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Tema: Declive y final del “Estado Novo” bajo Marcelo Caetano (1968-1974)

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    Declive y final del “Estado Novo” bajo Marcelo Caetano (1968-1974)

    Caetano llegó al poder en octubre de 1968, tras la enfermedad del prof. Oliveira Salazar, inolvidable estadista, en pleno acoso y conjura internacional contra el Régimen, atacado especialmente por la subversión terrorista en los territorios africanos.


    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 88, 14-Sep-1968

    OLIVEIRA SALAZAR, EJEMPLO DE ESTADISTAS

    El ilustre político portugués ha tenido que ser intervenido quirúrgicamente en el transcurso de la semana. Pese a su edad, el curso operatorio y la intervención en si han dado pie a unos boletines médicos altamente satisfactorios. Quien expresó en primer lugar sus deseos de un inmediato y completo restablecimiento, en nombre de todos los españoles, al gran hombre de Estado, fue el Generalísimo. FUERZA NUEVA, publicando el presente trabajo, subraya su actitud de admiración profunda a la figuras y obra de Oliveira Salazar.

    Hace ya más de cuarenta años. No ha habido descanso ni paréntesis. Ni siquiera ha encontrado en la política el pretexto para la deserción universitaria. Vocación enteriza, servicio, entrega total. Nunca la mala conciencia rasgó los velos de su personalidad y nunca la grandeza de su obra le ha inducido a ceder ante la soberbia. Quien ha conocido y tratado a ese gran estadista que es Antonio Oliveira Salazar tiene por el mayor privilegio haberle encontrado tan humilde como su aureola popular dice que es. Directo, franco siempre lúcido y prendido de aquellos problemas cuyo correcto planteamiento dicta las indispensables soluciones.

    “Nuestra patria es multirracial. Los colores no nos dividen, sino que nos juntan”. Palabras de Salazar que han dado la vuelta al mundo. Su mayor orgullo actual es, precisamente, la voluntad de permanecer en Angola. Porque esa presencia portuguesa en el África negra es el empecinamiento en un sentimiento nacional y misional “europeo e ibérico” del que sólo es posible apartarse cuando los pueblos dejan de creer en la superioridad de sus principios civilizadores.

    Con cabezonería heroica y tranquila, Salazar ha proclamado la naturaleza definitivamente portuguesa de las tierras de sus islas de Cabo Verde, de su Guinea, de su Mozambique y de su Angola. No importa la conjura internacional de la subversión que intenta legitimar el terrorismo desencadenándolo en aquellos lugares en que surge la resistencia a los falsos nacionalismos con la “bendición” del progresismo clerical. Esas nacionalidades postizas, nacidas de la ignorancia del futuro, entregadas inmediatamente al caos, volviendo luego implorantes, pero ya impotentes sus ojos a los blancos de quienes todo lo recibían, pidiendo socorro y auxilios que solo es lícito dispensar dentro de la unidad nacional.

    Salazar, el hombre que está dando al mundo apocado y temeroso ante la acción del terrorismo la lección de hacer saber y entender que Portugal es un país europeo “y de ultramar” por lo que puede permanecer indefinidamente en África, cumplirá pronto ochenta años. Habita en una casa de dos pisos, detrás del palacio de la Asamblea Nacional. Montan guardia dos soldados y el edificio está rodeado por un bello parque jardín. Salazar pasea habitualmente y reflexiona sus temas de profesor y de hombre público.

    Ha sentido como en carne propia las garras de un ambiente internacional contra Portugal, contra la grandeza portuguesa. “No vale que pretendan esconder su acción tras imputaciones personales de fascismo”. Salazar ha dirigido personalmente las líneas maestras de la actuación oficial ante el bandidaje en sus posesiones. Nunca, mientras he sido posible, se ha matado a un terrorista. Está Portugal en Portugal. Aquellas tierras lo son y no hay conciencia de estar de paso o por algún tiempo. Interesa recuperar al terrorista para la sociedad futura, reeducarlo y reinstalarlo junto a su familia con normalidad, libre de los tóxicos disolventes recibidos por inspiración marxista con la complacencia de la mala conciencia de las conciencias culpables.

