
DON CÉSAR VIDAL
Vivir con cuatro siglos y medio de retraso
Carlos Ibáñez Quintana (12/01/06)
Don César Vidal es un conocidísimo escritor y periodista. Licenciado en varias disciplinas, Doctor en otras, ha escrito numerosos libros. Colabora en “La Razón” y en la COPE lleva la sección “La Linterna”.
En la política actual ataca al gobierno socialista y alguno de sus libros, como “Las Checas de Madrid” y “La Masonería” le sitúan como hombre de derechas.
Don César Vidal es protestante. Así lo dice él mismo y lo manifiesta en sus escritos. Hace unas semanas hacía en “La Razón” un resumen de la película “Lutero”. Acaba de llegar a mis manos un ejemplar de su obra “El Último Ajusticiado”.
En el artículo citado primeramente, elogiaba al reformador. Especialmente por su doctrina condensada en la frase “solo la fe, sola la Escritura y solo Cristo”.
Don César Vidal es teólogo, un servidor no. Pero el sentido común me permite discrepar de él y afirmar que en dicha frase se contienen dos absurdos de mucho bulto. “Sola la Escritura”. La Escritura sola no tiene ningún valor. Es necesario que haya una Iglesia que nos la presente como Palabra de Dios”. Por creer en la Iglesia creemos en la Escritura. La Escritura había sido leída por generaciones de cristianos antes de que Lutero llegara al mundo. Los Santos Padres habían escrito centenares de obras basadas en la Escritura. La Escritura por tanto no estaba sola, aunque ella fuera el fundamento de todo lo demás.
“Sólo Cristo”. Ya advirtió un teólogo alemán de principios del siglo XIX, que el mal de los protestantes era que no habían asimilado el misterio de la Encarnación. Efectivamente: El Verbo Encarnado es Hombre. Tiene Madre, tiene familia, tiene amigos, NO ESTÁ SOLO. Fue su Pasión la que nos redimió. Pero en ella, de algún modo, participó su Madre que “estaba junto a la Cruz”, y también otras mujeres y San Juan. Ese “sólo Cristo” se presta al equívoco. Pues si bien es cierto que solo El nos redimió, no estuvo sólo cuando nos redimía. Y en la Gloria, junto al Padre y el Espíritu Santo, están también quienes de algún modo han participado de su sacrificio.
Cierto es que la Iglesia en los tiempos de Lutero necesitaba una reforma. Pero una rebelión que origina multitud de organizaciones religiosas profesando diferentes (incluso opuestas) doctrinas, no era la reforma requerida. La Iglesia necesitaba una poda. Lo que hizo Lutero fue asestarla tres hachazos, con sus tres “solo”, que dejaron a sus seguidores sin unidad, sin Sacramentos y a merced del primer iluminado que se creía profeta.
De su libro “El último ajusticiado” he llegado a leer cuatro de las seis historias. Todas ponen “a caldo” a la Iglesia. No dudo de que mucho de lo que cuenta es verdad, aunque en algunos casos le echa mucha imaginación. Pero la misma verdad, cuando se cuenta de manera tendenciosa, se convierte en mentira. Vidal nos presenta una Iglesia en la que no hay más que corrupción, ignorancia y superstición. Y en una Iglesia que ya había enviado cientos de misioneros a América tenía que haber algo más que curas de “olla, misa y doña luisa”.
La reforma era necesaria y la reforma se hizo en el seno de la misma Iglesia, como prueba de la asistencia del Espíritu Santo. La historia posterior lo demuestra. Santos, nuevas órdenes y congregaciones, nuevas formas de espiritualidad…. ¿Podrá presentarnos el señor Vidal entre los seguidores de Lutero algún místico de la talla de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, amante de los pobres como San Vicente de Paúl, etc. etc.?
