En conexión con el tema abierto por Hyeronimus en base al artículo de Juan Manuel de Prada en el diario ABC de hace unos días, prefiero abrir este otro por su importancia y que, de otro modo conectado al que abrió Hyeronimus, ya muy comentado, quedaría oscurecido.

Además, en este tema el protagonista es el "intelectual católico", no los católicos en general. Lo único que, en principio voy a hacer es transcribir un larguísimo artículo, el cual no sé si redactarlo de un tirón o dividirlo en varios mensajes. Bien, en su transcurso ya lo iré pensando.

Empezaré por el título del tema, del que no soy autor. Su autoría se debe José Todoli Duque. Catedrático de Ética y Sociología de la Universidad Complutense. Ignoro si seguirá en activo o no, pero es de esos profesores que nunca deberían pasar. Hoy la Complutense está de pena. Es suficiente contemplar como su Rector (de Magnífico poco o nada) pese al cargo que ocupa, se dedica a asistir a actos bochornosos, dando grititos republicanos para, después, tener que tragar lo que él y otros como él han sembrado, al escuchar de progres de la mugre y rastas, escupirle a la cara su aburguesamiento y el haberlos vendido con el acuerdo de Bolonia. Todos se quejaban en las puertas de la Facultad de Filosofía, donde se celebró el actito republicanoide en conmemoración del golpe de Estado del 14 de abril de 1931, de que después de acabar sus estudios (habría que ver lo que estudian) se verán forzados a tener que realizar un "master" (¿es posible imaginar un master en Filosofía?). Pero ninguno pareció quejarse de la decadencia de la enseñanza universitaria, de la transformación lenta y letal de ésta en una fábrica de borregos ilustrados. Ya digo ninguno, bastante tenían con sus porros y sus vacíos personales.

Pues como digo, José Todoli Duque es de esos maestros que ya apenas se pueden encontrar. El artículo lo publicó en 1987, en Cuadernos de Realidades Sociales del Instituto de Sociología Aplicada de Madrid, (ISAMA) nº 29-30, pp 301-315.


"LA MISIÓN DEL INTELECTUAL CATÓLICO EN EL MUNDO ACTUAL.

1. Una de las verdades tomada como evidente para el pensamiento actual es que nuestra sociedad y nuestra cultura están en crisis. Que hay un ocaso en las estructuras sociales y económicas, en los modelos de convivencia, en la vigencia de determinados valores y, a su vez, una nueva era que amanece difusa, indefinible todavía; pero que está ahí, prenunciando un nuevo día. Junto a esta verdad, aparece para los cristianos esta otra, tan evidente como la anterior; que su mayor responsabilidad y pecado sería que esta nueva sociedad y esta nueva cultura se organizasen al marge o en contra del mensaje evangélico. Lo vió así el Cardenal Suhard cuando escribía: La falta más grande de los cristianos del Siglo XX, la que sus descendientes no les perdonarían jamás, sería dejar que el mundo se hiciera y se unificara sin ellos, sin Dios o contra Él.

Si esta responsabilidad recae sobre todo cristiano, depositario del don de la fe, recae mucho más sobre el intelectual cuya misión es esclarecer, dirigir, enderezar el proceso de la sociedad hacia un mundo mejor. Porque la fe que recibimos como un don, que florece en la esperanza y que culminará en el gozo de la verdad, no es sólo un conjunto de verdades, resumidas en el Credo. Es, además, una adhesión plena y confiada a la voluntad del que amorosamente las revela y un compromiso total a los contenidos del mensaje de salvación para todos los hombres que se manifiesta en esa revelación. Ser cristiano es identificarse con Cristo en su vida y en su mensaje de salvación para todos los hombres. Es la dialéctica de la fe que afecta a todo cristiano pero que, por su carácter de "buscador y dador" de la verdad, obliga, más al intelectual. Desgraciadamente no siempre los intelectuales cristianos se hacen cargo de esta responsabilidad...

II. Mundo actual.

Por mundo se entiende, a veces, el conjunto de todas las cosas y fenómenos que pueblñan el universo. En tal sentido el hombre es una de tantas criaturas que lo integran. Sin duda la más perfecta y en la frontera misma de la trascendencia. Santo Tomás dice que el hombre es como el horizonte cuya línea azul, que percibimos, no sabemos si es lo más alto de la tierra o lo más bajo del cielo.

En este sentido H. Zeller lo define --recordando sin duda a Guardini--, como la totalidad de todos los objetos susceptibles de experiencia humana directa, no sólo de los realmente alcanzados sino también de los sólo posibles, y en el espacio naturalmente asignado a la actividad física y
espiritual del hombre.

Otras veces mundo significa el entramado de todas las relaciones que comporta la convivencia humana en un momento dado. Es el mundo de la Historia, obra de la libertad y los condicionamientos de la vida humana en su continuo proceso.

Finalmente mundo se toma también en sentido moral y teológico. Es el sentido en el que Jesús dice en el Evangelio: Vosotros estáis en el mundo pero no sois del mundo. Se trata del mundo de la Historia, pero afectado por el pecado y sus consecuencias. Es el mundo en el que Satanás, principe huius mundi, maquina en contra de Dios. Es el mundo del bien y del mal; del pecado y de la gracia; de la perdición y de la esperanza.

Conviene analizar los caracteres de este mundo que nos ha tocado vivir. Tres son, a mi modo de ver, sus rasgos esenciales: a. Pérdida del sentido de trascendencia; b. Ansia desbocada de tener y poder; c. El placer como criterio supremo de la vida.

a.- Pérdida del sentido de trascendencia.

