CARLISMO Y VOTO CATÓLICO



1. Íncipit
A propósito de la cercanía de las elecciones volvemos a escuchar de forma pesada e insistente que se acerca nuestra obligación de acercarnos a ejercer nuestro ‘derecho’ al voto. Y que ello venga pregonado por las autoridades mundanas es totalmente comprensible, pero enormemente desgarrador se presenta dicha ‘obligación’ cuando ella viene de la boca de nuestras autoridades eclesiásticas. No obstante, con el revuelo generado a raíz de la profanación de los restos del general Franco es más que constatable que por obispos contamos, para nuestra desgracia, con siervos del sistema mitrados y obedientes a las directrices de los tiempos. Quisiera reflexionar sobre el llamado voto católico y su vinculación con la doctrina carlista, aquella que es la única depositaria de la esencia hispánica (1), y cuyas banderas nuestro Círculo tiene el honor de mantener.

2. ¿Qué es el voto católico?

Nótese que el adjetivo católico tras el sustantivo hace referencia a un telón de fondo en el cual la pseudo política parlamentaria manifiesta una clara línea anticristiana, generando opciones que atacan la Fe, sus principios y consecuencias, de forma directa. En dicho panorama, toma forma una opción que salvaguarda los puntos fundamentales del catolicismo (o al menos no contradice el Magisterio católico), y a ello se le bautiza como católico.

Hemos de aclarar dos aspectos a mi juicio fundamentales. En primer lugar quisiera referirme a la dimensión problemática del término ‘voto católico’. Como la Iglesia ha repetido de forma constante, no sería correcto, en condiciones normales (es decir, en una sociedad natural), que una opción política se presentara como el único camino católico. Esto es cierto, pero cuando la Iglesia se ha referido a ello, repito, lo ha hecho refiriéndose a condiciones de sociabilidad natural. Estas condiciones no se dan en la situación actual. Puesto que vivimos en una sociedad revolucionaria y, como toda revolución, precisa de una mente que piense una sociedad (en base a una ideología) y, mediante un proceso revolucionario, destruya la sociedad previa a sí mismo y cree su sociedad idealizada. Por ello, las sociedades nacidas de la revolución no son naturales, sino artificiales. Cuando la Iglesia se refiere a la sociedad y a sus directrices se refiere, tradicionalmente, a su santificación, y ello se desarrolla de forma obligatoria sobre de la naturaleza creada (2). Ello implica que las sociedades artificiales no son santificables y son frutos de errores teológicos de fondo (3). Sobre ello, siguiendo a León XIII apreciamos cómo finalmente el error teológico engendra al error político (4) y este el error social. Por ello, hemos de expresar la situación en la cual se encuentra el voto católico en estos momentos: sólo mediante la reacción a la construcción revolucionara imperante se canaliza ya no el voto, sino la política católica. Esto quedó refrendado por los papas anteriores al concilio, cuando se apreciaba en ellos el deseo de retorno de las naciones al régimen de Cristiandad (5). Así, es claro que frente a sistemas de matriz revolucionaria la política católica descansa sobre la reacción (por supuesto, ajena a una revolución de signo inverso (6)).

