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Tema: Tomás de Iriarte y Félix M. Samaniego: los dos grandes fabulistas españoles

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    Tomás de Iriarte y Félix M. Samaniego: los dos grandes fabulistas españoles

    ELOGIO DE LAS FÁBULAS

    Las fábulas son alegorías, con fines prácticos, de donde que vayan acompañadas de moraleja, y han servido siempre de lección para los grandes y los chicos. Cuando los plebeyos romanos se declararon en huelga y se fueron al Aventino, no encontró el cónsul Agripa Menenio mejor manera de convencerles, que recitarles la fábula de “El Vientre y los Miembros”, y en efecto, comprendieron perfectamente lo que significaba el apólogo y desistieron de su actitud.

    Digamos, sin temor alguno á exagerar, que las fábulas han sido siempre el encanto de la humanidad, sin distinción de razas, y que por mucho que haya «adelantado» la literatura todavía se hace hablar á las bestias, y á las plantas, y á las piedras, bastando recordar á Rudyard Kipling. Yo estoy segurísimo de que ya había fábulas antes del Diluvio Universal y si tuviéramos á mano el precioso libro de Morophius “De Bibliotecis antediluvianis” (Lubeck, 1732) encontraríamos alguna mención de las mismas, que conservaron piadosamente Set, Cam y Jafet, como lo prueba el hecho de ser los hotentotes (hamitas) uno de los pueblos más ilustres en fabulística.

    Sin embargo nadie les quita á los arios y semitas el haber sido los primeros fabulistas del mundo. ¡Que Lotian aquel de la India del cual rodando los siglos, tomó Esopo el Frigio sus famosas fábulas, pulidas y arregladas después por Fedro! ¿Y quién podrá decir de dónde las tomó Lotian?

    Pero no es á eso á lo que vamos sino á la perenne actualidad de las fábulas y cuentos. Lo que era aplicable á la India resultó serlo a Frigia, á Grecia, á Roma, á Arabia, á las Galias, á Germania, á España, por vía directa indo-europea. En España, sobre todo, nuestros árabes y judíos, semitas ellos, hicieron maravillas, que, sin embargo, no tardamos en eclipsar los cristianos. ¡Aquel Libro de los Exiemplosl ¡Aquel poema del Arcipreste, perla sin igual de la literatura castellana!
    Y no hay que decir de Portugal. Allí, como en Cataluña, se conserva viva la fábula ó “rondalla de la Rateta”, con el nombre de la “Carouchinha”, y lo mismo tendríamos que notar respecto Francia, y tal. Yo creo, sin embargo, que Hipólito Taine exageró al sostener que los animales de Lafontaine eran semblanza de personajes de la corte de Luis XIV.

    Y mal podía ser así en cuanto Lafontaine tuvo que inventar muy poco, teniendo á su disposición á Esopo, Apuleyo, puede que al Arcipreste, etc. Original no lo es; versificador sin par, sí lo es. Y decimos que no es original porque su hermosa fábula “Les Animaux avec la peste” debe de ser más vieja aun que la de los escrúpulos de Micifut y Zapiron; fábula de aplicación sempiterna y que por lo mismo hizo muy bien en dar á conocer en España don Félix María Samaniego.

    Pues esta fábula de “Los Animales con peste” es pura y sencillamente la verdad perpetua, tal vez antediluviana. Como me la sé de memoria, desde niño, reproduzco lo que creo más notable, salvo error.

    Hablase introducido la peste

    En los montes, los valle» y collados
    De animales poblados.

    El rey de las selvas, al ver cubiertos de cadáveres sus campos, se siente lleno de remordimientos y decide que todos confiesen sus pecados y se implore la piedad del cielo:

    Tal vez se aplacará con que se le haga
    Sacrificio de aquel más delincuente,
    Y muera el pecador, no el inocente.