    La acción portuguesa a fines del siglo XV, cuando el navegante Diego Cao recorrió el litoral de Angola, fue una acción valedera de una vez por todas. Fue una acción de la que surgió una integración civilizadora y esa acción entraña unas responsabilidades que no tienen caducidad posible. Caducan en la derrota o en la rendición y, aun así, no mueren.

    Salazar ha dicho que Angola es una de las últimas posibilidades de Europa.

    La conjura internacional ha hecho escribir el mismo día a periódicos de todos los continentes que Salazar es “fascista”, que Portugal “mantiene la esclavitud y masacra a los indígenas”. Pero la información internacional que ha acudido, en proporción mínima y nunca bien intencionada a percibir la realidad sobre el terreno, ha tenido que programar otras realidades bien diferentes.

    Salazar ha sido recibido hace poco con entusiasmo incontenible en aquellas tierras que ven acercarse juntos, portugueses blancos y negros, a los cristianos cuando desde el altar se les dispensa el sacramento eucarístico.

    Cuando los blancos de Angola oyen el latiguillo monótono de “África para los africanos” han aprendido antes a sentirse africanos, a sentirse portugueses de África y africanos de Portugal, han aprendido -porque han sido enseñados- a que nadie les confunda y a recordar que algunas de las familias llevan allí quinientos años.

    Luego de semejante estadía, ¿a qué blanco puede negarse el derecho a sentirse africano? Las bases morales de un orden social y cristiano están abiertas a que los seres se fundan y convivan. Cuando esos principios se adulteran es para que los seres se confundan y se maten.

    El estado mayor que pretende administrar los intereses y recursos negros viene dirigiendo el terrorismo y la subversión en África desde 1961. Las naciones saben quién preparó desde Congo-Leopoldville y desde Congo-Brazzaville, las matanzas angoleñas del año 1961.

    Salazar ha dicho: “Con dos y hasta con tres colores, lo mejor que puede hacerse es una bandera”.

    Estas líneas no valen ni cuentan como biográficas. El doctor Oliveira Salazar es hombre que rebosa con su vida el valor de uno de sus rasgos. Pero la actualidad del tema hace periodístico pensar y escribir acerca de su figura y su política en la dirección administrativa de Portugal, muy en relación con su lema de “realidad” ultramarina de la hermana nación.

    A veces, los gestos y los rasgos de los grandes hombres son difíciles de entender, como resultado de intoxicaciones masivas. El “anticolonialismo” a secas puede, como todo, ser puro tópico. Solo una Europa, quizá fatigado por haber llevado durante mucho tiempo el peso del mundo, claudicante, podía sentir vergüenza de sus gestas pasadas. Incluso en el interior de las iglesias en Portugal se han estado repartiendo y vendiendo publicaciones en las que, personalizando en Salazar, se acusaba a Portugal de “métodos fascistas”.

    Donde más se exacerba la presencia definitiva de Portugal es, sin duda, en Angola. Ello se comprenderá fácilmente pensando que Angola, dejando de mencionar el capítulo de sus riquezas, es por su dimensión física un cuadrilátero impresionante cuya superficie es tres veces la de España, con una modesta balconada litoral al Atlántico de 1.600 kilómetros.

    Se ha querido montar el “show” del racismo contra el blanco. Muchos intereses internacionales se han sentido halagados por la posibilidad de recortar las dimensiones físicas de Portugal-Portugal. Son los intereses políticos unos, económicos otros, de quienes desean resultar “contratistas” de las naciones resultantes para la riqueza o para la demagogia.

