SERIE : CAMINO DE LA ESCLAVITUD
1ª Parte : INTRODUCCIÓN.
La serie pretende afrontar la tarea más ardua descrita por Platón: tratar de convencer a un pueblo de esclavos de que efectivamente lo es.
La argumentación se basa en que se ha producido una transformación social de tal magnitud que ha generado un pueblo de hombres que NO AMAN LA LIBERTAD.
En definitiva, un pueblo que ha dejado de ser libre, que ha perdido su TRADICIÓN, sus COSTUMBRES y sus INSTITUCIONES.
Desde un enfoque original y osado se asumen las posiciones clásicas de pensadores como Aristóteles, Santo Tomás, Tocqueville, Burke, Donoso Cortés, Menéndez Pelayo y Ortega y Gasset a las que el autor añade intuiciones geniales.
Actualmente es frecuente encontrar el HASTÍO POLITICO de los que NO VEN ALTERNATIVA y que se hunden en la frustración al no encontrar UNA SOLUCIÓN IMAGINATIVA.
Entonces, la sociedad, empujada por los socialistas, desatendida por un conservadurismo sin prespectiva y condenada por la falta de imaginación de los derrotados, cae, sin freno, por la vertiginosa pendiente de la REVOLUCIÓN ANTICRISTIANA.
El primer objetivo del hombre preocupado por su entorno es realizar un diagnóstico de la situación presente, algo no fácil cuando se trata de un objeto de estudio tan poco dócil como el hombre. Después hay que pensar qué debe hacerse y cómo lograrlo.
El revolucionario, según su mentalidad “racionalista” diseñará unos fines sin tener en cuenta que la sociedad es difícil de reparar pero muy fácil de derribar.
Como decía el genial Chesterton: “los revolucionarios me tienen harto porque aunque no disponen del mínimo diseño de cómo empezaría su revolución, no dudaba en cómo acabaría”.
No es justo acusar al autor de no tener claro el resultado de su reforma, aunque la obra carece de un resultado concreto; en boca de Chesterton: “es tan estrictamente científico como un mapa militar es militar. No tiene nada de romántico ni de travieso, ni siquiera nada particularmente divertido”.
El ensayo es una lucha cuerpo a cuerpo con los hechos. No es el intento de una restauración, no es el diseño de un dorado futuro, sino una aguda CRÍTICA POLÍTICA acudiendo a las causas, si no primeras, desde luego inmediatas.
La obra da por sentado que la libertad política se asienta sobre una verdadera aristocracia, una amplia clase media libre y propietaria, un gobierno fuerte y participativo y en el respeto por las instituciones inveteradas.
El autor entiende perfectamente que se está produciendo un cambio mucho más allá de la forma de poder, o de una política económica coyuntural.
Comprende que hay en marcha una auténtica REVOLUCIÓN SOCIAL y CULTURAL desde hace mucho tiempo, y que el único correctivo eficaz es la REINSTAURACIÓN DE LA PROPIEDAD.
En el paso de la sociedad campesina a la industrial están en juego muchas más cosas que la simple implantación de unas fábricas.
El autor no es contrario a la introducción de la maquinaria aunque conoce el precio a pagar por ello.
No se opone a las fábricas, aunque sabía que no debían ser abusivas.
No es contrario al bienestar económico aunque admiraba la pobreza cristiana.
Tampoco se oponía a la técnica aunque sabía que ésta poco podía decir de las verdades del hombre.
El autor sí se opone a la COLECTIVIZACIÓN y la nueva “religión” Socialista que veía implantarse con culpalbe silencio de la mayoría.
Así dirá: “el experimento colectivista se adapta completamente a la sociedad capitalista a la cual se propone sustituir” pues trabaja con la maquinaria disponible del capitalismo, habla y piensa con los mimos términos del capitalismo, recurre a los apetitos despertados por el capitalismo, y ridiculiza, calificándolas de fantásticas e inauditas, aquellas cosas de la sociedad cuya memoria mató el capitalismo en el alma de los hombres donde quiera que llegó su flagelo.
Con su cruzada distributiva repondía a los socialistas, los únicos que parecían entender los resortes que había que accionar para poner el artefacto colectivista en marcha.
Mientras los conservadores seguían ajustando la maquinaria parlamentaria, perdidos en discusiones formales, la revolución colectivista y el sacerdote socialista sabían lo que el resto del mundo (excepto el autor y unos pocos más) parecían haber olvidado: la forma parlamentaria de gobierno es muy preferible a todas las otras; pero no es más que una FORMA, y la CONSTITUCIÓN DE LA PROPIEDAD es el FONDO; pues es esta CONSTITUCIÓN la que sirve, realmente, de base del edificio social (Saint-Simon, Del Estado Actual de la Civilización, II, I. Citado en Ghita Ionescu, el pensamiento político de Saint-Simon, FCE, México, 1983, pg. 129).
Es un hecho que en la batalla contra la civilización occidental hay una manifiesta desproporción de fuerzas, y que el bando revolucionario se muestra mucho más inteligente e imaginativo que la retaguardia conservadora.
Dependiendo de si amamos el “edificio social” como el autor y otros, o lo odiamos, como los socialistas, cuidaremos la propiedad inmueble o la despreciaremos, pero en ningún caso negaremos que ella es la piedra angular del edificio, es el FONDO.
Negarla, como recordaba Donoso Cortés en su Ensayo equivale a eliminarla, y su eliminación traerá consigo la EXPROPIACIÓN UNIVERSAL (Juan Donoso Cortés, Ensayo sobre el Catolicismo, el liberalismo y el Socialismo considerados en sus principios fundamentales, Espasa-Calpe, Madrid, 1973, pg. 177).
¿QUÉ ENTENDEMOS POR PROPIEDAD?
No es el uso o o disfrute incondicionado de algo. El autor se refire principalmente a la propiedad inmueble. La propiedad, en su sentido tradicional, no es individualista y, por ello, está ligada a la familia y a la sociedad.
Según Donoso Cortés “la institución de la propiedad es absurda sin la institución de la familia: en ella o en otra que se le asemeje, como los institutos religiosos, está la razón de su existencia” así Donoso argumenta:
La tierra, cosa que nunca muere, no puede caer sino en la propiedad de una asociación religiosa o familiar que nunca pasa; luego suprimida implícitamente la asociación doméstica, y explícitamente la asociación religiosa, a lo menos la monástica, por la escuela liberal, procede la supresión de la propiedad de la tierra, como consecuencia lógica de sus principios. Esta supresión de tal manera va embebida en los principios de la escuela liberal, que ha comenzado siempre el periodo de su dominación por apoderarse de los bienes de la Iglesia, por la supresión de los institutos religioos y por la de los mayorazgos, sin advertir que apoderándose de los unos y suprimiendo los otros, bajo el punto de vista de sus principios, hacía poco; bajo el punto de vista de sus intereses, en calidad de propietaria, hacía demasiado.
La escuela liberal, que de todo tiene menos de docta, no ha comprendido jamás que siendo necesario para que la tierra sea susceptible de apropiación, que caiga en manos de quien pueda conservar su propiedad permanentemente, la supresión de los mayorazgos y la expropiación de la Iglesia con la cláusula de que no pueda adquirir, es lo mismo que condenar a la propiedad con una condenación irrevocable.
Esa escuela no ha comprendido jamás que la tierra, hablando en rigor lógico, no puede ser objeto de individualidad, sino social, y que no puede serlo, por lo mismo, sino bajo la forma monástica, o bajo la forma familiar del mayorazgo, las cuales, bajo el punto de vista de la perpetuidad, vienen a ser una misma forma, pues ambas subsisten perpetuamente.
La desamortización eclesiástica y civil, proclamada por el liberalismo en tumulto traerá la expropiación universal. Entonces se sabrá lo que ahora se ignora, que la propiedad no tiene razón de existir sino estando en manos muertas, comoquiera que la tierra, perpetua de suyo, no puede ser materia de apropiación para los vivos que pasan, sino para esos muertos que siempre viven … cuando después de haber suprimido la propiedad individual el comunismo proclama el Estado propietario universal y absoluto de todas las tierras, aunque es evidentemente absurdo por otros conceptos, no lo es si se le considera bajo nuestro actual punto de vista” (Ob. Cit. Pgs. 176-177).
El autor dialoga con los colectivistas y con los individualistas de corte burgués y es capaz de ponerse en otro punto de la discusión porque sabe la importancia que tienen las instituciones y que gran parte del combate cuerpo a cuerpo consiste en la defensa de la tierra.
Sabe que hay que deshacer el camino iniciado y que la revolución empezó hace mucho tiempo con la expropiación de los bienes en manos muertas (Inglaterra con Enrique VIII, en Francia con la Revolución “francesa” y en España con el judío Mendizábal y su desamortización en el XIX).
En este sentido Tocqueville descubre la íntima ligazón entre la materialidad de la tierra y la libertad, eje del problema distribucionista: “cuando el derecho sucesorio permite, y con mayor motivo cuando ordena, el reparto legal de los bienes del padre entre los hijos, sus efectos son de dos clases, aunque tiendan al mismo fin.
En virtud de la ley de sucesión, la muerte de cada propietario trae consigo una revolución en la propiedad; no sólo los bienes cambian de dueño, sino también, por así decirlo, de naturaleza, ya que se fraccionan sin cesar en porciones cada vez más pequeñas … Pero la ley del reparto por igual no ejerce únicamente su influencia sobre el destino de los bienes, sino que actúa sobre el alma misma de los propietarios y llama a sus pasiones en su ayuda. Son estos los efectos indirectos que destruyen rápidamente las grandes fortunas, y sobre todo, los latifundios.
Entre los pueblos donde la ley de sucesión se funda en el derecho de la primogenitura, las posesiones territoriales suelen pasar de generación en generación sin división. De ello resulta que el espíritu de familia viene a materializarse, en cierto modo, en la tierra. La familia representa la tierra y la tierra a la familia, perpetuando su nombre, su origen, su gloria, su poderío, sus virtudes. Es un testigo imperecedero del pasado y una prenda preciosa de la existencia futura.
Cuando la ley de sucesión establece el reparto por igual, destruye el nexo íntimo entre el espíritu de familia y la conservación de la tierra. La tierra deja de representar a la familia, pues debiendo forzosamente repartirse, al cabo de una o dos generaciones es evidente se irá reduciendo hasta acabar por desaparecer enteramente …
Desde el momento en que se priva a los grandes terratenientes de las fuentes de interés como los sentimientos, los recuerdos, el orgullo, la ambición de conservar la tierra, es seguro que más pronto o más tarde acabarán vendiéndola a causa del interés pecuniario de la venta, pues los capitales mobiliarios producen a mayor interés que los otros y se prestan más fácilmente a satisfacer las pasiones del momento.
Una vez divididas, las grandes propiedades rústicas no se rehacen jamás … Allá donde acaba el espíritu de familia, empieza a mostrar sus verdaderas tendencias el egoísmo individual. Como la familia ya no se presenta al espíritu más que como una cosa vaga, indeterminada e incierta, cada uno se concentra en la comodidad del presente. Se piensa en la próxima generación, pero no más allá” (La Democracia en América, II, Madrid, Alianza Editorial, 2006, pgs. 89 y 90).
Por eso no basta con un programa político formal basado únicamente en el equilibrio de poderes, la revolución transcurre por otros derroteros. El autor sabía que el monopolio y la concentración de la propiedad sólo son posibles con el intervencionismo Estatal y la reforma de la propiedad que propugnan los socialistas.
