No hay derechos ilimitados. Los fanáticos del Islam han encontrado a sus interlocutores naturales en los fanáticos de la libertad de expresión.
Se ha olvidado que tal prerrogativa civil se estableció para prevenir el avasallamiento político, con lo que fuera de este ámbito, dirigida contra personas o dogmas de adhesión voluntaria, no tiene mucho sentido.
Que deban tolerarse las caricaturas no significa que exista un derecho específico a caricaturizar. Es más bien que la libertad de expresión se vería lesionada si en cualquier supuesto admitiésemos una condena que sentara precedente genérico, no obstante ésta venga amparándose sin mayores detalles en el artículo 525 del Código Penal. Con lo que es prudente pensar que se estimará su aplicación caso por caso según la percepción social de la ofensa, su reiteración o contumacia y la difusión alcanzada por la misma. Bajo mi punto de vista, y en base a esto, toda campaña de acoso y denigración sostenida por vías emotivas o irracionales desde medios masivos contra una religión con suficiente representatividad en el país debería perseguirse a instancia de parte.
El problema surge cuando el ofendido no reside en el país del ofensor, ni comparte la percepción social de la mayoría de sus habitantes, ni tiene medios legales efectivos para preservar sus sentimientos religiosos del ataque gratuito. ¿Qué sucede entonces? Vacío ético.
Si el diario danés que publicó las caricaturas hubiese sido cristiano, no se habría dado pábulo a las protestas musulmanas contra la Unión Europea. Pensemos por un momento que un periódico católico difunde las viñetas satíricas, con el mismo ánimo de ultrajar y negando igualmente a los aludidos el derecho a una réplica racional. ¿Quién habría sido el interpelado? El Papa, sin duda. De él cabría esperar una respuesta de esta índole: "Condenamos la ofensa indiscriminada y lamentamos profundamente que haya podido herir los sentimientos religiosos de la comunidad musulmana. Cristo no nos enseñó ni a injuriar ni a blasfemar, sino a defender nuestra fe con el testimonio de nuestra vida, aportando argumentos cuando se nos solicitasen. Esperamos, sin embargo, que la comprensión y la buena voluntad sean recíprocas y cesen las agresiones contra cristianos en los países donde el Islam es mayoritario y se emplea como instrumento de opresión política contra otros credos". Pero el periódico no estaba adscrito a ninguna fe y, por consiguiente, no ha sido el Papa ni ningún homólogo el encargado de hablar, sino los mandatarios y demás instituciones representativas del ámbito europeo. Y han hablado cobardemente, con antológica hipocresía.
Se abren varios interrogantes: ¿No eran aconfesionales nuestros gobiernos? ¿No se encargó el proyecto abortado de Constitución europea de borrar de su prólogo la evidencia histórica de las raíces cristianas, diluyéndolas en la tríada hegeliana -donde la verdad se encuentra siempre al final- de la "tradición cultural, religiosa y humanista"? ¿Por qué dan, pues, la cara por un medio informativo que se ha prestado a la provocación? Porque hay que garantizar un derecho básico. Pero ¿no habíamos convenido que eran los tribunales los encargados de resolver sobre estos asuntos?
Ahora nuestros políticos ni pueden pedir disculpas, porque la libertad, a diferencia de la fe compartida, se ejerce a título individual, ni están en disposición de condenar ofensa alguna (salvo que transijan a desagraviar antes a los cristianos). Ya que si uno es libre para expresarse también lo es para infamar.
Es normal burlarse de la religión cuando ésta no significa nada, o nada bueno. Y es coherente también para una sociedad cuyo fundamento es "el bienestar" el regatear sus no-principios para mantener el statu quo.
Mientras Europa no posea una religión propia será rehén de las de los demás. Ni podrá ofender sin zafiedad, exponiéndose a recibir el mismo ultraje que ha causado, ni contará con nada que defender de forma creíble.
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