    Portugal, gracias a Salazar, ha obsequiado a la ONU con palabras tan aleccionadoras y dignas cómo estas: “Hubo un tiempo en el que ciertas normas de conducta calificaban a los Estados y que hasta cierto punto eran condiciones puestas a su normal presencia en la comunidad civilizada. Estaba permitido proporcionar asilo a los políticos en desgracia, pero estaba prohibido organizar bandas de guerrilleros para actuar en el territorio de otros pueblos, estaba prohibido elaborar campañas de difamación, estaba prohibido financiar la sublevación de colectividades pacíficas, estaba prohibido proporcionar armas, estaba prohibido preparar científicamente revolucionarios profesionales. Todo eso se hace hoy y se hace tan ostensiblemente como si con ello se sirvieran nobles causas. Pero es que se hace al mismo tiempo que se proclaman como principios sagrados la buena vecindad y la no intervención en los negocios internos de los demás países. Lo que ocurre, sencillamente, es que se abusa de la hipocresía y del cinismo. Y así es como desaparece de la sociedad internacional el mínimo indispensable de confianza mutua, precisa para la convivencia”.

    Quiera Dios conservar por muchos años todavía este ibero extraordinario, espejo de estadistas.



    Última edición por ALACRAN; 22/09/2021 a las 21:02
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Declive y final del “Estado Novo” bajo Marcelo Caetano (1968-1974)

    Marcelo Caetano: “Soy un modernizador, no un liberalizador”


    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 93, 19-Oct-1968

    PORTUGAL: CONTINUIDAD EN EL SISTEMA

    Marcelo Caetano: “Soy un modernizador, no un liberalizador”

    En el momento en que la muerte (1951) del mariscal Carmona, soldado de la revolución portuguesa, dejaba un vacío difícil de llenar, Salazar afirmó serenamente, pese a su sensación de que en adelante sería el hombre más solitario del país: “No sintamos preocupación si no encontramos un sabio, un santo, un héroe, porque de lo que nosotros tenemos necesidad ante todo es de un hombre que se sienta espiritualmente integrado a la misión histórica de la nación portuguesa, que se sienta él mismo como el centinela vigilante de la defensa y de la continuidad de la Patria. En una palabra: un hombre de espíritu sólido y de buena voluntad; un hombre de bien, como nosotros decimos”.

    Compárense estas palabras de abril de 1951, cuando se trataba de la sucesión del presidente Carmona, con las que ha pronunciado el 27 de septiembre de 1968, el nuevo jefe del Gobierno portugués, Marcelo Caetano, cuando se trató de sustituir a Salazar, el hombre que durante cuarenta años condujo los destinos lusitanos: “El país se habituó durante largo periodo a ser conducido por un hombre de genio. De hoy en adelante tiene que adaptarse al Gobierno de hombres como los demás”.

    "De hoy en adelante"... Un soplo de dolor ha corrido por el alma de un pueblo portugués al dejar de sentir la mano paternal del dirigente de quien Pío XII dijo una vez: “El Señor ha dado a la nación portuguesa un jefe de Gobierno que ha sabido no solamente conquistar el amor de su pueblo, y especialmente de las clases más pobres, sino también el respeto y la estima del mundo”.

    Ese “de hoy en adelante” se presentó bruscamente para todos, menos para el propio Salazar. No deja de ser sobrecogedor que unos días antes de su enfermedad, el jefe del Gobierno lusitano le dijera a la periodista francesa Christine Garnier algo que vale la pena recordar. Recibiéndola en su residencia estival de Sao Joao de Estoril, desde cuya veranda tenía costumbre de contemplar el gran horizonte atlántico, le hizo esta confidencia:

    Me gustaría haber podido hacer más. Una obra de gobierno nunca es perfecta. Los límites impuestos por la naturaleza al orgullo humano, a los cuales hay que agregar las insuficiencias y las injusticias, turban el espíritu. La amplitud de las tareas que aún no fueron realizadas me pesa en demasía. Me gustaría haber hecho más. El tiempo pasa tan de prisa y la obra que falta por hacer es tan considerable… Me atreví a esperar que hubiera podido ejecutarla yo mismo. Será la tarea que dejo a mi sucesor”.

