La Semana Santa en el Reino de Nápoles: La experiencia de Tarento


LOS RITOS DE LA SEMANA SANTA EN LOS TERRITORIOS QUE FUERON EL REINO DE NÁPOLES: LA EXPERIENCIA DE TARENTO

Los orígenes de los ritos de la Semana Santa entre España y Nápoles.

Los estudiosos de los ritos ligados a la celebración de la Semana Santa en los territorios que constituyeron el Reino de Nápoles han avanzado la tesis de que una parte de la corte española llegada al Reino de Nápoles hubiera podido dar a conocer el tipo de rito en uso en Zaragoza o Valencia. Otra tesis, opuesta a ésta, sostiene que fue el Rey Católico Fernando, vuelto a su patria antes de morir en 1516, quien habría podido referir o enseñar a los ibéricos lo que había aprendido en el Reino de Nápoles. No queremos entrar en la controversia ya que españoles y napolitanos estaban animados por un mismo sentimiento religioso. Reinaba la Monarquía Católica que animó en el clero el impulso misionero de la Contrarreforma. Este clero supo desarrollar de manera igual las expresiones de un sentimiento religioso en ambas penínsulas permitiendo que llegase hasta nuestros días un fuerte apego a la autenticidad de la religiosidad popular.

Nápoles estaba federado al resto de los reinos hispánicos en una misma Monarquía y el trasfondo cultural era compartido. Esto es hasta tal punto evidente que el mismo Benedetto Croce, hombre de observancia filosófica liberal, se vio obligado a reconocer que los dramas sacros españoles obtuvieron gran éxito en el Reino de Nápoles y no sólo gracias a los predicadores españoles hábiles en el ejercicio de la ars oratoria desde los púlpitos de las iglesias, famosos por haber introducido los llamados «conceptos predicables».

Las Hermandades o cofradías.

El papel de las hermandades o cofradías ha sido de vital importancia en la salvaguarda de los ritos ligados a la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. El concilio de Trento sancionó su importancia como instrumento de evangelización animando al orbe católico al establecimiento de estos grupos de fieles agrupados en forma fraternal. En el curso del siglo XX su papel ha sido fuertemente cuestionado a partir de la reforma religiosa. Pero en los territorios de lo que fue el Reino de Nápoles, las hermandades han sobrevivido a través de los ritos ligados a la devoción popular, incluidos los pascuales. De hecho, en la práctica de la piedad popular es difícil encontrar invenciones o creaciones ex novo. El motor que mueve la religiosidad de los fieles es siempre la tradición que ha confiado a las hermandades el patrimonio que custodiaba.

La procesión.

El rito de las procesiones que se desarrollaban durante la Semana Santa constituye una sacra representación de la plegaria. Los protagonistas de esta oración no son actores sino fieles devotos que se ensimisman en el misterio de la Pasión. Por eso la procesión del Viernes y del Sábado santos entran en lo que podríamos llamar una reevocación que tiene por finalidad conmover el corazón de los fieles hacia la devoción. Sólo en esta lógica es posible comprender a fondo la dramaturgia sagrada que se desarrolla en torno a los misterios de la Pasión del Señor.

Los sepulcros.

La tarde del Jueves Santo se celebra la ceremonia de los sepulcros, que dura hasta la Pasión del Señor el Viernes Santo. En el Reino de Nápoles, con el triunfo del barroco, se registra la apoteosis de la construcción de suntuosos aditamentos y adornos de altar dedicados al sepulcro. Hoy, entre los decorados típicos de los altares, heredados de la tradición del Reino de Nápoles, sobreviven las flores blancas y las semillas de grano cultivadas en la oscuridad y que simbolizan el paso de la muerte a la vida. Con la colocación de estos ricos adornos en el sepulcro se pretende subrayar la fe en Jesús-Eucaristía durante los días de su Pasión; el «estupor» para fascinar al fiel espectador y en mover en su corazón los más puros sentimientos de adoración hacia el Santísimo Sacramento. Por una costumbre popular que se hunde en las raíces de la historia de la Semana Santa se visitan siete iglesias y donde esto no es posible, cinco e incluso menos.