Me impresionó el juicio que la novelista Peral S. Back hace de su padre, misionero protestante en China, en su obra “El Ángel Luchador”: “Así era mi padre antes de que Jesús le tocase el corazón y Calcino se lo secase”.
Por eso me adherí al juicio que emitió hace años la novelista Mercedes Salisachs cuando la preguntaron qué opinión tenía de los protestantes. “Pobrecitos; me dan mucha pena”. Dan pena almas que sinceramente quieren seguir a Nuestro Señor y carecen de lo necesario para ello. Ni Sacramentos, ni multitud de prácticas. Solamente la Escritura mutilada y enfocada a determinados pasajes, prescindiendo del más importante “tomad y comed, que esto es mi Cuerpo; tomad y bebed que esto es mi Sangre”.
Por eso Lutero ya no es para mí “un fraile que se casó con una monja”, sino un cristiano fervoroso que se equivocó con trágicas consecuencias para sus seguidores.
Don César Vidal, por lo que escribe, sigue anclado en los prejuicios anticatólicos de los luteranos del siglo XVI. Parece que no se ha enterado de que en el siglo XX católicos y protestantes han padecido persecuciones por parte de los mismos enemigos de Cristo. Que en Alemania, olvidados los agravios de siglos pasados, en los años inmediatos a la guerra, unos y otros se prestaban los templos para la celebración de la Santa Misa o de los oficios
La manera con que César Vidal relata sus historias, me hace recordar la que emplean los derrotados de 1939, para contar las suyas. Uno y otros escriben como si desde entonces no hubiera pasado el tiempo. Como si aún estuviéramos en la lucha de aquellos años y de nuestra pasión dependiera el resultado. Incluso llegar a un resultado distinto del que se dio. El señor Vidal ha combatido a los rojos y nacionalistas. Pero no se da cuenta de que cae en sus mismos errores. Con una diferencia en su contra. Que rojos y nacionalistas pretenden cambiar la historia de hace setenta años. El señor Vidal va más lejos aún. ¡Llega hasta cuatro siglos y medio!
¿DEFENSA DE LOS VASCOPARLANTES?
C.I.Q. (12/01/06)
Informa la prensa de San Sebastián y Bilbao que el Gobierno Vasco ha creado una inspección para defender los derechos de los vascoparlantes. Se trata de vigilar que sean atendidos en vascuence cuando ellos se dirijan a un comercio u organismo oficial en dicho idioma.
El Gobierno Vasco ha reconocido el fracaso de sus campañas de euskaldunización. A base de hacer obligatorio su aprendizaje en la enseñanza, puede presentar unas cifras que demuestran que hoy conoce el idioma mucha más gente que hace veinte años. Pero lo que no se ha conseguido es que se hable más. Se conoce más pero se habla menos.
Los vascoparlantes de cuna que acceden al conocimiento del castellano, acaban por preferir expresarse en este idioma que en el que aprendieron de sus padres. ¿Por qué? Que contesten a ello los expertos. Es un fenómeno que hemos observado en muchas familias.
El idioma no se conserva sabiéndolo, sino usándolo. Cierto es que para usarlo hay que conocerlo. Pero si se ha adquirido el hábito de expresarse en castellano, el vascuence queda arrinconado en la mente y paulatinamente se va olvidando.
Ante tal situación el Gobierno Vasco reacciona creando un organismo de vigilancia. Un organismo: más funcionarios que se elegirán entre los miembros del partido. Vigilancia: más intromisión del Gobierno en la vida de los ciudadanos. Un paso más en la marcha hacia la tiranía.
LA MADRE
J. Echegaray (30/12/05)
Elevo mis preces, con todo el dolor de mi corazón y la conmiseración espasmódica de mi alma, por esas legiones de mujeres desnortadas que deambulan en este Occidente petulante que se cree más civilizado que nunca; han sido heridas mortalmente por el engaño de la esperanza falaz en una vida mejor, en el resurgir de sus potencias humanas, en la “realización” de sus más “altas” aspiraciones.