    El valor de un testamento

    Era el 15 de agosto (1968). Unos días después comienza su larga, dramática agonía en la modesta habitación del piso sexto de una clínica lisboeta.

    Pero esas palabras tienen hoy el valor de un auténtico testamento. En ellas puede medirse la calma serena y reflexiva con que el estadista miraba hacia el futuro, y también su humildad. Es la misma humildad con que un día le dijo a Antonio Ferro: “No soy más que un profesor que desea contribuir a la salvación de su patria”. La misma humildad que envolvió siempre su existencia, hasta el punto de que cuando, el 6 de junio de 1926, el mariscal Gomes da Costa le designa como ministro de Hacienda del primer Gobierno en la hora victoriosa –“un tal Salazar de Coímbra… Dicen que es muy bueno”, comenta el propio mariscal-, todo el país se pregunta quién era, en efecto, aquel Salazar al que sólo conocían sus discípulos y colegas que le veían por las calles en sombra de la ciudad académica camino de su aula.

    El sucesor al que se refería Salazar es, físicamente, el doctor Marcelo Caetano. Pero, por encima de él, esa sucesión es la continuidad de la nación portuguesa, de la obra del propio Salazar. Lo decía el jefe del Gobierno en 1942: “La fórmula política está estabilizada; la revolución se ha hecho constitucional. El orden, la entente y la tranquilidad general son indicios ciertos de que los individuos y los grupos sociales se han reconciliado en el seno de la nación”.

    Crear la nación portuguesa fue la obra de Salazar, y no es exageración decirlo. La revolución de mayo de 1926 evitó la desintegración nacional, pero necesitaba una razón de ser, una especie de legitimidad ante la historia, y crear su propia filosofía política y sus instituciones. Esa -el Estado Nuevo- es la obra de los cuarenta años de Gobierno de Salazar, que aparece así como algo mucho más profundo que la simple buena administración a que tantas veces quisieron relegarlo los enemigos de su régimen para empequeñecerle. Por la misma razón se habla del “salazarismo” suponiéndole nacido con la Constitución de 1933. Esa Constitución que sigue en vigor, sin otras modificaciones que pequeños detalles, ha demostrado su validez al convertirse en la osatura política del país porque, como dijo Salazar: “la Constitución portuguesa se distingue de las otras mucho más por su parte ideológica que por su construcción política”.

    No es necesario insistir ahora en la profundidad del pensamiento de Salazar, puesto que ese pensamiento se ha traducido en la obra en marcha. Desde sus ideas sobre la necesidad de que Occidente recupere el orden de jerarquías espirituales sin el que no podrá sobrevivir hasta la defensa de la integridad nacional por encima de los vientos descolonizadores -en lo que vio antes que nadie un peligro catastrófico para los pueblos africanos mal preparados-, todo está dicho y admirablemente por los dos mejores “biógrafos del pensamiento” de Salazar: Antonio Ferro y Ploncard d'Assac.

    Lo que importa en esta hora es saber si esa obra de cuarenta años será capaz de mantener su arboladura. Anticipemos que el gran Dutra Faría ha escrito en “Diario da Manha” un sarcástico artículo sobre la oleada de seudoperiodistas llegados a Lisboa con voracidad de sensacionalismo, pero que no han podido ver en la plaza de Rossio otros tanques que los de agua. Ese sensacionalismo esperaba que la transmisión de poderes de un hombre a otro se consumara de forma turbulenta y esperaban asistir a un ensayo general revolucionario. Durante cuarenta largos años se estuvo augurando un sangriento desembocamiento del régimen de Salazar tras la desaparición de su creador. Se han equivocado. Los aficionados al sensacionalismo se han encontrado con la continuidad. “Salazar no es inmortal… Yo creo que la gigantesca personalidad de Salazar, lejos de ser un peligro para el porvenir del régimen, constituye y constituirá siempre un patrimonio inestimable. Que representará en todos los tiempos para sus continuadores la más noble y la más elocuente de las lecciones y el más estimulante y fecundo de los ejemplos”. En esta frase, de un discurso pronunciado en el Congreso de la Unión Nacional, en 1945, ya se encuentra la palabra “continuador” aplicada al hombre que debería ser algún día sucesor de Salazar. El orador de 1945, que fijaba así la condición de “continuador” en el futuro, se llamaba Marcelo Caetano. No podía entonces adivinar que el sucesor sería él mismo.

