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Tema: Huellas de la conquista cristiana de Canarias por Castilla

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    Huellas de la conquista cristiana de Canarias por Castilla

    Huellas de la conquista cristiana de Canarias por Castilla


    Revista FUERZA NUEVA, nº 63, 23-Mar-1968

    CANARIAS, PUENTE DE LA FE

    Por Pablo Artiles

    Lejanas Hespérides, siete islas y varios islotes, presentidas por la imaginación de griegos y latinos como jardín de primores, donde las aguas del mar Tenebroso imponían límite y ensueño. Hasta que, comenzando el siglo XV, un rey de Lanzarote (nombre que tal vez le prestase aquel italiano aventurero Lancelot, un siglo antes) se bautizó en Cristo. Guardafía, hijo de Guanorame y de Ico, fue el primer triunfo del cristianismo en el Atlántico. Luego, Guize, rey de Maxorata -la Fuerteventura actual, patria de “majoreros”, recibe también el bautismo. Y mandó edificar una capilla bajo la advocación de Santa María de Betancuria: primer solar y como seminario del cristianismo que, sembrado, empezaba a producir la primera cosecha. Tal, la versión histórica de Viera, y de los capellanes De Bethencourt, Pontier y Le Verrier.

    Ochenta años más tarde -1483, aproximadamente- la linda Guayarmina, dulce princesa de Gran Canaria, rinde la noble tierra del Nublo a la Corona de Castilla. La lucha ha sido heroica y tenaz. Pero la unidad en la sangre y en la creencia aglutinan, y en el abrazo de pueblos queda fundida la pasión buena del guanche con la recia tradición hispana. Fruto de esa mezcla es la raza noble, empapada de espíritu profundo, como las simas de su tierra, que luego será capaz de reproducir frente a Nelson los prodigios de valor que sólo se prodigan cuando la fe inflama la vida del hombre.

    El archipiélago es como un hito en el camino de la siembra. Imponente grandeza de cima y abismos en que los pueblos cumbieros parecen navíos desechos por la tempestad de riscos. Pero ahí está la grandiosa armonía del Señor, Creador. Equilibrio entre paisaje y marco que inexorablemente están hablando de Dios.

    Altares canarios, más cerca del cielo, en los Roques -Bentayga o el Fraile con el Nublo- de Gran Canaria; en el Teide tinerfeño. Canta la copla con acompañamiento de folía:

    Tenerife es una iglesia
    y es el Teide su Sagrario,
    allí dentro vive oculto
    el corazón de un canario”.

    Y los nombres: Santa Cruz, en La Palma o en Tenerife; “Pico de la Cruz”, en la palmeña isla verde, Puerto del Rosario -advocación mariana y marinera- en la vertebrada Fuerteventura, de caparazón alargado como tortuga oceánica; aldea de San Nicolás, y Santa Brígida o San Mateo, San Lorenzo… Salpicadura de toponímicos cristianos. Como luego saltarán a la otra orilla, en las naos colombianas, con el respiro y el descanso que hicieron en esta “puente isleña”, según asegura el historiador Quesada y Chaves. Evangelización americana que apoyó la catapulta de sus afanes misioneros en este archipiélago, ya cristiano, por Castilla.

    Si arrancáis de la catedral de Las Palmas, el itinerario confirma la fe y la raza. Desde la plaza de Santa Ana, la calle del Espíritu Santo, a San Telmo, Patrono marinero, Colón, Reyes Católicos… Otra vez, en ineludible maridaje, la hispánica fe y la raza de aleación castellano-guanche. La misma ubérrima de Rubén, que va a llevar la cruz desde estos roquedales hasta los Andes o las sabanas del Plata.

    De los tres rumbos de Gran Canaria, por el Norte toparéis con la catedral de Arucas, “gótica moderna, inadecuada para el paisaje, ha escrito el profesor Morales, “pero ejemplo bien simbólico de lo que es capaz de forjar la fe de un pueblo”. En el Centro, llegaréis a encontrar el santuario de la Virgen del Pino, enmarcada en el valle espléndido y verde de Teror. Luego entraremos un rato por el Sur: Telde -con retablo flamenco- e Ingenio, con sus iglesias, como colegiatas de torres dobles, que destacan la albura de su presencia contrastada sobre fondos de volcanismo y azul oceánico.

    ¿No habéis oído hablar de la ofrenda del Pino? La típica romería del septiembre canario cierra verano como balance ante la Señora. Balance de oración y fruto, en ofrenda henchida de gozo y de creencia, de esperanza y logros conseguidos. Una artesanía peculiar, que es la agricultura isleña, trae hasta el santuario de Teror su cosecha. Desde el “huacal” del mejor plátano, parejo a la mejor banana antillana, al atado de tomate o la panocha de maíz gigante; el racimo de uva o la pieza escogida de aguacate o papayo. Pero el tema, muy sugerente y atractivo, no cabe aquí. Sólo contarte que la fe de este pueblo bueno, injerto en la Santa Iglesia de Cristo por la estirpe hispana, ha llenado varias vitrinas grandes en el tesoro de la Virgen del Pino, de Teror, con pedrería y alhaja, moneda rica o condecoración honrosa que se ofrenda a la Señora. Vale la pena visitarlo.

