El dualismo maniqueo
¿Puede un católico ser "de derecha"?
Nociones preliminares
La crisis del mundo moderno, aparentemente tan avanzado en todos los campos (social, económico y sobre todo científico), se debe principalmente a la introducción de principios filosóficos errados en nuestras sociedades. Estos principios, que se esconden bajo título de verdaderos, han conducido no solo a la perdida masiva de la fe de las personas, sino, en último termino, a la expulsión de Dios de nuestras sociedades, y todo lo que tenga que ver con él, para llegar así a la coronación del hombre como lo absoluto, ocupando el trono de Dios (Cf. 2 Tes 2, 4). La permisión de inmensos crímenes sociales, bajo titulo de bien, producto del repudio generalizado a la ley natural, añadido al creciente aumento de católicos-liberales, es decir, católicos que se han congraciado con el espíritu del mundo; nos hace reflexionar, una vez más, sobre nuestra fe y sobre los principios que fundan las sociedades en las que vivimos.
Nuevamente parecen resonar aquellas palabras de San Pablo a Timoteo en nuestros oídos: «Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino: Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas» (2 Tm 4, 1-4).
Me parece que, junto a San Pedro, hoy más que nunca debemos preguntarnos «Y ¿Quién os hará mal si os afanáis por el bien? Mas, aunque sufrierais a causa de la justicia, dichosos de vosotros. No les tengáis ningún miedo ni os turbéis. Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1 P 3, 13-15).
En fin, junto a Santa Teresa, hemos de recordar en todo momento que «Hasta el fraile y clérigo y monja nos parecerá que traer cosa vieja y remendada es novedad y dar escándalo a los flacos; y aun estar muy recogidos y tener oración, según está el mundo y tan olvidadas las cosas de perfección de grandes ímpetus que tenían los santos, que pienso hace más daño a las desventuras que pasan en estos tiempos, que no haría escándalo a nadie dar a entender a los religiosos por obras, como lo dicen por palabras, en lo poco que se ha de tener el mundo; que de estos escándalos el Señor saca de ellos grandes provechos» (Vida 27, 15).
Para tratar de llegar a una comprensión más profunda de aquello en lo cual vivimos inmersos sin darnos cuenta, hemos de reflexionar lo siguiente. Nosotros vivimos en el siglo XX y nos encontramos con que hay televisión, hay autos, hay colegio, y todo eso lo damos por hecho y no reflexionamos más y vivimos en torno a eso. Pero un día, una persona sale de esta mátrix y mira desde fuera y empieza a preguntarse por qué las cosas son de esta forma, y no podrían haber sido de otra manera. Y lo que es mucho más importante: cómo fueron antes. Entonces, cuando uno empieza a estudiar, uno se da cuenta de que, por ejemplo, es una cosa fascinante conocer lo que fue el siglo XII, una cosa absolutamente increíble. Así, cuando uno descubre lo que ha sido la historia, especialmente la alta edad media, por su puesto que se forma otra perspectiva para poder juzgar lo que es el mundo de hoy. Pero si yo no tengo idea de lo que es la edad media, ni la edad antigua, yo creo que el mundo fue siempre así y no me lo cuestiono o las concepciones que tengo me las han dado y son muy erradas, como suele suceder porque son las que dan los medios de comunicación social o los colegios.
El tema de este artículo es el de uno de aquellos tantos errores que afectan a nuestra sociedad, el dualismo maniqueo. Este error, como tantos otros, tiene inmensas implicaciones para nuestra sociedad y, también, como se verá, para nuestra fe. Es imposible, por cierto, intentar abarcarlo en tan pocas líneas, si no, más bien, lo que se intenta es exponer el problema, para la reflexión personal de cada uno, y para que veamos cuán impregnados de este error estamos todos.
El catolicismo liberal
El catolicismo liberal es una doctrina con la cual se ha llegado en el curso de la historia de la Iglesia, y de la historia del mundo, a poder, eficazmente, secularizar el mundo contemporáneo, es decir, llevar a la perdida de la fe a la gente.
