Fuente: El Tradicionalismo español. Su ideario, su historia, sus hombres. Reportaje político, 1934, páginas 52 – 54.



¿EN QUÉ FORMA PROCEDE RESOLVER LA CUESTIÓN DE LOS HABERES DEL CLERO?


Una prestigiosa firma del Tradicionalismo (apellido ilustre hermanado a una inteligencia preclara), Don Fernando de Contreras, contesta de modo elocuente.




Ante todo, vaya una declaración, o una serie de declaraciones.

La Comunión Tradicionalista es la representante, defensora y continuadora de la tradición.

Decir política tradicionalista es tanto como abarcar el régimen y forma de gobierno que plasmaron los siglos y dieron su ser peculiar e indiscutible a la madre España.

Y como lo que principalmente informa la tradición española es el espíritu católico, católicos ante todo y sobre todo somos [los] tradicionalistas.

Pero entiéndase bien, y quede sentado de una vez para siempre. Cuando nos llamamos católicos no queremos decir que seamos una asociación o cofradía dependiente de la acción católica. Queremos decir que la Comunión Tradicionalista, que aspira a gobernar, lo hace con una política que reconoce e incorpora al pensamiento director de la sociedad todas y cada una de las tesis católicas que de cerca o de lejos toquen al fin de la naturaleza humana integral, dentro del concepto social espiritual que como finalidad proclama el tradicionalismo.

Una política como la tradicional no puede desentenderse, ni menos poner en plan secundario lo espiritual respecto de lo material.

Pero acerca de los medios para llevar al triunfo esos ideales, o sea, la táctica, reclamamos nuestra plena autonomía.

En el ostracismo, como en el poder, hacemos nuestras orientaciones y espíritu de la tradición política española:

Máximo respeto, acatamiento, independencia y sumisión para las doctrinas y personas eclesiásticas, en cuanto compete a su esfera propia.

Pero máxima independencia en cuanto hace referencia a la esfera propia de la política.

Un ejemplo aclaratorio.

La Iglesia condena el principio, y, por tanto, el régimen que admita que la autoridad emana del pueblo y no procede de Dios.

Nosotros admitimos de mente y corazón la tesis, que queremos llevar a la vida pública.

Somos, pues, una política católica, por informarla en ésta, como en todas las demás tesis, de los principios católicos.

Pero sobre el modo de llegar a implantar nuestra política: régimen y forma de gobierno, siempre que no sea por medios ilícitos o contrarios a la moral, no admitimos ni aceptamos intervenciones eclesiásticas, directas ni delegadas.

Como comunión política, a nosotros, o sea, a nuestras jerarquías políticas, toca dictaminar sobre todos los medios conducentes a nuestro triunfo.

De aquí que nuestras campañas periodísticas, electorales, de propaganda, etcétera, no puedan estar sujetas a normas eclesiásticas, sino políticas, en lo que tienen de tales.

En todo lo dogmático y ético, para resumir, el tradicionalismo lo hace forma substancial de su ideario político.

Pero, así como no se ocurre confundir la causa de la Iglesia con la causa de la tradición, no subyugamos tampoco nuestra causa a normas de la Iglesia que, por no ser de su esfera, nada tienen que ver con nuestra actuación política, siempre que esta actuación sostenga íntegras, en lo que sean comunes o afines, las tesis dogmáticas y éticas definidas o aceptadas como las mejores por el torrente de la tradición teológica.

Mas dirá alguno: todo esto está muy bien. Pero si son sólo Comunión política, ¿por qué quieren compartir con otros, oficialmente designados, el papel de obispos de levita?

Alto al carro señores.

Nosotros informamos nuestra política con las tesis íntegras católicas. Nosotros creemos que esas tesis quedarán instauradas al día siguiente de nuestro triunfo.

Y cuando combatimos tesis posibilistas u oportunistas, lo hacemos, no como obispos de levita, sino como políticos católicos, conscientes y creyentes; que ni individuos ni sociedades conseguirán sus fines individuales ni sociales sin la plena aceptación de aquellos principios católicos que tienen relación con la política. Por eso, a un republicano que aspire a una República con una política género García Moreno, le combatiremos por republicano pero no por anticatólico.

Pero a todo político que no se informe con un catolicismo integral, le combatiremos como contrario a nuestra política católica.

¡Ah!, pero entonces, ¿es que hacen ustedes de la Religión un instrumento político, al estilo de los positivistas franceses?

Nada de eso.

Nuestra política se funda en las tesis de que el hombre es un animal sociable por naturaleza.

Y es sociable porque es perfectible, y, solo, no puede alcanzar aquella triple perfección moral, intelectual y material a que tiene derecho, como medios para conseguir su último fin o eterna bienaventuranza.

No tomamos, pues, la Religión como medio político, sino como finalidad de nuestra política.

Quede esto sentado para siempre, en evitación de confusiones y escándalos más o menos farisaicos, y denuncias fuera de lugar.

Y sentados estos principios, nosotros, los tradicionalistas, protestamos contra el burlesco acuerdo sobre los haberes del Clero.

Nosotros, los tradicionalistas, no queremos que la Iglesia dependa económicamente del Estado.

Sociedad completa, perfecta e independiente, la Iglesia debe tener y administrar su hacienda.

Pero un día el Estado liberal le robó sus bienes.

Mediante un Concordato, y como indemnización mínima de lo robado, se convino una dotación presupuestaria de Culto y Clero, libremente aceptada y otorgada entre la Iglesia y el Estado.

La República, en un nuevo latrocinio, suprime y se salta a la torera lo que era una obligación de justicia y un pacto libremente concertado.

Y ahora tira unas migajas al clero secular, en modo y forma que junta la vejación con el insulto.

Se habla de Concordato.

Nosotros, católicos, nada tenemos que decir.

Pero nosotros, tradicionalistas, afirmamos que el día en que seamos poder, la Iglesia recobrará, no sus bienes, que volaron, pero sí la cualidad de adquirir y poseer y administrar, como corresponde a una sociedad completa, perfecta e independiente. Y conste que, por una de esas antinomias tan frecuentes en España, nosotros, como Comunión política, nada o poco tenemos que agradecer al Clero y Órdenes religiosas actuales, en su mayoría, y en las regiones más tradicionalistas, republicanos o separatistas. ¡Y vaya si lo agradecen… sus correligionarios!

Pero la Comunión Tradicionalista empuñó siempre la lanza contra todo desafuero.

¿Y cabe mayor desafuero, bellaquería e injusticia que esa vil piltrafa de los futuros haberes del Clero?