(Fuente: El Diario Vasco, 8 de Agosto de 1963, página 2)


En el diario de su digna dirección del día de hoy, así como en algunos otros del día de ayer, he leído y visto fotografías de la “Infanta” María Teresa de Borbón Parma –así lo dice textualmente–, con motivo de una visita que dicha Princesa ha efectuado al Museo de San Telmo y a otros lugares de San Sebastián, título que me ha sorprendido, ya que en España son Infantes solamente los hijos y nietos de los Reyes o de aquellas personas regias que son por derecho sucesorio considerados como tales.

Al ser esta Princesa francesa hija del Príncipe Javier de Borbón Parma, no puede ser Infanta de España, puesto que ni su abuelo ni ningún antepasado directo de la misma ha sido Rey de España, como lo fueron Don Carlos María Isidro (Carlos V) y Carlos VII en una parte de su territorio durante las dos guerras civiles, cuyo derecho podía ser más o menos discutido por los partidarios de una y otra dinastía.

Como es sabido de todo el mundo en España, las dos ramas de la Casa de Borbón que durante el siglo pasado se han disputado la Corona de España, se han unido familiarmente, por la extinción de una de ellas en su línea masculina (en lo que se ha fundamentado siempre el derecho sucesorio Carlista), y por haber recaído este derecho de legitimidad en los hijos de Don Alfonso XIII, que si bien ejercitó el Poder en régimen constitucional durante una parte de su reinado, tampoco es menos cierto que lo hizo durante seis años (en tiempos de Don Miguel Primo de Rivera) en una época en que todo el Carlismo sin excepción colaboró con él, por considerar que doctrinalmente su ideario político se aproximaba mucho a aquel sistema establecido.

Sucesoria y legítimamente, pues, el Príncipe Javier no puede alegar ningún derecho a la Corona de España, ya que en el caso más favorable, de alegarlo algún Príncipe de esa rama, lo podría hacer, si acaso, el hermano mayor o su sucesor el actual Duque Roberto de Parma, por lo que nos vemos sorprendidos y confusos al aparecer en la Prensa donostiarra el nombre de la Princesa María Teresa con el título de Infanta de España.

Esta confusión, que, a juicio mío, debe ser objeto de lógica aclaración para ajustar las cosas a la verdad histórica y objetiva, me mueve a rogarle la publicación de estas líneas, por lo que le quedaré agradecido.


Fernando Gaytán de Ayala



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(Fuente: El Diario Vasco, 13 de Agosto de 1963, página 2)


Cuando hace cuarenta y cinco años fue presidente de la Diputación de Guipúzcoa el marqués de Valdespina, carlista, al venir de veraneo a San Sebastián doña María Cristina, preguntaron algunos al marqués si iba a ir a saludarla. Valdespina respondió que él era un caballero, y acudió a la estación para recibir a la augusta señora.

Digo esto de entrada porque los párrafos de la carta enviada por don Fernando Gaytán de Ayala a EL DIARIO VASCO, que éste publicó en su número del día 8, adolecen de falta de caballerosidad y de total ausencia de elegancia, ya que la cuestión planteada por dicho señor resultó más impertinente, todavía, hallándose en nuestra ciudad, como ilustre visitante, doña María Teresa de Borbón-Parma, persona de sangre real digna de todos los respetos.

Por otra parte, los conceptos que el señor Gaytán de Ayala expone en su carta quieren dar a entender que el Carlismo es autor de una impostura al dar el título de Infanta a doña María Teresa y sus hermanos, imputación que los requetés no están dispuestos a admitir.

Como en el párrafo último del escrito del señor mentado habla éste de una necesaria aclaración, pero lo hace de una manera confusa y no se sabe bien si quiere decir que está acabado el asunto con lo apuntado por él, o desea que otros hagan la aclaración, voy a contestarle del modo más sucinto posible y con el deseo de no entablar polémica por lo que acabo de exponer y, además, porque en el escrito del señor Gaytán de Ayala hay algunas equivocaciones de detalle. Éstas son:

Primero, denominar Princesa francesa a esta hija de don Javier de Borbón-Parma; pues siendo la familia de ésta una familia desterrada por la Revolución, se ha asentado donde ha podido y ha tenido los pasaportes que han podido, como don Jaime y don Alfonso Carlos los tuvieron, respectivamente, ruso y austriaco; y, objetivamente, es indiscutible que los Borbones de Parma pertenecen a una de las tres ramas de los Borbones españoles como descendientes de Felipe V.