Sus mentes torturadas de hoy han sido absorbidas por ese fenómeno actual de la desinformación planeada en las covachas de la criptocracia y expandidas con la notoria procacidad de los poderosos medios de comunicación a los que sucumben las masas, incapaces de penetrar el arcano de sus mentiras, la base de sus injusticias, la médula de sus perversidades.
Se dejan absorber, porque son muy pocos los que se sienten con fuerzas para sustraerse a esa machacona e insistente influencia y de luchar contra la corriente arrasadora de sus manejos de cloaca. Y una vez absorbidas por la fuerza irresistible de sus plan-teamientos, una vez inmersas en esa corriente que se convierte en riada que todo lo asola, cuando acaso están en condiciones de detectar el error al que han sido llevadas, ya no hay remedio, hay que continuar o morir.
Observad en las calles de nuestras ciudades, en cada mañana de invierno, casi de madrugada, a esas pobres mujeres que se juegan la vida en un ciclomotor, engullidas en la vorágine del tráfico enloquecido, tapadas sus caras hasta los ojos por una bufanda que lucha con poco éxito contra el témpano frío del alba, ateridas y presurosas por llegar a tiempo a sus destinos. Van a trabajar, van a “realizarse”, van a lograr la independencia y la huida de ese submundo aterrador que las mantenía esclavas en sus casas, dominadas por los cínicos varones que las explotaban inmisericordes en sus hogares. Figuras poéticas que, repetidas machaconamente durante tres o cuatro generaciones, han llegado a mellar sus entendimientos y sus sentimientos.
La realidad es muy otra: van a teclear cansinamente, con la angustia de las prisas que reclama su rendimiento (la rentabilidad es hoy uno de nuestros más poderosos dioses), una máquina de escribir o un teclado de ordenador, a atender tediosamente una ventanilla en la que leen sin leer los documentos monótonamente iguales que les presentan pobres gentes que esperan el pago de una deuda, el acceso a un permiso, una subvención comprometedora… Mientras que cuidan atentas su retaguardia para que el jefe de turno, dueño de sus destinos (porque lo es de sus ascensos, de sus descensos o incluso de su futuro) no se pase de ciertos límites y llegue a tentarles partes delicadas de sus cuerpos. O incitándolos a ello para hacer menos penoso el ascenso en el mísero escalafón. Alcanzan con la misma angustia de las prisas, a la hora de comer, un garito que expende comida basura (eso sí, muy rápida) que deforma sus cuerpos y destroza sus estómagos; y vuelta a la rutina del tecleo hasta agotar la jornada laboral.
Recogen presurosas a sus crías que han abandonado al impersonal cuidado de una guardería y regresan con ellas, aún tan tiernas, a sus hogares. Las desnudan para el baño, las cubren de besos, juguetean con ellas. El instinto materno que no han podido dominar quienes las dominan a ellas (se pueden superar muchas cosas, pero jamás la naturaleza humana) y que les ha martilleado todo el día (como un eco de sus intuiciones más íntimas con luminosidades eventuales que hacen que sus almas sollocen por el recuerdo concreto y consciente de la criatura) les lleva a añorar, aún desconociéndola, la bendición de estar cada día, cada hora, cada minuto, cuidando y acariciando a ese niño que han parido y que se transforma, después del parto, en el único objeto de sus atenciones y de su felicidad.
Las lágrimas asoman a sus ojos y piensa cada madre que esa sí sería su función, su vocación, su aptitud, su dicha, su consuelo… Ese pedazo de carne que tiene ante ella… ese sí, hace temblar todas sus fibras sensibles y colma sus emociones. Los movimientos convulsivos e incontrolados de esas piernecitas, de esos bracitos tan tiernos, tan indefensos.. y sueña; sueña con otra vida en la que el alba fría y desoladora le sorprendería en sueño reparador solo interrumpido por los gorgojeos del niño en la cuna vecina. Ella sacaría su brazo de la sábana caliente y balancearía suavemente, con cariño, la camita. El bebé sentiría el amor de esa carne que es su madre, lo único que le liga al mundo exterior que empieza a sentir de manera vaga; y otra vez el sueño reparador invadiría las dos almas gemelas, hasta que la hora de preparar alimentos sanos que no dañarán los cuerpos y las mentes de la familia y que compartirán en la mesa común, le lleva al sagrado recinto en el que ella es dueña y señora, reina omnipotente.
