Labor social del clero en la España anterior a la Guerra Civil


Revista FUERZA NUEVA, nº 137, 23-Ago-1969

ESCRIBIR A LA LIGERA

Carta abierta a don Emilio Romero

Señor director de la revista “Fuerza Nueva” : A mediados de julio envié a don Emilio Romero una carta abierta con el ruego, porque lo creía de justicia, de que la publicara en “Pueblo”, cosa que no ha hecho. ¿Sería posible que la publicaran en su revista?

N. de la R.: Con mucho gusto accedemos a su petición por considerar de interés el tema que en ella aborda.
La carta dice así

Mi estimado señor:

Causas ajenas a mi voluntad me impidieron escribir a su debido tiempo estas líneas en las que pensé inmediatamente de leer su artículo BIEN, SI ES PARA BIEN, líneas que me permito llegar rogar a usted publique en “Pueblo”.

Dice usted muy bien que “el mundo ha necesitado siempre este apostolado social cuando es solamente eso y por ello es saludable y legítimo”. Lo que ya no es tan verdad, lo que ya no es cierto es que, según afirma usted, ese apostolado “ha aparecido tarde en España”, y que “la Iglesia española no ha tenido un clero joven e impetuoso como el de ahora”, cargando sobre ella nada menos que la terrible responsabilidad del anarco-socialismo-comunismo español anterior a nuestra Cruzada.

Pasando por alto el estudio de ese fenómeno político-social que, detallado, sería interesante, empiezo por decirle que están produciendo asco estas alusiones y cantos que constantemente se prodigan a la juventud de hoy, cuya misión específica en todos los tiempos es su formación y perfección integral para ser útil a la sociedad del futuro, como si nunca hubiera habido juventud o como si nunca hubiera habido, por la misma naturaleza de las cosas, problemas ideológicos y prácticos entre las generaciones de distinto signo temporal.

Viniendo ya al caso concreto que usted plantea en su trabajo periodístico, he de manifestarle sinceramente que es una imputación totalmente falsa, que entra de lleno en terreno calumnioso de carácter colectivo, periodísticamente hecho, de que en los tiempos anteriores, más o menos próximos a nuestra tragedia nacional iniciada el año 1931, la Iglesia española, mejor, el clero español, no había hecho nada en el terreno de la pastoral social.

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Un siglo aproximadamente (1870) hace que se planteó en el mundo, de una manera aguda, el problemas social, al que el gran Vázquez de Mella llamó la CUESTIÓN SOCIAL por antonomasia, “engendrada principalmente por la Economía liberal que fue la pesadilla del siglo XIX y que es la premisa de la catástrofe del siglo XX.

Apenas nace, se ocupan de él los grandes sociólogos católicos como Ketteler en Alemania, Vogelsang en Austria, el Cardenal Manning en Inglaterra y el Conde de Mun en Francia, precursores geniales de los Papas León XIII, con su “Rerum Novarum”; Pío XI con su “Quadragésimo Anno”; Juan XXIII con su “Mater et Magistra y “Pacem in Terris”; y Pablo VI con la celebérrima “Populorum Progressio”, doctrinas y documentos que encontrarán eco, en frase feliz de Pío XII en la “Divini Redemptoris”, refiriéndose a las primeras, y lo mismo podemos decir en orden a las segundas, en el industrioso celo de tantos obispos y sacerdotes que con la debida cautela van excogitando y probando nuevos modos de apostolado que correspondan mejor a las exigencias modernas.

La Iglesia española, el clero español no podía quedar, y no quedó, al margen de este movimiento salvador de la justicia social que afectaba profundamente a la Iglesia y catolicismo de nuestra Patria. Por eso, desde muy temprano, aparecen las inquietudes de orden social en los mismos planes de estudio de los Seminarios españoles, encontrándonos ya la primera clase de Sociología en el de Toledo, en el año 1901; en el de Madrid, en 1907, para llegar a 1910, en el que el estudio de estas materias se hace obligatorio en todos a propuesta del cardenal Aguirre, arzobispo de Toledo, quien manda que “para que los sacerdotes salgan preparados para cumplir su misión social se fundará en todos los centros una cátedra de Sociología, dándole carácter práctico”.

Ambientando el problema, se manifiesta la preocupación constante del Episcopado español, encontrándonos, ya en 1907, con los maravillosos discursos de los obispos de Madrid, Dr. Salvador y Barrera, y el de Badajoz, Dr. Mancera; en la apertura y clausura respectivamente de la Asamblea de las Corporaciones Católicas Obreras en Granada; más tarde con la pastoral sobre LA ACCIÓN SOCIAL DEL CLERO EN LA SOCIEDAD MODERNA, del creador del slogan PAN Y CATECISMO, el gran obispo de Vich, doctor Torres y Bagés; después, con las pastorales PELIGRO DEL LAICISMO y JUSTICIA Y CARIDAD, del eminente Cardenal Guisasola; con las normas sobre la materia del Cardenal Reig, en febrero de 1924; para terminar con las luminosas orientaciones y soluciones sociales del célebre Obispo-Cardenal Herrera Oria.

Todo ello creador, fomentador y mantenedor de las Semanas Sacerdotales, primero, de las Semanas Sociales, después, que tanto relieve tuvieron y tienen en la pastoral social de la Iglesia española; creador, fomentador y mantenedor de la gran Confederación Católico Agraria, con sus Sindicatos y Cajas Rurales, sistema REIFFEISEN, que llenarían toda la geografía nacional con sus 3.000 sindicatos de tipo mixto, con sus 250.000 socios; de la Confederación de Obreros Católicos, impulsada por el cardenal Guisasola en 1919, con sus 60.000 socios de hombres y 30.000 de la Confederación femenina, tinglado todo él religioso-social, dirigido y manipulado a nivel nacional, discreta y cautelosamente por el clero joven e impetuoso de aquellos tiempos y horas ya difíciles, como son los PP. Vicent, Palau, Azpiazu, Gafo, etc., y los sacerdote señores Correas, Morán, García Hughes, Llovera, Arboleya, etc. Toda esta labor precedida por la de aquel hombre de sotana que se llamó Jaime Balmes, a quien el señor Castroviejo llamó el precursor del catolicismo social en España, y, a nivel local, llevado por el párroco o el consiliario de cada pueblo, de cada sindicato; sobre los que pesaba de una manera abrumadora este conjunto maravilloso de lo social en la España eclesial anterior a 1936.

Ante esta realidad histórica que usted, si no la vivió, de ella puede adquirir información exacta, no puedo menos de lamentar, señor Romero, que a la ligera y con la precipitación propia de las circunstancias periodísticas del caso, haya lanzado sobre la Iglesia española, sobre el clero español una acusación injusta y una responsabilidad tan grave como la de nuestra Guerra Civil.

Agradecido por la publicación solicitada, atentamente le saluda,

Anastasio FERNÁNDEZ, PBRO.