Los confinados
http://www.diariodeibiza.es/seccione...=1169961792369

VICENTE VALERO

También viajeros, aunque viajeros forzosos, los confinados políticos llegaron en gran número a Ibiza durante el siglo XIX. Militares, clérigos, periodistas, funcionarios... Los ibicencos se acostumbraron a su presencia, a verlos vagar por la ciudad o en animadas tertulias, esperando siempre alguna ocasión para huir de la isla.

La figura del confinado político nos lleva sobre todo al siglo XIX, a las disputas crónicas entre liberales y absolutistas, a la alternancia en el poder, a las guerras carlistas... Ibiza, como habitual «depósito de confinados», como lo eran entonces todas las islas, Baleares y Canarias, recibió por tanto, a lo largo de aquel convulso siglo, no apto para cardiacos, a un buen número de «visitantes», todos ellos, claro está, forzosos, mucho antes de que llegaran los turistas y al mismo tiempo en que lo hacían los primeros (y pocos) viajeros ilustrados europeos.

Se estima, por ejemplo, que en el verano de 1848 se encontraban en Ibiza más de doscientos desterrados. Puede decirse que, antes que un «paraíso», nuestra isla fue una verdadera «cárcel» para muchos. De todo ello dio cuenta Macabich en el segundo volumen (mi favorito) de su «Historia de Ibiza», dedicado al siglo XIX, y en el que el canónigo despliega siempre, en sus comentarios a los documentos que ofrece, su mejor sentido del humor. (Si yo tuviera que irme desterrado también a alguna isla desierta, me llevaría estas «crónicas» del XIX).

Ya el Archiduque Luis Salvador, que se fijaba en todo, escribió en 1867 acerca del «notable número de Oficiales confinados que animan los reducidos círculos de la sociedad ibicenca». Muchos de ellos, nos dice, se veían obligados a llevar «una vida misérrima», ya que no recibían más que «una fracción de la pensión que normalmente les correspondería por su empleo». Por aquellos tiempos no había más que una fonda «maloliente», con pocas habitaciones, así que la mayoría se alojaba en casas particulares.

Lo que más le llamaba la atención al Archiduque, sin embargo, era que, a pesar de sus opiniones políticas y del carácter de confinados, «los oficiales se llevan muy bien con la pequeña guarnición de Ibiza, siendo muy considerados por éstos». Hay que decir que esta guarnición ibicenca era la que se encargaba de la vigilancia permanente de los confinados, los cuales no podían salir de la ciudad.

ooo

La mayor ocupación de un confinado, fuera cual fuera su ideología, consistía en buscar la manera de escapar de la isla lo antes posible. En esta ocupación, algunos se empleaban más a fondo que otros. Los fugitivos solían ir a Árgel, aunque no necesariamente: algunos regresaban a la península. Por supuesto se daba aviso de la huida a las autoridades foráneas, incluso en ocasiones salía en persecución algún falucho ibicenco, pero casi siempre demasiado tarde.

No sólo había militares entre los desterrados. En 1833 se encontraba en la isla el ex Ministro del Consejo de Castilla D. Miguel Otal y Vilella, sentenciado, por conspiración, a diez años de confinamiento en Ibiza. Cinco años después de su llegada consiguió huir en compañía de los dos criados que había traído consigo. Abundaban también los clérigos. Durante todo el curso de la guerra carlista, Ibiza se llena de frailes «subversivos», diáconos y canónigos de armas tomar, pasaportes falsos y sermones exaltados.

En 1837, «en un velero de Málaga», nos cuenta Macabich, y «custodiado por un Subteniente», llegó a Ibiza el Obispo de Palencia, D. Carlos Laborda. Junto con este obispo, que fue trasladado un año después por problemas de salud, llegó también, sin equipaje, sin recurso alguno, un joven granadino de 20 años, amanuense en la Corte, «acusado de dar un viva a la República».

Y también los periodistas. En 1848 se encuentran por aquí, sufriendo el destierro, D. Francisco de Paula Cuello, director del diario barcelonés `El Republicano´, y D. José María de la Plana, director del diario madrileño `El Siglo´. El primero, nos dice también Macabich, «era muy bien recibido en el seno de familias principales, totalmente opuestas en religión y en política a las ideas del periodista catalán».

No cabe duda de que todo este ir y venir de desterrados, algunos más ilustres que otros, de ideologías opuestas, constituía una de las mayores distracciones sociales para las familias ibicencas de aquel tiempo.



Extraído del Foro Carlista