Desde las tribus más remotas que recuerda la Historia hasta la Summa Teológica de Santo Tomás, Dios aparece como el eje de la vida y de la Historia... (nota mía: hasta la llegada de Cristo, el sentimiento de Dios, de alguien supremo)
Pero esta unidad teocéntrica se rompió con el naturalismo, negador de toda revelación (Sobre todo con H. Chesbury que estableció la famosa doctrina de la religión natural y de las cuatro verdades que permaneció hasta Kant y que, consciente o inconscientemente, tiene, aún hoy, vigencia en amplios sectores de la sociedad. H. Cherbury olvida el valor de los dogmas por el hecho de ser revelados y lo pone en el hecho del consentimiento común de todos los pueblos. Quedan, así, en pie sólo cuatro verdades valederas para toda religión, que Kant definiría como religión dentro del orden de la razón natural. Pero si en H. Cherbury hace crisis la revelación, en Kant --antes en Hume--, hace crisis la razón, la razón especulativa, la que se mueve con conceptos y no sólo con hechos. Es decir, hace crisis la metafísica que indaga los fundamentos de todos los seres y todos los saberes. Desde Kanta la Metafísica es un imposible, casi un delirio de la mente humana y los metafísicos, en frase de Popper: <<unos músicos sin talento>>.)

Ahora bien, si cerramos las vías de acceso a las dos posibilidades de llegar a la trascendencia, --la revelación y la metafísica ¿cómo ir más allá de lo material, de lo mundano, de lo histórico, de lo contingente?. La vía de la esperanza ciega, de la fidelidad no se sabe a quién, del instinto o <<barrunto>> de lo nouménico son expresiones vacías si les falta la luz de la Revelación o la Razón especulativa. San Agustín habla de los dos tipos de ciencia: la ciencia matutina --por la que Dios ilumina directamente la razón humana-- y la ciencia vespertina --por la que Dios se desvela a través de las criaturas, del cosmos que nos rodea y que es como el lenguaje cifrado por el que Él se manifestó a la razón humana.

Pero el pensamiento moderno --materialismo, positivismo, neopositivismo, filosofía analítica--, ha prescindido de la Revelación como de un sinsentido y de la Razón especulativa como otro sin sentido. No hay más que lo que se ve y pesa y se mide. El universo es el conjunto de todas las cosas y no hay más ciencia que la que tiene por objeto las cosas. La Filosofía --Razón especulativa--, no tiene más objeto que el análisis de las proposiciones de las ciencias. Todo lo demás es hablar de lo desconocido y, como dice Wittgenstein, de lo que no sabemos es mejor callar... Al mundo de la Ciencia le basta con mirar aunque no piense. D'ont thick but look. Claro que el propio Wittgenstein dice que lo importante del saber lo otro, lo que no está encerrado ahí, lo que no dice su Tractatus. Pero a esto no suelen prestar atención los neo-positivistas ni los analíticos.

Cuál es ¿la consecuencia de todo este proceso del pensamiento moderno? Dicho suavemente: el agnosticismo. Dios es inaccesible a nuestro conocimiento. Bajo esta hipócrita capa de humildad se ocultan un ateísmo radical y, a veces, agresivo y, siempre, un materialismo práctico. Un atenerse aun buen vivir aquí y ahora sin más normas que nuestros intereses o nuestras oportunidades. Nada sabemos de Dios, ni de principios, ni de normas más allá de nuestros propios convencionalismos. La confusión ideológica conduce, necesariamente, al confusionismo moral.

b.- Injusticias sociales.

Desmesurada ansiedad de tener y de poder. "Si Dios no existe, todo está permitido", decía Dostoievski. El instinto de "tener por tener", aun a costa de dejar a los demás --individuos o pueblos--, sumidos en la más profunda miseria es otro de los caracteres de nuestra sociedad. La más abosluta falta de moderación en el consumo, en la acumulación de bienes o cosas que, a veces, ninguna falta hacen; de poder que somete a los otros --individuos, minorías, pueblos--, es la lacra de una sociedad que llena su boca con los vocablos de igualdad y democracia en todo momento... La ansiedad moviliza la producción. La producción dinamiza la exigencia de consumo y ésta excita con nuevos modelos y nuevas modas. Y así surge, de nuevo, la ansiedad de tener. La espiral es interminable y la ansiedad cada día mayor.

c.- Hedonismo.

El placer es el cebo que la naturaleza ha inventado para asegurar la acción. El placer de comer asegura en el animal la búsqueda del alimento que necesita para vivir. Lo propio ocurre con la satisfacción en la bebida o con el placer correspondiente a la sexualidad, que es el medio de asegurar la pervivencia de la especie. El placer tiene siempre entidad de medio, de algo útil para un fin que tiene valor en sí mismo.

Este carácter de medio está absolutamente tergiversado en nuestra sociedad. Olvidado todo sentido de trascendencia para la vida, toda actividad, todo esfuerzo tiene como horizonte último el bienestar y el placer. Por eso todo concepto de moderación o de sacrificio es ajeno a una mentalidad moderna. La idea de ascesis, presente hasta en la filosofía de Epicuro, carece de sentido para el hombre moderno. Su ideal es llevar el goce hasta sus últimos límites e imaginar los medios más diversos --aunque sean mortales como la droga--, para multiplicar las posibilidades del placer.
No será necesario advertir que estas notas afectan al mundo en cuanto desviado de Dios o de la ley natural..."
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Fin de la primera parte de la transcripción del artículo.