Jerarquías de dominación y el Monopolio del Crédito




Por Oliver Heydorn


“Un cabello divide lo que es falso y verdadero”.– Omar Khayyam.



Una de las ideas centrales de Jordan Peterson es la noción de que los seres humanos, como las langostas, están naturalmente dispuestos a organizarse a sí mismos socialmente en “jerarquías de dominación”. La afirmación fundamental es que, basados en la “competencia”, los seres humanos, y los machos en particular, compiten unos con otros para determinar quién obtendrá las mayores recompensas, materiales o de cualquier otro tipo, que una sociedad tiene para ofrecer, incluyendo el “derecho” de aparearse y reproducirse [1]. Peterson parece tener entusiasmo en subrayar la naturalidad y, de hecho, el enraizamiento biológico y evolutivo de este comportamiento, porque él piensa que puede servir como un incontestable argumento contra los marxistas culturales, que desprecian la propia idea de jerarquía y que desearían ver a su ídolo de una “igualdad” totalitarizante rigiendo en todos lados.

Si bien, en su forma más simple o sin matizar, la posición de Peterson acerca de la “jerarquía de dominación” puede ser bastante aplicable a estratificaciones sociales dentro del ambiente de una típica Escuela Secundaria occidental, en donde la capacidad atlética combinada con una ocasional buena apariencia tiende a situar a los deportistas en la parte superior, no creo que coincida con el mundo real en ningún sentido pleno o consistente.

Al decir esto, permítaseme dejar en claro que no estoy de ninguna manera poniéndome del lado de los posmodernistas o de los marxistas culturales, en su deseo de nivelar todas las jerarquías. Es parte esencial del Crédito Social y de la religión cristiana (esta última incluso la considera como una especie de “orden sagrado”) que la jerarquía es una característica inherente de la realidad humana, como Peterson afirma (aunque quizás no por las razones que él da), y que una jerarquía rectamente ordenada es necesaria para el florecimiento del hombre individual y de su sociedad.

Mi desacuerdo con Peterson es doble: Estoy en desacuerdo con ciertos aspectos de su concepto formal de “jerarquías de dominación” cuando se les aplica a los seres humanos; y también estoy en desacuerdo con la aparente asunción de que la estratificación de las jerarquías políticas y socio-económicas en el mundo occidental están necesariamente determinadas exclusivamente, o incluso principalmente, por lo que podríamos denominar como “cualidades objetivamente meritorias”.

En relación con el primer asunto en disputa: conceptualizar las relaciones humanas en términos de lo que sucede en el reino animal, siempre implica el riesgo de caer en falsas analogías, pues los seres humanos son fundamentalmente distintos en especie de los animales.

Peterson dice que la jerarquía de dominación es el resultado de la programación genética, la cual posee una larga historia en el desarrollo evolutivo de la vida en este planeta. Es innata y está biológicamente enraizada, y determina nuestro comportamiento; de ahí su frecuente comparación de los seres humanos con langostas [2]. Pero, a diferencia de las langostas, los seres humanos son personas con racionalidad y libre albedrío. Tenemos la capacidad de movernos bajo nuestra propia iniciativa en respuesta a una valoración racional de la realidad y, por tanto, no somos esclavos ciegos de una programación biológica, sin importar cuán antigua sea.

Repito una vez más: esto no quiere decir, como algunos posmodernistas podrían creer, que la jerarquía en los seres humanos es, o sólo puede ser, un “constructo social”. Pienso que Peterson tiene razón cuando insiste en que la jerarquía es innata a la condición humana; pero lo que quiero sugerir es que, debido a que los humanos son criaturas racionales y libres, la naturaleza y propósito de esa jerarquía podría y debería diferir de la que vemos en las vidas de las bestias inconscientes. En la medida en que las jerarquías de dominación humanas no transciendan y se eleven por encima de lo que vemos en los simples animales, en esa misma medida los seres humanos dejan de actualizar su potencial y su vocación como individuos hechos, de acuerdo con la revelación cristiana, a imagen de Dios.

