Toda la biografía de Germanín es, en realidad, un drama de Tenesse Wuilliams que hubiese "reciclado" para la gran pantalla Almodóvar. Y al final de ese drama está, sin duda, el pasado oscuro de papá Tertsch.
En su juventud, Germanín militó en el partido comunista de Euskadi, que apoyaba el terrorismo etarra, en un intento de lavarse la mancha de sus orígenes. Pero, al no creer en la misericordia de Dios, nunca pudo lavar esa mancha, lo que lo fue atormentando más y más.
Luego Germanín se metió en Prisa, donde vendió como activo los contactos que tenía en las cancillerías, gracias a papá Tertsch. Anduvo de corresponsal por esos mundos. En el gremio se hacían todos lenguas de sus noches blancas. Los jefazos de Prisa, cuando Germanín se pasó a la mamandurria pepera, iban contando cosas megafuertes de su pasado prisaico, tanto sobre su vocación tremenda de comisario politico como sobre las secuelas que las noches blancas habían dejado en su personalidad. También presumían de haberle subvencionado alguna cura (aquí pegaría de banda sonora la canción más famosa de Amy Wainhouse: "Nou, nou, nou").
En su paso al peperismo (que sólo hizo después de que Esperancita le prometiera el oro, el oso y el madroño) hay que decir que ha sido un vampiro del erario público (como todos los liberales), con sueldos estratosféricos pagados con el dinero del contribuyente por decir chorradas para los cerebros destrozados de la parroquia esperancista; los sindicatos de Telemadrid llegaron a publicar lo que cobraba, una bestialidad indecente. Los hijos de Sión lo tienen superbien atendido también, está en todos sus saraos. Y en ABC goza de los mayores privilegios por razones supertristes.
En fin, un dechado de virtudes, Germanín. Que personajes así sean los líderes espirituales de la derecha española demuestra lo que es la derecha española: la parte más corrupta y corruptora de nuestra sociedad.
Almodóbar debería filmar su vida. El momento estelar de esta recreación ficticia sería Germanín ante el armario ropero de su familia, llorando desconsoladamente mientras se viste un viejo uniforme ante el espejo. Y, mientras Germanín se abotona la guerrera de Hugo Boss, sobre el suelo golpean bolitas de naftalina (qué momentazo cinematográfico, santo Dios)
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