Ha muerto Pepe Romero



La madrugada del 10 de noviembre de 2014, tras varios meses de una grave enfermedad, don José Romero Ferrer, santo y seña del carlismo valenciano, ha pasado de este mundo al Padre.

La Junta Regional carlista y la junta del círculo cultural Aparisi y Guijarro han manifestado públicamente su pésame por esta dolorosa pérdida, tanto a su hijo y querido correligionario Pepe Romero Moros, como a la junta del círculo católico hermano san Miguel de Líria, del cual fue secretario durante varias décadas, hasta que su estado de salud se lo impidió, y ha rogado oraciones por el eterno descanso de su alma.


Sus restos se han podido velar en el tanatorio de Líria desde las 10 de la mañana, y a partir de las 16:00 horas se ha celebrado la Santa Misa funeral de cuerpo presente en sufragio de su alma, a la que ha acudido mucha gente del pueblo, donde era muy conocido y querido, así como muchos carlistas que han deseado rendir un último homenaje al bravo y leal luchador de la Tradición, abarrotando la parroquia de la Asunción edetana. Como era su deseo, su féretro estaba cubierto por la bandera de España del tercio de requetés y una sencilla boina roja. Seguidamente, su cuerpo ha sido trasladado al cementerio de Líria donde ha recibido cristiana sepultura en espera de la Resurrección definitiva.




Pepe Romero (que trabajó como secretario de juzgado durante toda su vida) fue secretario de la junta regional carlista entre las décadas de 1980 a 2000 y presidente de la junta provincial carlista de Valencia durante varios años. Hombre de recios principios y fuerte carácter, que escondía su bonhomía y su ferviente devoción por la Santísima Virgen María, fue- como ha señalado el páter en la homilía de su sepelio- un hombre verdaderamente libre, pues nunca renunció a sus valores e ideales por congraciarse con el mundo, y siempre tuvo la puerta abierta para cualquiera que le necesitara, sin mirar sus ideas o siglas. Amante de la historia, suyo es el mérito del escrupulosamente actualizado Archivo carlista del Reino de Valencia, con sede en el círculo edetano. Trabajador infatigable, se puede decir que llevó sobre sus hombros, casi literalmente, al círculo san Miguel (del cual fue figura señera y casi representativa, y al que amó toda su vida) y a la junta provincial durante muchos años. El Señor le acoja en su Gloria.

Adjuntamos el obituario escrito por don José Miguel Orts Timoner, que fuera presidente de la Junta Regional durante muchos años en los que compartió fatigas por el carlismo junto a Pepe Romero, y amigo personal.

Querido Pepe Romero:

Tu vida se nos ha escurrido de las manos y nos has dejado solos. Tú eras un elemento más de la estructura de nuestra casa común. Sabíamos que tú siempre estarías donde se esperaba que te hallaras. Que en ti encontraríamos todas las veces necesarias el consejo oportuno, aunque, a veces subido de tono. Que tu generosidad solucionaría el problema inesperado. Que tú tendrías archivado el documento perdido y que urgía para el informe. Que tu modo de actuar ante cualquier eventualidad sería el que habría que imitar.

En fin, Pepe, tú sabías perfectamente la responsabilidad que habías asumido siendo el referente de tanta gente, carlista y de otras ideas, lirianos y de otras tierras, ricos y pobres, dirigentes y dirigidos.

Y ese papel lo has sabido hacer a la perfección porque tú, a tu vez, a lo largo de tu vida has tenido grandes maestros a los que has admirado y amado. Y has sabido aprovechar de las personas que Dios ha cruzado en tu camino las facetas que considerabas ejemplares. A veces, personajes ilustres y famosos, otras, gentes que pasan silenciosamente por tu lado.

Tú llenaste las paredes del salón-museo del Círculo Carlista de Liria con un montón de fotos de tus amigos y de los amigos de tus amigos, de tus modelos de vida y los modelos de tus modelos.

Porque, querido Pepe, tú te has sentido siempre inserto en ese racimo de comunicación mutua que la Iglesia llama “Comunión de los Santos”. Y has entendido que la Causa Carlista ha asumido analógicamente el nombre de Comunión, que a ti tanto te gustaba.

