TODO ES LITERATURA

Juan Manuel de Prada

(ABC, 15 de octubre de 2016)


Afirmaba Castellani que Dios castiga a los viejos que pretenden imitar a los jóvenes con una rijosidad patética, convirtiéndolos en viejos verdes; y que al Estado liberal que pretende imitar a los reyes mecenas de antaño lo castiga con la ridiculez infamante de los premios literarios, que (salvo error) sólo premian a escritores sistémicos. Este carácter infamante de los premios literarios alcanza su paroxismo y apoteosis con el premio Nobel, que es el castigo que Dios reservó al inventor de la dinamita, permitiendo que su nombre quedara asociado al de los escritores más ineptos.

Este año le dieron el premio Nobel a Bob Dylan, cantante viejuno (pero no viejo verde, que se sepa); y anda el esnobismo contemporáneo muy afanado en una disputa irrisoria, pretendiendo dilucidar si las letras de las canciones del premiado son alta poesía o sarta de ripios ruborizantes. Nadie se planteó, por ejemplo, si las novelas de Vargas Llosa son obras maestras o chocheantes escurrajas cuando le dieron el Nobel; pues, en efecto, tal disputa carecía de importancia. El premio Nobel se concede a escritores sistémicos (independientemente de que sean buenos, malos o mediopensionistas) cuyo "pathos" coincide con el "pathos" de la época; o, dicho más exactamente, con el "pathos" que al mundialismo le conviene promocionar y exaltar. Lo que distingue a Dylan de Vargas Llosa no es su mayor o menor calidad literaria, sino que el primero –a diferencia del segundo—no es un “literato” clásico. Aquí el cursi se emociona y proclama que, al distinguir a Dylan, el conciliábulo sueco ha querido premiar al juglar de nuestra época, al hombre que devuelve la poesía al pueblo; pero tamaña mamarrachada no se la tragaría ni Linda Lovelace. A Dylan lo premian porque en el conciliábulo sueco (formado, a fin de cuentas, por benigüigüis del mundialismo) se han dado cuenta de que la literatura ya no tiene relevancia social; porque han descubierto que la figura del “literato”, creación burguesa que durante un par de siglos rindió inestimables servicios al Estado liberal, es una antigualla o florero que ya no rinde servicio alguno. El democratismo igualitario y global, en efecto, repudia al “literato” clásico, que de repente se presenta ante las masas como un tipo engreído y fantoche, encaramado en su torre de marfil, empeñado en escribir en lengua autóctona y aldeana unos tochos que nadie lee. Entonces el mundialismo, que es muy cuco, da un volantazo y amplia su noción líquida de literatura, incorporando en ella otras “expresiones artísticas”. Del mismo modo que este año le han dado el premio Nobel al cantante viejuno (pero no viejo verde, que se sepa) Dylan, el año próximo podrán dárselo al cineasta Woody Allen (que, además de viejuno, es viejo verde). Y al siguiente podrán dárselo a los guionistas de "Breaking Bad", o a los publicistas de Coca-Cola, o a los creadores de Super Mario Bros. Pues lo mismo las series de televisión que la publicidad o los videojuegos se pueden incluir en esa noción líquida de literatura que al mundialismo le interesa promocionar, una categoría inclusiva acorde con el democratismo igualitario y global, que sólo se puede alcanzar plenamente halagando a las masas, santificando su consumo bulímico de subproductos seudoculturales, afirmándolas en su ignorancia y plebeyez.


Y, con el tiempo, se podrá conceder el premio Nobel a Messi, que hace poesía sobre el césped; a Leo diCaprio, por sus épicos devaneos con las nenas de "Victoria’s Secret"; a Francisco, por sus humorísticas improvisaciones en el avión papal. Lírica, épica, comedia: todo, todo, todo es literatura.















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