Hablando de manera más específica, la visión cristiana y del Crédito Social consiste en que la jerarquía puede mostrarse como necesaria para el funcionamiento apropiado de asociaciones de todo tipo, empezando con la familia, y que, por tanto, constituye un requisito racional de la asociación que puede ser captado por las mentes de los hombres. Tal y como Douglas lo expresaba, cuando se trata de decidir “cómo” hacer algo o en cuestiones de administración, la jerarquía debería ser seleccionada como el método más deseado, ya que constituye la mejor, –es decir, la más efectiva y eficiente–, vía de obtener bienes realizados, de llevar adelante una política. Pero existe una segunda cualidad que debería marcar las jerarquías humanas en comparación con aquellas otras de los animales irracionales. Forma parte de la visión del Crédito Social acerca del “cómo funcionan mejor las cosas” el que la jerarquía siempre existe en razón de una política democrática, en razón de realizar el bien común. No existe en razón de un despotismo o dominación egoísta. En concordancia con las enseñanzas del cristianismo, el poder, el privilegio y la riqueza que corresponden a aquéllos que se sientan en la parte superior de una jerarquía social se les concede para un propósito, y sólo para un propósito: que puedan servir mejor al común objetivo de las asociaciones que ellos conducen y dirigen. La verdadera aristocracia en cualquier dominio de la actividad humana está en razón de un servicio generoso y desinteresado:

“Pero Jesús los llamó y les dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad». Entre vosotros no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga vuestro servidor; y el que quiera ser el primero que se haga vuestro esclavo”. (Mateo 20, 25-27).

En relación con el segundo asunto en disputa: No todo el que está “en la parte superior” está ahí por sus méritos (piénsese en la usura, el nepotismo, los privilegios de clase, e incluso en conexiones masónicas y similares, es decir, “importa no lo que conozcas, sino a quién conozcas”), y además… no todos los que están ahí por “méritos” estarían ahí si ciertas cualidades antisociales como la crueldad y la capacidad manipuladora no estuvieran tan altamente recompensadas (consideradas como meritorias) por el actual sistema. En otras palabras, no todo el que es poderoso o rico se lo ha ganado (porque supuestamente sea inteligente y trabajador), y no todo el que, habiéndoselo ganado efectivamente, se lo ha ganado haciendo verdaderas contribuciones al bien común. Mucha gente se ha ganado lo que tiene, en todo o en parte, participando en comportamientos antisociales.

Si no fuera así, si las jerarquías de dominación existentes no estuvieran tan completamente corrompidas y en desacuerdo con la realidad objetiva tanto en contenido como en propósito, ¿cómo si no podría explicarse el ascenso de una nulidad como Justin Trudeau a la misma cima de la jerarquía de dominación política canadiense? Poder, riqueza y privilegio –incluidas dos niñeras filipinas– son suyos… pero, ¿qué hizo en su vida para merecerlos? Existe un rumor de que alguna vez trabajó como profesor de teatro sustituto; pero estoy divagando.

Una buena parte de la explicación de la falta de meritocracia, o del tipo equivocado de meritocracia que hay en su lugar, allí donde las actuales jerarquías de dominación están involucradas, tiene que ver con la naturaleza y funcionamiento del sistema financiero. Desafortunadamente, hasta donde yo puedo ver, el corrosivo y artificialmente centralizador poder de la finanza contemporánea no se encuentra en absoluto en el radar de Peterson. Peterson, al igual que muchos un economista ortodoxo, actúa como si la finanza fuera neutral. Pero la finanza es cualquier cosa menos neutral. Es un sistema fundamentalmente deshonesto y explotador que más o menos automáticamente tuerce la distribución de los beneficios socio-económicos en favor de sus dueños y en favor de aquéllos que sirven a los intereses, a la política, de dicho dominio. Es sobre el campo de juego dispuesto por el Monopolio del Crédito (el cual no es, por tanto, un campo de juego justo o igualado) en donde debe desenvolverse la competencia por los puestos en las jerarquías políticas y socio-económicas de Occidente. Repetimos una vez más: ésta es una competencia, no por puestos para servir al bien común de una manera óptima (ya que el sistema no está dispuesto o trazado teniendo en mente ese objetivo) sino para servir a los intereses de los adinerados, empezando por los de la finanza y siguiendo hacia abajo en la jerarquía dineraria de la sociedad:

“[…] estamos gobernados en la tradición aristocrática por una oligarquía hipócrita y egoísta que tiene una sola idea, y solamente una idea fundamental: el ascendiente del dinero, y el monopolio esencial del mismo”. [3]

El efecto del Monopolio del Crédito es lo más fácil de ver en el caso de la usura, esto es, miles de millones de dólares en beneficios no laborales adquiridos mediante prácticas bancarias explotadoras. Si bien la usura no constituye el foco central del Crédito Social o de su agenda de reformas, Douglas dejó abundantemente en claro que el sistema financiero, tal y como actualmente funciona, es usurario. La brecha entre precios e ingresos que injustamente crea, y que principalmente se debe a la presencia del capital real en la producción, se rellena únicamente mediante la contracción de más dinero-deuda a partir de los bancos y en los términos que a ellos les son convenientes. Por esta razón, Douglas describía los beneficios bancarios como excesivos y exorbitantes, e incluso se refirió a los bancos como ladrones, y a los tributos que se imponían para satisfacer las exigencias de los intereses sobre la deuda pública, como un “robo” [4]. El economista alemán Helmut Creutz ha estimado que el 90% que constituye la base de la pirámide económica paga más en intereses de lo que recibe en intereses, y únicamente el 10% que constituye la cúspide experimenta una ganancia neta. Puesto que al sistema bancario se lo hace funcionar como un deshonesto y disfuncional monopolio, que crea sin costo alguno la mayor parte de la oferta monetaria a partir de la nada, en forma de intangibles créditos bancarios para provecho privado, no se puede afirmar que aquéllos que más se benefician de toda esa organización se lo hayan “ganado” haciendo alguna contribución de valor equivalente al bien común. Tener acceso a dinero de este tipo automáticamente significa una mejor salud y educación, entre otras muchas oportunidades, para ese 10% de la parte superior, y de este modo les proporciona una enorme ventaja cuando se trata de atrincherar e incrementar aún más su posición en la jerarquía de dominación socio-económica de la sociedad:

“Ahora bien, la influencia del poder económico sobre la educación apenas necesita ser subrayada. En Inglaterra, la tradición de los Public School, así como en los Estados Unidos, en una menos aunque apreciable extensión, el sistema de College, con todas sus admirables características, constituyen sin embargo un abierto y descarado derecho a un privilegio especial basado en el poder adquisitivo y en nada más; y, con un número suficiente de excepciones, su producto resulta ser preeminentemente eficiente para su propio interés, en contraposición al de la comunidad. Constituye uno de los rasgos más esperanzadores y alentadores de hoy día el que este defecto sea cada vez más deplorado por todos los mejores elementos comprendidos dentro del sistema; y el peligro de reacción en el futuro queda reducido en esa misma medida” [5].

Pero el problema viene a ser mucho más profundo que eso, como todo creditista social sabe. Aparte de la injusta centralización de la riqueza, el poder y el privilegio en manos de una élite financiera que ha usurpado la herencia cultural de la sociedad, la brecha precio-ingreso ejerce una indebida presión sobre ese 90% que está en la base de la pirámide socio-económica cuando de supervivencia financiera se trata. Esa presión artificial, en forma de una escasez crónica de ingresos o de poder adquisitivo liquidador de costes, inflación constante, y necesidad práctica de la esclavitud salarial y de deudas, constituye la causa directa de mucha de la competencia despiadada, de la mercadotecnia contratada, de la publicidad manipuladora o engañosa, y del sabotaje y despilfarro económico de todo tipo, incluyendo la obsolescencia programada y la producción de muchas cosas que no se habrían producido si el sistema de precios estuviera inherentemente equilibrado o fuera auto-liquidante. Este sistema, pues, se asegura de que aquéllos que están más dispuestos a separarse de los principios morales en relación a cómo hacer las cosas y a qué hacer, sean los mejor recompensados (o incluso simplemente recompensados). En una palabra, toda la población se ve forzada a prostituirse, de una forma u otra, en favor de los intereses de los adinerados a fin de poder sobrevivir:

“El siempre creciente coste de la vida ha traído al hogar de un gran número de clases retribuidas problemas que anteriormente afectaban solamente al asalariado. Se da uno cuenta de que la maquinaria “ahorradora de trabajo” lo único que le ha permitido al obrero es hacer más trabajo; y la cada vez mayor complejidad de la producción, que corre pareja con la subida en el precio de las necesidades de la vida, constituye un tamiz a través del cual salen afuera, y salen para siempre, todas las ideas, escrúpulos y principios que estorbarían al individuo en la lucha por una existencia cada vez más precaria” [6].

Así, vemos que unas finanzas deshonestas y disfuncionales crean un tipo particular de ambiente –opuesto al ambiente que existiría si el sistema financiero fuera honesto y plenamente funcional– que automáticamente selecciona, de una manera darwiniana, a aquéllos que son los “más adecuados” o los más aptos para “triunfar” con respecto a ese entorno antinatural e insano. En una civilización comercial, en donde gobiernan el dinero y los valores monetarios, aquéllos que tienden a subir a la cúspide de la pirámide socio-económica no son, por tanto, necesariamente los más nobles o los mejores en ningún sentido clásicamente aristocrático del término. De hecho, lo más a menudo es que posean capacidades bastante estrechas, o, peor aún, que estén también moralmente en bancarrota. Como Douglas lo expresó una vez:

“No hay duda alguna de que un mutilado y mal aplicado darwinismo ha constituido uno de los factores más potentes en el desarrollo social de estos últimos sesenta años; desde la fecha de publicación de El origen de las especies, la teoría de la “supervivencia de los más aptos” siempre se ha presentado como una respuesta general frente a cualquier sufrimiento individual; y aunque libros tales como el de Ciencia del poder de Mr. Benjamin Kidd han expuesto muy bien las razones por las que el individuo, eficiente para su propio interés y, consecuentemente, bien apto para la supervivencia, puede poseer y posee características que le hacen completamente inapto para posiciones de poder en la comunidad, podemos comenzar nuestra investigación fijándonos en que una de las más serias causas de la extendida insatisfacción y desasosiego consiste en la obvia supervivencia, éxito y ascenso a posiciones de gran poder, de individuos a quienes el término “más apto” sólo podría aplicárseles en el más reducido de los sentidos. Y para admitir la justicia de esta crítica, no es necesario por supuesto cuestionar la solvencia de la teoría de Darwin. Tal admisión constituye simplemente una evidencia de que el ambiente particular en el que “los más aptos” están ciertamente sobreviviendo y teniendo éxito es de carácter insatisfactorio; que, en consecuencia, esos mejor adaptados a él no son representativos del ideal existente en la mente del crítico, y ese ambiente no puede ser dejado a la nuda ley de la evolución darwiniana, a la vista de su efecto en asuntos distintos a los meramente materiales” [7].

Hágase cambios adecuados en las reglas y mecanismo financieros de la sociedad, y se encontrará uno con que cambiará lo que se consideraba o estimaba como “competente”, y que también cambiará la composición de la “jerarquía de dominación”. Esto es, la jerarquía de dominación existente no coincide isomórficamente con la jerarquía que existiría si viviéramos bajo un sistema financiero honesto y plenamente funcional [8]. La introducción de un sistema financiero de Crédito Social minimizaría, si es que no eliminaría, las desigualdades financieras artificiales entre la gente, y, de esta forma, permitiría que las desigualdades reales que marcan a los individuos, así como las contribuciones diferentes que pueden hacer al bien común, pudieran emerger orgánicamente de una manera no amenazante como los exclusivos determinantes de la “jerarquía de dominación” socio-económica de la sociedad:

“Que nadie suponga a partir de esto, que estoy sugiriendo un estado de cosas en donde todos los hombres y mujeres serán iguales. Los hombres y las mujeres nunca fueron iguales, no son iguales en la actualidad y, en mi opinión, nunca serán iguales; pero sus desigualdades descansan sobre una base mucho más fundamental que la de las diferencias que haya en la libreta de depósitos bancaria; y la abolición de tales desigualdades artificiales no sólo traerá consigo a la luz del día las diferencias reales entre los individuos, sino que también asegurará, por consentimiento común, su aceptación general” [9].