La batalla distribucionista se centra en el paso de la sociedad campesina a la sociedad industrial, que ello supone una transformación social hacia el individualismo, y que el correctivo eficaz a la masificación se encuentra en la institución jurídica de la propiedad, entendida en su vínculo estrecho con la tierra.
Tocqueville lo intuyó y la realidad ha constatado que “en la economía industrial la riqueza ya no está ligada a un bien tangible e indestructible como la tierra, sino a esa nueva “propiedad” que es inmaterial e intercambiable denomiada CRÉDITO: la economía industrial es una ECONOMÍA DE CRÉDITO" (Henri Lapage, Pourquoi la propieté, Propiedad y Libertad, FCE, Madrid, 2002, pg. 332).
Así quedan definidos, de una vez por todas, los términos del conflicto: propiedad inmueble ante el crédito, lo permanente ante lo cambiante. Tradición contra socialismo.
El autor se percata de que el individualismo burgués es el aliado perfecto del colectivismo: “El Estado Capitalista engendra una teoría colectivista que, al aplicarse, produce algo completamente distintos del colectivismo: el ESTADO SERVIL”
Por esta razón, que en gran medida es una cuestión moral, la propiedad inmueble juega un papel tan importante en el tema de fondo de la libertad política. La sociedad campesina tiene su base material en la tierra, mientras que la sociedad industrial se asienta sobre la volatilidad de los bienes muebles.
Cierto que la sociedad campesina es menos productiva que la industrial, porque los bienes inmuebles producen menos renta que los mobiliarios, y esa es precisamente la razón que animó a los primeros socialistas a ensalzar la producción como el dogma de fe de la nueva religión.
Mill fue uno de los primeros liberales en acercarse al socialismo al afirmar la importancia de una distribución equitativa de la riqueza productiva, confundiendo el fin social de la propiedad con la nuda producción.
La política, que en la sociedad tradicional campesina había perseguido la libertad, en la sociedad industrial, al poner como fin la producción, se había convertido en política económica.
LA IGLESIA Y LA PROPIEDAD.
Sobre la opinión de la Iglesia respecto a la propiedad hay muchas discusiones, muchas sin objeto, pues la afirmación elemental es clara en toda su tradición.
La Biblia autoriza la idea según la cual los hombres deberían de disponer de los recursos naturales necesarios para obtener un fruto proporcional a su esfuerzo. La distribución de la tierra está prevista cuando dice: (Números 33, 54) que la tierra debe estar repartida en lotes y que cualquier diferencia resultante debe ser corregida en el jubileo, que en definitiva es un nuevo comienzo, al devolvérsele a todo antiguo propietario las tierras que hubiera vendido. Con este retorno a la posición original se evitaba la formación de latifundios y se restablecía una equidad material entre las familias (Levítico, 25-28).
Más recientemente con la Doctrina Social de la Iglesia, papas contemporáneos al autor se pronunciaron en términos claros sobre el asunto: sobre la forma de la propiedad, la doctrina de la Iglesia se remite al ordenamiento jurídico de cada comunidad política. Pero con la perspectiva de la revolución industrial y ante la amenaza de la colectivización socialista, León XIII señalaba que “es injusto que el individuo y la familia sena absorbidos por el Estado. Lo justo es dejar a cada uno la facultad de obrar con libertad hasta donde sea posible, sin daño al bien común y sin injuria a nadie” (Rerum Novarum, 26).
Así, y por las mismas razones que el autor, según las cuales familia y propiedad son inseparables, el papa afirmaba como principio que “el poseer algo en privado como propio es un derecho dado al hombre por la naturaleza”.
La interpretación sobre la propiedad suele ir encaminada a hacerla culpable de las diferencias sociales y de la injusticia en el mundo, razón por la cual se propone como solución la expropiación masiva y convertir al Estado en único “propietario”.
Por tanto, la tendencia a querer evitar la pobreza eliminando la propiedad, aunque contradictoria, es muy fuerte y muestra gran influencia en muchos medios.
Poner la solución en el Estado, convirtiéndolo en el único propietario es la opción colectivista que el autor rechaza.
En ese mismo sentido se expresó el papa León XIII cuando escribió que “el que Dios haya dado la tierra para usufructarla y disfrutarla a la totalidad del género humano no puede oponerse en modo alguno a la propiedad privada. Pues se dice que Dios do la tierra común al género humano no porque quisiera que su posesión fuera indivisa para todos, sino porque no asignó a nadie la parte que habría de poseer, dejando la delimitación de las posesiones privadas a la industria de los individuos y a las instituciones de los pueblos” (Rerum Novarum, 6).
También Pío XI escribió (1931): “ahora bien, está claro que al Estado no le es lícito desempeñar este cometido de una manera arbitraria, pues es necesario que el derecho natural de poseer en privado y de transmitir los bienes por herencia permanezca siempre intactoe e inviolable, no pudiendo quitarlo el Estado, porque “el hombre es anterior al Estado” y también “la familia es lógica y realmente anterior a la sociedad civil” (Quadragesimo Anno, 49).
En la confusión generalizada que se produce sobre la función social de la propiedad el autor sigue la tradición sin perder de vista que si realmente se quiere solucionar el problema social por excelencia, desde que Aristóteles lo enunciara para siempre, que es la ausencia de clases medias, tiene que haber una amplia clase proletaria.
En este sentido, “el destino universal de los bienes” hace referencia a una extensión de la propiedad al mayor número de familias, y también a una extensión de la propiedad en el tiempo, remontándose a la tradicción y proyectándose en el futuro.
La verdad sobre la propiedad, al menos en la tradición clásica defendida por el autor se ha mantenido indeleble en el magisterio, enuniciado una vez más por Juan XXIII en la Encíclica Mater et Magistra en la que se recuerda lo que es el principio general en la doctrina de la Iglesia católica: “el derecho de propiedad privada sobre los bienes se basa en el propio derecho natural” (Mater et Magistra, 43).
EL SIERVO.
El gran problema del hombre moderno es “la soledad del alma” o lo que Tocqueville definió como “individualismo” o “sentimiento reposado y tranquilo que dispone a cada ciudadano a aislarse de la masa de sus semejantes y retirarse a distancia con su familia y con sus amigos, de tal mantera que, después de haber creado así una pequeña sociedad para su uso, abandona con gusto el reto de la sociedad a ella misma”
El hombre queda aislado en sus pequeños goces y cree liberarse al alejarse del sacrificio que exige la defensa del patrimonio material y espiritual. Todos sabemos lo que cuesta mantener la casa del pueblo, la finca improductiva, o los viejos libros y cuadros de nuestros abuelos. La diferencia entre el siervo y el hombre libre es sutil.
El rumbo que ha tomado nuestra civilización es el que marca la producción, y eso sabemos, desde que nos lo explicaron los socialistas, que implica la eficiencia y la planificación, es decir, un Estado potente capaz de organizar las energías productivas, de explotar los recursos humanos.
De ahí que profetizase que “el futuro de la sociedad industrial si se deja librado a su propia dirección, es un futuro en que el proletariado tendrá garantizadas la subsistencia y la seguridad, pero garantizadas a expensas de la anterior libertad política y mediante la instauración de ese proletariado en un estatus, aunque no nominalmente, de hecho servil”.
Es un hecho que en la sociedad democrática, industrial o de masas, la gran masa de asalariados en que se asienta la sociedad miran como un bien actual todo lo que aumente sus ingresos presentes, aunque sea en pequeña proporción, y todo lo que los ponga a cubierto de los peligros de la inseguridad que los acechan constantemente.
Entienden y acogen con satisfacción un bien de esta clase, y están enteramente dispuestos a pagar por el mismo el precio correspondiente de regulación y regimentación, que llevarán a cabo por grados y en medida creciente sus patrones.
Una amenaza, relativamente leve, basta ya para dominar a los hombres de la sociedad industrial, cuya masa proletaria se ha acostumbrado a vivir semana tras semana bajo el peligro del despido, y se ha vuelto sumisa y dispuesta ante la amenaza de la menor reducción de sus salarios, de esos salarios que apenas alcanzan, justamente, para subsistir.
No se ve en el hombre masa a un culpable, porque en realidad no hay masas, sino personas concretas. Piensa que los que sufren, los que viven asfixiados por sus hipotecas, sus precarios trabajos, falta de unidad y al calor de la comunidad.
¿Es posible devolver la seguridad a un hombre que se siente permanentemente amenazado?
EL PADRE DE FAMILIA.
Si los millones de familias que hoy viven de un salario se les propone un contrato vitalicio de trabajo que les garantice la perpetuidad del empleo, con el salario íntegro que cada uno considere que gana normalmente ¿Cuántos lo rechazarían?
Tal contrato implicaría una PÉRDIDA DE LIBERTAD; para ser exactos, un contrato vitalicio de esa clase no es un contrato en absoluto.
Si nos preguntamos cuántos hombres, o mejor, cuántas familias, preferirían la libertad (con su séquito de inseguridad indefectibles y de posible penuria) a ese contrato vitalicio, nadie puede negar que la respuesta será “muy pocos lo rechazarían”. Y ahí está la clave de todo el asunto.
Para el autor es evidente, como lo era para Platón y toda la tradición política occidental hasta la modernidad, que una sociedad sólo puede ser libre cuando sus ciudadanos aman la libertad, aún a costa de pagar un el alto precio que ello supone.
El campesino es más libre que el asalariado, el campesino libre de deudas que disfruta de un predio suficiente, es el hombre más libre e independiente entre nosotros; nunca le preocupará que le falte el alimento o el trabajo, y su sumisión a los caprichos de la naturaleza, en lugar de sufrir los del mercado y la coyuntura, es de las que lejos de amargar la naturaleza humana contribuyen a ennoblecerla.
La sociedad de tipo campesino, compuesta por una amplia clase de propietarios de bienes inmuebles, educa al hombre en rigor de la naturaleza y en la la libertad de la responsabilidad ante las decisiones presentes y futuras, evitando que caiga en el fenómeno de la MASIFICACIÓN.
Como decía Chesterton: “el hombre sencillo sigue soñando por las nocehs con su vieja idea de tener una casa normal. ¡Pedía tan poco y le han ofrecido tanto! Le han ofrecido fragmentos de mundos y sistemas, le han ofrecido el Edén y la Utopía, y la Nueva Jerusalén, y él solo quería una casa; que se le ha negado … los ricos echaron literalmente a los pobres de la vieja casa a la carretera, diciéndoles escuetamente que era el camino hacia el progreso. Les obligaron, literalmente, a entrar en fábricas y en el moderno sistema de ESCLAVISMO ASALARIADO, asegurándoles todos el tiempo que era el único camino hacia la riqueza y la civilización.
Igual que habían apartado a los rústicos de la comida y la cerveza del convento diciendo que las calles del cielo estaban pavimentadas con oro, ahora les apartaron de la comida y de la cerveza del pueblo diciéndoles que las calles de las ciudades estaban pavimentadas con oro.
El autor, en su defensa de las clases medias y la libertad no elabora un programa que garantice más derechos a más personas. No quiere una sociedad más cómoda ni más rica, quiere UN PUEBLO LIBRE, RESPONSABLE DE SUS ACTOS Y SU DESTINO.
La solución, una vez más, se encuentra en recuperar la naturaleza de la vida familiar y social.