    Bajo el signo de la continuidad

    No hay que extrañarse, pues, de que las primeras palabras que haya pronunciado como jefe de Gobierno se hayan colocado bajo el signo de la continuidad. “La fidelidad a la doctrina brillantemente enseñada por el doctor Salazar no hay que interpretarla por la adhesión obstinada a la fórmula o a las soluciones que haya adoptado en algún tiempo”. Dijo: “La frase ha sido especialmente subrayada por una opinión internacional que se inclinaba con curiosidad sobre los pasos iniciales del sucesor de Salazar. Para unos, está fórmula encierra una posición de inmovilismo; para otros, anticipa una ruptura de la línea política seguida hasta hoy”.

    La realidad es que no significan ni una cosa ni otra, sino la continuidad. Precisamente porque los cuarenta años de gobierno del solitario de Santa Comba han marcado convincentemente la vida portuguesa. Salazar ha construido en estos años, con admirable paciencia y tenacidad, un edificio comenzando prácticamente de nada.

    Recuérdese lo que era el Portugal anterior a la revolución nacional del 28 de mayo de 1926 y a Salazar, cuando el general Gomes da Costa lanzó su grito: “¡A las armas, Portugal ¡A las armas por la libertad y por el honor de la nación!

    El reinado de Luis, muerto en 1889, había sido el de la mansa anarquía; el de su hijo don Carlos fue el de la epilepsia intermitente. El glorioso Portugal de ayer se había reducido a las camarillas del Paço, al Parlamento con sus intrigas y a los partidos con sus escándalos. Se zozobraba entre las rivalidades de la izquierda dinástica, de la Liga liberal y de los disidentes progresistas. Anselmo Brancamp, apenas instalado en el Poder, práctico los procedimientos de corrupción que había denunciado cuando estaba en la oposición, y no fue inferior la que sembró la izquierda dinástica de Barjona de Freitas, que se contentó al final con ser nombrado embajador en Londres.

    Una oleada de escepticismo, de decadencia y de abandonismo pesaba sobre el pueblo que había dado Camoens y una cohorte de conquistadores, misioneros y capitanes, a la humanidad. “Portugal está habitado por cuatro millones de alfabetos... Es una turba de ignorantes, de rotos, de hambrientos, que no pueden ser responsabilizados por la Administración, que no conoce siquiera su nombre. La minoría responsable de este estado de cosas piensa tal vez que esas miserables aldeas de Portugal discuten las teorías de derecho público y las delicadas cuestiones económicas y financieras, mientras. los altos políticos, ampliamente privilegiados, se hacen entre sí una guerra de sórdidos intereses”. Este cuadro, en el que hay un implícito insulto al pueblo portugués, al que se suponía incapaz de alzarse contra este estado de cosas, fue pintado por Augusto Fuschini.

    Portugal: un prestigio recuperado ante el mundo

    La culpa no era del pueblo portugués, sino de los partidos políticos y de sus dirigentes. Lo que hacía falta era un hombre, un jefe, un conductor, un Salazar. Para apreciar lo que ha representado para el país la sana, honesta y eficaz administración de Salazar, hay que recordar que la historia de las décadas anteriores está repleta de escándalos y corrupción: el escándalo del Banco Lusitano y de las obras del puerto de Lisboa, el de los anticipos a la Corona, el del Crédito Predial, la cuestión Hinto, el de los tabacos. Para saber lo que han representado estos años de silenciosa y esforzada construcción de una política eficaz y moderna hay que recordar lo que Oliveira Martins escribía del sistema electoral sobre el que proliferaban los partidos y los caciques. Hablando de las elecciones de 1878 dijo: “El dinero resolvió entrar esta vez y sin rebozo en la escena política. Este es el rasgo particularmente nuevo de estas elecciones y, a mi modo de ver, el síntoma social más grave”.