Otro aspecto que tenemos que tener en cuenta del término es su abandono en la práctica de la propia Iglesia. La irrupción del personalismo filosófico, a partir del concilio, cambió sustancialmente el sentido de las directrices políticas de Roma en el mundo moderno. Su focalización nociva en un concepto ideológico de persona llevó a la sustitución del bien común como fin de la política de la ciudad a la protección de la persona humana y sus derechos (7). Donde el fin de la sociedad antes era alcanzar el bien común (cuyo vector trascendente remite en última instancia a Cristo), ahora es el hombre el fin, su amparo y protección. Muy significativa es la definición de Juan Pablo II: "Fuente y síntesis de estos derechos es, en cierto sentido, la libertad religiosa, entendida como derecho a vivir en la verdad de la propia fe y en conformidad con la dignidad trascendente de la propia persona" (8). Como vemos, donde antes el derecho puro era Dios mismo y el hombre tenía el deber de adorarlo, ahora dicho deber se torna derecho, apreciándose el giro antropocéntrico (9). En lo que a política se refiere, la sustitución del bien común clásico de la comunidad política por la protección del hombre y de su libertad tiene nefastas consecuencias para la política católica. Benedicto XVI sostiene: "Habla [la Iglesia] con libertad y dialoga con la misma libertad con el deseo de alcanzar la libertad común. Gracias a una sana colaboración entre la comunidad política y la Iglesia, realizada con la conciencia y el respeto de la independencia y de la autonomía de cada una en su propio campo, se lleva a cabo un servicio al ser humano con miras a su pleno desarrollo personal y social" (10). Ello vacía el sentido católico de la política y reduce a la Iglesia a ser una mera aportación (11) al aparato estatal, cuya única convicción es el mantenimiento y defensa de los principios liberales. Así, los pontificados posconciliares dinamitaron la política católica, por católicos en política. Es decir, cambiaron un sistema donde la fe sustenta las directrices de la política (en un contexto anticristiano y por ello, donde se persigue su restauración social) por la asimilación del contexto anticristiano al cual los católicos cooperan desde su ‘fe’. Ni que decir tiene que ello consagra como inviolable el sistema anticristiano y reduce a la oponibilidad la fe. Por ello, en este contexto el papel de voto católico carece de sentido y es sustituido por católicos que votan.

3. El carlismo, la reacción al sistema

Las alteraciones del Magisterio de siempre, perpetradas desde hace cuarenta años, no afectan, por supuesto, al propio Magisterio que por su dimensión diacrónica es infalible. Por ello, nuestra actitud de protesta contra el sistema se mantiene firme, como deber que es. Y frente a esa protesta, el carlismo presenta al panorama político algo absolutamente genuino. Dado que desde la Revolución, a excepción de los tradicionalistas, los movimientos surgidos han sido posteriores, esconden en su matriz la lógica revolucionaria y artificial. Los movimientos ideológicos posteriores al liberalismo no han hecho otra cosa que la revolución contra la revolución. Pues bien, el tradicionalismo se presenta como aquel que pretende la restauración del orden clásico. No un orden fruto de la mente de un individuo, sino fruto de la Historia y del ser más propiamente hispánico. No por ello, cuando los tradicionalistas visitaron a san Pío X, acechados por escrúpulos que les llegaron a tentar con disolverse, el papa santo respondió con una negativa rotunda argumentando: "Eso sería aguar el mejor vino de España". Pues bien, la respuesta católica pasa por restaurar el orden tradicional y natural de la sociedad, de negar con firmeza la lógica revolucionaria moderna y volver a la sociedad natural, que es la que habilita la obra de la gracia según santo Tomás.

Esta contestación al sistema reside en la única fuerza anterior a la revolución, aquella que canaliza el tradicionalismo hispánico de forma natural (12), aquella que lleva resistiendo a la revolución desde su usurpación, la que ante la fiereza del enemigo y la ideologización de los aparentemente cercanos se mantiene firme en la reacción. Esa fuerza es el carlismo, y en ella reside no ya el voto católico, sino la política católica.

4. Conclusión

El lector aventajado se habrá percatado que todo lo anteriormente expuesto viene a responder al deber de transmisión de lo recibido en el plano natural, y a la fidelidad a Cristo Rey en el plano sobrenatural. Con estas palabras de Mella finalizo mis reflexiones:
"Pues España, en su filosofía, en su teología, en las manifestaciones enteras de su arte, en su constitución social, en su constitución nacional, en su constitución política, en todas las altas esferas de su historia, está informada por la fe católica; no se puede conocer a España, ni, por lo tanto, se la puede amar, si se desconoce la Religión católica. Y ved ahora las conclusiones que he ido buscando al recorrer rápidamente los principales cauces por donde discurre la historia de España. Las conclusiones, escalonadas y partiendo de una verdad elemental, son éstas: no puede ser culto un pueblo que empiece por ignorarse a sí mismo. Se ignorará, si no se conoce su historia, sin conocer sus grandes empresas, los hechos culminantes que han realizado y las principales manifestaciones de su genio en la ciencia, en la literatura, en el arte, en la política. No puede saber esas cosas si ignora las creencias y los sentimientos del pueblo que las produjo y que en ellas se revela. Y tratándose de España, es imposible conocer ni sus creencias, ni sus sentimientos, ni sus tradiciones, sin conocer a la Iglesia católica como dogma, como moral, como culto y como institución, y los hechos capitales de su historia" (13).
Ramiro León