Se encuentra, como escribía Chesterton, en la casa: “para un hombre corriente y trabajador, la casa no es el único lugar tranquilo en un mundo de aventura. Es el único lugar salvaje en un mundo de reglas y tareas establecidas. El hogar es el único lugar en el que puede poner la alfombra en el techo o las tejas en el suelo si quiere hacerlo. Cuando un hombre pasa cada noche dando tumbos de bar en bar y de sala de fiestas en sala de fiestas, decimos que está llevando una vida irregular. Pero no es así, está llevando una vida sumamente regular bajo las aburridas y a menudo opresivas, leyes de esos lugares … Un tren no es una casa, porque es una casa sobre ruedas. Y un poiso no es una casa, porque es una casa sobre pilotes. Una idea de contacto terrenal y cimientos, así como una idea de separación e independencia es parte de este instructivo cuadro humano …
Como todo hombre normal desea tener una mujer, e hijos nacidos de una mujer, todo hombre normal desea tener una casa propia donde meterlos. No desea tener simplemente un techo sobre sí y una silla debajo: quiere un reino visible y objetivo.
En resumen, ¿En qué educa la relación con la tierra?
En la virtud, nacida de la virilidad de los hombres que se relacionan libremente con la naturaleza.
¿Qué es lo que más teme la mayoría de los hombres en un Estado Capitalista?
No la pena que les aplique un tribunal, sino el DESPIDO.
El campesino vive sujeto a los caprichos de la naturaleza, el industrial a los de la legislación. El campesino mira al cielo, el industrial al Boletín Oficial.
Educar esa mirada es el fin del autor, la recuperación de la propiedad, en su sentido estricto, su prouesta.
2ª Parte : OBJETO DEL ENSAYO Y DEFINICIONES.
OBJETO DEL ENSAYO.
Este Ensayo pretende sostener y probar la siguiente verdad: que nuestra sociedad moderna, en la que sólo unos pocos poseen los medios de producción, hallándose necesariamente en un equilibrio inestable, atiende a alcanzar una condición de equilibrio estable mediante la implantación del trabajo obligatorio, legalmente exigible a los que no poseen los medios de producción, para beneficio de los que poseen tales medios.
Con este principio de compulsión aplicado contra los desposeídos, tiene que producirse también una diferencia en su estatus; y a los ojos de la sociedad y de la ley positiva, los hombres serán divididos en dos clases:
primera: económica y políticamente libre, con posesión, ratificada y garantizada, de los medios de producción.
segunda: sin libertad, económica o política, pero a la cual, por su misma falta de libertad, se le asegurará al principio la satisfacción de ciertas necesidades vitales y un nivel mínimo de bienestar, por debajo del cual no caerán sus miembros.
Una vez alcanzada tal condición, la sociedad se verá libre de sus actuales tensiones internas y adquirirá una forma estable, susceptible de prolongarse indefinidamente sin cambio. En ella se resolverán los factores de inestabilidad que perturban cada vez más la forma de sociedad llamada capitalista, y los hombres estarán conformes en aceptar ese orden de cosas y seguir viviendo en él.
Siguiendo las definiciones y razones que se expondrán, a tal sociedad se la denominará el ESTADO SERVIL.
El autor no juzgará si esta próxima organización social moderna es buena o mala. Sólo se ocupará de mostrar la inevitable tendencia hacia ella, que empezó a manifestarse hace tiempo, y las disposiciones sociales recientes, que evidencian su aparición, son un hecho.
Este nuevo Estado Servil resultará aceptable para los que deseen, por una u otra razón, el restablecimiento de la diferencia de estatus entre poseedores y desposeídos, y resultará desagradable a los que contemplan tal distinción con malos ojos o con temor.
El autor no pretende terciar en tal discusión, sino hacer ver a cada uno de ellos que lo que los unos preconizan y los otros quieren evitar ya lo tienen encima.
Se probará la tesis, en particular, con el ejemplo de la sociedad industrial de Gran Bretaña, incluyendo Irlanda.
Abordaré la demostración como sigue:
1º.- formularé algunas definiciones.
2º.- describiré la situación de la esclavitud y el Estado Servil, del que constituyen la base como en la Antigüedad.
3º.- esbozaré, sumariamente, el proceso por el que esa institución milenaria de la esclavitud fue disuelta paulatinamente durante los siglos cristianos, y el sistema medieval resultante, fundado en la propiedad sumamente dividida de los medios de producción.
4º.- mostraré cómo fue desmontado en algunas zonas de Europa cuando se acercaba a su plenitud, y fue sustituido, en los hechos aunque no en la teoría jurídica, por una sociedad fundada en el Capitalismo.
5º.- mostraré cómo el capitalismo era inestable por su propia naturaleza, a causa de que sus realidades sociales se hallaban en pugna con todos los sistemas jurídicos vigentes o posibles, y porque sus resultados, al negar el necesario sustento y la seguridad, eran insoportables a los hombres. Por su inestabilidad suscitaba un problema que exigía solución, la implantación de alguna forma estable de sociedad donde hubiera correspondencia entre su sistema legal y su sistema social, y cuyos resultados económicos, al conceder el necesario sustento y la seguridad fueran tolerables a la naturaleza humana.
6º.- presentaré las tres únicas soluciones posibles:
a) el colectivismo, que pone los medios de producción en manos de los agentes políticos comunitarios.
b) la propiedad o restablecimiento de un Estado Distributivo, en que todos los ciudadanos poseen individualmente los medios de producción.
c) la Esclavitud o Estado Servil, en el que los desposeídos de medios de producción se verán compelidos, legalmente, a trabajar para los que los poseen a cambio de asegurarse la subsistencia.
Considerando la repugnancia a preconizar directamente la tercera solución y sostener intrépidamente el restablecimiento de la esclavitud que los restos de nuestra larga tradición cristiana suscitarían en nosotros; sólo las dos primeras se encuentras a disposición de los reformadores: la reacción orientada a un régimen de propiedad bien repartida, o Estado Distributivo, o una tentativa a restablecer el Estado Colectivista Ideal.
Es fácil demostrar que esta segunda solución atrae de forma más natural y sencilla a una sociedad ya capitalista, a causa de la dificultad en que se ve ésta de encontrar la energía, la voluntad y la visión que requiere la primera.
7º.- mostraré cómo los esfuerzos en pos de este Estado Colectivista Ideal, hijo del capitalismo, lleva a los hombres que actúan en una sociedad capitalista, no al Estado Colectivista ni a nada parecido, sino a otra cosa completamente diferente: el Estado Servil.Mostraré cómo la tentativa de implantar el Colectivismo gradualmente por medio de la adquisición pública de los medios de producción se basa en una ilusión.
8º.- reconociendo que un argumento teórico de este género, aunque, intelectualmente persuasivo, no basta para dejar sentada mi tesis, terminaré suministrando ejemplos de la legislación británica moderna que prueban que el Estado Servil lo tenemos ya realmente con nosotros.
DEFINICIONES.
El hombre como cualquier organismo sólo puede vivir mediante la transformación de su ambiente para su propio uso, y debe transformarlo desde unas condiciones en que satisface menos sus necesidades, hasta otras en las que las satisface más.
A esta transformación inteligente, consciente y específica del medio, propia de la particular inteligencia y la facultad creadora del hombre se le denomina PRODUCCIÓN DE RIQUEZA.
Así la riqueza es materia deliberada e inteligentemente transformada de una condición en que sirve menos a la necesidad humana a otra en que sirve más.
El hombre no puede existir sin la riqueza, su creación es una necesidad para él, incluso allí donde se produce lo menos necesario, donde ya es posible fabricar objetos de lujo.
En toda sociedad hay cierta una cierta cantidad de riqueza sin la cual no puede sostenerse la vida humana (prendas de vestir, combustibles, vivienda, alimentos de complicada elaboración, etc.)
Por tanto regular la producción de la riqueza es regular la vida humana misma. Negar la producción de riqueza es negarle al hombre la oportunidad de vivir, en general, sólo en la medida en que las leyes permiten la producción de riqueza pueden exisitir legalmente los ciudadanos.
Sólo puede producirse riqueza aplicando la energía humana, mental y física, a las materias y las fuerzas naturales que nos rodean.
Denominaremos
- TRABAJO a la energía humana que puede aplicarse al mundo material y sus fuerzas, y
- TIERRA a la materia y fuerzas naturales.
Aunque pareciera que todos los problemas y discusiones referentes a la producción de riqueza implican sólo dos factores originales principales: Trabajo y Tierra sucede que la acción deliberada, artificial e inteligente del hombre sobre la naturaleza introduce un tercer factor de suma importancia.
El hombre se dedica a crear riqueza conforme a métodos ingeniosos de complejidad variable, a menudo creciente, y se ayuda construyendo enseres que en cada nuevo sector de producción se hacen pronto tan necesarios como el trabajo y la tierra.
Además, todo proceso de producción, requiere algún tiempo, durante el mismo el productor debe ser alimentado, vestido, alojado, etc. es decir, se precisa una acumulación de riqueza producida en el pasado y reservada para mantener el proceso de trabajo mientras étes produce para el futuro.
El trabajo aplicado a la tierra no produce sólo riqueza de consumo inmediato sino que una parte se reserva por ser necesaria para la producción de más riqueza, su grado varía según la sencillez (complejidad) de la sociedad económica de que se trate.
A esa riqueza reservada, para la producción futura, se le denomina CAPITAL.
Así surgen los tres factores de la producción de toda la riqueza humana que, convencionalmente, denominaremos: Tierra, Capital y Trabajo.
Cuando se habla de medios de producción nos referimos a la conjugación de Tierra y Capital.
Un hombre políticamente libre, que goza del derecho legal de emplear, o no, sus energías cuando le convenga o decida, pero carente de medios de producción (dominio legal sobre una proporción útil de los mismos) lo podemos denominar PROLETARIO, y la clase numerosa compuesta de tales hombres PROLETARIADO.
Usaremos el término PROPIEDAD para designar el régimen de convivencia en virtud del que se entrega a una persona o corporación el dominio de la tierra y de la riqueza hecha mediante la tierra, incluyendo todos los medios de producción.
Así cuando decimos que un edificio (incluyendo la tierra en que se asienta) es “propiedad” de tal ciudadano, familia, corporación o Estado queremos significar que los que “poseen” tal propiedad tienen garantizado, por ley, el derecho a usarla o negarse a su uso.
PROPIEDAD PRIVADA es la riqueza (incluyendo los medios de producción) que por convenio social se hayan bajo el dominio de personas o corporaciones que no son los órganos políticos de los cuales son miembros esas personas.
Lo que distingue la Propiedad Privada no es que el poseedor sea menos que el Estado, o sólo un aparte del Estado (pues la propiedad municipal entonces se entendería privada) sino que el propietario pueda ejercer su dominio sobre ella en su propio provecho y no como un fideicomiso de la sociedad ni en nombre de la jerarquía de instituciones políticas.
Así el Sr. X, vecino de Y, no tiene sus propiedades privadas en calidad de vecino de Y, sino como Sr. X. Si la propiedad aledaña a la suya es propiedad municipal de Y, ésta la posee solamente porque es un cuerpo político que representa a la comunidad de la ciudad entera.
Mientras el Sr. X podrá desplazarse a Z y conservar siempre su propiedad o traspasarla a un vecino de Z, la municipalidad de Y sólo puede tener su propiedad en relación a la vida política corporativa de la ciudad Y.
Llamamos COLECTIVISTA o genéricamente SOCIALISTA a una sociedad ideal enq ue los medios de producción se encuentran en poder de los agentes políticos de la comunidad.
Y CAPITALISTA a una sociedad en que la propiedad de tierra y capital, (posesión y dominio de los medios de producción) está limitada a ciertos ciudadanos libres no lo suficientemente grande como para conformar la masa social del Estado, mientras que los restantes carecen de de tal propiedad y son, por tanto, los Proletarios.
