Pedro Fernández Barbadillo
El rey Sebastián I de Portugal (1557-1578) era joven y doncel, místico y cruzado, soñador y puro. La clara voluntad de la Providencia le hizo llegar al trono: fue hijo póstumo, nacido unos días después de la muerte de su padre, el infante Juan Manuel de Avis, y se convirtió en heredero por la muerte de éste y de todos sus tíos y tías, hasta ocho. A los tres años de edad, fue proclamado rey.
Los pendones de Portugal ondeaban en Ceuta, Tánger, Brasil, la India, Guinea, Omán, pero a él no le bastaba. Quería librar una cruzada en Marruecos para llevar la Cruz a las tierras de las que había sido expulsada por los musulmanes. Vio la señal en el derrocamiento en 1575 del emir marroquí Muley al-Mutawakil por su tío Abd al-Malek con la ayuda de los turcos.
En las Navidades de 1576, Sebastián se reunió con su tío Felipe II en el monasterio de Guadalupe y le propuso una operación conjunta, pero el español trató de disuadirle de su aventura, porque dudaba de las promesas del emir derrocado. El duque de Alba discutió con el joven rey hasta que éste le espetó: "Decidme, duque, ¿de qué color es el miedo?". Desde su experiencia, Álvarez de Toledo le replicó "Del color de la prudencia". Pese a todo, Felipe aportó dinero y tropas al proyecto de su sobrino.
La Batalla de los Tres Reyes
En 1578, la expedición desembarcó en Arcila y marchó, bajo el calor africano, a Alcazarquivir, donde se encontraba el emir. El 8 de agosto el ejército portugués fue derrotado y murieron el rey portugués y los dos emires marroquíes, por lo que se la llama la Batalla de los Tres Reyes. Se cuenta que en casi todas las familias portuguesas se lloró a un caído. Lo peor para el porvenir del reino es que Sebastián no tenía hijos. La corona recayó en Enrique de Avis, sobrino-nieto del joven rey, que ya había ejercido como regente entre 1557 y 1568. Era cardenal de la Iglesia y tenía 65 años, por lo que su proclamación sólo aplazaba el problema.
En enero de 1580 se convocaron las Cortes de Almeirim para decidir sobre la sucesión. Ese mismo mes, falleció el cardenal-rey. A continuación, se nombró un consejo de regencia compuesto por cinco miembros; de éstos, cuatro eran partidarios de Felipe II, hijo de Isabel de Avis, infanta portuguesa, gracias a sus títulos y también a las gestiones de los diplomáticos madrileños. En julio de ese año, otro pretendiente, don Antonio, prior de Crato e hijo bastardo del duque de Beja y de una judía, que había participado en la batalla de Alcazarquivir, se proclamó rey en Santarem. ¿Se rompería la excelente amistad entre los dos reinos ibéricos?
La campaña de Portugal, por tierra y mar
Ante el hecho consumado, Felipe II decidió la ocupación de Portugal. Fue una de las mejores campañas de los ejércitos españoles. Mientras el duque de Alba penetraba con 26.000 hombres por la frontera entre Badajoz y Elvas, Álvaro de Bazán, capitán general de una flota de 87 galeras y 30 naos concentradas en el Puerto de Santa María, zarpaba hacia el Alentejo y Lisboa. El marqués de Santa Cruz sólo halló resistencia en el castillo de Setúbal. Alba derrotó a las tropas de Antonio de Crato en Alcántara (25 de agosto), cerca de Lisboa, y con la colaboración de Santa Cruz, cuyos barcos cañonearon al enemigo en tierra y mar. Crato huyó a Francia desde Oporto, con las joyas de la corona en sus alforjas.
Al año siguiente, en las Cortes de Tomar Felipe II juró los fueros portugueses y se convirtió en Felipe I de Portugal. El demonio del mediodía, como le apodaron sus enemigos, indultó a quienes habían luchado contra su autoridad y prometió reservar los más altos cargos del reino a portugueses de nación. A continuación, Álvaro de Bazán trasladó a su señor a Lisboa en 11 galeras.
Todos los dominios de Portugal rindieron vasallaje al nuevo rey, con la excepción de las Azores. El archipiélago era una de las etapas de la Carrera de las Indias; los galeones atracaban en alguna de las islas, todas con fortificaciones y guarniciones, para refugiarse de las tormentas o para aprovisionarse de agua y comida.
Las Azores, un objetivo tentador
A principios de 1581, llegó a Lisboa un barco con enviados de la isla de San Miguel para someterse al nuevo rey portugués. Junto a esta buena noticia, trajeron la mala de que el gobernador de la isla Tercera, la principal de las Azores, apoyaba a Crato y había abierto el puerto de su isla a corsarios. Una pequeña expedición militar a la Tercera fue derrotada. En marzo de 1582, se reforzó con naos guipuzcoanas la guarnición de San Miguel; en mayo se produjo un primer ataque francés, que se rechazó. En consecuencia, España empezó a preparar una expedición mayor para el verano.