Por catolicismo liberal, se entiende la ideología de aquellos que se llaman a si mismos católicos y liberales. Surgidas al poco tiempo del acceso del liberalismo al poder, en las distintas naciones de la vieja Europa cristiana, es condenada esta doctrina por Gregorio XVI en 1832 y reiteradamente por los pontífices siguientes. Los motivos aducidos para justificar esta acomodación al liberalismo de estos católicos han variado con el tiempo. Al principio invocaban la teoría del mal menor, es decir, decían que era un mal menor acomodarse al liberalismo. Pero después, pasaron con el tiempo a apoyar la doctrina del bien mayor.
Por liberalismo se entiende aquel sistema que afirma la completa independencia de la libertad humana, y niega por consiguiente toda autoridad superior al hombre, lo que, en consecuencia, es afirmar la independencia del hombre respecto de Dios. Sea en el orden intelectual, es decir, separar la filosofía de la teología; sea en el orden religioso, afirmando que la religión es cosa privada y que, por ende, el mundo no tiene nada que ver con ella, ni en sus leyes, ni en sus gobiernos, etc.; sea en el orden político, afirmando que la Iglesia ha de separarse del estado; sea en el orden artístico, afirmando un arte que no tenga que ver con la moral, etc. Así, se afirma que el hombre es independiente, es decir, no acepta la soberanía debida al creador, en todos los ámbitos. Esto ha sido afirmado y llegó a su eclosión y plenitud en la revolución francesa, y después ha pasado, a través de Napoleón, a todo el mundo de la época, influyendo en las independencias de América, en Europa y llega hasta nuestros días a través de las democracias liberales.
Hubo católicos que, queriendo adherir a estos principios, se proclamaron como aquellos que encontraron la respuesta al conflicto. Así, esto se trata de encontrar una síntesis nueva entre la fe católica y el liberalismo, así como se encontró una especie de equilibrio o síntesis entre Pelagio y la fe católica, que es el semi-pelagianismo. Así entonces, el liberalismo afirma la completa independencia de Dios (hay que crear un mundo nuevo, que no tenga nada que ver con la fe), y los católicos liberales, en cuanto católicos, también están con eso, afirmando, sobre todo, la fe como algo privado, pero el mundo externo independiente de Dios, un mundo separado de la fe, pero ellos continúan practicando su “fe” privadamente. Así, lo que intenta el catolicismo liberal, no es negar la fe (entendida a su manera, porque la niegan en gran medida), sino que va a encontrar la manera de justificar su adhesión al liberalismo en cuanto católico.
Primeramente se invocaba la doctrina del mal menor, es decir, que entre dos males a tolerar, se tolera el menor. Pero en realidad lo que se quiere justificar es una adaptación concreta al liberalismo, fuese o no su tolerancia un mal menor. Pero el paso posterior del catolicismo liberal fue el de elevar en su consideración la situación de hecho tolerada, es decir, la hipótesis de que hay que adherir al mal menor, a situación ideal o conforme a los principios. El catolicismo liberal se presenta a si mismo como síntesis superadora del enfrentamiento entre liberalismo radical y catolicismo reaccionario, como llaman ellos (catolicismo conservador también), que en el lenguaje de la tradición, diríamos sencillamente catolicismo. Es decir, ellos son los que superan el enfrentamiento entre el liberalismo radical, el de Maximiliano Robespierre y la revolución francesa y el catolicismo reaccionario, de la tradición apostólica y los Papas; ellos se presentan como una síntesis, afirmando haber encontrado la solución. Cuando ellos hacen eso, necesariamente se presentan como un dualismo maniqueo. Es decir, una comprensión deformada de la realidad, por la que es visto como reaccionario, es decir como algo malo, todo intento de enfrentar en la vida social y pública, el desorden que atenta contra el plan de Dios.
Aquí debemos ver cómo es que esta doctrina, valiéndose del dualismo maniqueo, llama malo a lo que es el bien. Por ejemplo, pensar que es malo defender la familia, porque ya los tiempos han cambiado. Es decir, que aquellos que se han opuesto a los principios de la revolución francesa, de la independencia nacional, que intentan defender los valores cristianos en la vida pública, etc., esos son reaccionarios y cerrados, mientras que aquellos que lo contrario son abiertos, y es bueno aquel que se acomoda y concilia con este desorden.