El procedimiento mediante el cual se produce la riqueza en una sociedad de este tipo sólo puede ser la aplicación del trabajo, cuya masa determinante ha de ser necesariamente proletaria, a la tierra y capital, de modo que el proletario que trabaja no recibe más que una parte de la riqueza total producida.
Así el Estado Capitalista tiene dos características: sus ciudadanos son políticamente libres, pueden usar o no, según su voluntad sus bienes y/o trabajo.
Hay individuos capitalistas y proletarios en proporciones tales que el Estado, en conjunto, no está caracterizado por la difusión de la propiedad entre ciudadanos libres, sino por la limitación de la propiedad a un sector menor que la totalidad, incluso una pequeña minoría.
Tal Estado Capitalista se divide, esencialmente, en dos clases de ciudadanos libres: unos los capitalistas o poseedores, otros, los desposeídos o proletarios.
El Estado Servil: régimen social en que las familias e individuos están obligados, por ley, a trabajar en beneficio de otras familias e individuos, en número tan considerable que imprimen sobre toda la comunidad la marca de tal género de trabajo.
Aclaremos y acotemos el término de ESTADO SERVIL.
No es Servil una sociedad en que los hombres se sientan impulsados a trabajar por el entusiasmo, el credo religioso o, indirectamente, por el miedo a la miseria, o por avidez de lucro, o por aumentar los bienes propios.
Hay una neta línea divisoria entre el régimen servil y el no servil del trabajo, y las condiciones que se dan a uno y otro lado de esa línea difieren entre sí en grado sumo.
Donde se lleva a los hombres a un determinado estatus en virtud de la legislación positiva, la cual puede, en último extremo, ser ejercida por los poderes de que dispone el Estado, tenemos la institución de la Esclavitud.
Si esa institución está suficientemente extendida puede decirse que todo el Estado se asienta sobre un fundamento servil, que es un Estado Servil.
Si falta ese estatus formalizado, legalizado, las condiciones no son serviles; y la diferencia entre servidumbre y libertad, perceptible en mil detalles de la vida real, se muestra más evidente en que el hombre libre puede negarse a trabajar y valerse de esa negativa como instrumento para negociar, mientras que el esclavo carece de tal facultad y depende, para su bienestar, de las costumbres sociales sostenidas por leyes susceptibles de protegerlo y darle garantías.
Entonces el Estado no es Servil porque la mera institución de la esclavitud se encuentre en algún punto dentro de sus límites, el Estado únicamente es Servil cuando el impulso de la ley positiva afecta a una masa tan considerable de trabajo obligatorio que impirme su carácter a la sociedad entera.
Análogamente, no es Servil un Estado en que todos los ciudadanos están obligados a someter sus energías a la imposición de la ley positiva y deben trabajar al arbitrio de los funcionarios del Estado.
Por inconsistencia metafórica, o retóricamente, los que detestan el colectivismo o la disciplina dentro de un regimiento pueden hablar del régimen servil que impera en tales organizaciones, pero hay que recordar que un régimen Servil sólo existe por contraste con un régimen Libre. El régimen Servil sólo aparece en la sociedad cuando aparecen también el ciudadano libre en cuyo beneficio trabaja el esclavo bajo la coacción de la ley positiva.
La palabra “Servil” no implica el peor de los regímenes sociales, ni siquiera uno necesariamente malo.
La discusión sobre si la institución de la esclavitud es buena o mala, o relativamente mejor o peor que otras instituciones, no tiene nada que ver con la definición exacta de la misma.
Si imaginamos a un romano del I ensalzando el nuevo poder imperial, pero también, jurando, en virtud de una confusa tradición contra los “reyes” que jamás habrá de tolerar una “monarquía”, vemos que sería un crítico bastante fútil de los asuntos públicos en la época de Trajano, pero no más fútil que el hombre actual que jura que nada le hará “esclavo” y empero está dispuesto a aceptar leyes que lo obligan a trabajar sin su consentimiento, por imperio de la ley pública, y conforme a condiciones dictadas por otros.
Es posible alegar que alguien empujado de tal forma a trabajar, asegurado ontra la incertidumbre y la pobreza, con la promesa de ser mantenido en caso de enfermedad y vejez, y ventajas para su posteridad, está en mejor situación que un hombre libre sin tales garantías. Pero el argumento no afecta la definición relativa de la palabra “servil”.
Un cristiano de vida y fe intachable que flotase en un témpano si víveres ni abrigo no está en circunstancias tan cómodas como un califa, pero sería un destino recurrir a las palabras “cristiano” y “mahometano” para tomar en consideración tal contraste.
A lo largo de la obra nos atendremos, estrictamente, al aspecto económico del asunto. Sólo cuando se ponga en limpio ese aspecto y se muestre la tendencia moderna al restablecimiento de la esclavitud, tendremos libertad para dicutir las ventajas y desventajas de la revoución.
También hay que comprender que el carácter esencial de la institución servil no depende de la posesión del esclavo por un amo particular. Es bastante probable que la institución de al esclavitud tienda a esa forma cediendo a las distintas fuerzas que componen la naturaleza y la sociedad humanas.
Si la esclavitud se restableciese, o cuando se restablezca, no será extraño que un hombre determinado aparezca con el tiempo como esclavo, no del capitalismo en general, sino, por ejemplo, de un trust petrolero particular, por ejemplo. Y las sociedades sonde la institución tenía una antigüedad inmemorial, esa posesión directa del esclavo por el hombre libre o una corporación de hombres libres era la regla. Tal nota no es esencial al carácter de la esclavitud.
El contraste final establecido entre el esclavo y el libre puede mantenerlo el Estado garantizando al que carece de libertad la seguridad de sus subsistencia, y al libre, la seguridad de su propiedad y sus ganancias, rentas e intereses.
Lo que caracterizaría al esclavo en una sociedad de este tipo sería el pertenecer al grupo clase llevada, no importa en base a qué definición, al trabajo, y separada así del otro grupo o clase no compelida a trabajar, sino libre de hacerlo o no a su albedrío.
Además, el Estado Servil existiría aunque un hombre, compelido sólo a trabajar durante una parte de su tiempo, se hallara en libertad de negociar, incluso ganar dinero, en sus horas “libres”.
Los juristas antiguos distinguían entre siervo “personal” y siervo “real” o “solariego”.
Un siervo “real” lo era a todas horas y en todo lugar, no respecto a un determinado señor.
Un siervo “personal” lo era solamente en su obligación de servir a un señor determinado, respecto a los demás hombres, era libre.
Así podría haber esclavos que fueran “personales” respecto a un determinado tipo de empleo durante un número de horas determinado, no por eso dejarían de ser esclavos. Y el Estado Servil.
El régimen servil es una institución del Estado cuando se une permanente e irrevocablemente, en cualquier tiempo, a un sector dado de seres humanos, como cuando afecta a una clase particular para toda la vida. Así, las leyes del paganismo permitían que el esclavo fuera emancipado por su amo, y permitían que los hijos y los prisioneros fueran vendidos como esclavos.
Pero aunque la institución servil cambie constantemente sus miembros, seguiría siendo, un factor invariable dentro del Estado. Análogamente aunque el Estado sometiera a la esclavitud, sólo a los que tuviesen rentas por debajo de un determinado nivel, dejando además a los hombres la libertad de salir de la esclavitud en virtud de una herencia u otra eventualidad, y viceversa, la de caer en ella por empobrecimiento, tal clase de esclavos, pese a fluctuaciones en su composición, seguirían existiendo de forma permanente.
Así, si el Estado Industrial Moderno dicta una ley por la cual las condiciones de servidumbre no comprenden a aquellos que son capaces de ganar con su propio trabajo por encima de cierta suma, sino a los que ganan por debajo de la misma; o bien, si el Estado Industrial Moderno define de una forma determinada el trabajo manual, haciéndolo obligatorio durante un plazo fijado aunque dejando la libertad de dedicarse después a otras ocupaciones si así lo quieren, entonces, tales distinciones, aunque se refieren a condiciones, y no a una clase, bastan para determinar la institución servil.
Por definición, cierto número de individuos deben ser obreros manuales, y mientras sean así definidos, serán esclavos. Fluctuaría la composición del grupo servil, pero la institución quedaría asentada y en medida suficiente para caracterizar a toda la sociedad. Y tal condición, una vez establecida tiende a perpetuarse en la mayor parte de los que la soportan, y los individuos que cen en la servidumbre o salen de ella tienden a constituir un reducido número en relación a la masa total.
Puesto que una sociedad libre debe imponer el cumplimiento de un contrato (una sociedad libre consiste en la obligatoriedad de cumplir con los contratos libremente concluidos) ¿hasta qué punto puede llamase condición servil a la que resulta de un cotnrato nominal o realmente libre?
En otros términos, un contrato de trabajo, aun cuando libremente concluido, ¿no es servil por naturaleza cuando el Estado IMPONE su cumplimiento?
Si carezco de alimento y ropa y no poseo los medios de producción para generar una riqueza susceptible de ser cambiada por lo que me falta estaré en unas condiciones que permitirán a un poseedor de los medios de producción no impedirme que acceda a ellos a menos que firme un contrato por el que le sirva durante un tiempo a cambio de la simple manutención ¿me convierte el Estado en un esclavo mediante ese tiempo imponiéndome el cumplimiento del contrato?
Evidentemente NO, pues la institución de la esclavitud preupone una determinada mentalidad en los hombres libres y en los esclavos, un régimen de vida en ambos, y l amarca de aquellos dos regímenes sobre la sociedad.
Un contrato exigible durante un plazo determinado no produce tales efectos. Tomando en cuenta la duración de la vida huamana y la perspectiva de la posteridad, el cumplimiento de tal contrato no vulnera, en modo alguno, el sentido de la libertad y de la opción.
¿y si se tratase de un año? ¿diez? ¿la vida entera?
Veamos un caso extremo: un hombre en la miseria firma un contrato que le obliga, a él y a todos sus hijos, menores en esa época, a trabajar a cambio de manutención hasta la muerte, o la mayoría de edad de loshijos, suceda lo que sucediera ulteriormente.
Convertiría el Estado a dichos hombres en esclavos, SI, sin duda.
El sentido común establece los límites reales de las cosas, incluidos los de la libertad. Lo que es, o no, la libertad en tanto se la considere como simple medida de tiempo (si bien tiene más ingredientes que el temporal) lo determina el hábito humano; pero la obligatoriedad de cumplir un contrato de trabajo que deje, con certeza o probablemente, libertad de opción a su vencimiento es compatible con la libertad.
La obligatoriedad de cumplir un contrato que, según toda la probabilidad, ate de por vida no es compatible con la libertad.
En cuanto que se obligue a servir a los herederos naturales de un hombre, es intolerable desde el punto de vista de la libertad.
Veamos un caso inverso. Un hombre se obligaría a trabajar toda su vida, y después de él, todos sus hijos, en la medida en que la ley le permita comprometerlos en una sociedad determinada, pero no sólo por la manutención sino también por un salario tan elevado que lo enriquecería en pocos años, y más su descendencia cuando venza el contrato.
Si el Estado impone el cumplimiento de tal contrato ¿convierte al afortunado trabajador en un esclavo? NO pues está en la esencia de la esclavitud que no debe asegurarse al esclavo sino la subsistencia o poco más.
La esclavitud existe a fin de que el libre se beneficie con su existencia, y determina una condición en la cual los hombres sujetos a ella sólo pueden reclamar que se les asegure la existencia o poco más.
