¿Y por eso no fue jerarca?
¿Y por eso no fue jerarca?
Desde antes del nombramiento de Juan Carlos, Franco estaba ya bastante viejo. En la última etapa de su vida, su mandato era más bien nominal y nada efectivo, sobre todo tras el asesinato de Carrero. Utrera Molina narra perfectamente el ambiente conspirativo que rodeaba aquellos últimos consejos de ministros, donde todo se decidía en última instancia por Arias Navarro y su camarilla y el anciano Franco ni pinchaba ni cortaba y hasta a punto estuvieron de declararle incapaz en el verano de 1974.
Pero, en fin, a Franco nunca le habrá valido la disculpa de ancianidad para controlar todo el gigantesco aparato estatal que se le iba de las manos. En cambio, por la misma época, a Don Javier sí le servía su longeva edad de disculpa para no enterarse de las barbaridades que durante lustros decía a voz en grito su ojito derecho Carlos Hugo.
“España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.
A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)
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