Revista FUERZA NUEVA, nº 63, 23-Mar-1968
GRAN CANARIA SE INCORPORA A CASTILLA
Por Gabriel de Armas
Nobles escritores de la antigüedad clásica situaron los Campos Elíseos y el Monte Atlante en lo que hoy llamamos Archipiélago Afortunado o islas Canarias. Es natural que al proyectar la mitología su lírica sobre estos trozos de tierra circundados por el mar Atlántico, los hombres, soñando tierras de promisión, dirigieran su pensamiento a las Canarias, que se abrían así a la ambición de comerciantes y aventureros…
Conocidas de la Roma Imperial y del mundo antiguo, con sus tenebrosidades, miedos e ignorancias, sus limitados confines en todos los órdenes, comienzan a ser visitadas, más a menudo, en la Edad Media, especialmente por catalanes y mallorquines. En éstos, como dice Guillermo Camacho en su interesante estudio “El Imperio español en Canarias” flameaba ya un acusado espíritu misional, “muy propio de la patria de Raimundo Lulio”.
En 1477, los señores de Canarias, el matrimonio de Diego de Herrera e Inés Peraza, ceden a los Reyes de Castilla su derecho a la conquista de Gran Canaria, la Palma y Tenerife. Si Afortunadas eran ya las islas, nueva fortuna obtuvieron con esta cesión a la reina Isabel de Castilla, porque, en frase de Menéndez y Pelayo, “la fortuna parecía haberse puesto resueltamente de su lado, y como que se complaciese en abrumar su historia de sucesos felices y aun de portentos y maravillas. Las generaciones nuevas crecían oyéndolas, y se disponían a cosas cada vez mayores. Un siglo entero y dos mundos, apenas fueron lecho bastante amplio para aquella desbordada corriente. ¿Qué empresa humana o sobrehumana había de arredrar a los hijos y nietos de los que en el breve término de cuarenta años habían visto la unión de Aragón y Castilla, la victoria sobre Portugal, la epopeya de Granada y la total extirpación de la morisma, el recobro del Rosellón, la incorporación de Navarra, la reconquista de Nápoles, el abatimiento del poder francés en Italia y en el Pirineo, la hegemonía española triunfante en Europa, iniciada en Orán la conquista de África, y surgiendo del mar de Occidente ISLAS INCÓGNITAS, que eran leve promesa de inmensos continentes nunca soñados, como si faltase tierra para la dilatación del genio de nuestra raza, y para que en todos los confines del orbe resonasen las palabras de nuestra lengua?”
España, impulsada por los sueños de Isabel de Castilla, envía sus naves a través del mar Atlántico para traer a Canarias su acervo cultural, su estilo de vida, su religión, su lengua, su sangre… Mar Atlántico, tan español, tan sonoro, tan nuestro, al que su más amplio sinfonista, el egregio Tomás Morales, supo cantar, como nadie, en oda incomparable:
¡Atlántico infinito, tú que mi canto ordenas!
Cada vez que mis pasos me llevan a tu parte,
siento que nueva sangre palpita por mis venas
y a la vez que mi cuerpo, cobra salud, mi arte…
El alma temblorosa se anega en tu corriente.
Con ímpetu ferviente,
henchidos los pulmones de tus brisas saladas
y a plenitud de boca,
un luchador te grita ¡Padre! desde una roca
de estas maravillosas Islas afortunadas.
A lomos, sí, del padre Atlántico, vienen las naves españolas en busca de las Afortunadas. No con ambición de mera conquista terrena, sino con una marcada significación de empresa espiritual. Era expreso deseo de los Reyes Católicos que la incorporación de las Canarias a la corona de Castilla se realizase pacíficamente. Se dio, pues la misma consigna que iba a servir de base luego a las leyes de Indias en la conquista, colonización y cristianización de las Américas: “porque no se trata de dominar pueblos, sino de poblarlos en paz y caridad”.