Digo “no amenazante” porque, mientras que la actual “jerarquía de dominación” socio-económica se asienta en gran parte sobre la competencia por los recursos escasos, el Crédito Social se construye sobre el hecho fundamental de que la escasez económica es algo que pertenece ya al pasado. La realidad física de nuestra capacidad de producción, gracias a las maravillas de la tecnología moderna, es de abundancia. En un mundo de Crédito Social, las jerarquías de dominación perderían una gran cantidad de su importancia social (a diferencia de la puramente funcional) una vez que la “plenitud de privilegios para todo el mundo” que está físicamente disponible pudiera ser liberada mediante un sistema financiero realista:

“Esa curiosa contraproducente obstinación que es incapaz de ver que hay plenitud de privilegios para todo el mundo, por la infinita diversidad que hay tanto de gentes como de oportunidades (y que el problema consiste en hacer que más gente los consiga, no en quitárselos a aquéllos que ya los tienen), constituye la herramienta perfecta del Planificador Mundial” [10].

El criticar la existente “jerarquía de dominación” socio-económica, tanto en términos de su estructura formal como en los de su composición material, no es, por tanto, algo esencialmente “marxista” o que esté motivado por sentimientos de envidia. Criticarla desde una perspectiva de Crédito Social, como he hecho, es simplemente reconocer su carácter injusto, desordenado y artificial. Por esta razón, una oposición de principios frente a la actual “jerarquía de dominación” socio-económica no cae en la trampa de la dialéctica “Capitalista vs. Marxista”.

De hecho, por irónico que pueda ser, parece que es el propio Peterson quien, al justificar las desigualdades de la sociedad liberal como el inevitable resultado de una meritocracia biológicamente fundada, realmente ha caído dentro de esa trampa dialéctica; únicamente está reforzando los mitos del ala liberal o capitalista de la dialéctica “izquierdas-derechas”…, todo ello en beneficio de la mano oculta de la Alta Finanza.

Tal y como lo expresó recientemente uno de mis contactos en Facebook: «La teoría de Peterson más o menos equivale al polo opuesto del cuento de la opresión: “Todo el que es poderoso o rico se lo ha ganado”, en contraposición a los Guerreros de la Justicia Social que dicen: “Todo el que goza de un privilegio no se lo ganó”. … Es la estupidez inversa: “[…] el hombre que tiene un látigo a tus espaldas debe habérselo ganado. […] El hombre que tiene una pistola en tu cabeza es tan sólo más moral y más competente”». La realidad, por supuesto, no se encuentra polarizada en la dirección de cualquiera de los extremos: algunas (pero no todas) de las personas que son ricas o poderosas se lo han ganado haciendo verdaderas contribuciones al bien común.

Ahora bien, no estoy sugiriendo que Peterson esté conscientemente representando uno de los lados de la dialéctica (pienso que es demasiado honesto para eso), o que toda la gente que está de acuerdo con él esté jugando conscientemente a ese juego. Tengo una explicación alternativa: la obsesión con las jerarquías de dominación y su supuesta “rectitud” o validez objetiva constituye el rango distintivo de la personalidad colérica [11]. Creer en la objetividad o en la equidad fundamental de cualquier “jerarquía de dominación” existente sirve para reasegurar al colérico que él aún tiene el control, que tiene algo significativo que decir en su destino, y que tiene una oportunidad de alcanzar poder e influencia para sí mismo. Se trata de un cuento cómodo que los coléricos se pueden repetir a sí mismos. La primordial necesidad psicológica que tiene el colérico de creer, en último análisis, que él y sus actos importan vendría a eclipsar cualesquiera hechos o evidencias en contrario. La realidad no tiene importancia para su juicio. Aunque, nuevamente, quizás eso no sea del todo correcto y la verdad sea más insidiosa:

“Uno de los rasgos más graves de la situación es que, al tipo de mente que resulta inherentemente inadecuado para estimar y funcionar exitosamente en un ambiente que sería creado por la ciencia moderna si no fuera obstaculizada por la finanza, se le ha puesto, bajo el actual sistema financiero, en posesión de la potestad ejecutiva, y, en consecuencia, en posición de bloquear cualquier intento de modificar la situación” [12].