Segundo: Decir que “las dos ramas de la casa de Borbón, que durante el siglo pasado se han disputado la Corona de España, se han unido familiarmente por la extinción de una de ellas en su línea masculina”; pues la pervivencia del Carlismo está demostrando lo contrario ante los ojos de todos los que los tengan abiertos, y porque la línea de Don Carlos tuvo a su lado en la disputa antedicha a los Borbones españoles de Nápoles y de Parma, los cuales tenían un puesto en la línea sucesoria, puesto que luego traeré a colación.

Tercero: Asegurar que “todo el Carlismo sin excepción” colaboró con don Alfonso XIII durante los años del gobierno de don Miguel Primo de Rivera; porque la realidad es que don Jaime III y sus seguidores estuvieron, en todo momento, ausentes de tal colaboración, sin más excepción que la de algunas personalidades aisladamente consideradas.

Pero el fondo de la cuestión es otro, por encima de los detalles precedentes. El fondo de la cuestión, objetivamente considerada, es la presencia del Carlismo en el ruedo de la política española desde hace ciento treinta años. Podrá gustar o no gustar. Pero el hecho está ahí. Y el Carlismo, con arreglo a la lógica de sus principios ideológicos y dinásticos, ha tenido sus reyes, sus principios y sus infantes, y los sigue teniendo. Agotada la línea directa masculina del legitimismo al morir don Alfonso Carlos, el Carlismo hubo de buscar en la descendencia de Felipe V el príncipe con mejor derecho entre quienes no habían pactado con la revolución. Vio que los Nápoles, los Caserta, leales durante largo tiempo a don Carlos, habían pactado con la revolución al casar don Carlos Caserta con la hermana de don Alfonso XIII. Había que mirar, por consiguiente, a los Parma, la tercera rama borbónica de España; cosa que ya había sido prevista mucho antes por Vázquez de Mella. Éste, en unas declaraciones que le pidió el periódico “Heraldo de Madrid”, publicadas en el número 6.787 de dicho diario, el día 28 de julio de 1909, a la cuestión que le planteaban sobre la liquidación del pleito dinástico en un plazo no muy largo, ya que don Alfonso Carlos no tenía sucesión y don Jaime permanecía soltero, contestó, rotundo, que en manera alguna. “¿Cuál sería entonces la rama heredera?”, le preguntó el periodista, respondiendo Mella, textualmente: “La de Parma, infantes natos de España, que se ha mantenido fiel a la rama proscrita, reconociendo su jefatura y proclamando su derecho.”

Así el Carlismo no se ha sacado de la manga por puro capricho el llamamiento a los Parma, al que alude de paso el señor Gaytán de Ayala, a modo de concesión, para argumentar que, aun así, no sería don Javier el designado, sino el único hermano mayor que aún tiene o el príncipe don Roberto, hijo de dicho hermano. Pero al decir esto, olvida el señor Gaytán de Ayala la motivación interna del Carlismo acerca de dicha cuestión. Porque el citado hermano mayor de don Javier, el príncipe don Elías, quedó automáticamente excluido por el Carlismo al reconocer, en 1920, a don Alfonso XIII. Y en cuanto a su hijo don Roberto, que ya cuenta más de cincuenta años, su inhibición es total y absoluta, como todo el mundo sabe.

Por eso el Carlismo se ha fijado en la persona de don Javier, dado que, con arreglo a los principios mantenidos y defendidos por don Carlos y sus sucesores, es el príncipe de mejor derecho entre los Borbones de España no afectados por las causas de exclusión dimanantes, según el Carlismo, del hecho de las guerras carlistas. Esto podrá gustar o no. Pero es un hecho claro y tiene fundamentación lógica. Un libro publicado hacer unos años, “¿Quién es el rey?”, escrito por Fernando Polo, trata de manera exhaustiva de la cuestión.

Y no me queda sino decir que, deliberadamente, he demorado contestar a la carta publicada en EL DIARIO VASCO hasta que la infanta María Teresa saliese de San Sebastián para continuar su excursión por el norte de España; pues andarse en dimes y diretes acerca de su persona durante su estancia en nuestra ciudad, me parecía muy poco cortés y ofensivo para la proverbial finura y gentileza de la hospitalidad donostiarra.



José Ignacio de Olazábal y Bordiú, marqués del Valle de Santiago.