El trabajo en la era del capitalismo neoliberal


El trabajo es uno de los lugares sensibles donde se percibe el cambio de sociedad y cultura que trae consigo el denominado capitalismo neoliberal. La mirada hacia el mundo del trabajo enseña mucho acerca del tipo de sociedad que estamos construyendo.


Jose María Mardones
Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)

Una sociedad donde el trabajo oscila entre la sacralización y el desprecio es una sociedad enferma.

Nos encontramos en la sociedad del capitalismo neoliberal que referida hacia el trabajo se puede calificar de sociedad de la exclusión, de la precariedad laboral, de la desocialización de la empresa, de la domesticación social o de la nueva esclavitud del trabajo. Palabras duras pero que no tienen ningún afán subversivo sino el intento de describir la realidad que enfrentan, cada vez más, nuestros contemporáneos en este primer mundo noratlántico y, como consecuencia, el mundo entero. No hablamos ni rozamos siquiera la situación del llamado Sur o Tercer Mundo donde estas situaciones se disparan exponencialmente.
Las previsiones de los expertos reunidos en San Francisco hace unos años (1995) para ver los problemas del s. XXI ya predecían que un 20% bastaba para mantener activa la economía mundial ¿Qué pasará con el otro 80% dispuestos a trabajar y que no tengan empleo? Tendrán que vivir del titytainment, es decir, literalmente, de la leche de los pechos de los otros. ¿La fórmula 20/ 80 será el modelo del mundo del futuro? Es el fin del trabajo, dirá J.Rifkin.

La Modernidad líquida
Vivimos una situación social paradójica: este momento socio–histórico, desde el punto de vista del trabajo, difiere y asemeja al de hace más de un siglo. Ahora mismo podemos seguir imaginando y comprendiendo el trabajo como en la "primera modernidad" industrial. Entonces se trataba de defender la potencialidad del trabajo humano como lugar de realización personal y de inserción social. La lucha obrera y por los derechos de los trabajadores humanizó el trabajo en cuanto a tiempo, modo y condiciones legales de los trabajadores. Al menos en Europa, los logros fueron de tal calibre que hoy nos parecen sorprendentes.
De nuevo pareciera que los logros alcanzados –y que creíamos ingenuamente que ya no experimentarían retroceso- se han esfumando o se están evaporando. No hay más que escuchar determinada jerga socio-política para barruntar por dónde van los tiros. Z. Bauman ha denominado a nuestra sociedad moderna actual modernidad líquida. La vida aparece como un proyecto transitorio, rescindible, que siempre se puede romper. El compromiso a largo plazo – como el trabajo fijo para las empresas- parece una carga insoportable. La vida se asemeja cada vez más a una serie de nuevos comienzos y se transforma en una experimentación continua. La descripción cuadra no sólo para los tonos postmodernos de nuestra cultura contemporánea donde se han superado los "grandes relatos" y la consistencia de las estructuras orientadoras, sino para el mundo del trabajo. Todo se está volviendo tan flexible que se licúa. La sociedad y cultura del momento, como el trabajo, es de "acabar rápido y empezar de nuevo desde el principio".
Desde el mundo político y de la empresa se suele denominar "flexibilidad", "versatilidad", "adaptabilidad" a las nuevas virtudes que se exigen del buen trabajador. Una manera de decir que tiene que estar disponible para lo que se requiera de él y dejar con una sonrisa en los labios el puesto de trabajo cuando ya no se soliciten sus servicios. Todo como si comenzara de nuevo. Se solicita del trabajador que, como buenos actores de este teatro del capitalismo neoliberal, acepten con facilidad el cambio de escenario y se vayan sin un murmullo cuando no queda más que hacer.
La modernidad liquida encuentra su expresión y realización en el mundo del trabajo actual.
Se comprende que A. Touraine califique a la economía actual como "desocializadora". En vez de colaborar a la integración social, al equilibrio y tranquilidad de la sociedad, nos encontramos con una prácticas empresariales que parecen orientadas a boicotearla. Tras los eufemismos y los cantos a la versatilidad y la capacidad para aprender, cambiar de trabajo, profesión y lugar, lo que se produce en la realidad social es una quiebra de las relaciones humanas, por ejemplo se conoce la incidencia de la movilidad laboral con el fracaso de las parejas en el Reino Unido y en Estados Unidos. Un estudioso tan poco sospechoso como J. Gray ha llamado la atención acerca de estas consecuencias "desocializantes" de la nueva concepción del trabajo y de la función de la empresa. La empresa en vez de ayudar a construir sociedad, la destruye; en vez de colaborar al equilibrio familiar y personal, lo revienta. La culpa, se dice, la tiene la competitividad: 40.000 empresas transnacionales buscan por el mundo los lugares de menor costo de asentamiento y mano de obra.
Las previsiones para el trabajo son enormemente duras. Tomemos el caso alemán como ejemplo: cada año desaparecen 10.000 empleos industriales en Alemania; más de millón y medio de empleos se liquidarán en esta década en la industria. Se siguen los pasos de la agricultura: solo una pequeña minoría podrá vivir de la industria.

