MONEDERO Y CHARLES LAUGHTON

JUAN MANUEL DE PRADA





YA nos disponíamos escribir sobre la decencia de Juan Carlos Monedero cuando nos empiezan a llamar los amigos, recochineándose por el gazapo de nuestro último artículo de ABC Cultural, dedicado al Espartaco de Stanley Kubrick, donde hacíamos a Charles Laughton protagonista de Ben-Hur. «¡Una cosa es la fraternidad entre gordos y otra confundir a Charles Laughton con Charlton Heston!», se carcajean. En Espartaco el orondo Laughton interpreta magistralmente al senador Graco, el primero en detectar la maldad ambiciosa de su rival Craso (Laurence Olivier), escondida tras una fachada de puritanismo y exaltación de las virtudes públicas. Pero las enseñanzas del senador Graco nos vienen como pintiparadas para entender mejor la psicología de Monedero.


Con gran perspicacia afirma el senador Graco que antes prefiere una república corrompida que la dictadura de su puritano rival. Y, en efecto, la Historia invariablemente nos enseña que los políticos puritanos que se postulan como azotes de la corrupción y adalides de la decencia esconden una zahúrda de propósitos tiránicos y vicios nefandos. «Del hombre sin un vicio, no me fío», reza el refranero; y también «Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces». De un hombre como Monedero, que titula un libro Curso urgente de política para gente decente hay que huir como de la peste, porque nos muestra de lo que carece; y porque ese título revela una mente orgullosa y farisaica. Ahora que han descubierto los chanchulletes fiscales de Monedero, dignos de cualquier político corrupto de medio pelo, la gente exclama decepcionada: «¡Este tío no tiene vergüenza!»; pero no tienen razón, siquiera según aquella escueta y ocurrente definición de «vergüenza» que nos proporcionara José María Pemán: «Vergüenza es… ¡lo que se tiene después!». Y, en efecto, Monedero ha demostrado vergüenza… después de que lo pillaran; y por vergüenza ha tenido que reconocer en Hacienda su chanchullete. Tal vez el curso para gente decente de Monedero fuese tan urgente que no tuvo ni siquiera tiempo de aplicárselo a sí mismo.


Pero Monedero, que podrá tener mucho amor a las monedas, no tiene en cambio ni un pelo de tonto, y sabe que la decencia (como la honra) es una virtud hipócrita que se funda en las percepciones y conveniencias sociales. Pueden llamarnos indecentes por soltar una palabra gruesa, pero no por urdir un fino fraude fiscal; pueden llamarnos indecentes por hacer bromas políticamente incorrectas, pero no por ser orgullosos, soberbios, codiciosos, taimados y embusteros. Esta enseñanza la tiene bien aprendida Podemos, el partido de Monedero, que en la letra gorda de su programa nos promete mucha decencia, como si fuese un disco rayado; pero que, como esos contratos bancarios llenos de letra menuda que hacen firmar a los incautos, esconde en el dorso mil chanchulletes fiscales que permiten incumplir lo que se promete en la letra gorda.


En Espartaco, las advertencias del gordo Graco se cumplían, y el puritano Craso nos revelaba al final sus vicios ocultos, que incluían comer indistintamente ostras y caracoles. Este vicio no creo que lo tenga Monedero, que parece hombre inapetente, como revela su extremosa flaqueza de clérigo cerbatana, dispuesto –como el dómine Cabra del Buscón o el médico Pedro Recio de Tirteafuera del Quijote– a matar de hambre a sus pupilos. Sobre la psicología revirada, ensañada y proterva de los flacos también nos advertía el senador Graco encarnado por el orondo Charles Laughton:


La gordura nos hace razonables, amistosos y flemáticos. ¿No te has fijado en que los tiranos más crueles son invariablemente flacos?






Histórico Opinión - ABC.es - lunes 9 de febrero de 2015