SUEÑO EN SAN LORENZO DEL ESCORIAL





Su Sacra y Católica Majestad D. Felipe II, representación de los caballeros del Rey Arturo sentados a la Mesa Redonda, banderola de Borgoña.

LUZ FILIPINA QUE TODAVÍA REVERBERA

Hay hombres grandes que prestigian una institución, proyectando sobre ella sus virtudes y su grandeza por siglos y siglos. Así fue Su Católica Majestad, nuestro Rey más grande, Felipe II. Los Reyes de España que vinieron después se pudieron dormir en los laureles, el pueblo seguía venerándolos por el recuerdo indeleble del Gran Monarca Católico Felipe II. Así se entiende que el pueblo pudiera rendir devoción a Felipe III, a Felipe IV… O que, en plena epopeya de nuestra guerra contra Napoleón, el pueblo muriera dando vivas al Rey, siendo -¡horror!- el Rey no era otro que el despreciable y felón Fernando VII.

Felipe II es el Rey de España que más se ha aproximado al Ideal de Perfecto Monarca. Mi devoción por él es privada, pero compartida por todos los que avaloran la gloria de nuestro pasado espléndido. Y para mí sería una alegría muy grande que la Iglesia Católica lo canonice en el porvenir, para que así los que todavía nos consideramos sus súbditos y vasallos podamos venerarlo a nuestras anchas.

Cuenta Julián del Castillo que cuando Felipe II con su séquito español estuvo en Inglaterra, para desposarse nuestro Rey con María Tudor, a Felipe le mostraron la Tabla Redonda del mítico Rey Arturo: “…en el año de mil y quinientos y cuarenta y cuatro, estando viudo el Católico Rey nuestro señor Don Filipe, por ser muerta la princesa de Portugal […] se casó en Inglaterra, y ciudad o villa de Hunchistre, donde está la tabla redonda de los veinticuatro caballeros que instituyó el Rey Artus de Inglaterra […] y es fama común que el rey Artus está encantando en aquella tierra, en figura de cuervo, y hay entre ellos grandes penas para el que mata cuervo, y que ha de volver a reinar. Y cierto dicen que su majestad el Rey don Filipe nuestro rey juró que, si el Rey Artus viniese en algún tiempo, le dejaría el reino…” (“Historia de los reyes godos que vinieron de la Scithia de Europa contra el Imperio Romano y a España…”, Julián del Castillo, Burgos, Felipe de Junta.)

Como Federico Barbarroja que duerme en el Kyffhäuser, como Holger el Danés que lo hace en la gruta de Kronborg de Elsinor, como Roderic que desapareció en los tremedales de Guadalete o como el joven Sebastián de Portugal, en paradero desconocido desde el desastre de Alcázarquivir, así el legendario Rey Arturo. Los vasallos de Arturo, como los de Federico, Holger, Roderic o Sebastián, sintiéndose en una inconsolable orfandad tras la pérdida de su Monarca, no podían concebir que el Rey hubiera muerto; por eso, se extendió la especie de que, metamorfoseado en cuervo, el Rey Arturo había transmigrado a la isla de Avalón, de la que regresaría cuando fuese necesario a su pueblo. El Rey Felipe II hizo gala de su caballerosidad al jurar, ante la Tabla Redonda “que, si el Rey Artus viniese en algún tiempo, le dejaría el reino…”. Algunos, los más maliciosos, quieren ver en esta declaración un rasgo de cómico cinismo político en Felipe II: ¿cómo va a ser que vuelva el Rey Artus? -Por eso resulta tan fácil jurar lo que no se espera jamás cumplir. Si esto es así, Felipe II se nos muestra como todo lo contrario de un gran señor. Y eso es impensable, así que rechazamos esa explicación.

