(Fuente: The Social Crediter, Vol. 28. Nº 13. Sábado, 24 de Mayo de 1952, páginas 5 y 6).

Visto en: SOCIAL CREDIT.AU



El poder de la palabra

Por Beatrice C. Best


Conjurar con palabras es una frase bastante común, cuyas implicaciones sin embargo no siempre son suficientemente entendidas. La importancia y significación de éstas hoy en día, sin embargo, son tales que deberían atraer seriamente nuestra atención.

De acuerdo con el diccionario, conjurar significa (a) ordenar solemnemente, (b) practicar hechizos y engaños. La conjuración significa encantamiento, y un conjurador significa un encantador. La acción de conjurar, por tanto, tiene unido a ella un elemento de magia y engaño.

En los espectáculos en donde se hacen los esfuerzos por separar la apariencia de la realidad, –lo cual constituye la propia esencia de la acción de conjurar– , el engaño es tácitamente reconocido y aceptado tanto por el conjurador como por su audiencia. La magia, pues, puede decirse que es Blanca y el conjurador un Mago Blanco. Pero allí donde se persigue una consciente política de engaño, y los esfuerzos por separar la apariencia de la realidad son deliberadamente ocultados con el fin de buscar la prosecución de dicha política, entonces el engaño viene a entrar dentro de la categoría de la Magia Negra y aquél que la practica pasa a ser un Mago Negro.

A partir de esta fundamental diferencia, surgen otras dos de gran importancia. El Mago Blanco o conjurador blanco, necesita de cierto aparato o equipo tangible y visible para ayudarle en su representación; asimismo, él permanece visible y de cara a la palestra. Él es esencialmente un showman; su objetivo es entretener mediante el despliegue de sus poderes de tretas y engaños. Por contraste, el Mago Negro conjura únicamente con palabras y fórmulas, permaneciendo él mismo oculto y anónimo. Pues su objetivo es obtener poder por medio de tretas y engaños; es, por tanto, de vital importancia que no surja ninguna sospecha de treta o engaño en sus previstas víctimas, las cuales han de estar completamente embaucadas por la ilusión de realidad que se les presenta.

En una introducción sobre la vida y tiempos de Santa Catalina de Siena, Algar Thorold escribe: “En los tiempos modernos la fórmula, una abstracción como “capital” o los “derechos del hombre”, ha tomado en su mayor parte el lugar del individuo como una fuerza plástica.” (1) “(…) incluso Napoleón fue al final conquistado más por una conspiración de las lentamente desarrolladas fuerzas anónimas de su tiempo que por la superior habilidad y fuerza de un rival individual.”

Sería interesante compilar una lista de estas varias palabras y fórmulas. Elegidas, –se ha de suponer–, por “las fuerzas anónimas”, serán tales que produzcan las ilusiones y encantamientos mejor calculados para actuar como una “fuerza plástica”, para moldear las mentes de sus previstas víctimas de acuerdo a la forma requerida para ayudarles a conseguir sus designios, o “conspiración”.

Quizás la fórmula más importante, –y una que se utiliza mucho hoy en día–, es la fórmula de las “tendencias inevitables”; porque la tendencia hacia algo, en efecto, a través de su asunción fatalista de desalentar el ejercicio de la iniciativa, tanto en el pensamiento como en la acción, facilita el allanamiento del camino para llevar a cabo los planes necesarios para la implementación y encarnación de aquellos designios. Pero cuando, por otra parte, se requiere cooperación activa, entonces la palabra Libertad, de antiguo linaje, resulta todavía la más favorecida y pertinente, ya que apela a los instintos más profundos del hombre, y puede por tanto ser más fácilmente invocada para incitar a la acción. Siempre funciona, y su magia y potencia nunca declina. También posee la peligrosa virtud de reunir y reclutar seguidores, ya que puede ser calculada para que haga surgir un entusiasmo que tiende a inhibir la reflexión y, de esta forma, puede ser utilizada por las “fuerzas anónimas” para conducirla hacia cualquier dirección que ellos elijan. Una y otra vez ha conducido a guerras y revoluciones, y su poder mágico puede ser estimado por el hecho de que después de dos guerras mundiales luchadas en su nombre, la libertad por la que éstas fueron luchadas se ha ido declinando progresivamente. De esta forma, ¡la palabra libertad ha sido reclutada para efectuar su propia destrucción!