    Para apreciar el recuperado prestigio internacional de Portugal bajo Salazar hay que recordar la anterior sumisión a Inglaterra, escandalosamente revelada por el convenio entre el ministro portugués Andrade Corvo y el agente diplomático británico Morrier, que entregó los territorios africanos de Portugal a la rapiña colonialista inglesa.

    Si se quiere saber el altísimo valor de la continuidad política es preciso compararla con la frenética sucesión de Gobiernos: a los progresistas de Brancamp sucedían los “regeneradores” de Rodrigues Sampaio y de Fontes, que huían aterrorizados de su propia sombra, corroídos por los resultados de su política administrativa y financiera, expresión concreta del principio de inmoralidad, único que lo acunaba, como dijo Oliveira Martins. Hombres como Serpa Pimentel, José Luciano de Castro, Hintze Ribeiro, Joao Franco, José de Alpoin, que individualmente hubieran podido ser eficaces, se desgarraron en rencores, recíprocos, hostilidades y zancadillas que hundían cada vez más al país. Mariano de Carvalho, Emidio Navarro, Lopes Vaz, José Luciano de Castro son nombres de jefes sucesivos de Gobierno, condenados por Oliveira Martins en una pintura atroz: “Nuestros gobernantes se caracterizaron por un egoísmo y una falta de escrúpulos totales. El pueblo ve en ellos un bando que explota al Estado en beneficio propio. En ninguna parte del mundo existe una separación tan completa y tan decisiva entre los primeros y los segundos”.

    Un camino que no pasa por el Parlamento

    Este Portugal dramático lo vivió Salazar y entre sus sombras nació precisamente Marcelo Caetano. Era también el Portugal dominado y aterrorizado por la masonería, que asesinó al rey don Carlos y al príncipe heredero, don Felipe. El sucesor, Manuel II, reinó sólo dos años y medio. Los movimientos revolucionarios ininterrumpidos quebrantan aún más la vida nacional. La proclamación de la República, el 5 de octubre de 1910, es seguida de una sublevación de la flota, que bombardea Lisboa. Los gobiernos duran meses, semanas o días. La dictadura de Sidonio Pais, en 1917, frena un poco el terrorismo, pero un año después Sidonio Pais es asesinado, y el intento restaurador de la Monarquía por Paiva Couceiro, en 1919, no puede mantenerse. En 1921 son asesinados Machado dos Santos, el presidente del Consejo, Antonio Granjo, y sus principales colaboradores. Es la “melée sanglante”, como había profetizado Eça de Queiroz, que sigue el regicidio, la persecución religiosa el nombre de la democracia, la corrupción financiera, las arcas del Estado vacías.

    En esos años, Salazar es catedrático en la Facultad de Derecho de Coimbra, y acusado de conspirar contra la República, que agoniza, escribe después de ser absuelto: “Yo no me desintereso de la política de mi país; muy al contrario. Pero tengo la convicción de que la política sola no puede resolver los grandes problemas que nos asedian, y que es un error grave poner toda su esperanza en una evolución o en la modificación arbitraria de su curso normal. Convencido de que la solución se encuentra más en cada uno de nosotros que en el color político de los ministros, trabajo según mis fuerzas en hacer de mis estudiantes hombres, en la más alta acepción de la palabra, y buenos portugueses, como es preciso para asegurar a Portugal una creciente grandeza”.

    En esos años, Marcelo Caetano es un joven universitario que estudia Derecho y lee los libros de Sardinha, militando en el “integralismo”, un movimiento nacionalista influido por Maurras y Bainville.