Imagina esa escena de sueño y siente en su alma, en su trigémino, la necesidad perentoria de cumplirlo, de aislarse de la tabarra del mundo “brillante” en el que ha pensado “realizarse”, ser “ella misma”, “liberarse” gloriosamente. Pero ya es tarde, ya es imposible, ya se ha convertido en una meta inalcanzable, en un privilegio del que jamás podrá gozar. El marido (si lo hay) se pega también diariamente de calamazones con todos los límites que le han impuesto por su parte. Hay que pagar las letras de un piso supercaro, las letras de todas las comodidades que adornan ese piso, las del coche que solo sirve para ir a trabajar… Y el piso no es un hogar porque nadie lo ocupa y está vacante y solitario; y los muchos artefactos electrónicos son inútiles para calentar el piso, que no tiene calor ni lo tendrá jamás. Es como ese famoso tubo de la risa en el que uno se mete y ya no puede salir, que da vueltas y más vueltas golpeando y torturando nuestros cuerpos, ajenos ya al control de sus movimientos. Hay que trabajar, hay que pagar, hay que salir, hay que entrar; la cena de los López, el regalo a la niña de los Pérez que se ha casado para iniciar un ciclo igual, viajes a un lejano extranjero en el que nada nuevo aprenden pero que les libra del pecado mortal de no poder contar paraísos exóticos de otras tierras…
¿Y el niño? El pobre niño lo tiene aún más duro, su presente es aún más crudo: privado del calor que solo la madre es capaz de proporcionarle porque el cordón umbilical no se ha desvanecido con el tijeretazo del médico partero sino que sigue uniendo a los dos seres en el espíritu, se ve vejado por el trato impersonal y frío de profesionales de su cuidado que les atenderán asépticamente, aplicando toda la nueva tecnología del tratamiento técnico de un bebé. ¿Qué le importa a ese ser la técnica y la profesionalidad? Lanza su manita y no tropieza con la falda de su mamá ni encuentra la mano firme que le protege. Busca con su boca el pecho maternal que debe alimentarle y no encuentra más que el frío roce de una goma y los mejunjes, también estudiados técnicamente, que no le aportan ese calor que solo es humano y que le sigue ligando al claustro en el que se ha mecido por la friolera de nueve meses, todos los de su vida.
Las gentes, histéricas y desalmadas, hablan de enfermedades que jamás el ser humano adulto había experimentado: las depresiones, la angustia vital… Yo os digo que no hay más angustia vital que la que sobreviene y marca a un neonato que ha buscado incesante a su madre y no la ha hallado. ¿Qué nuevas generaciones nos espera contemplar? ¿Qué harán de nosotros y de nuestro mundo?
