EL REQUETÉ DESCONOCIDO
Sólo cuando se atraviesa esta topografía enrevesada de las estribaciones del Pirineo se comprende con exactitud lo difíciles que han de ser las batallas en semejantes parajes.
Bosques, roquedades, cañadones profundos, cerros ásperos que se multiplican sin lógica en una complicación interminable. E l movimiento de las tropas tiene que desarrollarse con enormes dificultades y con una desesperante lentitud, _ y cada cumbre, -cada encrucijada, ha de exigir duros y sangrientos combates. Afortunadamente, nuestro valeroso autocar no tropieza con ningún obstáculo y salva con brío las cuestas y las revueltas, asciende a las alturas de la divisoria, deja atrás los montes y valles de Guipúzcoa y penetra en las altas tierras de Navarra.
La sierra de Urbasa aparece como un prolongado murallón de aspecto inabordable. Pero la carretera traza sus múltiples eses, y allá al final del imponente y largo parapeto serrano, al llegar a un cantil tremendo, se abre en la roca un túnel de doscientos metros, y el autocar sale al otro lado de la montaña aún con mayor brío y júbilo que antes. Bruscamente ha cambiado la decoración. Por el momento estamos en una extensa meseta a más de mil metros sobre el nivel del mar, en un silencio y una soledad impresionantes. No se ven más que rebaños sobre una inmensa pradera fría, que sólo en los meses de temperatura benigna puede ser transitada. Ovejas alrededor, entre algunas matas de espinillo florido, y ariscos caballos en libertad, esos pequeños, finos y resistentes caballitos navarros que suelen alcanzar precios excepcionales por su especial calidad. Después se interpone un gran bosque de hayas, tan espeso y solitario, tan extenso y sombrío, que infunde un verdadero vago terror supersticioso.
Y casi bruscamente, de esta soledad de los centenarios hayedos, de este ambiente septentrional como para leyendas de lobos y de hadas, la carretera desciende a las tierras cálidas y luminosas donde crecen la vid y el olivo. Es una rápida transición que desconcierta. Parece inverosímil que un cambio tan radical haya podido realizarse en unos pocos minutos, y queda el viajero, en efecto, aturdido por la súbita presencia de una visión fuertemente meridional que alegra los ojos y el alma. La ciudad de Estella aparece pronto en una hondonada, y no hay más remedio que abandonar el carruaje y detenerse en una población que ha sido por tantos conceptos ilustres en la Historia y que conserva unos cuantos templos góticos y palacios renacentistas de extraordinario interés.
Pero Estella tiene además otros motivos para ser célebre. Por ejemplo, el espíritu bravo, fiel y creyente de sus hijos. Desde luego, la Merindad o comarca de Estella dio numerosos y valientes soldados a la causa carlista, y puede decirse que las importantes y enconadas batallas de las dos guerras civiles se desarrollaron en su territorio: Montejurra, Monte Esquinza, Mendigorria, Abarzuza. Y ahora ha ocurrido lo mismo. Para combatir contra los marxistas y los desintegradores de España. Estella con su merindad se levantó el primer día de la revolución nacional como un solo hombre, sin ningún titubeo, con un ardor y una fe insuperables, siguiendo en esto el ejemplo de todo el antiguo reino de Navarra.
¿Cuántos soldados navarros luchan en los distintos frentes de guerra? Personas de indudable seriedad me ofrecen cifras, que me asombran: sesenta mil navarros hoy en pie de guerra, y de ellos, cuarenta y siete mil están en las trincheras. Y Navarra tiene cuatrocientos mil habitantes. La proporción supera a todos los cálculos y costumbres de reclutamiento militar, y así se explica que en muchos pueblos todos los varones útiles se han ido a la guerra, dejando el trabajo de las labranzas a los viejos, las mujeres y los chicos. Por lo demás, las labores del campo y de las casas se llevan con la misma asiduidad de siempre, y la fisonomía de Navarra, floreciente y en orden, no revela de ningún modo que la octava parte de sus hombres combate y muere allá lejos.
A mi curiosidad por conocer las características del levantamiento en Estella me han correspondido con relaciones episódicas de un dramatismo conmovedor. Aquello fue una ráfaga de sublime entusiasmo, una exaltación colectiva que empujaba a los jóvenes y los viejos y que no perdonaba a las mujeres. Al contrario, eran tal vez las mujeres las que mostraban un ardor más vivo, y las que excitaban a los hombres a empuñar las armas; si es que los hombres necesitaban incitaciones para decidirse al trágico destino de la guerra. Todos en masa acudieron al cuartel que ocupa un altozano sobre la ciudad. A pedir fusiles. Pero no había suficientes armas para todos. Y, cuando se agotaron, me dicen que se veía acercarse a los oficiales hombres angustiados, con aire tímido y humilde, en súplica de un fusil para poder ir con los demás a la guerra. Parecía que pidieran el favor de algún regalo, y lo que solicitaban era un boleto para entrar en el tremendo espectáculo de las mortíferas batallas... "Después trajeron más fusiles y hubo armas para todos. (…)
CAPITÁN NEMO
(ABC, 8-VI-1937) |
Marcadores