    No olvidemos a las hermanas en esta comunión de fe. Que se llama Nuestra Señora de la Candelaria, en Tenerife, o la Virgen de las Nieves, en La Palma. Que tiene advocación de Guadalupe, en La Gomera, o de los Reyes, en Hierro. Y también Santísimo Cristo del Calvario, en Icod; Cristo de La Laguna y Cristo de la Luz, en Las Palmas. O San Ginés, en Lanzarote, la isla de los cien volcanes, y Nuestra Señora de Betancuria en la lunática Fuerteventura. La que levantó la catedral Rubiense cuando el normando Bethencourt sometió los Reinos de Majorata y Jandía, y todos fueron bautizados bajo la tutela de Enrique III el Doliente. Curiosa anécdota: que el Papa Luna, aquel aragonés indomable y recio que fue conocido como Benedicto XIII, hasta ser depuesto por el Concilio de Pisa, creó esta Catedral, en la que por lo menos una docena de obispos ejercieron su oficio pastoral.

    La historia es mucha y el salto grande. Y porque FUERZA NUEVA, bandera de honrada valentía y de hispanidad pura, quiere hablar de Gran Canaria en ocasión de su Feria del Atlántico, no está de más recordar que, si en lo económico Las Palmas es la plataforma actual hacia los mercados afro-americanos, en lo espiritual fue la feria espiritual que lanzó por la fuente de la fe su creencia a otros continentes.


    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Huellas de la conquista cristiana de Canarias por Castilla

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    Gran Canaria se incorpora a Castilla


    Revista FUERZA NUEVA, nº 63, 23-Mar-1968

    GRAN CANARIA SE INCORPORA A CASTILLA

    Por Gabriel de Armas

    Nobles escritores de la antigüedad clásica situaron los Campos Elíseos y el Monte Atlante en lo que hoy llamamos Archipiélago Afortunado o islas Canarias. Es natural que al proyectar la mitología su lírica sobre estos trozos de tierra circundados por el mar Atlántico, los hombres, soñando tierras de promisión, dirigieran su pensamiento a las Canarias, que se abrían así a la ambición de comerciantes y aventureros…

    Conocidas de la Roma Imperial y del mundo antiguo, con sus tenebrosidades, miedos e ignorancias, sus limitados confines en todos los órdenes, comienzan a ser visitadas, más a menudo, en la Edad Media, especialmente por catalanes y mallorquines. En éstos, como dice Guillermo Camacho en su interesante estudio “El Imperio español en Canarias” flameaba ya un acusado espíritu misional, “muy propio de la patria de Raimundo Lulio”.

    En 1477, los señores de Canarias, el matrimonio de Diego de Herrera e Inés Peraza, ceden a los Reyes de Castilla su derecho a la conquista de Gran Canaria, la Palma y Tenerife. Si Afortunadas eran ya las islas, nueva fortuna obtuvieron con esta cesión a la reina Isabel de Castilla, porque, en frase de Menéndez y Pelayo, “la fortuna parecía haberse puesto resueltamente de su lado, y como que se complaciese en abrumar su historia de sucesos felices y aun de portentos y maravillas. Las generaciones nuevas crecían oyéndolas, y se disponían a cosas cada vez mayores. Un siglo entero y dos mundos, apenas fueron lecho bastante amplio para aquella desbordada corriente. ¿Qué empresa humana o sobrehumana había de arredrar a los hijos y nietos de los que en el breve término de cuarenta años habían visto la unión de Aragón y Castilla, la victoria sobre Portugal, la epopeya de Granada y la total extirpación de la morisma, el recobro del Rosellón, la incorporación de Navarra, la reconquista de Nápoles, el abatimiento del poder francés en Italia y en el Pirineo, la hegemonía española triunfante en Europa, iniciada en Orán la conquista de África, y surgiendo del mar de Occidente ISLAS INCÓGNITAS, que eran leve promesa de inmensos continentes nunca soñados, como si faltase tierra para la dilatación del genio de nuestra raza, y para que en todos los confines del orbe resonasen las palabras de nuestra lengua?”

