TIRSO DE MOLINA, CREADOR DE CARACTERES
Fray Gabriel Téllez (1584—1648), religioso mercedario, autor dramático que usó el seudónimo de «Tirso de Molina», es una de las figuras más atractivas del teatro universal; contemporáneo de Lope de Vega, Guillén de Castro y Juan Ruiz de Alarcón, fue, en su tiempo, y por su condición de religioso, objeto, de críticas y de confinamientos; cosechando también disgustos por las alusiones que hay en sus comedias a los políticos de la época, así como por sus burlas contra los culteranos.
De fecundidad literaria, casi a lo Lope, dejaba escritos centenares de comedias de diverso estilo y género: obras «religiosas», sobre temas bíblicos: («La mejor espigadera», «La venganza de Tamar», «La vida de Herodes»...); legendarios: («El caballero de Gracia»... «El condenado por desconfiado», comedia atribuida a Tirso, con sospechas de que no sea suya, entre otras circunstancias por faltar en ella la intriga amorosa sustancial, característica, eje de sus obras, como, agudamente hace notar Ángel Valbuena Prat...); sobre vidas de santos: («La elección por la virtud», «La santa Juana»...); «históricas», basadas todas ellas en crónicas y personajes históricos españoles: («El rey don Pedro en Madrid», «La reina de los reyes», y, la más conocida, «La prudencia en la mujer», cuyo personaje central es doña María de Molina, regente durante la minoría de edad de Fernando IV...); «comedias de costumbres»: (palaciegas, como «El vergonzoso en palacio», con caracteres dibujados con mano maestra —Mireno, aldeano respetuoso y modesto, enamorado de Magdalena, hija de un duque, con osadías que ponen a prueba al «vergonzoso» amador—, «Amar por razón de Estado»..., etc.); de carácter («Marta la piadosa», «No hay peor sordo»...); de intriga y enredo: («Don Gil de las calzas verdes», con hermosos romances de aire popular: «Al molino del amor/alegre la niña va/a moler sus esperanzas:/quiera Dios que vuelva en paz...» «Los balcones de Madrid»); de ambiente villanesco: («La villana de Vallecas»...). Y un largo etcétera (en el que están también algunos autos, tales «El colmenero divino», «El Laberinto de Creta»)
En el grupo de las comedias de carácter, con evasiones a lo fantástico, debería situarse, en muy especial capítulo aparte, «El burlador de Sevilla y convidado de piedra», obra de renombre universal en la que por vez primera aparece la figura de «Don Juan», que del fraile mercedarlo pasaría, a través de la «commedia dell'arte», a Moliere (muy dentro de la «razón» francesa del XVII), Byron, Bernard Shaw, Zorrilla , incluso a Mozart... entre otros; esa figura del caballero joven, seductor, dominado por la sensualidad, egoísta, a la vez con nobles sentimientos, y creyente, de bruces contra la muerte, tan conocido de todos, en especial por el «Don Juan Tenorio», de Zorrilla, que hasta hace bien pocos años era programa consabido el Día de Todos los Santos; «Don Juan», el personaje, sin duda, más sustancialmente teatral, si los hubo.
Entre las muchas cualidades del teatro de «Tirso de Molina» —asombroso sentido de la realidad, ingenio, vis cómica, profundidad psicológica, naturalidad en el diálogo, conocimiento de los resortes dramáticos, saber teológico, histórico...— destacaríamos su innegable condición de creador de caracteres; caracteres universales, es decir, capaces de superar la prueba del tiempo; y del espacio.
De su ingenio y su desenfado habla Hartzenbusch: «... El desenfado de este gran poeta es tal, que, alcanza a todo cuanto entra en las facultades del ingenio, y así, usa de la lengua con tanta libertad y despejo que admira...».
Las situaciones características del teatro de nuestro fraile, mercedario las sintetiza en dos, agudamente, Mesonero Romanos: «... La primera —escribe Mesonero Romanos— es una princesa o encumbrada dama que se enamora perdidamente de un galán, aunque pobre, caballero, y que se lo lleva a su lado, le hace su secretarlo, maestresala, o cosa semejante, y despreciando por él tres o cuatro príncipes, que andan en pretensiones de su mano, gusta vencer con sus "favores la timidez natural del caballero» (la timidez natural, debida a sus desigualdades de posición social). El otro tema es el de la villana —a, veces, dama disfrazada de villana— que persigue al supuesto caballero «robador de su honestidad», separándole de otras aventuras y galanteos, logrando que la cosa acabe en boda. En los dos casos, la imaginación de «Tirso de Molina» se despliega y el lenguaje construye inflamados diálogos de amor.
Las palabras de Menéndez y Pelayo (por otra parte, devoto admirador de Lope) no ofrecen lugar a dudas: ... «realmente, después de Shakespeare, en el teatro moderno no hay creador de caracteres tan poderoso y enérgico como «Tirso», y la prueba es el «Don Juan», que de todos los personajes de nuestro teatro es el que conserva juventud y personalidad más viva y el único que fuera de España ha llegado a ser tan popular como Hamlet, Otelo y Romeo, y ha dejado más larga progenie que ninguno de ellos...» (…)
¡Buen conocedor, el frailecico mercedario, de la humana condición!
José CRUSET
|
Marcadores