El Capitalismo sin trabajo
Ha sido U. Beck el que ha usado esta expresión. El capitalismo neoliberal tiene como característica la de la minusvaloración del trabajo. El capital, especialmente financiero, transita por el mundo a la velocidad de la luz, mientras el trabajo lo hace en pateras. Esta es la diferencia plásticamente expresada. O para decirlo con las expresiones de los ejecutivos de las nuevas empresas informáticas, como Sun Microsystems: sólo necesito realmente seis u ocho empleados, los otros dieciséis mil son "reservas de racionalización".
Esta distancia entre capital y trabajo está llena de consecuencias perversas. Señalemos algunas para visualizar mejor estas relaciones deterioradas de un mundo que todavía envuelve y atrapa a la mayoría de los humanos durante más de un tercio del tiempo de su vida. Es el nuevo orden social que se está construyendo.

La nueva esclavitud
El trabajo oscila hoy entre la exaltación sacralizante y el desprecio del mercado. Los políticos nos ofrecen –en el baile de promesas en que parece se ha convertido el quehacer político ante las gravísimos desafíos de la realidad– crear 20 millones de puestos de trabajo en Europa en esta década, pero no nos dicen cómo.
Según estadísticas del Centro Internacional del Trabajo no se trabaja ahora menos, sino más. Los lugares donde más se trabaja hoy es en Corea del Sur, Chequia y EE.UU. Los norteamericanos trabajan ahora 39 horas más al año que en 1990. Y en conjunto, se advierte una tendencia en casi todas las empresas por exigir más disponibilidad a sus cuadros técnicos y dirigentes. Nadie lo exige, se dice, pero nadie deja su puesto de trabajo a la hora. Disponibilidad es el nuevo nombre de la supeditación del trabajo a la empresa. Una nueva esclavitud que se presenta envuelta en los colores ligeros de la colaboración, la buena voluntad y la disposición a sacar adelante la empresa. La negativa a esta "disponibilidad" se paga con el despido y la sustitución por otro empleado mejor dispuesto con las necesidades de la empresa.

Sacralización
Al mismo tiempo se genera una "nueva ideología" del trabajo que la acerca a la religión: se predica "la entrega" a la empresa, la "devoción" a sus objetivos, el respeto que deviene culto al jefe, el hacer del lugar del trabajo un espacio de encuentro y convivencia más cálido que la misma familia, etc, Por no hablar del discurso sobre la libertad y el desarrollo del potencial humano a través del trabajo. Se trata de que el trabajador se entregue en "cuerpo y alma" a la empresa y sus objetivos. La empresa, mientras tanto, le ofrecerá seminarios para la formación permanente y para que asuma, cada vez con mayor entusiasmo, el "credo" (la misión, los objetivos) de la empresa. No nos debe extrañar que la empresa transnacional de material deportivo Nike -famosa también por la explotación de mujeres y menores- vea con buenos ojos cómo sus empleados llevan tatuado su logotipo. Una forma de testimoniar con la propia piel la dependencia a la marca multinacional.