La intuición de nuestra realidad geográfica y etnológica lleva a los Reyes Católicos, según Pérez del Pulgar, a Ilusionarse con hacer de las islas un barrio o provincia de España: una como prolongación atlántica de la Península Ibérica, base de nuevas irradiaciones hispánicas. Y no se equivocaron, no, en sus ilusionados presagios. Pocos años más tarde, el archipiélago Afortunado, diadema ya refulgente en la corona de Castilla, había de ser escenario del paso de Cristóbal Colón hacia el Nuevo Mundo.
Como consecuencia del espíritu evangélico que preside la empresa de España en Canarias, en 1515 -año del nacimiento de Santa Teresa de Jesús- se confirma un privilegio otorgado por los Reyes Católicos en 30 de marzo de 1481, dos años antes de la terminación de la conquista, en el cual se prescribe trato de absoluta igualdad en deberes y derechos para conquistadores y conquistados.
La lucha se encona, a pesar de las ofertas de paz que los españoles hacen a los canarios. Los naturales se baten con bravura y hostigan a las tropas castellanas. En Gran Canaria cae prisionero Tenesor Semidán, el primer personaje isleño. Los conquistadores, siguiendo la pauta marcada por los misioneros y por el gran obispo don Juan de Frías, defensor acérrimo de los naturales, le trasladan a España con los máximos honores. Convertido a Dios, recibe el bautismo en Toledo, que le administra el cardenal Mendoza. Apadrinado por los Reyes Católicos, toma el nombre de Fernando Guanarteme.
La gracia no destruye la naturaleza, la eleva, la dignifica, la engrandece y la completa. Sobre los cimientos de la reciedumbre humana del pagano Tenesor Semidán, la gracia de Dios construyó la exuberante personalidad de Fernando Guanarteme, que regresa a Gran Canaria para acelerar providencialmente la incorporación de la isla a la corona de Castilla. En el fuerte de Ansite se refugian los canarios dispuestos a librar la última y definitiva batalla por su independencia. Guanarteme se adelanta y les dice: “Vosotros seréis bien tratados, libres, dueños de vuestros ganados, aguas y tierras de labranza, doctrinados en las artes y las ciencias, civilizados y cristianizados, que vale más que todo.
Establece, pues, Guanarteme, una perfecta jerarquización de valores, medios materiales, cultura, civilización y, por encima de todo, dando fin y remate a la obra que España promete, coronándola, la cristianización, que vale más que todo.
Debió de ser tal la emoción de los gran canarios al oír la voz de su antiguo señor, que con lealtad inquebrantable se entregaron a las tropas castellanas. Y Pedro de Vera, que el 8 de abril de 1483 había concentrado todas las fuerzas para emprender una gran ofensiva que fuera el término feliz de la campaña, vio asombrado cómo aquellos intrépidos luchadores, aguerridos soldados, audaces guerreros, de una valentía personal harto probada, se rendían a los Reyes de Castilla y Aragón y se ponían bajo su amparo.
El 29 de abril de 1483, a la vez que resonaba en acción de gracias el “Te Deum” entonado por el obispo Frías y secundado por las tropas, el Alférez Mayor, Alonso Jaime, tremolando al viento el pendón del prelado, decía tres veces, según nos cuenta Viera y Clavijo: “La Gran Canaria, por los muy altos y poderosos Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, nuestros Señores, Rey y Reina de Castilla y de Aragón”.
Cultura, estilo de vida, religión, lengua, sangre… Cumplió España en Canarias, efectivamente, las promesas de Fernando Guanarteme. Porque ella -digámoslo con palabras del cardenal Gomá- fue “un Estado misionero antes que conquistador. Si utilizó la espada fue para que, sin violencia, pasase triunfante la Cruz”. Esta bendita cruz que, en un mundo que ha perdido cimientos sigue siendo la única esperanza… |
Marcadores