BIBLIOGRAFÍA



  1. ELÍAS DE TEJADA, F., GAMBRA CIUDAD, R., PUY MUÑOZ, F.: ¿Qué es el carlismo?, Centro de estudios históricos y políticos “General Zumalacárregui”, Escelicer, Madrid, 1971, pág. 14. Sobre la cuestión dinástica véase en la misma obra pp. 11-14. Citado en QUESADA VÁZQUEZ, M.: La actualidad de la herencia política hispánica, Círculo Hispalense, 15/10/19.
  2. TOMÁS DE AQUINO, Suma de Teología, Iª, q. 1, a. 8, ad. 2.
  3. DONOSO CORTÉS, J.: Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo,Libro primero, Cap. I: “En todas nuestras cuestiones políticas topamos siempre con la teología”, lo cual lo refiere citando al revolucionario PROUDHON.
  4. ALVEAR TÉLLEZ, J.: El Corpus Politicum de León XIII. Una interpretación “anti-moderna”, cit. 31: “Para regenerar la sociedad, León XIII anuncia remedios intelectuales y morales. Entre los primeros destaca la enseñanza de la doctrina católica y el cultivo de la filosofía cristiana, especialmente de San Agustín y Santo Tomás de Aquino”.
  5. SEGOVIA, J. F.: La reforma conciliar en materia política. “El comienzo de un comienzo”, Verbo, núm. 515-516 (2013), pág. 429.
  6. DÍEZ, L. G.: Joseph de Maistre. El despotismo del pecado original, HISTORIA Y POLÍTICA, núm. 13 pág. 29.
  7. SEGOVIA, J. F.: La reforma conciliar en materia política. “El comienzo de un comienzo”, Verbo, núm. 515-516 (2013), pág. 430.
  8. Ibidem, pág. 418.
  9. Ibidem, pág. 412. También de Juan Pablo II es la afirmación: De hecho, el cristianismo es antropocéntrico precisamente porque es plenamente teocéntrico; y al mismo tiempo es teocéntrico gracias a su antropocentrismo radical.
  10. BENEDICTO XVI, Discurso a la Conferencia episcopal francesa, 14 de septiembre de 2008. Citado en SEGOVIA, J. F.: La reforma conciliar en materia política. “El comienzo de un comienzo”, Verbo, núm. 515-516 (2013), pág. 423.
  11. BENEDICTO XVI, Discurso a la curia romana, 22 de diciembre de 2005:puede existir un Estado moderno laico, que no es neutro con respecto a los valores, sino que vive tomando de las grandes fuentes éticas abiertas por el cristianismo. Citado en SEGOVIA, J. F.: La reforma conciliar en materia política. “El comienzo de un comienzo”, Verbo, núm. 515-516 (2013), pág. 439.
  12. Como decía don Francisco Canals: En España un tradicionalista que se definiese temática e intencionadamente como no carlista sería comparable a un irlandés que a finales del siglo XVII se hubiese definido como amante de su patria y católico romano pero “orangista”. Esta actitud evidentemente le hubiese permitido la conservación de sus propiedades y cargos; pero es obvio que no hubiese sido conducente para la perseverancia de su nación en la fe católica y en su autenticidad irlandesa.
  13. VÁZQUEZ DE MELLA, J.: Textos de doctrina política. Estudio preliminar, selección y notas de Rafael Gambra, Madrid, 1953, pág. 34.



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