Exclusión y domesticación social
Por otra parte, asistimos a una creciente destrucción o precariedad del trabajo. Las noticias de re-estructuración de las empresas, de fusiones de las mismas, de reconversiones, etc llenan las páginas económicas de los diarios. Significa en números contantes y sonantes el despido de miles de trabajadores. Hasta un filósofo social tan poco dado a los juegos de lenguaje periodístico como J. Habermas llega a acuñar el eslogan de la realidad económica actual: "se fusionan las empresas, suben las acciones y crecen los despidos de los trabajadores". Engorda el miedo ante la pérdida del puesto de trabajo y éste se desvaloriza como profesión o dedicación. El concepto luterano del trabajo como vocación se hunde en la pantanosa flexibilidad laboral actual: ya que nadie le puede asegurar a un joven que lo que estudia hoy es lo que va a ejercer mañana como profesión. Más bien, será una rara casualidad; pero nada arredra a la actual ideología que lo presenta como una ocasión magnífica para la "formación permanente" y hasta podríamos añadir, que así queda asegurada la eterna juventud de las neuronas. No se dice nada, como señalamos, de los costes en forma de tensiones y angustias personales, de la dilapidación de capacidades, vocaciones, o de un capital de experiencia, etc.
Esta precariedad es utilizada por el "sistema" y la empresa para domesticar a la "fuerza de trabajo". Leemos que "surgen" iniciativas empresariales tan peregrinas como las del "Bank of America" que después de despedir a diez mil empleados, al mes siguiente, editó un opúsculo con recomendaciones de cómo contribuir a sostener el banco en el camino del éxito: "barriendo la suciedad", "sustituyendo las bombillas estropeadas", "podando los árboles del entorno", etc. Nos podemos quedar en casa y notar cómo el 90% de los jóvenes españoles no tienen empacho en aceptar condiciones de ilegalidad de contrato, tiempo, etc. con tal de tener un trabajo (Informe de Cáritas Española 1996) A esto se llama lisa y llanamente domesticación social.
En un momento de los años setenta–ochenta se fabuló con la sociedad del ocio que venía. Se equivocaron los A. Gorz, A. Schaff y otros muchos que pronosticaban una sociedad futura de menos trabajo y más ocio. Una sociedad donde las posibilidades de humanización y de formación crecerían con el aumento de la riqueza y el tiempo disponible. Es cierto que producimos cuatro veces más y necesitamos un 25% menos de mano de obra que hace 60 años y, como hemos visto, la mano de obra superflua se acelera, pero no accedemos a la sociedad del ocio, sino a la sociedad de la exclusión social, de la dualización y de la precariedad del trabajo.
El "capitalismo sin trabajo" (U. Beck) deja un rastro de "exclusión social" que es el detritus maloliente de esta sociedad de la exaltación jubilosa de la sobreexplotación del trabajo. Se calcula que en la UE, por ejemplo en España, puede rondar alrededor del 15% este grupo de excluidos de la sociedad. Porque ya se sabe que quien no tiene trabajo, no tiene lugar social y no tiene futuro. Y lo peligroso es que todavía el trabajo señala el estatus social y hasta la identidad de una persona. R. Dahrendorf indica además la nueva condición de estos excluidos sociales: a diferencia del "lumpenproletariado" que era una bomba de relojería para el sistema, estos excluidos sociales no tienen importancia ni social ni política. Nadie los quiere, ni los sindicatos.
Este "turbocapitalismo" no es un producto natural. Ha sido resultado de decisiones políticas y económicas. Una sociedad donde el trabajo oscila entre la sacralización y el desprecio es una sociedad enferma. No es extraño que nos tropecemos con muchas personalidades sin referentes, cuando el trabajo, la oficina –como dice plásticamente R. Sennet– ya no es un lugar de reconocimiento social ni de identidad. La precariedad del trabajo significa el debilitamiento de la persona: se queda al aire, sin raíces sociales, en una sociedad que exalta, por otra parte, el éxito profesional como la realización del individuo.
Significa también la evidente pérdida de funciones sociales de la empresa. Las empresas que contratan y utilizan "trabajo basura" ejercen una función de debilitamiento más que de integración social. A la larga este predominio del capital sobre el trabajo y esta amnesia de la función social y humana del trabajo se volverá contra la misma empresa: la dejará sin la vinculación humana y sin creatividad. Un trabajo obtenido solamente a fuerza de dinero empobrece y embrutece. Mala noticia para una sociedad democrática y humana.
La sociedad se rompe y dualiza; crece la criminalidad, la inseguridad y la xenofobia. El estado de California –que es él solo la séptima potencia económica del mundo– gasta más en prisiones que en educación. Los ciudadanos estadounidenses –es decir un 10-15%– gastan en vigilantes privados más del doble que su Estado en la policía (H. P. Martin–H Schumann).
Socio-políticamente tampoco está tan clara la predicción de R. Dahrendorf. Ante la llegada masiva de inmigrantes, los lugares sociales más débiles son tentados por la demagogia. Es lo que ocurrió recientemente en Francia con Le Pen. Precariedad, desocialización e inseguridad social forman un cortejo fácilmente explotable por el demagogo de turno. Europa y España no se tienen que extrañar ya hoy que mañana tengamos muchos problemas personales y sociales. Estamos alimentándolos en el caldo de cultivo de un trabajo exaltado y envilecido.