Tratar de delimitar una línea precisa, diciendo que un contrato vitalicio de observación forzosa por la ley es esclavitud si contempla tal salario, pero deja de serlo pasando dicho límite, constituye una insensatez. Pero en toda sociedad hay un nivel de subsistencia: garantizar este, o un poco más, con la obligación de trabajar obligatoriamente, es esclavitud; garantizar mucho más no lo es.
Olvidando la dialéctica siempre sería posible plantear indiscutibles objeciones de grado haciendo un corte transversal en un conjunto de definiciones, pero eso no invalida nunca la sustancia de la discusión. Sabemos lo que significa la tortura cuando un código legal la establece o prohíbe. Y ninguna objeción imaginaria que establezca diferencias de grado entre tirar del pelo a un hombre y arrancarle el cuero cabelludo preocuparía al reformador que se proponga extirpar la tortura de un código penal.
Igualmente sabemos qué es y qué no es el trabajo obligatorio, lo que es y no es la condición servil. Prueban su existencia, lo repito, el hecho de que se prive a un hombre de su libre opción a trabajar o no trabajar, acá o allá, por tal o cual cosa, y el hecho de obligarlo en virtud de la ley positiva a trabajar en beneficio de otros a quienes no afecta la misma obligación.
Cuando esto se presenta hay esclavitud, con todas las múltiples consecuencias, espirituales y políticas, que se derivan de esa antigua institución.
Cuando la esclavitud afecta a una clase tan numerosa que imprime su sello al Estado y determina su carácter, entonces tenemos el Estado Servil.
En resumen, Estado Servil es aquel que presenta un número considerable de familias e individuos diferenciados de los ciudadanos libres por la marca del trabajo obligatorio, que imprimen un sello general sobre dicha sociedad, que aparece entonces impregnada por todos los caracteres principales, malos o buenos, anexos a la institución de la esclavitud, lo mismo da que los esclavos estén directa o personalmente ligados a sus amos, o sólo indirectamente por medio del Estado, o incluso atados de una tercera forma, por su subordinación a corporaciones o determinadas industrias.
El esclavo así empujado a trabajar carecerá de los medios de producción, y será obligado por la ley a trabajar en beneficio de todos los que los posean o de algunos de ellos.
La marca distintiva del esclavo deriva de la acción especial que ejerce sobre él una ley positiva que, dentro del cuerpo general de la comunidad, separa a un sector de hombres, los menos libres, de otro, los más libres, en función de un contrato.
Los europeos, aunque procedentes de una concepción puramente servil de la producción y del régimen social, tenemos un pasado inmemorial servil. Durante algunos siglos, cultivados, penetrados y edificados por la Iglesia Católica, Europa se fue liberando gradualmente de esta concepción inmemorial y básica de la esclavitud.
Y es a esta concepción, a esta institución, a lo que estamos volviendo ahora con nuestra sociedad industrial o capitalista; lo que significa, dicho en otras palabras, que estamos creando de nuevo al esclavo.
Antes de demostrar dicha afirmación analizaremos someramente el proceso por el cual la ESCLAVITUD PAGANA ANTIGUA fue transformada hace algunos siglos, en una SOCIEDAD LIBRE.
Luego veremos el proceso ulterior mediante el cual fue desbaratada la nueva sociedad no servil con la REFORMA en algunas zonas de Europa, particularmente en Inglaterra, para instituirse, en su lugar, la transitoria fase de la sociedad llamada Capitalismo o Estado Capitalista.
Podría demostrarse la tendencia al Estado Servil de la Inglaterra moderna a un ignorante del pasado de Europa; pero a tal hombre dicha tendencia le parecería mucho más razonable, más experimental que deductivo, cuando sepa lo que nuestra sociedad fue durante un tiempo y cómo vino a dar en lo que vemos hoy en día.
3ª Parte : NACIMIENTO DEL CAPITALISTA Y DEL PROLETARIADO : DEL ESTADO SERVIL AL DISTRIBUTIVO Y AL CAPITALISTA.
En cualquier campo de nuestro pasado europeo que investiguemos hallaremos, desde hace 2.000 años, una institución fundamental sobre la que se asienta la sociedad entera: LA ESCLAVITUD.
No hay aquí diferencias entre las altamente civilizadas ciudades mediterráneas, con sus letras, artes plásticas, su cuerpo de leyes, con todo lo que determina una civilización, y las sociedades nórdicas y occidentales de tribus célticas, o las hordas germánicas. Todas estas organizaciones sociales, indistintamente, estaban asentadas sobre la esclavitud, que era una concepción fundamental de la sociedad y se encontraba en todas partes, sin que en ninguna se la discutiese.
Nuestros antecesores europeos, aquellos hombres de los que descendemos y cuya sangre, con poca mezcla, corre aún por nuestras venas, dieron la esclavitud por supuesta, la convirtieron en el eje económico en torno del cual tenían que girar la producción de la riqueza, y jamás dudaron de que fuer normal en toda sociedad humana.
Un régimen semejante no hubiera sido tolerado, sin interrupción ni discusión, durante muchos siglos. Ni hubieran aparecido, emergiendo en plena madurez de ese lapso del que no quedan testimonios y durante el cual barbarie y civilización florecieron una al lado de otra en Europa, si no hubiera habido en él algo, bueno o malo, consustancial a nuestra sangre.
En las sociedades antiguas de la que procedemos no se trataba de esclavizar a los pueblos vencidos bajo el poder de los conquistadores. Eso es solo conjetura, carecemos de pruebas al respecto y las pruebas disponibles indican lo contrario. El griego tenía esclavos griegos, el latino esclavos latinos, el gemano esclavos germanos, el celta esclavo celtas.
La teoría de que las “razas superiores” al invadir una comarca, desplazaban a sus habitantes o los esclavizaban, no tiene asidero alguno ni en nuestros conocimientos ni en evidencias históricas.
La característica más notable del fundamento servil en que se asentaba el paganismo era la igualdad humana que se reconocía entre amo y esclavo. El amo podía matar al esclavo, pero ambos pertenecían a la misma raza y cada uno era hombre para el otro.
Este valor espiritual no fue, como tienden a soñar perniciosas teorías especulativas, un “crecimiento” o un “progreso”.
La doctrina de la igualdad humana era inherente a la sustancia misma de la Antigüedad, como lo sigue siendo aún a las sociedades que no han perdido la tradición.
La Europa pagana no pensaba solamente que la existencia de los esclavos era una necesidad natural de la sociedad, sino también que, al dar la libertad a un esclavo, el liberto ingresaría naturalmente, aunque tal vez al cabo de algunas generaciones, en las filas de la sociedad libre.
Año tras año existía un reclutamiento constante en la institución servil, tal como había una emancipación permanente de ella; y el método natural o normal de reclutamiento era la POBREZA. El esclavo nació de la pobreza.
Los prisioneros de guerra proporcionaban una forma de reclutamiento, y también había rapto de hombres en zonas periféricas, y secuestros de piratas que luego vendían en mercados de esclavos, pero la causa del reclutamiento y el sostén permanente de la institución de la esclavitud fue la indigencia del hombre que se vendía como esclavo, o nacía como tal, pues constituía regla de esclavitud pagana que el esclavo engendrara esclavos, y que, aunque uno de los padres fuese libre, el producto de la unión fuera esclavo.
La sociedad antigua estaba dividida, como la de todo Estado Servil, en sectores separados:
ciudadano con voz en el gobierno del Estado, que si trabajaba lo hacía por propia voluntad y en su poder tenía la propiedad, y
una multitud, carente de medios de producción, y obligada, por ley positiva, a trabajar a disposición de otro.
Cierto que evoluciones posteriores de la sociedad permitieron a los esclavos acumular sus ahorros particulares y los más favorecidos pudieron comprar su libertad.
También, en la confusión de las últimas generaciones del paganismo surgió, en algunas ciudades, una clase numerosa de hombres que, aunque libres, carecían de medios de producción, pero esta clase nunca imprimió en todo el Estado, en la sociedad, su carácter proletario.
Las características del Estado Servil originario del que procedemos son:
1ª.- aunque hogaño se contrapone esclavitud a libertad, en beneficio de ésta, entonces se aceptaba libremente la esclavitud como único medio de evitar la indigencia.
2ª.- en todos esos siglos no hay traza de esfuerzo organizado, ni de rebelión de la conciencia contra la institución que condenaba a la mayor parte de las personas al trabajo forzado.
A nadie, libre o esclavo, se le ocurre la idea de abolir dicha institución, al menos de modificarla. No hay mártires de la causa de la “libertad” contra la “esclavitud” y las llamadas guerras serviles simplemente fueron resistencia de los esclavos fugitivos a las tentativas de volverlos a prender, y no estuvieron acompañadas de afirmaciones reconocidas de que la servidumbre fuera intolerable, algo que sucede desde el origen de la humanidad hasta las postrimerías Católicas del mundo pagano.
Aunque la esclavitud es vejatoria, indigna, dolorosa, pero para ellos estaba en la naturaleza de las cosas. Este régimen social constituía la atmósfera corriente que respiraba la Antigüedad pagana.
Sus grandes obras, su holganza, y su vida doméstica, su humor y todo dependía del hecho de que la sociedad estaba conformada por el Estado Servil.
Los hombres eran felices con ese régimen, al menos, tan felices como pueden serlo los hombres.
Las tentativas de evadirse de la condición servil por esfuerzo personal, ahorro, riesgo o la lisonja al amo nunca tuvo, ni de lejos, la fuerza propulsora de la que llevan a cabo muchos hoy para ascender de la categoría de los asalariados a la de patrones.
La servidumbre no les parecía un infierno que hiciera preferible la muerte, para salir del cual no se escatimarían sacrificios. Era una condición tan aceptada por los que la soportaban como por los que la disfrutaban, y una parte absolutamente necesaria de cuanto los hombres hacían y pensaban.
No se conoce ningún bárbaro procedente de un lugar libre que se asombre de la institución de la esclavitud, ni de ningún esclavo que hable de una sociedad más feliz en que la esclavitud sea desconocida.
Así, para nuestros antepasados, de forma inmemorial, la división de la sociedad en aquellos que deben trabajar bajo coacción y los que se benefician con su trabajo constituía la estructura misma del Estado, fuera de la cual apenas podían concebir que existiera sociedad alguna.
La esclavitud no es una experiencia novedosa en la historia de Europa; ni se halla bajo la acción de un sueño estrafalario cuando oye hablar de la esclavitud como de una cosa aceptable para los hombres europeos. La esclavitud integró la sustancia misma de Europa, durante miles y miles de años, hasta que ésta emprendió ese importante experimento moral que se llama FE, al cual tienen muchos por concluido y descartado hoy día, y a raíz de cuya quiebra parecería que debiera volver la antigua y primitiva institución de la esclavitud.
Porque, al cabo de todos aquellos siglos y siglos de un orden social establecido, que se alzaba sobre la esclavitud como sobre un cimiento seguro, adivino sobre nosotros, los europeos, el experimento llamado IGLESIA DE CRISTO.
Entre los subproductos de este experimento, que emergió lentamente del antiguo mundo pagano, y que llegó a su término poco antes de que la cristiandad misma se descalabrara, se encuentra la transformación sumamente lenta del Estado Servil en algo distitno: una sociedad de propietarios.
Cómo surgió el Estado Servil pagano es algo distinto.
DISOLUCIÓN TEMPORAL DEL ESTADO SERVIL.
El proceso mediante el cual desapareció la esclavitud de la sociedad cristiana, aunque lento en su desarrollo (un milenio) y complicado en el detalle, puede ser entendido fácil y rápidamente en sus líneas principales.
