LA MISIÓN DEL INTELECTUAL CATÓLICO EN EL MUNDO ACTUAL, (2)
"Ante un mundo afectado por estos caracteres ¿cuál es la tarea del intelectual católico?
Entiendo por intelectual aquél que ha hecho de la búsqueda de la verdad el ideal único de su existencia y, por consiguiente, aquél que tiene como instrumento casi exclusivo de su actividad el pensamiento. Es el que vive enamorado de la verdad y la busca como el más preciado "tesoro escondido", aún a costa de sacrificarlo todo por ella. Buscador de la verdad donde quiera que esté. ¿En las cosas? ¿En los hechos históricos? ¿En los entramados lógicos o matemáticos? ¿En la Revelación? En todas esas áreas cabe que esté la verdad y nadie tiene a excluir de ninguna de ellas su presencia.
Nadie puede arrogarse el título de intelectual sin una entrega amorosa a ella. "La verdad sólo se da a los que se hacen sus esclavos". Pero darse a ella es sacrificar muchos intereses muchas esclavitudes alos intereses de otros o a las propias pasiones e incluso a muchas legítimas satisfacciones. La compensación de la verdad no tiene comparación posible con ninguna otra satisfacción.
Por otra parte el intelectual no es un solitario ni en la búsqueda de la verdad ni en el goce de la misma. Es también un dador, un heraldo de la verdad. Goza de ella pero no la limita porque es un bien absoluto y todos pueden gozar simultáneamente de ella sin agotarla ni disminuirla. Más aún, la verdad se acrecienta en el intelectual en la medida que la da, porque, al darla, se radicaliza en él, se hace más profunda en él su presencia. Es el único caso en el que el dador se enriquece dando. Si es que da realmente la verdad, y no así mismo, su vanidad, su hojarasca, en vez de la verdad clara y con su propia luz, que es el más bello de todos los ropajes.
Estoy hablando concretamente del intelectual católico, que no prescinde en modo alguno de ninguna de las categorías del intelectual puro, sino que le añade algunas connotaciones extremadamente importantes.
Ante todo el intelectual católico es un enamorado, un buscador de la verdad. Pero no sólo de la verdad que late en las entrañas de las cosas, de los hechos históricos o de las construcciones lógico-matemáticas, sino también de la verdad revelada, de la palabra manifestada directamente de Dios a los hombres a través de Cristo que es la Palabra. Cuando alguien sabe lo que dice y dice lo que sabe nos revela una verdad, lo justo, lo moral, incluso lo científico es aceptar su testimonio. Si en un momento Cristo se manifiesta y demuestra que es la Palabra, el Hijo de Dios vivo, lo moral, lo científico, lo que nos da certeza justificada de una verdad es aceptar su testimonio. Se trata de aquella ciencia matutina, que en nada disminuye ni contradice la ciencia vespertina que nos lleva a la verdad a través de las pequeñas verdades de las ciencias.
Esta apertura a la fé devela al hombre mundos de realidad y esperanza a los que la Ciencia o las ciencias ni siquiera se asoman.
Otra nora importante que señalar en el intelectual católico es la unidad y coherencia tanto en las distintas áreas del ser como en el orden de las ciencias que las estudian. Todo el orden del ser como el orden del saber en cuentran su perfecta y última justificación en Dios, principio y fin, alfa y omega de todas las cosas.
Y, ¿Qué verdades son estas que la Revelación nos ofrece y a las que la ciencia no alcanza?
La respuesta más inmediata sería: aquellas que se contienen en el Símbolo de la Fé y que nos muestran la perspectiva católica de aquellos tres grandes órdenes de la realidad: el Tú trascendente, el Yo inmanente y el Ello de las cosas o de la Creación.
Por exigencias de claridad voy a estudiarlas en orden inverso.
La primera es aquella tan elemental y sencilla del Génesis: "Deus creavit coelum et terram". El Universo es la obra de Dios. No es obra del azar porque, entre otras cosas, el azar no existe. Ni es obra de la necesidad porque el primer atributo de Dios es su trascendencia y, en consecuencia, su libertad. El panteísmo idealista no tiene sentido alguno para él.
Esta obra creadora de Dios ¿es obra de un instante, de muchos siglos, está todavía realizándose en el Universo a través de la evolución? Poco importa. hay algún texto de Santo Tomás muy próximo a las conclusiones de Darwin.
Lo que importa es que el ser del hombre ha supuesto y ha exigido una acción especial en la obra creadora de Dios. Que, por muchas complejizaciones que se quieren suponer a la materia en su evolución, nunca llegará a producir algo tan absolutamente heterogéneo como es el espíritu. La Fé nos lo dice: Después de crear el Universo dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. En el mundo de las cosas, el ello cósmico, dejó Dios su huella, cifras que develan su presencia, verdaderas teofanías existentes que develan otra Existencia que ontológicamente las justifica y existencialmente las mantiene en el ser. En el hombre, en cambio, dejó su imagen en su modo de ser espiritual, pensante, libre y, como tal, puso en sus manos el dominio de todas las cosas.