El maniqueísmo en sus orígenes
El dualismo maniqueo es una corriente de pensamiento de la antigüedad, ya se ve en los pitagóricos (siglo IV a.C.), la cual atribuye entidad no solamente al bien, sino también al mal. Es decir, el mal es. Y si el mal es alguien creó el mal. Pero nosotros sabemos, por la revelación y por el orden natural, que el mal no-es; es carencia del bien debido.
Los maniqueos sostienen que el mal es, que tiene entidad, es algo. Y por lo mismo, a lo que es el bien, llama mal, en este caso. Y va a sostener que el mal es y el bien es, y si ambos son, pueden confundirse, llamando así a lo que es bueno, malo. Bajo distintas formas ha perdurado en la historia esta antigua perversión de la mente, contaminando actitudes y pensamientos surgidos en los contextos más variados. La vigencia de este dualismo maniqueo está en una interpretación deformada de la realidad social, por la que, en lugar de ser reconocida la armonía y complementariedad de los plurales aspectos de la realidad, son presentados estos como antitéticamente enfrentados entre sí. Por ejemplo: se habla como de algo indiscutible, de conflictos generacionales necesarios. Los mayores con los menores. De tensiones necesarias entre padres e hijos, como si fueran algo bueno; entre autoridad y gobernados, entre mayores y jóvenes, y según cual sea el signo de la inclinación maniquea que se impone en un determinado grupo de ambiente social, se escucharán expresiones como “el cinismo de los mayores” “la sinceridad de los jóvenes” “el autoritarismo de los padres” “la juventud es la esperanza de la humanidad” si el maniqueo es, por decirlo así, en su propio lenguaje, de izquierda. O, por el contrario, expresiones como “la juventud tiene la culpa de lo que sucede” “la juventud es desobediente” si el maniqueo es, por decirlo impropiamente, pero en su propio lenguaje, de derecha.
Desde ambas perspectivas desenfocadas, la del maniqueísmo de izquierda y la del de derecha, el mal es contemplado no como una falta de bien debido, por ejemplo del padre que falla en el ejercicio de su autoridad o del hijo que incumple lo que le corresponde como hijo, sino como algo que es consistente, que tiene ser, lo malo es la paternidad en cuanto paternidad o la juventud en cuanto tal. Otro ejemplo muy propio es el tema del feminismo actual, es decir, la mujer no es vista como la complementariedad del marido, sino como una revancha de que lo que a la mujer no le han dado, entonces ahora ella sí, llegó su tiempo. Así, que una mujer no pueda ser sacerdote y no pueda acceder a los cargos jerárquicos de la Iglesia es visto como una ofensa a su dignidad y es tomado en plan dialéctico, contra el hombre.
El maniqueísmo en cuanto herejía
También sucede en algunos sectores de la Iglesia, con expresiones como catolicismo cerrado, conservador, inmovilista, todas de corte maniqueo, contrapuestas al catolicismo abierto y liberal como exigencias incuestionables del mundo contemporáneo, profundamente contaminado por el error maniqueo.
Podría pensarse, ingenuamente, que los términos cerrado e inmovilista, son dirigidos contra un error, el de la falta de comprensión para con la legítima evolución en la vida de la Iglesia, es decir, contra el error integrista, pero ya la misma experiencia cotidiana advierte que detrás de tales términos se oculta algo más. Resulta extraña y misteriosa la insistencia con la que estas acusaciones se dirigen contra acciones realmente buenas, ajenas a todo desenfoque o error de corte integrista. Y con tanta más virulencia, cuanto más vigorosa y firme es la actitud buena.