    Y empieza el León, rey:

    Yo, cruel, sanguinario, he devorado
    Inocentes corderos
    Ya yacas, ya terneros,
    Y he sido, á fuerza de delito tanto,
    De la selva terror, del bosque espanto.

    A lo cual dijo la zorra: Pero ¡qué tontería! Y todos, los tigres, las onzas, los lobos, las raposas, los gatos monteses, se confesaron, sin que les diese la menor aprensión, autores de cien mil millones de frivolidades por el estilo:

    De robos y de muertes a millones;
    mas entre la grandeza, sin lisonja,
    pasaron por escrúpulos de monja.

    Todos se habían justificado; no quedaba ninguna fiera ni carnicero que no se sintiese culpable del menor delito; únicamente le faltaba sincerarse al burro, y, adelantándose, por si había dejado in statu quo ciertas medidas tomadas anteriormente por la raposa, la garduña y el tiburón, exclamó:

    Yo me acuso
    que al pasar por un trigo este verano,
    yo hambriento y él lozano,
    sin guarda ni testigo,
    caí en la tentación. ¡Comí del trigo!

    ¡Y aquí fue Troya! ¡Comer del trigo en vez de zamparse todos los conejos, perdices, carneros, bueyes, vacas y codornices de la creación!

    ¡Del trigo! ¡Y un Jumento!
    gritó la zorra. ¡Horrible atrevimiento!
    Los cortesanos claman:
    —Este, éste irrita al cielo, que nos da la peste.

    El León, sin saberse que hacer, accedió á que se le condenara á muerte al infeliz comedor de trigo, en vez de conejos y carneros, y se le confió la ejecución al lobo.



    Sea como fuere es tanto mi entusiasmo por las fábulas que considerarla como una inmensa desgracia dejaran de escribirse. Porque con unos cuantos versos se dice lo que con cien pesados volúmenes; así en la fábula de “Los animales con peste”, imitada por Samaniego de Lafontaine, que la imitaría de Dios sabe que otro fabulista, resulta decisivo para el conocimiento de nuestras costumbres políticas achacarle al jumento que se comió unos herbajos la culpa de los males enviados por el cielo á los que se zampaban censos enteros, ó inventaban pueblos imaginarios, etc., etc.

    Y vaya para concluir este otro fragmento fabulístico:

    Dijo la sartén al cazo: ¡Quítate allá que me tiznas!


    ALFREDO OPISSO


    .
    Última edición por ALACRAN; 24/07/2021 a las 14:35
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  2. #2
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    Re: Tomás de Iriarte y Félix M. Samaniego: los dos grandes fabulistas españoles

    Tres sobresalientes cultivadores de la fábula existen en la nómina de la literatura española; la fábula, género antiquísimo si los hay —breve exposición de unos hechos para extraer de ellos una consecuencia moralizadora, una moraleja—, tiene sus más lejanas raíces en Oriente;

    -acercándonos, aun en las puras lejanías, debemos consignar que el género, en Grecia, comienza a dibujarse en Hesiodo; lógicamente, por cuanto el autor de “Trabajos y días” representa la transición del mundo homérico —imaginación poética, gloriosos hechos— a la realidad, al hombre y sus problemas; al hombre de la calle, del campo, necesitado de enseñanzas, normas éticas y pautas; Hesiodo, pues: paso de la poesía épica a la poesía didáctica; de la imaginación a la inteligencia;

    -en el ámbito de la poesía didáctica está la fábula, género que, en Grecia, se sustancia—en prosa— de manera universal y definitiva en Esopo, nombre todavía lejanísimo, por añadidura envuelto en leyenda; para alguno, en las dudas de su física existencia. Esopo o la difícil sobriedad, característica esencial de la fábula; Esopo o los impresionantes logros con la economía de los medios que el género suministra.