La vasta revolución por la que atravesó la inteligencia europea entre los siglos I al IV, la CONVERSIÓN AL CRISTIANISMO, pero que más exactamente fue el crecimiento de la Iglesia no trajo consigo ataque alguno a la institución servil.
Ningún dogma de la Iglesia declaró que la esclavitud fuera inmoral, o la compra y venta de hombre un pecado, ni la imposición del trabajo obligatorio a un cristiano una contravención de derecho natural alguno.
Ciertamente los fieles consideraban la emancipación de los esclavos una buena obra, pero también lo hacían loa paganos. Se trataba de un servicio hecho a un semejante. La venta de cristianos a señores paganos resultaba detestable durante el Imperio posterior, el de las invasiones bárbaras no por ser la esclavitud condenada per se, sino por considerarse una especie de traición a la civilización el expulsar a los hombres de ella arrojándolos a la barbarie.
En general no hay declaraciones contra la esclavitud como institución, ni definición moral alguna que la atacara a lo largo de esos primeros siglos cristianos, durante los cuales, empero, desapareció de manera efectiva.
Es interesante analizar cómo desapareció. El principio fue el establecimiento, como unidad básica de producción en el Occidente europeo, de grandes haciendas territoriales que pertenecían a un único propietario: las villae.
Había otras formas de aglomeración humana: pequeñas fincas rurales poseídas en propiedad absoluta por modestos dueños; agrupaciones de hombres libres asociados en vicus, talleres industriales en que se organizaban grupos de esclavos en beneficio de su amo, y rigiendo las comarcas circundantes las ciudades romanas.
De entre todas, las villas, fueron el tipo dominante; y, a medida que la sociedad pasaba de la elevada civilización de los cuatro primeros siglos a la sencillez de la Edad Media, la villa, unidad de producción agraria, se fue convirtiendo en el modelo de toda la sociedad.
La villa empezó en la forma de una extensión considerable de tierra, que contenía, como un fundo: tierras de pastoreo, sembradíos, agua, montes y brezales o pantanos. Su propiedad absoluta era de un dominus (señor) quien podía venderla, abandonarla o proceder con ella a voluntad. Se cultivaba en su provecho por esclavos a los que no debía nada en pago, y cuya manutención era para él una simple cuestión de interés, como también su reproducción para que perpetuaran su riqueza.
Cuando el Imperio romano se estaba inclinando hacia la sociedad medieval, surgieron otros elementos sociales en las villas (libertos que debían al señor un servicio regular, e incluso ciudadanos independientes, etc.) pero la sociedad aún estaba caracterizada por la esclavitud.
Así, en su origen, la villa romana fue un ejemplo de propiedad absoluta, en la cual se producía la riqueza en virtud de la aplicación del trabajo del esclavo a los recursos naturales locales, y todo pertenecía al amo.
La primera modificación que este régimen introdujo en la nueva sociedad, acompañando al crecimiento y consolidación de la Iglesia en el mundo romano fue una especie de norma consuetudinaria que modificó la antigua situación arbitraria del esclavo.
El esclavo seguía siéndolo, pero era más conveniente por el declive de las comunicaciones y del poder público, y más acorde con el espíritu social de la época asegurarse la producción del esclavo al no imponerle más que determinados tributos sancionados por la costumbre. El esclavo y sus descendientes quedaron arraigados en un sitio. Todavía algunos eran comprados y vendidos, pero cada vez menos. Con el paso de las generaciones, proporciones cada vez más amplias de individuos vivían en el lugar y tal como habían hecho sus padres, y el producto (riqueza obtenida) se fue fijando cada vez más en un monto determinado que el señor recibía conforme, sin pedir más.
El régimen se hizo viable mediante la cesión al esclavo de todo el producto remanente de su trabajo y se produjo una especie de convenio virtual, al no haber poder público y con el antiguo sistema en decadencia que garantizaba al amo el producto íntegro de la actividad del esclavo.
El convenio virtual era que, si la comunidad de esclavos de la villa producía para su amo no menos de una determinada cantidad el amo podía contar con que ellos seguirían ejerciendo siempre tal actividad si se les cedía el remanente, que podían acrecentar, si querían, casi indefinidamente.
En el IX cuando este proceso había estado consumándose durante varios siglos, comenzó a manifestarse, en la cristiandad occidental, una forma estable de unidad productiva.
La antigua hacienda determinada por el principio de la propiedad absoluta terminó dividiéndose en tres porciones:
1.- la tierra de pastoreo y sembradío, reservada particularmente al señor, denominada: domain (tierra del señor).
2.- otra ocupada y ya poseída, de hecho, no legalmente, por los que habían sido esclavos.
3.- el terreno común en el que tanto el señor como el escalvo ejercían, cada uno por su parte, sus diversos derechos consagrados por la costumbre.
Si en una aldea había extensiones de hayas como para alimentar 300 cerdos, el señor podía disponer solamente de 50, los 250 restantes eran los derechos del village (aldea).
En la primera porción, la riqueza se producía por la obediente actividad del esclavo durante ciertas horas fijas. El esclavo debía presentarse tantos días a la semana, en tales ocasiones (todo fijado y consuetudinario) y todo el producto era del señor que pagaba un salario diario (en especie para que pudieran sobrevivir).
En la segunda porción (tierra en servidumbre) que solía ser la mayor parte de las tierras de pastoreo y labrantía los esclavos trabajaban según normas y costumbres que ellos mismos habían fijado, bajo la dirección de un funcionario de su propia clase, en ocasiones designado, a veces elegido, alguien que les convenía y de su gusto. Este trabajo cooperativo sobre el antiguo suelo de los esclavos se regulaba por costumbres generales de la aldea, comunes al señor y esclavo juntamente, y el funcionario principal en ambas porciones era el mayordomo del señor.
De la riqueza aquí producida una parte determinada (en especie) era del señor.
En la tercera porción (el erial, los montes, los matorrales y campos comunes de pastoreo) la riqueza producida se dividía en porciones consuetudinarias entre los esclavos y el amo (en ciert pradera se podían soltar tantos bueyes, número fijado rígidamente, y de ellos tantos del señor, tantos del villano, etc.).
Este sistema cristalizó en los VIII, IX y X y se volvió tan natural a los ojos de los hombres que se olvidó el carácter originariamente servil del trabajador popular en la villa. La compra venta de hombres era ya algo excepcional en el inicio de este período y desaparecería totalmente antes de finalizar esta época.
Aparte de los esclavos domésticos, ligados a trabajos de la casa, la esclavitud en el sentido de la Antigüedad pagana, se había transformado tanto que era ya irreconocible.
Cuando en el XI la verdadera Edad Media comienza a alzar una nueva civilización, y pese a usarse el viejo término: servus (esclavo) para designar al que cultivaba el suelo, su estatus social había variado radicalmente, ya no vale traducirlo por esclavo sino por siervo.
El siervo de la Edad Media, del XI e inicios del XII, de las cruzadas y conquista normanda, es un labriego. Jurídicamente aún está ligado al suelo en que nació, pero la realidad social, todo lo que se le exige, es que su familia cultive la parte de la tierra servil que le corresponde, y que los tributos al señor no dejen de pagarse por defecto de trabajo. Satisfechas estas obligaciones los siervos pueden acceder a profesiones, la Iglesia, o industrias de las ciudades.
Con cada generación se desdibuja más la vieja concepción servil del status del trabajador, y los tribunales y la costumbre social lo tratan más como a un hombre sometido a determinados tributos, estrictos, y determinada faena periódica dentro de su unidad industrial, pero al resto de efectos libre.
A medida que se desarrolla la civilización de la Edad Media, se acrecienta la riqueza y florecen las artes, se acentúa el carácter de libertad. A despecho de las tentativas realizadas en épocas de escasez (tras la peste, por ejemplo) en que los antiguos propietarios insisten en trabajos obligatorios, pero también se extiende la práctica de conmutar tales derechos por pagos en metálico e impuestos, la fuerza y robustez de los siervos es tal que ya no pueden oponerse los señores.
EL ESTADO DISTRIBUTIVO.
A finales del XIV e inicios XV se hubiera visitado a algún caballero, en su fundo (Francia, o Gran Bretaña) hubiera dicho, señalando su totalidad: estas son mis tierras. Pero el labriego hubiera dicho también a su heredad: esta es mi tierra, pues en efecto contra el derecho de ligazón a la misma esgrimiría el de no poder ser desalojado de la misma. Y los tributos que debía satisfacer eran una parte de la producción total.
Cierto que no podía vender esa “su” tierra pero podía transferirla en herencia a sus descendientes, con su derecho a no poder desalojado de la misma.
Tras unos mil años el esclavo era un hombre libre en todo cuanto se refería a las actividades ordinarias de la sociedad. Compraba y vendía en el mercado, ahorraba, invertía, edificaba, y podía introducir mejoras en la tierra para su propio beneficio.
En paralelo a esta emancipación, sobrevivieron en la Edad Media una multitud de instituciones, que promovieron la distribución de la propiedad y la destrucción de los últimos residuos del Estado Servil, ya entonces olvidado.
Las industrias de todas clases en las ciudades, en los transportes, en los oficios, en el comercio, se hallaban organizadas en forma de gremios o corporaciones. Un gremio era una sociedad parcialmente cooperativa aunque en lo sustancial eran poseedores particulares de capital, el gremio gozaba de autonomía y su objeto era impedir la competencia, vigilando con celo la división de la propiedad para que en sus filas no se formaran ni proletarios ni capitalistas.
Se ingresaba como aprendiz, tras unos años se volvía patrón. La existencia de los gremios como unidades normales de producción (industrial, comercial, transporte) prueba lo que era el espíritu social que había emancipado al trabajador de la tierra.
Mientras prosperaban estas instituciones, paralelamente a las comunidades aldeanas, libres ya de servidumbre, aumentaba el feudo franco (posesión absoluta del suelo y distinta del dominio del señor sobre el esclavo).
Estas tres formas de ejercer el trabajo:
siervo: asegurado en su posición y gravado con determinadas prestaciones, una porción del total.
propietario absoluto: independiente pero que debía pagar contribuciones (más impuesto que arrendamiento),
gremio: trabajador cooperativo del capital (bien repartido).
Juntas promovían una sociedad que se fundaría en el PRINCIPIO DE LA PROPIEDAD. Todos, o la mayor parte, debían ser propietarios. Y sobre la propiedad se asentaría la LIBERTAD DEL ESTADO.
Al final el Estado era una aglomeración de familias de riqueza variada, la inmensa mayoría propietarias de los medios de producción. Aglomeración que garantizaba la estabilidad del SISTEMA DISTRIBUTIVO mediante cuerpos cooperativos que unían entre sí a los hombres del mismo oficio, o de la misma aldea, y aseguraban al pequeño propietario contra la pérdida de su independencia económica asegurando, a la vez, a la sociedad contra el desarrollo de una clase proletaria y/o capitalista.
La restricción a la compra-venta, hipotecas, herencias, etc. obedecía a un fin social: impedir el desarrollo de una oligarquía económica capaz de explotar al resto de la comunidad.
Las restricciones a estas libertades tenian por objeto preservarla; y toda la acción de la sociedad medieval, desde su florecimiento hasta su colapso, estuvo dirigida al establecimiento de un Estado en el que los hombres fueran económicamente libres por la posesión del capital y la tierra.
La institución servil, salvo en fórmulas legales esporádicas, había desaparecido totalmente, pero no fue sustituida por ningún colectivismo.