Que el bien sea acusado porque es bien, obviamente presentándolo como mal, mal que debe ser superado y aniquilado, es siempre algo que asombra, algo misterioso. En ello consiste la perversidad e hipocresía del maniqueísmo, desde esta perspectiva se debe contemplar como la exigencia para nuestro tiempo, la existencia de un catolicismo abierto, acomodado al mundo, que, en concreto, supere y tenga por derogado el magisterio pontificio, anti-liberal, de los papas de los siglos XIX y XX. No contiene otra cosa que el engaño de, en nombre del bien, exigir su acomodación al espíritu del mundo.
Versión actual del viejo dualismo maniqueo, es la dialéctica de Hegel, y a las interpretaciones de la realidad en claves dialécticas hegelianas, se les llama con propiedad, trampas dialécticas; en cuanto que son engaños, puro truco o artificio verbal, que tiende a inducir a pensar acerca de la sociedad, de la política, de la vida de la Iglesia, de las relaciones familiares, no según lo que son, sino según los falsos y demoledores esquemas del dualismo maniqueo. Y así, por esas trampas sofísticas, bajo la seducción del mal, presentado como bien, comúnmente acompañado de la tentación de congraciarse con el espíritu del mundo, que es lo que está detrás, se llega a juzgar de los actos humanos, no según su conformidad o disconformidad con la ley de Dios, sino según si son de izquierda o de derecha, si denotan un espíritu abierto o cerrado. Por ello, en definitiva, nada más opuesto a toda esta artificiosidad, que llamar las cosas por su nombre, es decir, la verdad.
Caos general
Nos encontramos con la paradoja de que los que nos profesamos contrarrevolucionarios, tenemos conciencia de la sinceridad y cariño con la que defendemos la doctrina de los cuerpos intermedios, de nuestra convicción de que la realidad de tales cuerpos intermedios, que han sido en gran parte excluidos por la moderna revolución, hay la garantía de la libertad del hombre. Pero también sabemos que ningún liberal, demócrata, socialista o comunista, nos reconocería como defensores de la libertad, ni siquiera de la autonomía de la enseñanza o de la familia, no obstante que tal vez sostengan ellos las tesis más opresoras en torno a ellas. Es decir, mientras nosotros acusamos con razón a la revolución de haber aniquilado todas las libertades reales, somos nosotros mismos acusados como enemigos de la libertad y totalitarios.
Sucede esto cotidianamente, hasta el punto de que al plantearse alguna cuestión conexa con algo que haya sido alcanzado por el fenómeno revolucionario, y ya no queda ahora casi ninguna dimensión de la vida humana que no lo haya sido, se comienza enseguida, si no se adopta la consabida actitud, que se dice exigida por un movimiento irreversible de la historia, va a ser calificado con algún ismo de este signo (extremo-derechista, conservador, retrogrado, etc.).
Hay que hacer, frente a la gente que piense así, innumerables esfuerzos de superación de equívocos y acumular sutilezas para recalcar que uno no es reaccionario, en el sentido que se le acusa. Con todo, es frecuente la perplejidad en aquellos que no saben dónde situarse. Se produce un vertiginoso torbellino de tensiones, que tiene algo de preternatural. Esto es lo misterioso.
Afrontar la herejía
Es preciso afrontar el problema de estas tensiones, de esta confusión, que impide cualquier planteamiento sereno. Parece obligado a reflexionar y tratar de orientarse, aunque estemos en este Mare mágnum de corrientes encontradas.
