Tema: FelicitaciÓn De Navidad De La Pxc

DEJAR DE CEDER
NAVIDAD, LAICA NAVIDAD




¿A alguien se le escapa el rumbo laicista que están tomando los festejos navideños? No se trata aquí de un piadoso debate sobre el consumismo, la publicidad hedonista, la inconveniencia de los atracones, la obscenidad de las nocheviejas orgiásticas, o la desnaturalización del Adviento en las parroquias. Se trata simple y llanamente de que estamos asistiendo a la segunda fase (tras esta primera, de ataque vía “sensualidad”) de acoso y derribo a la Navidad cristiana.
Los signos de esta ofensiva son evidentes. Es prácticamente imposible ver ninguna ornamentación que recuerde, en lo más mínimo, el acontecimiento que se celebra, la Encarnación del Verbo, el nacimiento del Niño-Dios. No advertimos más que velitas, cristales de nieve, lazos, purpurina hortera, colores chillones, y a un gordito mofletudo de barba blanca, ataviado de rojo Coca-Cola, que parece tener el don de la ubicuidad, porque no hay esquina en la que no aparezca. Lo más parecido a la decoración de siempre es, como mucho, alguna estrella despistada, y convenientemente desprovista de estela, claro. ¡Ah!, y en las etiquetas de los envoltorios sólo se pone “¡Felicidades!” (no sé de quién será el cumpleaños) y, en el mejor de los casos, “¡Felices fiestas!”. Esta “denuncia” cabe hacerla tanto respecto a los ayuntamientos -y no sólo los socialistas-, como a la aplastante mayoría de establecimientos comerciales.
Los Reyes Magos son objeto de especial desatención, supongo que por la atávica aversión progre a las cabezas coronadas. La tradición belenista española, que otros años ocupaba incluso cierto espacio en la televisión o la prensa, parece haber desaparecido de un plumazo; con el aséptico arbolito resulta suficiente. Los villancicos han desparecido de las calles, y casi no encuentran su lugar ni siquiera como música de fondo de los spots navideños.
Por no hablar de las tarjetas de felicitación. Las de empresa son una vergüenza; he de confesar que las rompo todas con rabia, tanto por su decoración, estúpido-abstracta principalmente, como por su texto, que parece sacado de un manual de sincretismo agnóstico. Pero lo realmente grave es que es prácticamente imposible comprarlas para uso propio con una Adoración, un Nacimiento o simplemente una Virgen con el Niño. En mi caso, pude encontrar una decena en el último momento, pero he estado a punto de construírmelas artesanalmente con trozos de cartulina e imágenes digitales impresas.
Nada de esto es casual. La excusa oficial es que “todo se fabrica en China”… ¿Y qué? Los chinos fabricarán aquello que se les pida, ¿no? Y tampoco me da la impresión de que los precios de las figuritas, adornitos y tarjetitas sean mucho más bajos que cuando representaban ángeles, pastores y al Niño Jesús, con lo que no me creo que se haya barrido por competencia desleal a una antiguamente pujante industria española de la ornamentación navideña.
Insisto, todo obedece a una estrategia por etapas cuidadosamente concebida y ejecutada. Ciertamente, la gran salvaguarda de la Navidad es su evidente interés comercial, pero los laicistas van preparando un salto cualitativo. En los países en los que se ha pasado a la tercera fase del ataque, ya se empieza a vetar incluso la palabra “Navidad” para sustituirla por “Fiestas de Invierno”. Esto no es ciencia-ficción; está sucediendo en Escandinavia y Estados Unidos, donde, por ejemplo, lo acaecido en un colegio que prohibía a los chavales decir “¡Feliz Navidad!” o salirse de los motivos “respetuosos con todas las creencias religiosas” despertó, el año pasado, un gran escándalo. Respecto a todo esto, el Vaticano ya ha dado la voz de alarma, y pronto, muy pronto, veremos esta polémica en España.
Ya han eliminado a Dios de la política y de la legislación. Antes de arrancarlo de los corazones, sólo queda sacarlo del ámbito social, y eso es lo que se proponen hacer en los próximos años. Así pues, no podemos hacer ni una sola concesión, y ahora tenemos una buena oportunidad. ¿Se imaginan lo que ocurriría si todos y cada uno de los millones de católicos españoles pidiese tarjetas con motivos cristianos en las librerías? ¿Y si ninguno hiciese venir a Papá Noel, para evitar que se enfaden los Reyes? ¿Y si apagásemos la televisión cada vez que sale un anuncio irreverente?
Al margen de estas acciones, importantes por sí solas, lo dicho debe hacernos reflexionar un punto más allá. Los católicos no podemos conformarnos con una posición defensiva mientras socavan la moral pública, la justicia y la educación de nuestros hijos. Luchar por evitar que erosionen nuestras posiciones es aspirar como máximo a retrasar los acontecimientos. Reconquistar lo cedido es la única manera de evitar la derrota, no solamente pública, sino también en nuestras almas. Por eso, para este próximo 2006, más que nunca, necesitamos católicos en política.
¡Feliz Navidad a todos!

Arturo Fontangordo