Desde que en el Parlamento catalán se pusieron a hacer el ridículo hace unas semanas -visto desde fuera, sentado en mi butaca delante del televisor me parecía un espectáculo patético, de verdadero circo del malo, o de programa de esos absurdos que están tan de moda en las diferentes cadenas de televisión-, hasta el esperpento montado el domingo y sus consecuencias hasta hoy, me da verdadera vergüenza contemplar el grado de estupidez e irracionalidad de mis "compatriotas", por llamarlos de algún modo.