«Agenda cultural» por Juan Manuel de Prada para la revista «XLSEMANAL» publicado el 5/VIII/2018.

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Me ha resultado conmovedora la justificación gubernativa, ante el desfachatado impulso del doctor Pedro Sánchez, que para poder asistir a un conciertito de rock en Benicassim tomó el avión oficial. No vamos a comentar aquí la sinvergonzonería del andoba y de su señorona, suficientemente glosada por plumas más acres que la mía, sino la justificación lanzada por una de sus pretorianas (la misma, por cierto, que en otra ocasión afirmó que el dinero público no era de nadie). Dijo Carmen Calvo, para justificar el latrocinio, que el doctor Sánchez había utilizado el avión para atender una «agenda cultural nocturna». Y hemos de reconocer que se trata de una excusa muy convincente; pues, ¿acaso alguien puede dudar que un conciertito de rock no sea ‘cultura’? ¿Y no queremos gobernantes ‘cultos’? Pues el que algo quiere algo le cuesta.

Todo lo que nuestra época llama ‘cultura’ es filfa y superchería, a veces muy emperifollada, para regodeo de élites, a veces aderezada chabacanamente, para consumo de masas. La primera variante (la cultura elitista) sirve para que una patulea de artistillas viva opíparamente, retozando en la charca de sus onanismos; y, aunque causa gran estrago en nuestros bolsillos, apenas mancha nuestras almas (o sólo las almas del sector social más esnob y despreciable). La segunda variante, aparentemente más inofensiva, causa sin embargo mayor estrago, pues está concebida para emponzoñar a las masas, brindándoles diversiones que halagan y estimulan los apetitos sensitivos, a la vez que anestesian los apetitos intelectivos (y aquí es donde se engloban los conciertitos a los que asiste el doctor Sánchez y su señorona, rapiñando el dinero público). La cultura, en el sentido originario de la palabra, es el alimento que el alma necesita, para no consumirse ni rendirse a la barbarie; pero lo que nuestra época llama ‘cultura’ no es otra cosa sino ‘vivir con los tiempos’ o ‘estar a la moda’, que como Tácito nos enseñaba no consiste en otra cosa sino en «corromper y ser corrompido». Esta falsa cultura corruptora que hoy todo lo invade, a modo de gas mefítico, no es más que una inmensa colección de baratijas para mantener a la gente distraída, sometida a estímulos que, lejos de formar el gusto y nutrir la razón, contribuyen a su vaciamiento y pudrición.

La falsificación de la cultura, convertida en producción de pacotillas que mantengan a la gente entretenida (o, dicho con mayor exactitud, disipada), no es sin embargo un fenómeno sobrevenido de la noche a la mañana, sino el fruto venenodo de un largo proceso que se inicia en tiempos muy lejanos. Consiste, como explicaba Castellani, en vaciar de fondo y sustancia el pensamiento y la creación artística, supliendo ese vacío con una hipertrofia de la cáscara. Así, el esfuerzo del intelecto, en su afán por alcanzar una iluminación o epifanía sobre la verdad de las cosas, se convierte en evasión del intelecto, que busca goces efímeros, chisporroteos morbosos que, lejos de iluminar la verdad de las cosas, la oscurecen y enturbian, procurando a cambio cosquillas placenteras a nuestros sentidos (que, desligados del alma, han desarrollado entretanto gustos botarates, cuando no aberrantes). Naturalmente, esta falsificación de la cultura produce a su vez una subversión de las categorías estéticas e intelectivas; pues allá donde la pacotilla es entronizada, se desaloja el verdadero esfuerzo artístico e intelectual. Así las academias se llenan de petardos, petardas y petardes, mientras los sabios son relegados (y, además, hostigados, si son profetas); y todo este pandemónium es la música de fondo de nuestra decadencia, pues la ‘confusión de personas’ es, como nos enseña Dante, el principio de la ruina de las naciones.

El doctor Sánchez y su señorona iban a Benicassim a menear el esqueleto, a tararear estribillos paparruchescos y dejarse aturdir por músicas estridentes de recuelo; y, mientras tarareaban paparruchas y se dejaban aturdir, tal vez concibieran fantasías megalómanas o concupiscentes. Pero esto, exactamente esto, es lo que nuestra época denomina cultura; y si el doctor Sánchez decidió utilizar un avión oficial para el desplazamiento es porque no hay auténtica ‘cultura oficial’ que no conlleve el expolio de los dineros del contribuyente. Como afirmaba Leonardo Castellani (un autor anatemizado por los ‘cultos’ de nuestra época): «Cuando oigo la palabra ‘democracia’ llevo la mano a proteger el bolsillo. Pero cuando oigo ‘cultura’, ya ni ese gesto instintivo sirve». Quien invoca la democracia se dispone siempre a sablearnos; quien invoca la cultura ya nos ha sableado antes de abrir la boca. Que es lo que hizo el doctor Sánchez: robar primero; y después justificar el robo con una ‘agenda cultural nocturna’.

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