    Maurras y Bainville son también lectura favorita de Salazar, de quien hay una anécdota poco conocida. En 1921 acepta ser candidato del centro católico, formación política que hoy correspondería a la democracia cristiana. Es elegido y asiste a la primera sesión del Parlamento, el 2 de septiembre. Aquella misma noche toma el tren de regreso a Coimbra, y en el vagón escribe su carta de dimisión. Quiere reformar Portugal. Pero el espectáculo del Parlamento le ha convencido de que ese no es el camino.

    Es curioso que ambos hombres acaben por encontrarse. Salazar hace de Marcelo Caetano, profesor como él, maurrasiano como él, con ideas integralistas y tan escéptico sobre el parlamentarismo como él, su ministro de Ultramar, su jefe de Mocidades, su presidente de la Cámara de Corporaciones, el gran institucionalizador de la revolución, el teórico invisible del régimen, al que algunos han llamado incluso el “Suslov” del “salazarismo”.

    Este es el hombre que hoy asegura la continuidad del régimen de Salazar. Para los aficionados a las exégesis, ofrecemos la definición que de sí mismo ha dado: “Yo soy un modernizador, no un liberalizador”.


    J. L. GÓMEZ TELLO



    Última edición por ALACRAN; 30/09/2021 a las 14:26
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    Re: Declive y final del “Estado Novo” bajo Marcelo Caetano (1968-1974)

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    El profesor Elías de Tejada, admirador de Portugal cuando aún era nación cristiana tradicional




    Revista FUERZA NUEVA, nº122, 10-May-1969

    PORTUGAL, 1969

    Por Francisco Elías de Tejada

    Los pueblos no son grandes ni son pequeños por sus dimensiones de poder, sino por su voluntad de hacer historia y por los empeños de permanecer leales a su propia Tradición. El ejemplo portugués en África lo prueba con holgura. Pequeña, pobre, sin recursos, Portugal está dando al mundo la lección que el mundo necesita en esta hora de las cobardías y de las renuncias. Y es que Portugal, humilde en sus proporciones de fuerza, es grande entre los grandes por la fortaleza de su condición hidalga. Portugal está en sus sitios propios, en la coyuntura en que otros pueblos no saben estarlo, con ser harto poderosos en acopio de naves y cañones.

    Mi vieja admiración por Portugal me empujó de siempre a pararme a contemplar los perfiles de su gesta. He sido peregrino devoto de los extremos de su Imperio portentoso. De Goa a Mozambique y desde Macao hasta Luanda, he pisado las huellas de estos hermanos que aleccionan. Incluso he logrado recoger en la Malaca perdida hace tres siglos el rescoldo patente de las perennidades portuguesas.

    La causa de tanta tenacidad sublime está en la dimensión hispánica de la colonización portuguesa. Colonizar: palabra nobilísima cuando el cultivo que mejora hácese con afanes de católicos hidalgos, y que si cayó en descrédito ha sido porque la falsearon los que amparaban en ella o fanatismos increíbles o negocios de mercadería.

    De los años enque anduve por África, todavía recuerdo cómo un viejo de Unguja, el Zanzíbar de los orgullosos árabes del Hadramaut, nublaba en lágrimas sus ojos al hablarme de Ureno, el apelativo y kisuahili de Portugal. Y más aún cómo una muchacha zulú de las que vegetan en las vecinas tierras domeñadas por los “boers”, designaba a Mozambique con el dulcísimo calificativo zulú de Mthandeni, esto es,“el lugar donde se ama”. Para mí, estas dos definiciones emotivas del viejo que acaba y de la muchacha que sueña, han sido las más hermosas definiciones con las que nunca fuera piropeado Portugal.

    Cuando en el panorama africano considero los motivos por los cuales la pequeña e inigualada gente portuguesa sigue siendo “camoneamente” la “gente fortísima de Espanha”, en el punto en que los europeos van desapareciendo del que tan equívoca como pedantescamente solemos decir Continente Negro, no topo otra causa que esta causa fecunda y cristiana del amor. Que en lo político supone cómo Portugal está en África por algo mucho más noble que los tratos comerciales o que los esquilmos económicos; está en África arrastrada por el sueño áureo del Imperio de la Cruz, para dar nacimiento a nuevas comunidades cristianas, igual que en América parió la comunidad cristiana del Brasil fabuloso, católico y portuguesísimo.