Había tierras comunes pero estaban celosamente custodiadas por hombres que poseían a su vez otras tierras. La propiedad común en la aldea era una de las formas de propiedad y se usaba como volante para mantener la regularidad del funcionamiento de la máquina cooperativa
Los gremios tenían propiedades comunes, pero eran las necesarias para su vida cooperativa (sedes, cajas de socorro, fundaciones religiosas, etc.). Los instrumentos del oficio eran de propiedad particular de sus miembros, no gremiales, salvo que fueran tan costosos que precisaran un dominio corporativo.
Tal fue la transformación de la sociedad europea tras un milenio de cristianismo: la esclavitud desaparecida, surgiendo en su lugar el establecimiento de la posesión libre, tan normal a los hombres y tan apropiada para una vida feliz: EL ESTADO DISTRIBUTIVO.
Este gran logro de la sociedad humana ocurrió pero fue destruido en algunos lugares de Europa, aunque en ninguna tanto como en Gran Bretaña.
A una sociedad en la que la mayoría determinante de las familias poseía capital y tierra, en que la producción se hallaba regulada por corporaciones autárquicas de pequeños propietarios, en que no se conocía la miseria ni la inseguridad del proletariado, vino a sustituirla una pavorosa ANARQUÍA MORAL contra la cual se dirigen hoy todos los esfuerzos morales: EL CAPITALISMO.
¿Cómo sobrevino semejante catástrofe? ¿Cómo pudo ocurrir? ¿De qué procesos históricos se valió este mal para imponerse? ¿Qué convirtió a una Inglaterra económicamente libre en la actual, cuya tercera parte al menos está en la indigencia, cuyo 95% carece de capital y tierra? ¿cuya industria y vida nacional están dominadas enteramente en su aspecto económico por una minoría aleatoria de hombres que manejan miles de millones, por una minoría de dueños irresponsables y antisociales monopolios?
La respuesta más usual a estas cuestiones fundamentales de la historia, y la que es más fácilmente aceptada, es que tales desgracias sobrevinieron a raíz de un proceso material conocido por la REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.
Se imagina así, que el empleo de maquinarias costosas y la concentración de la industria y de sus enseres ESCLAVIZARON, en virtud de un proceso ciego, impersonal, ajeno a la voluntad humana, la actividad de la sociedad británica.
FALSO. Ninguna causa material de tal género determinó la degradación padecida y que aún padecemos. Fue acción DELIBERADA de los hombres, Voluntad perversa de unos pocos y la falta de voluntad en la mayoría lo que produjo la catástrofe, tan humana en sus causas y principios, como en sus viles efectos.
El CAPITALISMO no fue causa ni del desarrollo lógico del movimiento industrial, ni de descubrimiento materiales aleatorios, basta para probarlo un somero conocimiento histórico y un poco de probidad al enseñarla.
El SISTEMA INDUSTRIAL fue un producto derivado del capitalismo, no su causa. El capitalismo estaba ya en Inglaterra antes de que naciera el sistema industrial; antes de que se usara la hulla y las nuevas y costosas máquinas, y se produjera la concentración de los instrumentos de producción en las grandes ciudades.
Si el capitalismo no hubiera existido previamente a la Revolución Industrial ésta hubiera sido benéfica para los ingleses en la misma medida que así les resultó dañina. Pero el CAPITALISMO, es decir, la apropiación por unos pocos de las fuentes de la vida, estaba presente mucho antes de que sobrevinieran los grandes descubrimientos y torció el efecto de los mismos y las nuevas invenciones, convirtiéndolas, así, de algo bueno en algo dañino.
No fueron las máquinas las que acabaron con la LIBERTAD, sino la pérdida de un PENSAMIENTO LIBRE.
COMO SE MALOGRÓ EL ESTADO DISTRIBUTIVO.
Al expirar la Edad Media, las sociedades cristianas de Occidente, Gran Bretaña entre ellas, se encontraban económicamente libres.
La propiedad era una institución inherente al Estado y la mayoría de sus ciudadanos disfrutaban de ella. Las instituciones cooperativas y las regulaciones voluntarias del trabajo sólo restringían el absoluto uso independiente de la propiedad para mantener la institución intacta e impedir la absorción de la pequeña propiedad por las grandes.
Este excelente orden social se había logrado tras muchas centurias de evolución cristiana, y en él la antigua institución de la esclavitud había sido eliminada totalmente.
Los gérmenes del desastre se sembraron en el XVI y empezó a manifestarse en el XVII. Durante el XVIII, Inglaterra vino, al fin, aunque inseguramente, a establecerse sobre una base proletaria, con una sociedad de hombres ricos posesionados de los medios de producción, mientras la mayoría era desposeída de tales medios.
En el XIX el mal llega a la madurez e Inglaterra, antes de cerrar el siglo ya era un Estado puramente capitalista, prototipo y modelo capitalista de todo el mundo. Con los medios de producción dominados férreamente por una minoría mientras la gran masa, la determinante de la nación, era desposeída de capital y tierras, es decir, desposeída de seguridad y de sustento.
La mayoría de ingleses si bien aún conservaban nominalmente una “libertad” política carecían de la económica, estando en la peor situación en que llegaron jamás a verse antes los ciudadanos libres en la historia de Europa.
¿CUÁLES FUERON LAS FASES DE ESTA ENORME CATÁSTROFE?
Primeramente el mal uso de una gran revolución económica, la del XVI, en que tierras y riquezas acumuladas de los monasterios fueron arrebatadas a sus antiguos y legítimos dueños para transferirlas a la corona; pero no pasaron a manos de los reyes, sino a las de un sector, ya rico, el cual una vez consumado el cambio se convirtió, en los siglos sucesivos, en el verdadero soberano de Inglaterra.
En la Inglaterra de inicios del XVI, la heredada por Enrique VIII, la mayoría poseían la tierra que labraban, y las casas que habitaban, y las herramientas y útiles de trabajo. Los bienes ampliamente distribuidos lo estaban de forma desigual.
El suelo y lo adherido a él eran la base de la riqueza, pero la proporción entre el valor del suelo y sus adherencias y el valor de otros medios de producción (enseres, almacenes, alimentos, ropas, etc.) difería de la actual.
La tierra y sus adherencias representaban, entonces, una fracción mucho mayor de la totalidad de los medios de producción; hoy, en cambio, no representan ni la mitad pese a constituir el fundamento necesario de toda producción de riqueza. Sin embargo las grandes máquinas, almacenes, barcos y demás superan el valor verdadero de la tierra, casas, muelles, etc.
A inicios del XVI la tierra y anexos importaban mucho más que todas las demás formas de producción de riquezas juntas.
A fines de la Edad Media, esta forma de riqueza se encontraba ya aquí más que en cualquier otro país europeo occidental en manos de una opulenta clase terrateniente. Entre la cuarta y tercera parte del valor total de la tierra y anexos ya estaba concentrada en pocas manos opulentas.
Era una Inglaterra agraria, con unos cinco millones de habitantes. En la comunidad agraria estaba el Lord (señor) con posesiones más grandes que en cualquier otro país. Con casi la tercera parte de las tierras en posesión absoluta, que también administraba la justicia y cobraba tributos.
No hay razón alguna que impidiera que este orden de cosas condujera a la elevación del labriego y la decadencia del señor, como ocurrió en Francia.
Una clase rústica ansiosa de comprar hubiera podido extender gradualmente sus dominios a expensas de la tierra solariega y a la distribución de la propiedad. Pero ese proceso de adquisición gradual de las propiedades del grande por los pequeños, como nos es natural a los europeos, y como se produjo desde entonces en casi todas las partes en que hubo países libres de proceder según el interés general, fue interrumpido en Inglaterra por una REVOLUCIÓN ATRIFICIAL realizada con los medios más violentos: la incautación de las tierras monásticas por la corona.
De esta “operación” derivará el futuro de la economía británica. De las tierras solariegas y el privilegio de administración local anexo, casi un cuarto estaban en manos de la Iglesia; la Iglesia era el “lord” de un 25% de las comunidades agrarias británicas, y el superintendente de una proporción similar de la producción agraria. De igual modo la Iglesia era la recaudadora de un porcentaje similar de tributos consituedinarios pagados por los propietarios menores a los mayores. Todo ese poder económico estaba, hasta 1535, en manos de los cabildos metropolitanos (comunidades religiosas), establecimientos de educación dirigidos por el clero y similares.
Tras la confiscación de Enrique VIII la vasta influencia económica empezó su declive. El clero secular conservó sus bienes, y la mayor parte de los establecimientos educacionales, aunque saqueados, retuvieron algunas rentas; pero más del 20% del total (más de un 80% de las propiedades de la Iglesia) fue confiscado y la revolución consumada por esta enorme “operación” fue sin comparación alguna la más radical, súbita y trascendental de las que se ejecutaron en la historia económica de todos los pueblos de Europa.
La idea inicial era que la corona conservara la mayor parte de esa enorme masa de medios de producción, algo que deben recordar los que estudien las fortunas de Inglaterra y los que se maravillan del contraste entre la vieja y la nueva Inglaterra.
De haber mantenido el propósito el Estado británico y su gobierno hubieran sido los más poderosos de Europa. El ejecutivo (el rey) hubiera tenido una mayor oportunidad de aplastar la resistencia de los ricos, respaldar su poder político con el económico, y ordenar la vida social como ningún otro ejecutivo del mundo cristiano.
Pero ni Enrique VIII ni sus sucesores conservaron las tierras confiscadas, de hacerlo hubieran conseguido una Inglaterra muy distinta de la que conocemos. Pero el rey no conservó las tierras incautadas, los grandes terratenientes ya dominaban un tercio de los valores agrarios ingleses, era ya demasiado tarde para que la monarquía pudiera detenerlos. Y consiguieron las tierras confiscadas a título gratuito o a cambio de sumas irrisorias y con su poder político (Parlamento) y económico consiguieron sus objetivos. De todo lo que la corona cedió nada volvió a su poder, y así, año tras año, lo que había sido de la Iglesia se fue convirtiendo más y más en PROPIEDAD ABSOLUTA de los mayores terratenientes.
Así los poseedores de un tercio de todas las tierras obtuvieron en pocos años una cantidad casi similar con sus arados y graneros e inclinaron, definitivamente, la balanza a su favor. Casi de golpe eran dueños de más de la mitad de las tierras (riquezas) británicas. En muchos centros y distritos tenían más de la mitad de la tierra, en algunos eran los amos económicos del resto de la comunidad.
Procedieron estrictamente según el principio de la competencia, cobrando hasta el último centavo de los tributos y arriendos donde los antiguos señores clericales se habían atenido a la costumbre, dejando sus buenas partes a los arrendatarios. Coparon los estrados judiciales y las universidades.
La corona, cada vez podía dirigir menos los pleitos entre gigantes y chicos, los grandes dirimían todos en su favor. Así se apropiaron de la inmensa mayoría de los medios de producción y empezaron a absorber a los modestos independientes constituyendo gigantescas haciendas que, en pocas generaciones, se identificaron con la aldea misma.
Es fácil comprobar como dichas gigantescas haciendas británicas datan todas de fechas similares (o posteriores) a la revolución (confiscación). Salvo la excepción de los grandes castillos (no de la corona, pero sí ocupados por ella) los hidalgos rurales de antes de la reforma vivían como hombres que el resto de los labriegos, pero no como sus amos.
Tras la Reforma se elevaron en toda Inglaterra esas enormes “mansiones rurales” que se convirtieron en el centro típico de la vida agraria británica.