Me parece que, cuando leemos a Santa Teresa de Jesús o a Santo Tomás de Aquino, se nos muestran como muy diversos de lo que sería un cristiano de izquierda de nuestro tiempo. Pero tengo también la convicción de que no hallaremos tampoco en ellos el ismo integrista o contrarrevolucionario en el sentido que lo entenderíamos hoy. No tienen ismos. Los santos no tienen ismos. En la suma teológica encontramos afirmaciones de este tipo «Es lícito que la Iglesia confíe al poder secular cristiano, el castigo de la herejía» (Cf. Sth II-II 11,3). Es decir, la herejía, como es un mal social, debe castigarla, no la Iglesia en cuanto tal, sino el poder cristiano. Y pocas páginas más adelante, la tesis de que la conversión a la fe cristiana de los súbditos de un poder civil legítimo, ejercido por un infiel, no es titulo que emancipe a un súbdito de su deber de obedecer a aquella autoridad legítima, ya que la potestad civil es de orden natural, que no es derogado por el hecho de la fe sobrenatural del súbdito (Sth II-II 104, 6). Es decir, que la fe sobrenatural de un súbdito, aunque el poder civil sea ejercido contra la fe cristiana, hay que obedecerla, en cuanto que tiene autoridad dada por Dios. Salvando el principio de que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. No muy lejos de eso, afirma también Santo Tomás, que no es lícito bautizar al hijo de un judío antes del uso de razón, contra la voluntad de su padre, por respeto a la libertad religiosa, bien entendida (Cf. Sth III 68, 10). Y se podría pensar que la omisión del bautismo puede poner en peligro la eterna salud del niño, advirtiendo que el orden de la gracia no obra sus fines actuando contra el orden de la naturaleza; y que en el orden natural el hijo, antes de alcanzar el propio albedrío, depende de la potestad del padre.
Muchos no sabrían a qué carta quedarse si se les preguntara sobre la calificación de la tendencia a la que pertenece Santo Tomás. Hay que reconocer entonces que aquí no hay ismo y no lo hay tampoco en San Agustín ni en los santos padres. Pero aclaro también que los padres y los grandes teólogos no podrían ser situados en una posición centrista. No son neutrales entre una ortodoxia integra y el error herético, no fueron los padres semi-arrianos ni semi-pelagianos.
La verdad en el mundo contemporáneo
Me he preguntado muchas veces qué ha ocurrido en el mundo de hoy, para que la verdad quede convertida en la perspectiva de su apariencia, en el plano sociológico, en un ismo parcial, como si lo que es verdad fuera en realidad una parte de la verdad de las cosas. Es decir, el error también es verdadero, pero desde otro punto de vista. Como se dice comúnmente esa es una postura, esa es tu verdad. Así, lo que es verdad, la ortodoxia íntegra, la fe católica en su integridad, se presenta como una posición extremista; la doctrina verdadera parece la opción caprichosa de un grupo, y, así, no hay forma de afirmar la verdad sin ser al punto enfrentado hostilmente. Bajo este criterio, aquellos que afirman, buscan y aman la verdad, son acusados de faltar a la caridad, de estar en contra de la paz, de buscar división y no unidad, etc. Todas estas oposiciones dialécticas (verdad versus caridad, verdad versus paz, etc.) atentan explícitamente contra el mensaje evangélico, según el cual, el decir la verdad, la búsqueda de la verdad, es un gran acto de caridad. Así, San Agustín dice que «Donde reina la Verdad, es ley la Caridad» (S. Aug., Ep. 138, 3).
El origen del dualismo moderno
La pregunta que surge, entonces, es por qué la ortodoxia católica se presenta como una posición extremista. Mi convicción es que el torbellino dialéctico, en que estamos inmersos, se constituye por una tensión preternatural de inspiración satánica, para decirlo de una forma explícita. He afirmado ya que no se dieron tales tensiones en los grandes momentos de plenitud de la historia cristiana. Pero si no encontramos estas tensiones en la cristiandad en cuanto tal, si la hayamos en la política moderna a partir del siglo XVII en Gran Bretaña.
A partir de la revolución francesa, el juego de tensiones se proyecta progresivamente sobre todas las dimensiones de la sociedad, ya no solo la política. Y en las ultimas décadas, y cada vez más, sobre todas las actividades y actitudes artísticas, pedagógicas, técnicas, de medios de comunicación social, de costumbres, y en el propio ámbito doméstico y familiar. Hoy no se puede escoger un menú o una forma de vestir, sin ser de inmediato categorizado como conservador o liberal.
Pero antes de que tal polaridad se manifestara en la política inglesa del siglo XVII, podemos hallarla, si todavía no dominando el mundo como hoy, si actuando en ciertas corrientes filosóficas y teológicas a lo largo de los siglos.