La misma educación torticera ha conseguido en el género humano, en nuestros días, cotas de inhumana crueldad que roza lo satánico, de maldad y perversión hasta hoy desconocidos, de bestialidad demoníaca de la que no son capaces ni los animales más salvajes: se propone como remedio a la cruel experiencia de los hijos sin hogar, sin calor, sin mimos y sin madre, la conjura del aborto. Y se legisla y se le da carta de naturaleza. Los babeantes imbéciles del progreso, amigos y defensores de cualquier perversión por envilecedora que sea, gritan en algarabía de gallinero loco cuando alguna voz sensata se eleva, llama a las cosas por su nombre y tilda de monstruosidad tal crimen: ¿Quién se atreve a desposeer a la mujer del “derecho a interrumpir voluntariamente su embarazo”? No, repudiados monstruos satánicos, “progres” porque progresáis hacia lo negro de la nada; no llaméis a las cosas con nombres rimbombantes que desfiguran su auténtica naturaleza: se llama “el crimen más fiero, sañudo, sanguinario, desalmado, despiadado, monstruoso, perverso, salvaje y cruel” que puede cometer un ser humano. Crimen que realiza la misma madre contra su hijo, que lo comete en el momento más débil, más indefenso de la vida del niño. Y que lo ejecuta precisamente aquella que tiene a su cuidado la salvaguarda del niño, la defensa del ser más indefenso. Nerón, que sacrificó a su madre y mató a su caballo, no hubiese ideado un crimen tan inicuo. Las hordas bárbaras que cruzaban las estepas nórdicas sin apearse del caballo durante semanas, ponían en manos de sus hembras todos los medios para que cuidasen de sus hijos, antes y después del alumbramiento. Solo Satanás es capaz de un invento que por ello es satánico.
Y son ellos los que no son cansos en su aquel de perorar sobre el respeto a la vida humana y sobre el respeto a los “demás”: jamás se ha visto en la historia de la humanidad una época tan desdichada que haya sido capaz de asimilar tanta monstruosidad y de ponerla en práctica con la desfachatez con que se cometen tales crímenes.
A veces, superando presiones, los Obispos en Sínodo, o la Santa Sede, o cualquiera de los componentes del clero, levantan la voz contra tanta felonía, levantan la voz y acusan por sus nombres estas prácticas. La mefistofélica progresía se revuelve herida y se monta el griterío de comadrejas tildando de incivilizados, de autoritarios y de intransigentes a todos los que tenemos que ver con la Religión Católica. Ladran, luego cabalgamos. Si ellos se alzan en algarabía incerebral, es que nosotros tenemos razón. Si no lo confirmase tan rotundamente la simple observación de la naturaleza humana, del bien y del mal, del sentido de la justicia, de la racionalidad más simple, sabríamos de nuestro acierto por su alharaca.
Mujeres, mujeres… no sabéis lo que os habéis dejado en este tortuoso y desdichado camino de la modernidad, del progreso, de la “liberación”. Pero estad seguras de que habréis de saberlo; y que cuando lo sepáis, ya no tendrá remedio, ya habréis cambiado el dulce estado de “esclavitud” en que os tenía el varón, por una esclavitud real, firme e inmisericorde, de la que (de esa sí) no podréis libraros ya jamás ni los que lo intentemos podremos libraros. Entenderéis entonces que teníais la libertad y la habéis perdido. Y que la naturaleza y Dios Nuestro Señor ha de castigar vuestro desvarío y vuestro crimen. Como castigará sin piedad a quienes lo han promovido y divulgado, porque ellos son más culpables que vosotras.
Mientras tanto, podéis cantar a gritos el himno de la libertad (esa que no tiene ira pero que mata inocentes despiadadamente); podéis zambulliros en el más estéril de los feminismos. Ignorantes de que Simone de Beauvoir, madre de las feministas francesas, recibía de su Jean Paul un vapuleo físico diario, como si fuese su desayuno espiritual de cada día, mientras preparaba al nefasto filósofo una de sus alumnas para saciar las perversiones patológicas de Sartre. Nunca sabremos a conciencia cuantas feministas inglesas de las más radicales del XVIII tuvieron igual suerte y fueron torturadas por sus parejas; aunque sí sabemos que fueron muchas.
“Miserere mi”: estos tiempos que nos ha tocado vivir y lo que aún nos queda por ver, son sin duda el resultado de nuestras culpas. Y en estas culpas sí me incluyo yo e incluyo a todos.
Javier de Echegaray
Diciembre 2.005 (Natividad del Señor)
javier@echegarayauditores.com
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