Para desgracia de Inglaterra, Enrique VIII dejó como heredero un niño enfermizo que reinó 6 años (1547-1553) y el saqueo prosiguió a gran escala. Cuando murió y ascendió al trono María, el proceso estaba ya consumado. Habían surgido un gran número de nuevas familias, incomparablemente más ricas que cuanto había conocido anteriormente Inglaterra, ligadas por un interés común.
Cada uno de los individuos que representaba una localidad en el Parlamento fijó su precio para votar la disolución de los monasterios y todos se les pagó. Basta ver las nóminas de los miembros del Parlamento de la disolución para comprobarlo. Aparte de su poder parlamentario esta clase tenía otras cien maneras de presionar.
Los Howard, los Cavendish, los Cecil, los Russel, y 50 familias nuevas más surgieron así sobre las ruinas de la religión; y el proceso continuó incesante hasta que, al siglo más o menos de su inicio, toda la faz de Inglaterra había cambiado para siempre.
En vez de una corona poderosa, dueña de rentas mucho mayores que las de cualquier súbdito, hubo una corona que no sabía qué hacer para conseguir dinero, y bajo el dominio de sus súbditos, algunos de los cuales le igualaban en riqueza, tales súbditos con poder parlamentario (donde dominaban) podían y hacían lo que les venía en gana con el gobierno.
Así, a inicios del XVII (1630-1640) se consumó finalmente la Revolución económica y la nueva realidad económica se impuso a las antiguas tradiciones inglesas, una poderosa oligarquía de grandes terratenientes tomaba el poder ante una empobrecida y decadente monarquía.
Además el cambio de valor de la moneda (sufrió una depreciación del 65%) y como los ingresos de la corona estaban fijados por la costumbre pero los gastos por la competencia, seguía ingresando lo mismo pero sus gastos se triplicaban.
Pero la causa primera, decisiva y trascendente fue la confiscación y transferencia de las tierras eclesiásticas a los terratenientes que desequilibró, ya para siempre, la balanza a favor de estos y contra el pueblo. La corona, decadente y empobrecida, dirigió contra la nueva riqueza el esfuerzo de las guerras civiles, pero fue completamente derrotada y cuando se llegó a un arreglo (1660) el poder real estaba en las manos de una poderosa clase de hombres ricos, muy ricos, mientras que el rey, aún rodeado de las formas y tradiciones de su antiguo poder, no era más que un títere asalariado.
Y en ese mundo social, sustrato de todas las manifestaciones políticas, la nota dominante fue que unas cuantas familias inmensamente ricas se habían apoderado de la mayor parte de los medios de producción, el poder político y el judicial, la educación superior y hasta de la nueva Iglesia.
Ya en 1700 más de la mitad de los ingleses se hallaban desposeídos de capital y tierra. Ni siquiera uno de cada dos, incluso computando los propietarios insignificantes, vivía en una casa de la que fuera el dueño, o labrara un terreno del que no pudiera ser desalojado. Nacían los proletarios.
En esa fecha aún no había concluido la concentración pero Inglaterra ya se había vuelto capitalista. Ya había padecido que un vasto sector de su población se proletarizase, y es esto, no la posterior Revolución Industrial es la causa de las terribles condiciones sociales en que se hayan desde entonces.
En una Inglaterra ya castigada con una numerosa clase proletaria gobernada por una clase capitalista dominante, dueña de los medios de producción, la economía, el poder político, la educación y la justicia, sobrevino un gran desarrollo industrial.
Si dicha revolución industrial hubiera sobrevenido en un pueblo económicamente libre habría adoptado una forma corporativa. Sobreviniendo en un pueblo que había perdido gran parte de su libertad económica, tomó desde el comienzo, una forma capitalista que mantuvo y expandió y perfeccionó a lo largo de dos siglos.
El sistema industrial surgió en Inglaterra, en Inglaterra se formaron sus tradiciones y hábitos, y, puesto que la Inglaterra donde surgió era ya capitalista, el industrialismo moderno, dondequiera que aparezca con vigor posteriormente, se desenvolverá bajo modelo capitalista.
Fue en 1705 cuando se hizo funcionar la máquina de vapor práctica, pero hasta 60 años después en que aparece el condensador de Watt no transformó la industria. Pero es en esos 60 años en los que hay que buscar todos los principios del sistema industrial.
¿Cuál es la característica de esas décadas?
¿Por qué las nuevas invenciones diron la forma a la sociedad industrial?
¿Por qué el enorme incrmento de la productividad, de población y acumulación de riqueza convirtió a la gran mayoría en un proletariado indigente segregando a los ricos del resto de ingleses?
¿Por qué desarrolló todos los males inherentes al Estado Capitalista?
Las respuestas están generalizadas pero son FALSAS.
Las respuestas incesantemente repetida en textos, universidades, etc. dice que los nuevos métodos de producción (maquinaria y herramientas nuevas) causaron per se y fatalmente el desarrollo de un Estado Capitalista en que unos pocos debían poseer los medios de producción y la masa ser proletaria. Esto fue así, dicen, porque la maquinaria nueva, muy ventajosa, era muy costosa y el individuo de pocos recursos no podía acceder a ella pero sí el rico que así liquidó la competencia del rival insuficientemente equipado reduciéndolo a la condición de asalariado.
Con argumentos falsos (como la concentración en los ricos de las máquinas de vapor y nuevos instrumentos) nos enseñan a creer que los horrores del sistema industrial eran u ciego y necesario producto de fuerzas impersonales y materiales. Doquiera que la máquina de vapor, el telar mecánico, el alto horno, etc. se introdujeran, pronto debían aparecer, fatalmente, un grupo pequeño de poseedores explotando a una gran mayoría de desposeídos.
Asombra que una tesis tan contraria a los hechos y la historia haya logrado tanto crédito en todos lados.
Si en los colegios y universidades se enseñaran las verdades capitales de la historia inglesa, si se educara familiarizando con los factores principales y determinantes del pasado jamás habrían arraigado semejantes despropósitos.
El gran crecimiento del proletariado, la concentración de la propiedad en manos de unos pocos, y la explotación de la masa de la comunidad por dichos poseedores, no tenían conexión fatal o necesaria, en modo alguno, con el descubrimiento de métodos de producción nuevos y en progreso.
El mal se desarrolló, en modo notorio y demostrable, partiendo de que Inglaterra, semillero del sistema industrial, se hallaba ya en poder de una oligarquía opulenta antes de que se iniciara la serie de los grandes descubrimientos industriales.
Al analizar el sistema industrial según la directiva capitalista:
¿Por qué unos pocos ricos entraron con tanta facilidad en posesión de los nuevos métodos?
¿Por qué fue algo natural a sus ojos y los de la sociedad contemporánea que los que producían la nueva riqueza con las nuevas máquinas debían ser hombres desposeídos y proletarios?
Porque Inglaterra ya era del dominio (territorial, económico, jurídico, educacional, …) de unos pocos mientras más de la mitad de la población eran proletarios desposeídos, un medio fácil de explotar.
Si la propiedad hubiera estado bien distribuida, protegida con gremios cooperativos, cercada y defendida por la costumbre y la autonomía de los gremios, la acumulación de riqueza precisa para iniciar un nuevo método de producción se hubiera podido conseguir el capital preciso para iniciarlo con la masa de pequeños propietarios. Sus corporaciones y pequeñas porciones de riqueza habrían provisto el capital requerido por el nuevo procedimiento y los hombres, ya propietarios, a medida que las invenciones fueran sucediéndose, habrían incrementado la riqueza total de la comunidad sin perturbar el equilibrio y distribución de la misma.
No hay en la razón, ni experiencia, eslabón imaginable alguno que asocie la constitución de capital para un procedimiento nuevo a la idea de unos pocos poseedores empresarios y a una muchedumbre de proletarios desposeídos que trabajan por un salario.
De haber surgido esos descubrimientos en una sociedad como la de la Edad Media del XIII, la humanidad hubiera sido mucho más rica y feliz, sobreviniendo en medio de las morbosas condiciones morales del XVIII británico acabaron siendo una maldición.
En el XVIII el pequeño propietario y las corporaciones habían desaparecido por acción de rodillo de los grandes ricos, no quedaba ninguna otra fuente de capital que éstos. La masa era ignorante porque esos mismos le habían arrebatado sus escuelas y cerrado la puerta de las universidades. No fue el desarrollo económico sino la acción deliberada de los ricos.
Ignorancia que aumentó al haber desaparecido la vida comunitaria que alimentó otrora su sentido social y los sistemas cooperativos que antaño los defendían.
Pero esto no fue todo, conseguidos los abastecimientos la masa de proletarios estaban al alcance de la mano, indefensos, ignorantes, susceptibles a la explotación indefinida por su desesperada necesidad, dispuestos a producir para cualquiera bajo cualquiere condición, contenta de que se les mantuviera con vida, proletariado creado por la nueva plutocracia que monopolizó la riqueza con la Reforma despojando al pueblo de la posesión de sus tierras, casas, herramientas, …
Los ricos adoptando procedimientos nuevos de producción en su beneficio particular aplicaron el régimen de mera competencia, establecido por su avaricia, la tradición cooperativa había muerto. El proletario se quedó sin nada que dejar a su descendencia, y a medida que este proletariado abultaba las ganancias del capitalista también lo habilitaba con un poder mayor que le permitía absorber al pequeño propietario y mandarlo, por otro conducto, a engrosar las masas proletarias.
Así es como la denominada Revolución Industrial cobró en su mismo origen la forma que la convirtió en una maldición lisa y llana para la desventurada sociedad en que floreció. El rico dueño de las acumulaciones que permitían el cambio industrial heredó todas las acumulaciones sucesivas de enseres y todas las acumulaciones crecientes de artículos de consumo deparadas por éste. El sistema fabril, al asentarse en una base de capitalistas y proletariado, se desarrolló en el molde que conformó su nacimiento.
Todas las características de esta sociedad, la forma dada a las leyes que regían la propiedad y la ganancia, las obligaciones de los socios, las relaciones patrón-servidor, fomentaban, directamente, la expansión indefinida de una clase sometida, amorfa, asalariada, bajo el dominio de un pequeño grupo de poseedores que tendía a reducirse y enriquecerse aún más consiguiendo un poder cada vez mayor, a medida que el desgraciado asunto seguía su curso.
La expansión de la oligarquía económica se ejerció en todos los sectores, no solamente en la industria. Los grandes terratenientes destruyeron, deliberadamente, con toda intención y en su beneficio, los derechos comunes que regían sobre las tierras comunes. La reducida plutocracia con la que se había asociado encauzó todas las cosas hacia sus propios fines.
El fuerte poder central que hubiera debido proteger a la comunidad contra la rapacidad de unos pocos había desaparecido generaciones antes. El capitalismo, triunfante, manejaba todo el mecanismo legal, y la información. Aún hoy lo hace y no hay un caso de la llamada “reforma social” actual que no se pueda demostrar como dirigido (aunque a muchos subconscientemente) a la defensa y confirmación de ulteriores de una sociedad industrial en que se da por supuesto que unos pocos deben poseer, la gran mayoría debe vivir asalariada, debajo de ellos y que todo lo que el pueblo puede esperar es el mejoramiento de su condición mediante regulaciones e intervenciones venidas de lo alto, pero no mediante la propiedad, no mediante la libertad.
La sociedad capitalista que se inició hace unos 500 años con la apropiación de la tierra ha llegado a su término. No puede perdurar en la forma en que la han conocido las últimas generaciones y, es evidente, que hay que hallar una solución a la intolerable y creciente inestabilidad con que ha emponzoñado nuestra vida.
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