que en ella se intensificó como en ninguna la Cristiandad.


    EXURGE DOMINE ET JUDICA CAUSAM TUAM

  14. #14
    Petronila está desconectado Miembro graduado
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    Respuesta: Origen medieval del sentimiento hispánico

    Me gusta mucho el tema. Felicidades y gracias por las aportaciones. Saludos.

  15. #15
    Avatar de ChrisErnest
    ChrisErnest está desconectado Miembro graduado
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    Re: Respuesta: Origen medieval del sentimiento hispánico

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Interesantísimo libro, saludos a todos los hermanos en la hispanidad!


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  1. 01/12/2009, 12:08

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