Antonio de Crato había pedido a la reina Isabel I de Inglaterra y al rey Enrique III de Francia ayuda para atacar a Felipe II, pero como España era entonces demasiado poderosa sólo el francés se decidió a apoyar al pretendiente portugués. Éste le prometió entregarle la gigantesca colonia de Brasil, convertir las Azores en una base de corsarios contra las flotas españolas y encender la guerra civil en el continente.
En los años centrales del siglo XVI, eran más peligrosos para las flotas españolas los corsarios franceses que los ingleses. Como escribe el historiador Agustín Rodríguez: Fue justamente contra el enemigo francés por lo que se desarrolló el sistema defensivo español en el Atlántico, desde la necesidad de navegar en convoyes, hasta la creación de las famosas Flotas de Indias.
El ataque francés
Los embajadores de Felipe II en Londres y París informaban a El Escorial de los movimientos de don Antonio. El rey español escribió a Enrique III en protesta y éste subrayó que ambos reinos estaban paz y añadió que si algún súbdito suyo atacaba los barcos españoles debía ser tratado como pirata. Mientras tanto, el pusilánime monarca francés y su dominante madre, Catalina de Médici, prepararon una expedición para conquistar las Azores. El noble florentino Filippo Strozzi, primo de la reina madre, se puso al servicio de Antonio de Crato y reunió 64 barcos y 6.500 infantes. Esta flota zarpó en junio de 1582.
En cuanto llegó a España la noticia de que los franceses se dirigían a las Azores, Álvaro de Bazán, que estaba en Lisboa, zarpó con los pocos barcos de que disponía. El 21 de julio avistó San Miguel y al día siguiente comenzó la batalla contra la flota francesa. El gran marino español sólo tenía 27 naos vascas, castellanas y portuguesas y unos 4.000 soldados españoles, portugueses y alemanes. Durante cuatro días ambas flotas (la española, la mitad de la francesa) maniobraron en busca de la mejor posición.
El 26 se desencadenó la batalla, que empezó como un duelo entre el galeón español San Mateo, mandado por Lope de Figueroa, y una formación francesa integrada por la capitana, mandada por Strozzi, la almiranta y tres naves más. Durante el combate, Figueroa prohibió a sus hombres que abordasen la capitana enemiga para no quedarse sin dotación. El vasco Miguel de Oquendo acudió en ayuda de su compatriota con su nave y la batalla se generalizó.
Al final de la jornada, los franceses habían tenido unos 2.000 muertos (entre ellos Strozzi) y heridos, y perdido 10 buques grandes; los españoles y portugueses registraron 224 muertos y 550 heridos, y no perdieron ni una vela. Antonio de Crato, que había desembarcado en la Tercera, reembarcó en los restos de la flota invasora. Además, Álvaro de Bazán aplicó las palabras de Enrique III: en San Miguel juzgó a los supervivientes como piratas y los hizo ejecutar, incluidos los nobles.
Dos días después de la batalla, arribó otra escuadra formada por 20 naos andaluzas y vizcaínas mandada por Juan Martínez de Recalde. A quienes le advirtieron de que la flota francesa podía haber derrotado a Álvaro de Bazán, les respondió que estaba seguro de que, de haberse producido la derrota, el almirante habría dejado tan maltrechos a los franceses que él podría vencerles fácilmente. ¡Con semejante moral no sorprenden las gestas españolas del Siglo de Oro!
La conquista de la isla
Con el refuerzo de Martínez de Recalde, Álvaro de Bazán destinó algunas naves para la escolta de las flotas que venían de las Indias. El 15 de septiembre siguiente, los mercantes de la carrera de las Indias y la capitana francesa capturada entraron en Lisboa ante la vista de Felipe II. El siguiente paso del marino fue la preparación del desembarco en la Tercera, pero lo suspendió por una tormenta y por la falta de embarcaciones de desembarco y regresó a la península.
Al año siguiente, una magnífica operación anfibia, dirigida también por Álvaro de Bazán, culminó con la conquista de la isla rebelde: traslado de infantería desde el continente; desembarco en la playa mientras la flota cañoneaba las posiciones enemigas; incorporación inmediata de las tropas al combate; suministro permanente de munición, agua, relevos y sanidad; etcétera,
Cantado por Lope de Vega
Una de las consecuencias de la campaña de la Tercera fue el hundimiento de Francia como potencia naval a la altura de España. A partir de este momento, las mayores amenazas europeas a las flotas españolas provinieron de los ingleses y, sobre todo, de los holandeses.
En premio por sus victorias, Felipe II nombró a Álvaro de Bazán grande de España y capitán general de la Mar Océana. Dios quiso que este valiente marino muriese en febrero de 1588 en Lisboa mientras preparaba la armada para la Jornada de Inglaterra, la que luego la propaganda inglesa llamó Armada Invencible.
Lope de Vega, que sirvió como soldado en la operación anfibia de 1583, escribió el siguiente poema en honor a su capitán con motivo de su fallecimiento:
El fiero Turco en Lepanto,
En la Tercera el Francés,
Y en todo mar el Inglés
Tuvieron de verme espanto.
Rey servido y patria honrada
Dirán mejor quién he sido,
Por la cruz de mi apellido
Y con la cruz de mi espada.
Pedro Fernndez Barbadillo - La anexin de Portugal y la derrota de Francia - La Revista de Agosto
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