El papel de la Virgen Dolorosa.



En las procesiones de la Semana Santa siempre está presente la figura de María que asume un papel fundamental en la Pasión salvífica de Jesús. La Dolorosa que se mueve en busca del Hijo o que lo sigue en las últimas horas de su vida terrena; el mayor énfasis se pone en el Descendimiento de Cristo de la Cruz, el encuentro de Jesús con su Madre en el día de la Resurrección, aspectos de la Pasión que no tienen un correspondiente inmediato en los Evangelios sin que esto afecte en lo más mínimo a la profundidad y a la verdad de los ritos pascuales. El papel de la Virgen Santísima en la experiencia pascual del Señor, en la tradición religiosa del Reino de Nápoles, siempre ha jugado un gran papel por su valor y participación.

Tarento.

Esta larga premisa nos sirve para introducir la historia de los ritos de la Semana Santa tal y como hoy es vivida en un lugar concreto de aquello que fue el Reino de Nápoles: Tarento, provincia histórica del Reino de Nápoles, la ciudad que fue fortificada por la corte aragonesa con un espléndido castillo que mira al mar. El castillo se terminó en 1492, como se desprende de una inscripción sobre la Porta Paterna. Y es en este tiempo cuando se puede datar la imbricación cultural, además de política, entre Madrid y Nápoles, ambas capitales de una monarquía federativa. Hoy la ciudad se ha convertido en símbolo de deterioro ambiental. Sede del más importante centro siderúrgico europeo y seguramente tiene el más alto nivel de contaminación.

La defensa de la Semana Santa es uno de los puntos firmes que transmiten valor y la voluntad de seguir adelante por parte de las poblaciones locales. Los ritos de la Semana Santa constituyen un punto de encuentro en correspondencia con lo que ocurre en España y en particular en el mundo sardo-catalán. Para conocer el origen de los ritos de la Semana Santa en Tarento debemos remontarnos a finales del seiscientos, cuando el noble tarentino Diego Calò encargó en Nápoles la realización de dos imágenes representando a Cristo muerto y a la Virgen Dolorosa, convencido de que a través de la penitencia y de la devoción podría recuperarse de la terrible pestilencia sufrida. Don Diego Calò, ferviente católico, hizo llevar las imágenes de Jesús y de la Virgen Dolorosa en procesión la noche del viernes santo. Durante el resto del año las dos imágenes se exponían en la capilla gentilicia del palacio Calò, en las proximidades de la Calle Mayor, hoy Calle de la Catedral. Las hijas de Don Diego continuaron manteniendo en vida la procesión incluso después de su muerte. En 1765, un sobrino de Don Diego, Francesco Antonio Caló, ante el notario Mannarini, donó las imágenes a la hermandad de Nuestra Señora del Carmen. De modo que la procesión pasó de privada a rito social. El 5 de abril de 1765, Viernes Santo, las estatuas de Cristo muerto y de la Dolorosa salieron por última vez del palacio Calò para no volver. A partir del año siguiente, 1766, y hasta hoy, los pasos salen de la iglesia del Carmen.

Los ritos de la Semana Santa.

En Tarento los sucesivos ritos comprenden las subastas, las visitas a los sepulcros, la procesión del Jueves Santo en el Burgo antiguo y la procesión de los misterios en la Ciudad nueva. Estas dos últimas procesiones son organizadas por las Hermandades de Santo Domingo y del Carmen, ambas muy antiguas y la segunda ligada a una Hermandad de Granada. La Hermandad de la Dolorosa se fundó en 1670, mientras que la del Carmen lo fue en 1675.

Las subastas.

