El texto contra el reduccionismo "blanco" y cristiano/católico en la inmigración es buen punto por el que empezar, pero se queda corto en el correcto orden de las cosas.
Dice Leolfredo:
De acuerdo con esta afirmación. El Principio natural de subsidiariedad y las bases comunales de la convivencia vecinal nos pueden iluminar al respecto de la inmigración. Primero hay que preguntarse una cosa, ¿qué comunidad tiene derecho a otorgar vecindad a una familia o persona? Antes del Estado era la unidad de convivencia mínima: la aldea, o en el caso del poblamiento disperso la Casa (entendida como la familia extendida y unidad económico-habitacional) quien tenía el derecho prioritario a decidir si unos "extranjeros" (en el lenguaje de la época dos naturales de aldeas distintas eran mutuamente extranjeros a nivel de aldea, y compatriotas a niveles superiores) podían asentarse en dicho lugar. Si se quiere recuperar el arraigo a la tierra y a la religión de los españoles este debería ser el caso ya que ¿Quien mejor para determinar si un recién llegado puede ser vecino que los propios vecinos con los que se darán relaciones fraternales comunitarias? Lo contrario sería destruir la comunidad para transformala en una sociedad de individuos.yendo más allá, y siguiendo la misma lógica, tampoco aceptaría que toda España invadiera el pequeño valle del que soy originario. Ni que lo invadiera la comarca vecina.
Que dos personas de diferentes lugares compartan naturaleza a nivel de la cristiandad no signfica que tengan derecho a emigrar y trastornar los orígenes, linaje, tradiciones, privilegios, fueros y comunidades de sus respectivos lugares. Y lo mismo el compartir "españolidad": ser parte de una comunidad superior no da derecho a esos miembros de la comunidad superior a inmigrar sobre comunidades inferiores a la que pertenecen ambas personas: principio de Subsidiariedad.
Al menos esto debería ser así por necesidad en el rural. Cada comarca rural tiene unos mitos fundacionales perdidos en la noche de la reconquista, que aun no han sido olvidados del todo por la inflitración de la modernidad, Unos pequeños héroes y santos cristianos de los que la comunidad dice descender de modo colectivo. Ser miembro de una aldea, valle o comarca es una categoría colectiva mucho más presente y real que la nacionalidad del Estado-Nación moderno: ser del Valle de Lantarón en Alava, era algo muy concreto, con un traje, unos fueros y una historia común. Permitir la llegada de gentes ajenas es destruir todo el arraigo colectivo forjado a través de los siglos, por lo que solo fuerza de necesidad mayor podría permitir tal cosa.
En cambio las ciudades, antiguos lugares de realengo, y hoy de perfidia, que transforman en basura todo lo que en ellas entra como decía el genial Nicolás Gómez Dávila, son otro nicho sociológico y ecológico diferente. En la ciudad existen sociedades, no comunidades, y el Estado no es más que una federación de ciudades. Hoy un ciudadano puede ir de una ciudad de una punta de España a otra ciudad del otro extremo sin separarse del asfalto y entrar en la ruralidad por el camino. En las ciudades por tanto la inmigración podría ser más permisiva.
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