Este uso de la palabra desencarnada –desencarnada en tanto que separada de su substancia y realidad– posee, cuando es efectiva, otro resultado adicional, importante y verdaderamente esencial para el avance de los planes de las “fuerzas anónimas”; pues aquélla constituye un ataque directo sobre la inteligencia, y está calculada para producir su desintegración. Retornando al conjurador común, si los miembros adultos de su auditorio realmente fueran engañados por sus tretas y engaños, entonces sus inteligencias serían del mismo nivel que la de los niños que hubieran llevado con ellos para ser entretenidos: un nivel propio de la inmadurez de un niño, pero impropio –hasta el punto de imbecilidad– en un hombre adulto. Sin embargo, puesto que el objetivo del Mago Blanco es la de crear una ilusión, y no la de embaucar, –es decir, sólo quiere engañar al ojo pero no a la mente de su auditorio–, su arte es inocuo, y el resultado de su ejercicio es relativamente inofensivo. Pero el conjurador con palabras, el Mago Negro, pretende invadir la mente y engañarla. Es el arte de la posesión y, si es exitosa, sus resultados son demoniacos. Aquí, el significado de “ordenar solemnemente” encuentra su propia justificación, con las artes de la oratoria, la retórica y la exhortación, empleados para encandilar y distraer a la mente, y finalmente someterla y condicionarla a aceptar cualquier cosa que sea puesta delante de ella. El propósito, como se ha sugerido, es la desencarnación, siendo la finalidad vaciar las palabras de su verdadero contenido, y privarlas de sentido o significado. Así, se las puede hacer significar cualquier cosa y apuntarlas en cualquier dirección, y de esta forma ejercer un poder ilimitado.

No es sorprendente, por tanto, descubrir que el Crédito Social se encuentra con hostilidades o sufre bajo una conspiración del silencio; ya que, por su medio, el Crédito Social nos muestra la vía para obtener esa libertad nunca mencionada por los “poderes anónimos”, es decir, la libertad de elegir. Sin esta libertad, el hombre permanece en un estado de esclavitud, con independencia de que se le concedan cuatro libertades o cuarenta libertades. El dador o el concedente de las libertades, las cuales pueden también ser retiradas, sigue siendo el amo, y aquéllos a los cuales se los da son, y siguen siendo, sus esclavos aunque ellos puedan no considerarse a sí mismos en ese estado y, si el amo es generoso, puede incluso que no sientan el yugo. Pero la libertad de elegir es la única libertad que solamente hace al hombre libre y, haciendo eso, une la apariencia con la realidad y, de esta forma, da substancia a la palabra, la viste con carne, la encarna. Tener libertad no es la misma cosa que ser libre. Aquí el verbo “ser” tiene prioridad sobre el verbo “tener”: el adverbio libre lo tiene sobre el sustantivo libertad: la frase “yo soy” sobre la frase “yo tengo”: “ser” sobre “tener”.

Resulta significativo que Cristo no dijo Yo os daré libertad, sino “La verdad os hará libres”. La libertad, de esta forma, se convierte en un atributo de la personalidad, y no un anexo o adición a la personalidad. Su poder, entonces, se vuelve invencible.

En este punto, el moralista puede objetar que los medios que nos permiten realizar la libertad de elección no necesariamente nos harán libres. Todavía podemos ser esclavos de nuestras pasiones, malos hábitos, deseos equivocados, etcétera. Ése mal uso o abuso de la libertad, sin embargo, no altera el status. Seguimos siendo nuestros propios agentes, nos inmiscuimos o invadimos nuestro propio dominio. Debería recordarse que el Hijo Pródigo era libre de retornar hacia su Padre y, haciéndolo, descubrió que él no había perdido su status de filiación.

De ahí puede verse entonces cuán esencial es para las “fuerzas anónimas” oponerse al poder de la palabra encarnada y, mediante el poder de la palabra despojada de su significado y hecha desencarnada, prevenir su “retorno” y la realización de la filiación que la aguarda.