La tarde del Domingo de Ramos hay una gran agitación en la ciudad por las llamadas subastas, que aparecen por vez primera reflejadas en un documento oficial el 1850 para indicar las pujas de los hermanos para adjudicarse los símbolos e imágenes que han de ser llevados en procesión. El dinero recogido se destina a la beneficencia y a obras de caridad. La Hermandad del Carmen ha instituido en los últimos años un comedor de pobres, mientras que la de la Dolorosa sostiene a las familias desfavorecidas del Borgo antiguo.

Las visitas a los Sepulcros.

Empieza el Jueves Santo con el desfile de los Perdones, esto es, los hermanos de las Cofradías vestidos con un traje tradicional que avanzan de dos en dos a un ritmo muy lento, procesional. Son más de setenta parejas de hermanos penitentes del Carmen, que adquirieron este privilegio a fines del 1700, pues antes podían ser de otras congregaciones. Salen a las tres de la tarde de su iglesia y su misión es la disponer el ánimo de los fieles con un camino de gran fuerza simbólica. Visitan los monumentos preparados en cada iglesia, del Burgo antiguo y de la Ciudad nueva, para reservar el Santísimo tras los oficios del Jueves Santo. Caminan, con un lento balanceo, durante varias horas. Y cuando se cruzan con otra pareja se saludan quitándose el sombrero, golpeándose en el pecho y cruzando sus bordones. Deben estar de regreso en la iglesia antes de la medianoche, cuando sale la procesión de la Virgen Dolorosa de la iglesia de Santo Domingo

La procesión de la Dolorosa.

Antiguamente la procesión de la Dolorosa preveía la entrada en siete iglesias de la Ciudad, tantas como puertas de la ciudad de Jerusalén. Los numerosos fieles, a causa de las exiguas dimensiones de las iglesias locales, se veían forzados a menudo a permanecer fuera, esperando pacientemente su turno, de manera que adoptaban el balanceo (nazzicata) que con el tiempo se convirtió en el paso típico de los Perdones, tanto para entrar en calor como para equilibrar el peso del cuerpo. Antes de salir de la iglesia de Santo Domingo, en el atrio del templo que da a la escalinata, delante de la estatua de la Virgen, el obispo predica a los fieles. Da inicio la procesión, que abre el troccolante, encapuchado, con un vestido blanco y una muceta negra (una especie de manteo, pero abotonado). Eltroccolante recibe este nombre porque lleva una troccola, esto es, una carraca o matraca, instrumento que –como es sabido– sustituye el uso de las campanas desde la noche del Jueves Santo a la Vigilia Pascual, y que hace sonar cuando calla la banda musical que acompaña la procesión. En la otra mano lleva un bordón. Le siguen la Cruz de los Misterios y quince parejas de penitentes, todos encapuchados y con la corona de espinas en la cabeza. Sigue la imagen de la Dolorosa, vestida de luto, con el corazón atravesado en una mano y el pañuelo en la otra. Al salir de la iglesia suena una marcha fúnebre compuesta por un maestro tarantino. Los cofrades de la Dolorosa llevan todos zapatos negros, salvo los tres portadores de la cruz, llamaos crucíferos, que van descalzos. Estos últimos, encapuchados, entre las parejas, llevan sólo el hábito blanco sin la muceta negra. Desfilan también dos niños, con hábito blanco, portadores de sendos pesàre, que llevan al cuello y que son dos pesas fingidas que representan las usadas en las cofradías para infligir penas y mortificaciones a los hermanos responsables de cualquier falta. La procesión atraviesa lentamente la ciudad antigua y se dirige hacia el centro de la nueva, donde llega hacia las seis de la mañana del Viernes Santo. Tras media hora en el instituto de las Hermanas de María Inmaculada reinicia el camino de vuelta al Borgo antiguo, para terminar en Santo Domingo hacia las cinco de la tarde, cuando inicia la segunda procesión. Dura pues, entre catorce y quince horas.

La procesión de los Misterios

Sale desde 1765 y tiene la misma duración de la otra. En este caso los cofrades del Carmen, que van con hábito, participan descalzos.