[1] De acuerdo con Peterson, las hembras usan de la jerarquía de dominación como de un “dispositivo computacional distribuido” para determinar el valor de los machos y, entonces, elegir al más superior que puedan encontrar para aparearse con él. Esto, a mi juicio, suena muy “determinista”, y hace que el escenario de citas parezca como si éste sólo pudiera ser similar a una plaza de mercado…, pero ¿dónde hay espacio alguno para el libre albedrío o el verdadero amor en ese sistema? Para hacer peor las cosas, el hecho de que, en un orden social liberal, le corresponda a las mujeres seleccionar a sus esposos sugiere que, a un nivel en todo caso, todo este drama de la jerarquía de dominación está siendo interpretado por completo en beneficio de la hembra, y que la sociedad liberal es básicamente un matriarcado.

[2] La idea básica de Peterson parece consistir en que las jerarquías de dominación evolucionaron como un mecanismo de supervivencia: los “mandamases” son seleccionados y se les permite reproducirse para así asegurar el bienestar de la raza. No trataré aquí acerca de los problemas, tanto científicos como filosóficos, que acompañan a la teoría evolutiva, o acerca del aún más problemático intento de algunos de tratar de explicar todo en términos de la evolución, como si ésta fuera el paradigma conceptual central del universo.

[3] C. H. Douglas, Seguridad: institucional y personal (Liverpool: K.R.P. Publications Ltd., 1945), página 8.

[4] Véase la entrada de mi blog titulada “Crédito Social, usura y catolicismo” para las diversas citas relevantes: Usury, Social Credit, and Catholicism - The Clifford Hugh Douglas Institute for the Study and Promotion of Social Credit [traducida en: http://hispanismo.org/economia/20779...tml#post138216. ]

[5] C. H. Douglas, Economic Democracy, 5ª ed. (Sudbury, England: Bloomfield Books, 1974), página 141.

[6] C. H. Douglas, Economic Democracy, 5ª ed. (Sudbury, England: Bloomfield Books, 1974), páginas 36 – 37 (el subrayado es mío).

[7] C. H. Douglas, Economic Democracy, 5ª ed. (Sudbury, England: Bloomfield Books, 1974), páginas 31 – 32.

[8] En una sociedad de Crédito Social, los artistas de todo tipo, por ejemplo, disfrutarían de un mayor status del que tienen ahora.

[9] C. H. Douglas, Major C. H. Douglas Speaks (Sidney: Douglas Social Credit Association, 1933), página 38.

[10] https://alor.org/Library/Douglas%20C...%20Freedom.pdf, página 25. Las siguientes líneas que siguen inmediatamente a esta cita revelan el carácter extremadamente egoísta de cualquier jerarquía de dominación basada en el poder de una artificial escasez monetaria:

«“Soy masoquista” (con 500.000 libras al año). “No pienso que sea bueno para un pueblo que éste sea próspero” (pero yo vivo muy confortablemente, gracias. Así pues, mientras me aseguro a mí mismo el poder y la gloria, tendré cuidado de que el resto de la comunidad obtenga lo que es bueno para ella)».

[11] Cf. https://www.fisheaters.com/quizc.html.

[12] C. H. Douglas, Warning Democracy, 3ª ed. (London: Stanley Nott, 1935), página 103. Y el pasaje continúa así:

«Hoy día no hay nada parecido a un “estadista” independiente. Ningún político puede esperar conseguir un alto cargo sino por permiso de la Finanza; y la corrupción y los chanchullos en los puestos altos, si bien son un síntoma de un sistema defectuoso, se están convirtiendo casi en una fatal enfermedad en sí misma. No puedo afirmar ser una autoridad en ciencia bíblica, pero recuerdo esa profecía que trata acerca de la terminación de “la abominación de la desolación”. Tengo muy pocas dudas de que ella constituye una breve descripción de la finanza moderna».



Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE