España: una gran empresa
La unidad, destino, presente y futuro de España está en nuestras manos. Tenemos la difícil misión de terminar con esta mediocridad de la actual vida española pero, sobre todo, de dotarla de una gran empresa en común para su resurgimiento.
Desde hace más de un siglo, España se despedaza, víctima de los particularismos. Unos cuantos hombres movidos por diversos motivos, ya sean desde intereses personales a avaricias económicas, tratan de deslegitimar y mentir sobre el término España. Así, estos hombres tratan, y muchas veces consiguen, convencer a la gente para sus propios fines de que diversas tierras de España, especialmente Cataluña y Vasconia, son pueblos diferentes. Esto es como cortar en varios trozos un cuerpo entero. Los nacionalismos catalán y vasco, movimientos artificiales extraídos de la nada, se mueven a través de la vida política desde hace siglo y medio, en gran parte por culpa de estos particularismos y la falta de una gran empresa en común.
La idea de grandes cosas por hacer engendra la unificación nacional. Las personas no conviven por amor al arte. No. Las personas, instituciones, gremios… que integran un estado conviven juntas para algo. Así vemos que la mejor época fue la de los grandes proyectos de expansión por el mundo en defensa de la Fe cristiana. En España, la falta de una gran empresa en común no aparece desde hace siglos, y el resultado es el despedazamiento que sufre desde hace muchísimos años. Primero con las Españas de Ultramar, y ahora con los movimientos separatistas en Cataluña y Vasconia. Cuando España encuentre una gran empresa en común que supere todas nuestras diferencias volverá a ser grande como en nuestros mejores tiempos. La juventud debe darle esos grandes sueños que España necesita.
La representación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera, y auténticamente la española. España ha sido por tradición y elección católica. La historia de España es la expansión y defensa de la Iglesia Santa, Católica, Apostólica y de Roma. Lo iniciamos con la expulsión del islam en la Península Ibérica, lo seguimos con la difusión del cristianismo y, de momento, lo terminamos con nuestra Cruzada de 1936. Menéndez Pelayo supo expresar los principios defendidos por el carlismo en la frase “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; esa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vetones o de los reyes de taifas”.
Desgraciadamente, España vive una ateización de la población, o mejor dicho un alejamiento de Dios. Parece ser que los nuevos dioses materialistas se han instalado en la sociedad, y la gente no va a destronar a estos becerros de oro. Por esto, y por otros motivos, España vive hoy una terrible crisis económica, pero también una crisis de valores. Alejarse de Dios y los valores cristianos tiene como consecuencia los tiempos que estamos viviendo.
La gran mayoría de la sociedad no tiene la culpa de esta gran crisis. Una pequeña élite de personajes es la que actúa y dirige la vida española. La ejemplaridad de unos pocos se articula con la docilidad de todo el resto de la sociedad. Si esa élite no da ejemplo, el resto del pueblo español tampoco lo hace y de ahí vienen las crisis.
No cabe duda que una minoría disciplinada y creyente será la que se transforme en eje implacable de la vida española sobre el que montar el resurgimiento español. El rey tradicional católico, esencia del poder político por sus características de unidad, continuidad e independencia debe de ser el máximo representante de esa minoría que debe transformar la vida española actual.
La juventud ha de ser el alma de España. El carlista tiene que ser un hombre de pensamiento católico y patriota, que haga de su quehacer diario un permanente acto de servicio a la sociedad española. Nuestras acciones deben ser como un viento nuevo que purifique nuestra atmósfera; que con estos actos nos sintamos españoles y hombres.
El eje del pensamiento católico es el hombre como representante de Dios en el mundo. Porque así como el carlismo aspira a realizar una transformación en la vida de España, debe de empezar por transformar el modo de ser de los españoles.
España: una gran empresa
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