Una confirmación interesante de la afirmación del Sr. Thorold de que las “fuerzas anónimas” han tomado en su mayor parte el lugar del individuo en el moldeamiento de la historia puede encontrarse en una declaración del Sr. T. S. Eliot citada en un debate sobre la educación en la Cámara de los Loores el 19 de marzo. En ella, el Sr. Eliot se refirió a “enormes fuerzas impersonales que en nuestra sociedad moderna constituyen una necesaria conveniencia o comodidad del pensamiento y cuyo estudio tiende a oscurecer el estudio de los seres humanos.” Existe una importante diferencia, sin embargo, entre las dos afirmaciones, pues las palabras “anónimas”, “conspiración”, “fórmulas” y “abstracciones” en la afirmación del Sr. Thorold al menos implican la existencia de una persona o personas que están detrás de esas “fuerzas”: haciéndolas funcionar, conspirando, decidiendo acerca de las “fórmulas”, las “abstracciones”, cuyo uso se adecué mejor a sus propósitos. Uno, pues, tiene derecho a indagar qué quiere decir el Sr. Eliot con “fuerzas impersonales”, y por qué ellas constituyen una “necesaria conveniencia o comodidad del pensamiento” en “nuestra moderna” sociedad o en cualquier sociedad. ¿Quiso dar a entender algo el Sr. Elliot, o podría pensarse que él “hablaba por hablar”, simplemente conjurando con palabras de un modo distinto? Uno bien puede suponer que constituye una conveniencia o comodidad para estas “fuerzas” el que sean representadas como “impersonales”; no podría idearse una mejor fórmula para preservar su anonimato. Pero, ¿realmente cree el Sr. Eliot que, por ejemplo, el “ataque relámpago” económico que golpeó de costado al mundo en el periodo de entreguerras fue debido a “fuerzas impersonales”? ¿Él cree realmente que las depresiones comerciales, la inflación, la deuda impagable, los impuestos sancionadores, la “pobreza en medio de la abundancia” y las subsiguientes guerras y revoluciones, y todas sus consecuentes miserias y devastaciones son debidas a esas mismas “fuerzas impersonales”? Si el Sr. Eliot se estaba refiriendo a las fuerzas de la naturaleza y a los fenómenos de inundaciones, sequías, hambrunas y desastres del mismo estilo, entonces habría que decirle que demasiado se sabe hoy en día acerca de la parte que el hombre ha jugado y está jugando en la “violación de la tierra” (2) como para que su designación como “fuerzas impersonales” haya de considerarse cualquier otra cosa distinta a engañosa (3).

La declaración citada del Sr. Eliot trata de la cuestión de la historia y de la enseñanza de la historia. Si su referencia a las “enormes fuerzas impersonales” representa su considerada y convencida opinión, entonces podría justamente considerarse como un ejemplo de lo que uno ha llamado “inanidad del pensamiento divorciado de lo hechos”, y uno se queda preguntándose si la “historia” tal y como es enseñada por los “historiadores” no ha sido, ni es, más que un “cuento contado por un idiota”, o el “sinsentido” que el Sr. Henry Ford declaraba que era.

En The Social Crediter del 23 de febrero, una cita del autor francés mencionado es, en parte, como sigue: “Le mot le plus précieux de notre langue? Eh bien, mon enfant, c´est le mot Qui, employé interrogativement (…)” Podría sugerirse que “le mot” Pourquoi, también “employé interrogativement”, podría beneficiosamente hacerse que la siguiera, y que la respuesta a ambas pudiera descubrirse en las palabras “Quis beneficit”. En cualquier caso, puede declararse como conclusión que hasta que no nos hagamos generalmente conscientes de la existencia de estas palabras, y de la importancia que debería acompañar a éstas así como a los esfuerzos por descubrir sus respuestas, podríamos encontrar que, en nuestro lucha contra la “cosa” mala que oprime a la humanidad, podríamos estar meramente golpeando contra el aire vacío o, por todo lo que sabemos, realmente ayudando en las tácticas del enemigo.



(1) Santa Catalina misma parecería confirmar esa afirmación en la siguiente declaración que se puede encontrar en su diálogo: “(…) a través de las palabras solas, han venido las revoluciones de estados, y las destrucciones de ciudades, y muchos homicidios y otros males, (…)”.

(2) Una parte a la que se le fuerza en la mayoría de los casos por razón de obligaciones y restricciones financieras, o por causa de planificación gubernamental, instigada, asistida y controlada por sus financiadores.

(3) En la obra de Nora Waln The House of Exile la autora refiere cómo las inundaciones en China, de las que ella fue testigo en una ocasión, estaban causadas por la omisión del Gobierno en reconstruir presas y puentes, etc…, que habían quedado en mal estado. Las peticiones hechas al Gobierno, así como los avisos en relación a lo que podía esperarse que ocurriera, fueron persistente y consistentemente ignorados.