En la Comunión Tradicionalista valenciana tú lo has sido casi todo. Has desempeñado la mayoría de los papeles y has tocado todos los instrumentos posibles.

Tú has hecho posible, con muchos otros de los fotografiados en las paredes de ese relicario, el Círculo San Miguel, como lo hiciste con el Aparisi y Guijarro.

Tú diste impulso para caminar a las Juntas Carlistas de Valencia. Tú les diste disciplina para obedecer y tú supiste cuándo había que decir basta. Has sabido ser leal hasta donde la lealtad era posible. Nunca te has convertido en cómplice de lo que entendías como desviación.

En los momentos amargos de la ruptura, Pepe Romero no ha convertido jamás un disentimiento en odio. Nunca ha pagado la traición con rencor.

Tú has entendido, Pepe, con una sensibilidad especial el lazo de unión con la Dinastía. Por el Rey habrías muerto y habrías matado- Pero siempre que sus mandatos reflejaran los del único Soberano que no yerra.

Los que venimos tras de tiu hemos crecido a tu sombra y nos hemos sentido arropados y queridos por ti, aun en las frecuentes horas de discrepancias y discordias.
Por eso, si es de justicia que los buenos alcancen premio, al final de la carrera por la vida, todos tus compañeros de armas políticos pensamos que tú eras el perfecto candidato a ingresar en la Orden de la Legitimidad Proscripta que el Rey Don Jaime III creó el 16 de abril de 1923.

Pero estamos en tiempos de orfandad dinástica. Esa orfandad ha sido una de las cruces de tu vida política.
Por eso, unos días antes del acto del Monasterio de Santa María de El Puig, en que don Carlos Javier, recién tomado su relevo dinástico, iba a condecorar a doña Trinidad Ferrando Sales y a otras personas, tuve un breve encuentro con una de las personas del entorno del llamado a ser el Rey. Y le pregunté por el procedimiento para solicitar para ti la Cruz de la Legitimidad Proscripta.

Torció el gesto mi admirado amigo, que no correligionario, para advertirme que esas condecoraciones requerían lealtad dinástica. Y a ti te faltaba.
Se refería, obviamente, al hecho de que en 1973 tú te hallabas entre los que optaron por el honor y se alinearon tras Pascual Agramunt frente a “los clarificadores del Carlismo” encabezados por Don Carlos Hugo y Doña Maria Teresa. Los otros servicios a la Dinastía quedaban anulados.

No sé cómo somaticé mis emociones contrariadas, que el influyente colaborador me sugirió que no acudiera al acto al que terminaba de invitarme, si ello me había de procurar disgusto.

Hoy, amigo Pepe, ante tu cadáver estoy por darle la razón a mi antiguo amigo, en cuanto a las razones que esgrimía para vetarte como posible integrante de la Real Orden de la Legitimidad Proscripta.
A la vista de las circunstancias que concurren en determinados condecorados y no se dan, afortunadamente, en ti, colijo que tal “lealtad dinástica” va vinculada al singular concepto de la legitimidad y de la proscripción que denotan los hechos y dichos de los que se irrogan la potestad de premiar políticamente.

Toda tu vida has demostrado cómo valoras la legitimidad y cómo vives la lealtad. Y cómo, al decir de Álvaro D´Ors, tu lucha política ha sido la del leal que busca convertir en legal la legitimidad, en lugar de proscribirla o asimilarla.

Muchas gracias, Pepe, por lo que nos has amado y nos has enseñado.
Ayúdanos a ser dignos de seguir tu ejemplo”.

José Miguel Orts. Valencia, 10 de noviembre de 2014.



Para terminar esta triste y esperanzada crónica, adjuntamos un artículo escrito por don José Romero, el entrañable Pepe Romero, para el número 9 de la revista “Aparisi y Guijarro”, en unos años difíciles para el carlismo. En él se resume su sentir más hondo y sincero, como hombre de bien y como carlista.
Quiera Dios, siempre misericordioso, hacer brillar sobre él la luz perpetua.