    - después, el primer continuador: el latino Faedro; continuador importante, y conciso, como es debido; el medio, para siempre, los animales, personificados; el medio para poder fustigar con plena libertad a los hombres. Después (siempre Esopo presente): los apólogos, las fábulas, los “ejemplos” medievales; el infante don Juan Manuel; los arciprestes, el de Hita y el de Talavera; Raimundo Lulio («Libro de las bestias); “Roman de Renart”, etc... Hasta la importante figura de La Fontaine... (siglo XVII).

    Nos detenemos, precisamente, en La Fontaine por cuanto el fabulista francés, mejor dicho, su clara imitación, produce los tres sobresalientes nombres de los fabulistas españoles; tres nombres totalmente siglo XVIII: Tomás de Iriarte y Félix María Samaniego; nombres unidos a las primeras letras de cualquier español, a las primeras mostraciones de nuestros infantiles talentos, en visitas, Navidades y cumpleaños; el tercero, también muy siglo XVIII, pese a sus inciertas cronologías, es Cristóbal de Beña y Velasco, con bellas fábulas, llenas de gracia, como “Las abejas y los zánganos” o “La piedra de amolar y el cuchillo”.

    José Cruset



    Última edición por ALACRAN; 24/07/2021 a las 15:27
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  3. #3
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    Re: Tomás de Iriarte y Félix M. Samaniego: los dos grandes fabulistas españoles

    Tus obras, Tomás no son
    ni buscadas ni leídas, -
    ni tendrán estimación,
    aunque sean prohibidas
    por la Santa Inquisición...

    Félix María SAMANIEGO


    TOMAS DE IRIARTE : «FABULAS LITERARIAS EN VERSO CASTELLANO»

    Tomás de Iriarte, de breve existencia (1750-1791) pertenece al siglo XVIII del neoclasicismo: contactos europeos lo tradicional español acaba; y se impone corno en Europa entera, el gusto por lo francés y sus inflexibles normas; el teatro (García de la Huerta o Leandro Fernández Moratín…) se somete a las tres ineludibles unidades dramáticas.

    Tomás de Iriarte traduce a Voltaire, a Moliére, a Fontenelle; no a Boileau; pero sí la horaciana Epistola ad Pisones, que causa revuelo de censuras y elogios; la época es, literalmente, de discusiones, diatribas mordaces, encomios y ataques; Tomás de Iriarte —canario, nacido en Santa Cruz de Tenerife— se formaba en Humanidades de la mano de uno de sus hermanos —religioso— y de su tío Juan de Iriarte preceptor en nobles casas, erudito y poeta.

    Tomás de Iriarte comenzaba por trabajos eruditos; ni tal dedicación, ni, propiamente, la poesía, ni las obras de teatro (“El señorito mimado” “La señorita malcriada”...) darían relumbre a su personalidad literaria; para la posteridad, lo que cuenta de Iriarte son las «Fábulas literarias en verso castellano»; buena parte de lo que escribe causa polémica, o le da disgusto: como su égloga “La felicidad de la vida del campo”, tema propuesto por la Academia de la Lengua para un concurso, en el que obtiene el premio, con gran contrariedad de Iriarte, el entonces joven poeta Meléndez Valdés. Iriarte —muy siglo XVIII, como se deja apuntado— en la polémica entre lo tradicional, lo «castizo» y lo europeo, opta por lo último: sí a Moratín (padre), no al gran sainetero don Ramón de la Cruz.

    La publicación de las «Fábulas literarias en verso castellano» —con encubiertas referencias a escritores de su tiempo— causan también revuelo importante; unos y otros se ceban con él; la pulla de Samaniego, con que se encabezan estas notas, tiene doble dardo en cuanto alude a la Inquisición, Tribunal con el que Iriarte tuvo sus buenos problemas, que no llegan a mayores por su excelente situación política; sobre el particular se trata, con el ardor que caracteriza la obra, en la «Historia de los heterodoxos españoles»; dice Menéndez y Pelayo que “por los altos empleos y el favor notorio que Iriarte y sus hermanos disfrutaban en la Corte, se hizo noche alrededor del proceso”; la pieza de convicción, lo que don Marcelino Menéndez y Pelayo llama «el «cuerpo del delito», es una fábula titulada «La barca de Simón» (la de San Pedro), «la poesía heterodoxa —dice don Marcelino— más antigua que yo conozco en lengua castellana”.