Felipe II no juraría en vano, tal era su temor de Dios. Si aquello juró, lo haría como juraba, pongamos por caso, los fueros en Aragón –claro que, en el caso del Rey Arturo, pues tuvo que hacerlo a sabiendas de lo muy improbable que resultaba el retorno del Rey Perdido Arturo-, pero yo aventuro que lo hizo con el corazón sano, con el convencimiento de estar jurando por amor y respeto a las tradiciones y costumbres de un reino del que, merced a su matrimonio con María Tudor, se convertía en Rey: Felipe II, Rey de Inglaterra. En el caso, por improbable que fuere, de que Arturo hubiera regresado durante el reinado de Felipe II en Inglaterra, a Felipe II hubiéramoslo visto cumpliendo su juramento, cediéndole el Trono al que blandió Excalibur. Es en ese sentido en el que hay que interpretar el testimonio de Julián del Castillo: este juramento que hizo Felipe II en este caso fue para mostrar el respeto que le merecían las costumbres de sus vasallos ingleses, por eso que Julián del Castillo se cuida de referir que no sólo existe la supersticiosa creencia sobre el regreso del Rey Arturo, sino que hasta “…hay entre ellos [los ingleses] grandes penas para el que mata cuervo”.

Con Felipe II se cumplió un anhelo universal. Sólo los enemigos de Dios fueron los enemigos de Felipe II. Sólo los protestantes heréticos, los turcos protervos, los moriscos ingratos y vengativos, los indios paganos y antropófagos y los judíos rencorosos y ladinos odiaron, conspiraron o se atrevieron a enfrentarse a Felipe II, Sacra y Católica Majestad que era, nuestro Rey, brazo secular del Cuerpo de Cristo en la Tierra. Así cantó Hernando de Acuña:

Ya se acerca, Señor, o ya es llegada
la edad gloriosa en que promete el cielo
una grey y un pastor solo en el suelo
por suerte a vuestros tiempos reservada.


Ya tan alto principio en tal jornada
os muestra el fin de vuestro santo celo
y anuncia al mundo, para más consuelo,
un monarca, un imperio y una espada.


Ya el orbe de la tierra siente en parte
y espera en todo vuestra monarquía,
conquistado por vos en justa guerra.


Que a quien ha dado Cristo su estandarte
dará el segundo más dichoso día
en que, vencido el mar, venza la tierra.

Y aquella edad luminosa se eclipsó. En tiempos funestos, cuando el sol fue poniéndose en los felices dominios de nuestro Rey Prudente, alguien -era un jerónimo con celda en San Lorenzo del Escorial- pudo pensar que Felipe II no había muerto, que Felipe II dormía en San Lorenzo del Escorial, que Felipe II volvería, que Felipe II regresará y, empuñando espada y cetro otra vez, dirigirá nuevamente con prudencia ática y piedad religiosa los destinos de una España sin rumbo, que se va al garete. Desde la muerte de Felipe II no hubo -no puede haberlo- Rey de España que se le pueda comparar, que le llegue ni a los talones.

INICIACIÓN EN LA ONÍRICA E INVISIBLE ORDEN DE FELIPE II REY Y SANTO

Paseando por el Escorial quedé impregnado del aura de Felipe II. Cuando dormí aquella noche soñé que me llegaba ante su venerando sepulcro, donde reposan sus reliquias, y le pedía a Dios: "Señor, despertad al Rey que más se esforzó en honrar al Todopoderoso Dios de los Ejércitos, revivid a nuestra Católica Majestad Felipe II, vuestro siervo...". Que lo hiciera volver, que retornara para sacarnos de este cautiverio, que regresara para limpiar las caballerizas de Augías. Un jerónimo, el que había imaginado que siglos antes había rezado por lo mismo, estaba a mi lado y contestó: "Amén".

Pero un insidioso y burlesco demonio, me asaltó como a Zaratustra lo asaltó el suyo: “Juro que si regresa Felipe II, le dejaría el reino” -dijo el grotesco personaje, y diciendo esto se echó a reír, a quijada batiente, y cuando se cansaba de carcajearse, ponía risa de bobo, babeante bobo.

En el sueño el jerónimo, me dijo: "-Sabes muy bien quién es este bufón, no le nombres. Nosotros, a lo nuestro: recemos por el Gran Retorno."

Supe que, desde ese sueño, pasé a formar parte de la Onírica e Invisible Orden Religioso Militar de Felipe II Rey y Santo.


Maestro Gelimer

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