Lealtad
por José Romero Ferrer

“…Nadie más combatido, nadie más calumniado. Nadie blanco de mayores injusticias que los carlistas y yo. Para que ninguna contradicción nos faltase; hasta hemos visto con frecuencia, resolverse contra nosotros, a aquellos que tenían interés en ayudarnos y deber de defendernos”

Carlos VII (Testamento Político)

Signo distintivo esencial del pueblo monárquico carlista, es la extremada lealtad a sus convicciones, a sus principios y a su Rey. Lealtad sentida, auténtica, del que ni espera recompensa, ni pide premio. Lealtad a unos principios, sí, pero sobretodo a una Dinastía que los encarna. Dinastía que a través de las diferentes épocas se personaliza y concreta con las características humanas que aporta el Rey. Pero no fue solamente el pueblo exclusivamente su lealtad a la vida, siempre efímera, de la persona, sino que sabe convertirla en trayectoria, continuada, a lo largo de una sucesión ininterrumpida de la Corona. Una Dinastía, a la que, por legítima, el pueblo se siente entrañablemente unido, considerándola algo propio.

Si la lealtad nace de la convicción, de una identificación doctrinal entre el rey y el pueblo, ejerce a la vez una función integradora, en cuanto que el Rey viene a ser poseedor indiscutible de la Autoridad máxima. De este modo, por encima de criterios personales –siempre legítimos, por otra parte, cuando los anima la buena fe- existe como punto básico de referencia la persona del Rey, y como módulos orientadores de una política práctica, las órdenes de Él emanadas, conforme a la sana doctrina.

No se puede, por tanto, identificar al Carlismo actuante, con la personal y particular forma de ver y entender las cosas cada carlista. Aceptar este supuesto significaría en definitiva dar entrada a un principio disgregador, negativo, absurdo. Solo el rey, con cuya personalidad alcanzan plena razón de ser unos principios doctrinales monárquicos propios –compartidos absolutamente por su pueblo- es quien puede y debe señalar caminos, abrir rutas, determinar metas.

Cuando entran en colisión estas convicciones íntimas, con particulares intereses o personales ambiciones, saliendo triunfantes cualquiera de estos, asistimos unas veces a la defección de la persona y aun, en otras ocasiones, al nacimiento de una escisión. Estas, y no otras, fueron causas primarias de las escisiones integristas y mellistas, y de alguna otra escisión de menor importancia en la historia del Carlismo. Es necesario entonces, justificar tal actitud, y se recurre a todo procedimiento lícito o no, para componer la propia figura. Así, vemos, como unos se escudan tras el ataque calumnioso al Rey que ellos reconocieron en su día y “aclamaron como legítimo”; o la presunta necesidad de “salvar unos principios” colocándose para ello siquiera sea, en las manos de tal o cual…; o en la pretendida defensa de una no menos pretendida ortodoxia doctrinal, que se refugia para triunfar –dicen- ora en el reconocimiento de una dinastía no-carlista, ora al abrigo de cierto organismo creado –se dice también- con tal finalidad.

Claro que nadie se llama a engaño. El interés que se demuestra en tales circunstancias por conservar sobre sí, el dictado de “carlistas” es harto significativo. Pero –repetimos-, no engañan a nadie. A poco de observar con detenimiento la actuación de estos hombres, saltan a la vista los motivos verdaderos que los han llevado a la claudicación de la lealtad debida a sus convicciones, a sus principios y a su Rey. Porque sin pretenderlo quizá, sin siquiera sospecharlo, la deslealtad a su Rey legítimo, lleva inherentes aquellas otras deslealtades. Y en el fondo, el problema de esta actitud, se reduce las más de las veces, a ambición, a concupiscencia, a soberbia.

La historia carlista ha demostrado hasta la saciedad, cual es el final, el destino, a que se ven constreñidas estas personas o grupos. Para unos –los mejores-, la vuelta al buen camino, reconocidos sus errores y arrepentidos de sus actuaciones. Para otros-definitivamente desleales a sus convicciones, a sus principios, a su Rey- , la amargura y el fracaso, cuando no el duro castigo por mano de los LEALES. Mientras tanto, el carlismo, siempre vivo, siempre actual, siempre en el recto camino con su Rey legítimo al frente, va laborando con fe en la victoria, con la confianza puesta en Dios.”




Ha muerto Pepe Romero