Constituye en nuestro tiempo una autentica revelación el estudio de Marción, en cuyo sistema agnóstico se dio el precedente más vigoroso del dualismo maniqueo como una herejía propiamente cristiana. Marción afirmó la existencia de dos dioses, de una parte el dios de Israel, creador del mundo, poderoso, legislador, justiciero y belicoso: el dios del antiguo testamento. Y por otra, el padre de Jesucristo, no autoritario, ni legislador, ni poderoso, cuya obra no es crear ni regir el mundo. Un dios de bondad y amor, cuya obra es la liberación del hombre frente a la esclavitud de la ley. Enfrentado al dios de los fariseos, el dios de los cristianos es un dios de izquierda. Quien siga investigando a partir del descubrimiento de las antítesis marcionistas, hallará desde luego el hilo conductor de los posteriores catarismos. Pero podrá también comprobar que la mitología de la dialéctica de las tensiones y de la polaridad de los contrarios antitéticos con la misma malicia que tiene en la modernidad, no solo estuvo presente en la gnosis, si no que a través de ellas, remonta a las fuentes más antiguas del saber filosófico griego, esto es aquello que muy probablemente la filosofía griega recibió del esoterismo mágico del oriente. Ya algunos pitagóricos, según refiere Aristóteles, entendieron la realidad como estructura disfuntamentada, no en un principio unitario, sino en una dualidad polar de elementos antitéticos que a la vez se exigen y se contraponen.
El bien y el mal son ya en la tabla pitagórica principios de la realidad, como lo son para la vida humana lo masculino y lo femenino. Es decir, el mal es interpretado como algo consistente y sustantivo, exigido por el ser mismo. Así, al mal se le otorga entidad y, aun más, se lo contrapone al bien.
Tal observación puede resultar desconcertante; pero no cabe duda que malentendidos de este tipo han regido en gran manera las corrientes filosóficas y políticas de nuestros tiempos. Así, se considera al catolicismo antiguo y medieval, inmovilista, antifeminista, cerrado, partidario de lo cuadrado y lo determinado, etc., opuesto al moderno, que sería todo lo contrario. Se trata realmente de un maniqueísmo, porque se ha dado consistencia al mal, y porque a la vez se han tomado elementos de la realidad que son integrantes y tejidos por el mismo ser y bien del universo, como lo femenino, lo móvil y lo múltiple. Es decir, afirmar el feminismo, es maniqueísmo, porque la mujer en cuanto tal, es buena y complementaria con el hombre; lo correcto, es decir, la verdad, es decir las cosas como son y dar a cada una su lugar: la mujer es mujer y el hombre, hombre, cada uno en su lugar, complementario el uno del otro, y distintos el uno del otro. Pero, en cambio, desde el otro lado de la polaridad, consideraremos malo al hombre, lo autoritario, la monarquía y el papado, etc., se encontrará bueno en cambio la espontaneidad, la intuición y la democracia.
El maniqueísmo político
Pocas veces nos habremos tomado la molestia de esforzarnos por definir qué entendemos como derecha e izquierda en la tensión dialéctica de la política moderna. Quisiera sugerir que no sería posible dar razón de lo que entendemos y sentimos por tales términos, sin referirnos a un misterio de iniquidad, que obra en la historia, desde las religiones hostiles, al Dios de Israel, y en el que se haya un hilo conductor, que conexiona una serie de actitudes, que van desde las sectas gnósticas, pasan por el esoterismo cabalístico y llegan hasta lo femenino y unitivo de Teilhard de Chardin. Si todo esto venía operando secularmente, es a partir del renacimiento y especialmente desde la ilustración del siglo XVIII, con su comprensión de las luces, característica de lo que nosotros hemos llamado maniqueísmo de izquierda, que se difunde sobre todas las dimensiones de la vida cultural y social.