    España, impulsada por los sueños de Isabel de Castilla, envía sus naves a través del mar Atlántico para traer a Canarias su acervo cultural, su estilo de vida, su religión, su lengua, su sangre… Mar Atlántico, tan español, tan sonoro, tan nuestro, al que su más amplio sinfonista, el egregio Tomás Morales, supo cantar, como nadie, en oda incomparable:

    ¡Atlántico infinito, tú que mi canto ordenas!
    Cada vez que mis pasos me llevan a tu parte,
    siento que nueva sangre palpita por mis venas
    y a la vez que mi cuerpo, cobra salud, mi arte…
    El alma temblorosa se anega en tu corriente.
    Con ímpetu ferviente,
    henchidos los pulmones de tus brisas saladas
    y a plenitud de boca,
    un luchador te grita ¡Padre! desde una roca
    de estas maravillosas Islas afortunadas.

    A lomos, sí, del padre Atlántico, vienen las naves españolas en busca de las Afortunadas. No con ambición de mera conquista terrena, sino con una marcada significación de empresa espiritual. Era expreso deseo de los Reyes Católicos que la incorporación de las Canarias a la corona de Castilla se realizase pacíficamente. Se dio, pues la misma consigna que iba a servir de base luego a las leyes de Indias en la conquista, colonización y cristianización de las Américas: “porque no se trata de dominar pueblos, sino de poblarlos en paz y caridad”.

    La intuición de nuestra realidad geográfica y etnológica lleva a los Reyes Católicos, según Pérez del Pulgar, a Ilusionarse con hacer de las islas un barrio o provincia de España: una como prolongación atlántica de la Península Ibérica, base de nuevas irradiaciones hispánicas. Y no se equivocaron, no, en sus ilusionados presagios. Pocos años más tarde, el archipiélago Afortunado, diadema ya refulgente en la corona de Castilla, había de ser escenario del paso de Cristóbal Colón hacia el Nuevo Mundo.

    Como consecuencia del espíritu evangélico que preside la empresa de España en Canarias, en 1515 -año del nacimiento de Santa Teresa de Jesús- se confirma un privilegio otorgado por los Reyes Católicos en 30 de marzo de 1481, dos años antes de la terminación de la conquista, en el cual se prescribe trato de absoluta igualdad en deberes y derechos para conquistadores y conquistados.

    La lucha se encona, a pesar de las ofertas de paz que los españoles hacen a los canarios. Los naturales se baten con bravura y hostigan a las tropas castellanas. En Gran Canaria cae prisionero Tenesor Semidán, el primer personaje isleño. Los conquistadores, siguiendo la pauta marcada por los misioneros y por el gran obispo don Juan de Frías, defensor acérrimo de los naturales, le trasladan a España con los máximos honores. Convertido a Dios, recibe el bautismo en Toledo, que le administra el cardenal Mendoza. Apadrinado por los Reyes Católicos, toma el nombre de Fernando Guanarteme.

    La gracia no destruye la naturaleza, la eleva, la dignifica, la engrandece y la completa. Sobre los cimientos de la reciedumbre humana del pagano Tenesor Semidán, la gracia de Dios construyó la exuberante personalidad de Fernando Guanarteme, que regresa a Gran Canaria para acelerar providencialmente la incorporación de la isla a la corona de Castilla. En el fuerte de Ansite se refugian los canarios dispuestos a librar la última y definitiva batalla por su independencia. Guanarteme se adelanta y les dice: “Vosotros seréis bien tratados, libres, dueños de vuestros ganados, aguas y tierras de labranza, doctrinados en las artes y las ciencias, civilizados y cristianizados, que vale más que todo.

    Establece, pues, Guanarteme, una perfecta jerarquización de valores, medios materiales, cultura, civilización y, por encima de todo, dando fin y remate a la obra que España promete, coronándola, la cristianización, que vale más que todo.

    Debió de ser tal la emoción de los gran canarios al oír la voz de su antiguo señor, que con lealtad inquebrantable se entregaron a las tropas castellanas. Y Pedro de Vera, que el 8 de abril de 1483 había concentrado todas las fuerzas para emprender una gran ofensiva que fuera el término feliz de la campaña, vio asombrado cómo aquellos intrépidos luchadores, aguerridos soldados, audaces guerreros, de una valentía personal harto probada, se rendían a los Reyes de Castilla y Aragón y se ponían bajo su amparo.

    El 29 de abril de 1483, a la vez que resonaba en acción de gracias el “Te Deum” entonado por el obispo Frías y secundado por las tropas, el Alférez Mayor, Alonso Jaime, tremolando al viento el pendón del prelado, decía tres veces, según nos cuenta Viera y Clavijo: “La Gran Canaria, por los muy altos y poderosos Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, nuestros Señores, Rey y Reina de Castilla y de Aragón”.

    Cultura, estilo de vida, religión, lengua, sangre… Cumplió España en Canarias, efectivamente, las promesas de Fernando Guanarteme. Porque ella -digámoslo con palabras del cardenal Gomá- fue “un Estado misionero antes que conquistador. Si utilizó la espada fue para que, sin violencia, pasase triunfante la Cruz”. Esta bendita cruz que, en un mundo que ha perdido cimientos sigue siendo la única esperanza…

    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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