Bien puede decirse que el escritor francés más enamorado de España fue Mauricio Legendre. Y que ese amor suyo por las tradiciones, los caracteres y las realidades permanentes de nuestra Patria era un amor «de corazón y de razón», esto es, de sentimiento y pensamiento; un amor experimentado, y no una de esas inclinaciones fugaces que han traído a España a no pocos artistas extranjeros para retratarla «a su manera».
Y conste que esa manera puede resultar aceptable, como en los casos, ya remotos, de Alejandro Dumas, padre, en cuyo libro «De Marsella a Cádiz», sus impresiones sobre nosotros rebosan simpatía, y de Teófilo Gautier, a quien no sólo debemos las páginas coloristas de su «Viaje a España», sino el hecho de haber sido él quien da la primera campanada, que repercutirá en toda Europa, anunciando que acaba de descubrir en Toledo a un «artista asombroso »: el Greco.
Después vendrán de Francia Imbert, Berteau, y el propio Legendre, a «explorar» a «ese pintor extraño y admirable». Pero el descubridor de Dominico Theotocupuli es Gautier, lo cual demuestra que unos ojos geniales pueden ver «de paso» y por modo instantáneo lo que permanecerá siempre oculto para una mirada vulgar.
Refiriéndose sólo a los escritores franceses, por el lado de la crítica, de la literatura y de la historia, que merecen el nombre de hispanófilos o hispanistas, ninguno supo más de España, ni caló tan hondo en ella como Mauricio Legendre.
Y si ninguno, entre ellos, aventajó a Legendre en su conocimiento de la humanidad y de la tierra española —conocimiento por lecturas y andaduras, pues fue un escritor andante, que recorrió España entera, y muchas veces a pie—, tal primacía se debe a que desconfiaba de las primeras impresiones, y repetía sus viajes por esos pueblos (las Hurdes), y se amistaba con las gentes rurales tanto como con las académicas y universitarias, porque sabía que la verdad es múltiple y no hay que buscarla tan sólo en el libro erudito, en el gloriosamente inspirado, y en la palabra docta, sino también en los dichos y hechos de los ignorantes, de los humildes...
Cerca de cuarenta años vivió Legendre entre nosotros: más de la mitad de su vida. Una condición de su espíritu que habría de iluminarle todos los caminos de España, así los de lo que desde el pasado insinúan lo futuro, como los que se ofrecen tangibles y visibles a los sentidos del caminante.
Y esa condición fue la de su catolicidad, íntegra y profunda. Sensualista, no hubiera podido Legendre comprender España, siendo uno de los biógrafos más fervorosos y certeros de la Santa Teresa, uno de los mejores «explicadores» del Greco y el autor de dos libros que deberían leer y aprenderse de memoria los españoles: su «Semblanza» y su «Historia de España», entretenidos, y que no son mero catálogo de dinastías, batallas, descubrimientos y revoluciones, sino que une el análisis filosófico del espíritu español, manifestado en nuestras instituciones políticas y sociales a través y al compás de los tiempos, y que, cuando —como todos sabemos— se ha pretendido quebrar la línea católica, tan hondamente marcada en Trento, no han hecho sino dar tumbos y producir catástrofes.
Su «Historia de España» está traducida, y hábilmente.
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
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