Esto puede servir como ejemplo para comprender lo que ha venido ocurriendo en la política. Ignorando toda síntesis armónica, la política se presenta regida por la imposición de opciones dualistas que se sintetizan ulteriormente en un movimiento inestable, que define para muchos el ritmo mismo del progreso. Liberales frente a conservadores. Posteriormente, demócratas o radicales, frente a liberales-conservadores. La síntesis, ya ahora tesis, que suscita la nueva síntesis. Frente a tales opciones, debería poder mantenerse una actitud íntegra, sintética, sin escisiones, y superando así los errores y las parcialidades contrarias. Por eso, cuando me preguntan si soy de derecha o izquierda, si pienso que quien lo pregunta entiende la derecha e izquierda, teniendo en su mente a Bush o a Zapatero, creo deber responder, en este sentido, ni de derecha ni de izquierda. Lo que hay que procurar no olvidar, es que lo importante es la esperanza de estar a la derecha del Hijo del Hombre.
El principio de autoridad
Si afirmamos la autoridad en el sentido en que ha sido ordenada por Dios toda potestad, diremos que ella procede de Dios para ordenar a su fin, a su bien, a aquellos a quienes el gobernante rige. El gobernante en cuanto tal y en cuanto su nombre, como los otros, no es un fin en sí mismo, sino quien rige al servicio de Dios y al de los hombres, a quien rige, para el bien de estos. No hay porqué entonces enfrentar la libertad del súbdito, a la autoridad del que gobierna. Pero si se defiende la autoridad, sin atender a su origen y finalidad divinos, viene a ponerse algo divino en un elemento finito de la vida social. Y así, ya no se respeta la multitud, y se suscita, en virtud del mismo principio del orgullo humano con que la autoridad se ejerce, la antítesis multitudinaria contra el principio de autoridad.
El principio revolucionario de la multitud, como fuente del poder, se enfrenta antitéticamente a un monismo unilateral y autoritario negador del legítimo pluralismo. La reacción contra el absolutismo posibilita así el atractivo liberador del principio democrático. Y toda la revolución moderna funciona ya en la extraña situación dialéctica a que antes aludíamos. El contrarrevolucionario autentico es el que defendía el orden legítimo frente a la revolución, y no realizaba una revolución, es decir, el que defiende la verdad. Los que se opusieron a la revolución francesa, no estaban defendiendo el estado de Luis XIV, ni mucho menos la monarquía del despotismo ilustrado, pero el jacobinismo de la revolución francesa, que iba a consumar la obra monista y aplastante del racionalismo cartesiano, que había regido ya el estado de Luis XIV, le acusaba de absolutista. Es decir, cuando uno afirma el principio de la fe católica, el principio de autoridad de la monarquía, no significa que se defienda la injusticia producida por la monarquía ilustrada.
Pero la tensión dialéctica de que estamos hablando, parece llegarse siempre tarde en la tarea de aclarar las posiciones. El tradicional y contrarrevolucionario, pasa por ser absolutista, e incluso mucho más tarde, tal vez sea considerado como conservador, aunque los conservadores no fuesen sino los revolucionarios en cuanto conservadores de la revolución.
Y alguien también puede ser acusado, al defender los valores cristianos frente al orden marxista, de defender al imperialismo capitalista. O en otro caso, si quiere defenderse frente a esta acusación, se encuentra situado frente a un neutralismo, o en una tercera posición, lo que prácticamente viene a ser lo mismo. Consideremos el mismo juego dialéctico en una dimensión más inmediata. Si defendemos la primacía del varón en la vida humana y familiar, desde una perspectiva de derecha maniquea de tipo pitagórico, se suscitaría una antítesis feminista. Una vez puestos en aquella primera posición, o bien en el caso de ser acusado de estar en ella por el feminista, nos encontraremos con que ya no es posible, en el dialogo polémico, la claridad y la armonía en las posiciones. La única manera de escapar a ello, evidentemente, es no situarse. El católico no entra en esta dialéctica de las posiciones. Alguien que se identifica con alguno de los bandos que ofrece el dualismo maniqueo, ya entró en su sistema, y una vez dentro no se puede salir.
Reflexión teológica
Orientemos ahora nuestra reflexión hacia una síntesis metafísica y teológica, y hacia una reflexión del universo regido por la fe. Dios es uno, «Oye Israel, el Señor tu Dios es uno» (Dt 6, 4) dice la Sagrada Escritura. Dios, que es uno, ha creado el mundo, «y vio Dios todas las cosas que había creado, y eran buenas» (Gn 1, 31).