Se desarrolla así. Con la puerta de la iglesia del Carmen cerrada, se abre desde dentro y el troccolante avanza hacia el umbral haciendo sonar la carraca. Va descalzo. Lleva el vestido de la Hermandad: hábito blanco, ceñida la cintura con un rosario negro del que penden por la derecha un crucifijo y medallas, muceta blanca con una fila de botones oscuros, escapularios negros y guantes blancos. Es la señal tanto tiempo esperada: la procesión de los Misterios puede empezar a moverse. El troccolante sujeta la carraca con la mano derecha y con la izquierda el bordón. La capucha blanca está levantada para dejar descubierto el rostro. Al salir de la iglesia avanza lentamente con el paso lento y ondulante de la nazzicata. Desciende los escalones de la iglesia ayudándose con el bordón, las bandas atacan la marcha fúnebre y comienza a caminar. Dos hombres de negro se le aproximan, bajan su capucha y le ponen el sombrero negro de ala ancha bordado de una cinta azul oscuro. Otro hombre, también de negro, ayuda al troccolante a colocar la carraca bajo la muceta. Comienza entonces a andar con la nazzicata. Mientras tanto, detrás de él, otros dos miembros de la Hermandad salen de la iglesia llevando respectivamente el estandarte y la Cruz de los Misterios. Van vestidos como el troccolante, pero con la capucha levantada y una corona de espinas. Los hombres de negro continúan moviéndose en el pórtico de la iglesia controlando la salida de la procesión mientras que el troccolante y los portadores del estandarte y la cruz continúan avanzando lentamente. Los tres cofrades son seguidos de algunas parejas de perdones en fila, que a su vez siguen a los portadores de las imágenes. Todos los hermanos siguen avanzando lenta y rítmicamente. La última pareja que sale de la iglesia se llama u serrachiese (serra chiese, esto es los cierra iglesias), pues su tarea es cerrar la iglesia. Se sale de la iglesia del Carmen a las cinco de la tarde del Viernes Santo. Se ven así, en orden, al troccolante, seguido de la Cruz de los Misterios, el estandarte y ocho imágenes que evocan la pasión de Jesús: Jesús en el Huerto, Jesús atado a la columna, Ecce homo, la Caída, el Crucifijo, el Sudario, Jesús muerto y la Dolorosa (otra distinta de la de la procesión anterior). Las imágenes son llevadas a cuestas por ocho personas: cuatro hermanos en hábito de rito (blanco y con muceta, en este caso de color crema) y cuatro portadores de horquillas con hábito negro para cada imagen. Entre los pasos desfilan parejas de hermanos encapuchados. Mientras cae la noche sobre la ciudad avanza la procesión por las calles y llega a la calle de la Catedral, donde se divisa el palacio Calò. Se hace aquí una parada reverente para recordar donde todo empezó. Inicionaje a la tradición por parte de la Hermandad del Carmen.



A la sacralidad de esta noche santa se opone en los últimos años el destello siniestro que surge a espaldas del popular barrio de los Tambores, donde se encuentra la instalación siderúrgica más grande de Europa que ya ha causado miles de muertes por cáncer. Las luces de posición de las altas chimeneas dan la idea de hieráticos centinelas de la Modernidad. Las madres de tantos niños muertos de tumor se arremolinan en torno de la Dolorosa, única que puede calmar su dolor.

El regreso de la procesión se produce en torno de las siete y media de la mañana del Sábado Santo, cuando el troccolante, solo, ante el portón de la iglesia del Carmen de la que salió, y en medio del silencio de la plaza, da con el bordón tres golpes. Se abre el portón y brota el aplauso dela multitud que está en la plaza. El troccolante avanza lentamente hacia el presbiterio y se hace más intensa la tristeza por el último sonido de la carraca. Que, tras cerca de trece horas de procesión, se pone sobre el altar mientras el troccolante, exhausto, abraza a los más próximos mientras las lágrimas corren por su rostro. Se ha terminado. Una tras otra entran las imágenes de los Misterios.


Francesco Maurizio Di Giovine,

Circolo Carlista Generale Borges.



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