    Las fábulas de Iriarte las conoce todo el mundo; representativa de su absoluta adhesión al criterio de que “sin reglas de arte, el que en algo acierta, acierta por casualidad”, es la tan repetida de «El burro flautista», la del asno que encuentra, por el prado, una flauta y se pone a tocarla:

    … Y sonó la flauta
    por casualidad


    versos que, de tan repetidos, han cobrado, con el tiempo, categoría proverbial. La moraleja, con su correspondiente alusión, termina, como el género manda, la fábula:

    ... Sin reglas del arte
    borriquitos hay
    que una vez aciertan
    por casualidad...


    De entre su quehacer poético, reproducimos una breve y deliciosa muestra, no muy conocida, —así lo pensamos—; esta octava real, levemente amatoria:

    Definición del mal que llaman esplin
    (en inglés “spleen”)

    Es el esplin, señora, una dolencia
    que de Inglaterra dicen que nos vino;
    es mal humor, manía, displicencia,
    es amar la aflicción, perder el tino,
    aborrecer un hombre su existencia,
    renegar de su genio y su destino,
    y es, en fin, para hablarte sin rodeo,
    aquello que me da si no te veo.


    José CRUSET

    .
    Última edición por ALACRAN; 24/07/2021 a las 15:16
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    Re: Tomás de Iriarte y Félix M. Samaniego: los dos grandes fabulistas españoles

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Félix María Samaniego, nacido en La Guardia (Álava) en 1745, consiguió destacar muy pronto en los círculos cultos que frecuentaba por su personalidad de acusada ironía. Su casa solariega era un amplio palacio de corte clasicista, en el que pasaba largas temporadas y donde redactó en sus aposentos algunas fábulas. Más tarde, imbuido por las ideas de Ilustración, puso su arte al servicio de la didáctica.

    Viajó por toda Francia y a su regreso a España, acusado a la Inquisición, fue recluido en un convento carmelitano denominado el “Desierto” cerca de Bilbao. Los frailes le trataron con toda suerte de consideraciones, pero don Félix al salir del encierro los puso verdes, tildándoles de “energúmenos, goliardos y fanáticos”. Samaniego, que debió ser en Laguardia lo que Montaigne en Burdeos, acaso redactase elogios al vino de su pueblo, tañía el violín y otros instrumentos. Su casa fue un foco de la Enciclopedia vascongada.

    Amigo del también fabulista Tomás de Iriarte, acabó enemistándose con él, satirizándolo luego en alguna de sus obras.




    De espíritu cultivado y exquisita agudeza, ambas características facilitaron que su genio literario se manifestara en forma de fábulas, género clásico cuyos componentes indispensables son el estilo sencillo y la gracia narrativa. Tituló a su obra “Fábulas Morales”, siendo indiscutible el carácter reprensible con que enfoca el análisis de las virtudes y vicios humanos. El éxito de esta obra fue inevitable. Toda Europa la acogió con auténtica admiración y en España sus apólogos pasaron a ser textos prácticamente en las escuelas. Buscó sus fuentes de inspiración en el griego Esopo, el latino Fedro y el francés La Fontaine; pero junto a las ideas que estos grandes autores le procuraron, brota su propio numen, brindándonos temas originales que se combinan admirablemente con los de sus predecesores. Una obra pues clásica y de auténtico valor literario.

    Murió en el año 1801, convencido de haber sido el mejor fabulista de España; murió reconciliado con la Iglesia y muchos de sus papeles fueron destruidos.

    Alvaro Ruibal
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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