Toda pluralidad y diversidad entitativa es efecto de la generosidad de Dios, del plan efusivo de su amor que comunica el bien. Por la bondad de Dios Uno, existen millones de espíritus angélicos, de hombres y animales de toda especie y toda variedad de linajes de pueblos. Por la bondad de Dios, que dice «no es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2, 18), existe la mujer. E incluso en la permisión divina en la misma contrariedad antitética de lo malo, se subordina al bien del universo.
Pero el mal es privación de bien debido y un desorden, y no consistencia ni sustantividad, ni es un elemento del mundo; y ningún elemento ni dimensión de la realidad en cuanto tal es malo, pues el mal no tiene entidad. La diversidad, la complejidad, queridas por el pluralismo divino, manifiestan la generosidad de Dios bueno y omnipotente. No hay un dios malo. El ángel creado bueno, Satanás, falta al orden debido al no someterse a Dios. La caída de los espíritus angélicos y la acción del tentador sobre la humanidad, pone en marcha la lucha de las dos ciudades, de la que habla San Agustín. Pero la ciudad del mal no tiene nada que aportar a la historia, todo lo que en ella es entidad y eficacia tiene su aporte en la obra creadora de Dios, y en las potencias dadas por Dios al hombre y al mundo. El mal no obra, sino por virtud del bien, como enseñaron San Agustín y Santo Tomás. Y así sorprendemos al mal actuando a través del bien de las dimensiones y elementos del mundo y de la vida y buscando razones para un enfrentamiento contra el orden divino. Porque el hombre nunca actúa por el mal mismo, sino por un bien; pero sacado de su orden.
En estos tiempos sé que las posturas que se propugnan en el mundo de hoy como buenas, son precisamente las que se enfrentan al orden natural. Primero, destruir el matrimonio, que pertenece al orden natural; para después legitimar el matrimonio homosexual, siendo que todo eso va contra el orden divino. Sin embargo, eso es lo considerado bueno en estos tiempos. Se ve, claramente, que es un misterio de iniquidad el que está operando, aquel misterio de iniquidad del que ya habla el Apocalipsis.
Lo uno y lo múltiple
Pensemos ahora en la unidad y la pluralidad. Solo la unidad está en el principio, Dios es uno. No hay otra multiplicidad que la que procede de Dios, como de principio. Pero todo bien finito se constituye como participación de la bondad divina difusiva. Por eso, toda la creación está cruzada por un régimen de unidad, de orden y de finalidad, que exige, constitutivamente, multiplicidad y diversidad y correlaciones complementarias, que el aristotelismo interpretó ontológicamente según la pareja acto-potencia, varón-hembra, materia-forma, alma-cuerpo, razón-sensibilidad, etc., pero todos estos elementos son complementarios, y es maniqueo pensarlos como antitéticos.
Así, no son buenos los proletarios y malos los burgueses, como para la revolución marxista, ni son buenos los burgueses y malos los aristócratas, como para la revolución francesa, ni son buenos los hijos, o los curas jóvenes, y malos los padres y los obispos, ni son buenas las esposas y malos los maridos, como en el teatro de Ibsen. Todo eso es dialéctico.
Conclusión
Queda dicho esto como un planteamiento. Antes de terminar, afirmaré que la posibilidad práctica de que esto se realice, es decir, que haya pluralidad, libertad, unidad de cuerpo social, defensa de la verdad sin posturas dialécticas, etc., requiere que se mantenga firme en la sociedad, como principio a respetar en la vida colectiva, no diré ya meramente el derecho natural, que desde luego debe ser respetado siempre, sino, y hoy más que nunca, dada la situación histórica de la humanidad, el de la soberanía de Dios; único principio que puede asegurar en lo político, la armonía sintética y ordenada de la unidad y la multiplicidad. Nuestra misión es contribuir a mantener prácticamente vigente en la sociedad, una unidad que salve toda pluralidad ordenada. Y eso solo se encuentra en el reinado de Cristo.
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