    Es que los portugueses colonizan a la española, mientras los europeos colonizan a la europea. Los portugueses en el afán del misionero; los europeos con las cuentas dadas del traficante. Por eso Portugal está en África a lo cristiano, para servir a Cristo; está a lo hidalgo, para no dejarse atropellar comprando simpatía que los europeos siempre nos negaron, con moneda de renuncias que degradan a descréditos de vileza; está con ese temple sosegado con que supimos los hispanos coronar la espada con la cruz.

    Puede ser que esto escandalice a muchos, hoy que hablar de la grandeza española, de Trento y de Felipe II, y de Imperio cristiano, y de patriotismo, y de dignidad hidalga, suena a reaccionario trasnochado. Pero lo cierto es que sobre esos cimientos hemos labrado nuestra realidad hispánica, y que el día en que los perdamos del todo únicamente sabremos ser el ludibrio, y ludibrio merecido, de las demás gentes de la Tierra. Porque nada hay tan despreciable como quien se avergüenza de la ejecutoria de su apellido para comprar con ese reniego la estima de quienes antes nos tuvieron por superiores o rivales.

    Que también en mis viajes africanos oí a un xosa definir a El Cabo (Rep. Sudafricana) como “el sitio a donde no se va”. A donde no se va, porque allí no existe entre blancos y negros el abrazo cristiano del mestizaje; sino la desigualdad que separa anteponiendo colores de piel y la hermandad cristiana de los hombres todos.

    El equilibrio mesurado entre la dignidad del hidalgo que no cede, la verdad del misionero y la fusión hermanadora de las razas, permite a Portugal colonizar en la acepción clásica y egregia del vocablo, engendrando lenta cuanto seguramente comunidades a un tiempo católicas y lusitanas, los nuevos Portugales “d’além mar”.

    Los portugueses de hoy pueden dar lecciones al mundo porque siguen pensando igual que en los días mayores de la gente nuestra. Están realizando en Mozambique el mismísimo programa que en los días de nuestro rey común Felipe III de Portugal (Felipe IV de España) definía en 1633, Antonio Durao en el primer capítulo de sus “Cercos de Mozambique defendidos por don Estevao de Ataide”: el de cultivar allí, en el suelo de África, “la mejor parte, y más sana, de la Cristiandad”.

    “Dios aprieta, pero no ahoga”, decimos en Castilla. Las olas de la locura han de pasar un día, rotas en rocas de verdades. Y entonces será sonada la hora de la honra portuguesa. Y seremos los primeros nosotros, los hermanos de Castilla, en celebrar esta gesta que salva la dignidad de nuestra estirpe, porque por lo menos nunca renegó de sí misma la dulce, lírica, heroica incomparable Portugal.

    Con contenida generosa envidia espero suene esa hora en el reloj de la justicia histórica. Y entretanto razono, a la española usanza, la certidumbre de aquella promesa de que “quien busque el reino de Dios y su gloria tendrá lo demás por añadidura”. Aunque algún tiempo entolde el cielo el nubarrón de las locuras suicidas de quienes dudan de que “Dios escribe derecho con renglones torcidos”; también sabiduría del pueblo castellano.

    Verdes son los prados del Mondego. Verdes de una esperanza dilatada por geografías remotas. “Menina e moça”, cual es la novela célebre, va andando caminos de historia la esperanza. Hollando espinas de incomprensiones y dicterios, cumpliendo la secular tarea de colonizar cristianizando. Que es una manera de colonizar jamás entendida por los europeos, pero el solo título que justifica a un pueblo delante de los tribunales de la Historia.

    ¿Qué importa a Portugal el aplauso de los extraños, si sigue siendo leal a los muertos que la hicieron tal cual es, católica e hidalga?



    .
    Última edición por ALACRAN; 24/07/2024 a las 13:49
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