La segunda gran realidad es el hombre. Como acabamos de decir imagen de Dios, obra especial de su creación, rey del Universo. El salmo 8, versículo 6, refieriéndose a la creación del hombre se dirige a Dios diciendo: Minuisti cum paulo minus ab angelis.
Sin embargo, la conciencia de este yo no es tan optimista. la conciencia es la capacidad de autorreflexión, de ponerse a sí mismo como objeto de su propio conocimiento. Y esa profundización en el propio ser lo primero que revela al hombre es su no ser en sí , su exigencia de otro para ser; su absoluta contingencia. A esto se ha dado el nombre de sentido de dependencia, sentido de criatura... No importan los nombres. La primera experiencia profunda del YO es su respectividad a otro, a un TÚ responsable y mantenedor de la existencia contingente del YO. A la base de la conciencia humana hay un acto de humildad y de reconocimiento al que puede oponerse el pecado más radical, el querer ser como dioses y la rebelión contra Dios: non serviam. El orgullo, raíz de todas las desviaciones del espíritu.
La segunda experiencia es de carácter moral. El autoanálisis más elemental nos devela al ser humano sumergido en la situación antinómica que Pablo de Tarso expresaba enb aquellas palabras: Hago lo que no quiero y lo que quiero no lo hago. El poeta latino se expresaba de igual modo con estos versos: Video bona provoque pejora sequor.
La conciencia del mal está ínsita en la más elemental reflexión humana y la prueba es que, en todos los tiempos, los sacrificios, las obras literarias de todas las religiones la han puesto de manifiesto. Si algún concepto es común a todas las religiones es el de "salvación" o de liberación de mal y la culpa.
Este YO aparece así en el pensamiento del intelectual católico como un ser abierto a la trascendencia, de la que depende, y a la esperanza de un libertador que redima.
La tercera realidad --primera en jerarquía--, es la realidad de Dios. Aparece como una realidad trascendente. Si es la causa y la justificación del mundo de lo contingente, ha de estar fuera de él. Aparece como una realidad santa, sin tierra, sin el barro de todo lo que es humano y mundano. Causa de las leyes que rigen el cosmos y autor de la ley moral que late en toda conciencia humana. De ahí que la prevaricación no sea sólo culpa o atentado contra la propia razón, sino también pecado como ofensa al autor de la ley. Finalmente, aparece como una realidad personal, plenitud de conciencia de sí, de su hacer en la creación y conservación del mundo. Por todas partes aparece la racionalidad, la libertad radical basada en su trascendencia y su mirada como providencia en la marcha de todas las personas y cosas a sus fines.
Y aquí radica la esencia misma de la religión. En un encuentro inefable entre un Dios --realidad trascendente, infinita, santa y personal--, con un ser contingente y necesitado en lo profundo del alma Eso es la religión: la voz que brota de la experiencia de lo divino en la sustancia misma del alma. Es la experiencia de un Dios que se da --la Fé, La Revelación, la Redención, son todo dones de Dios--, y la respuesta del hombre que apenas encuentra palabras para expresarse, porque la verdad está más allá de todo lenguaje oral o escrito.
Este don de Dios en el encuentro es amor, llamada al diálogo, revelación, oferta de salvación. Todo esto crsitaliza en un misterio: el misterio de Cristo. En toda religión, hemos dicho, palpita el tema de la salvación. Pero, mientras en las otras, son hombres escogidos, enviados, profetas, en el cristianismo es el Verbo, la Palabra, el Hijo de Dios el que se da como redención y reconciliación.
Lo último que puede ocurrírsele aun pensador es despojar a Cristo de su carácter divino, de Hijo de Dios y Libertado de la servidumbre del pecado, para convertirlo en un líder político, en un ejemplar de guerrillero o revolucionario. La causa de su presencia es la liberación del pecado --qui propter nos homines et propter nostram salutem... Ciertamente cristo es el paradigma del Cristiano porque es la imagen del padre. Pero su camino es el de la humildad. El es el protector de los pobres y marginados, no de los proletarios, los que están enrolados bajo banderas o ideologías políticas contra otros --ricos y pobres--, enrolados en otras ideologías o banderas. Precisamente porque es el Redentor y busca la salvación de todos, no quiere estar enfrentado con ninguno. Sólo está enfrentado con los vicios y los pecados de unos y otros, capitalistas y proletarios. Los pobres, como pobres y los marginados como marginados sí son el objeto de sus preferencias.
Preciso sería señalar, para terminar este cuadro, que, entre esas ideas que son el equipaje del intelectual católico, está la Fé en el Espíritu Santo cuya misión es iluminar con sus dones --entendimiento, ciencia y sabiduría--, y la de hacer eficaz en cada uno de los hombres aquellos méritos que Cristo adquirió para todos. Es evidente que si para todo cristiano es vital esa presencia del Espíritu Santo lo es mucho más para el intelectual católico que tanto precisa de su luz para comprender las verdades entrañables de las cosas y los misterios profundos de sus últimas causas. Sin un ámbito de luz superior al pensamiento natural es inconcebible imaginar siquiera la obra de Cristo.
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Fin de la segunda entrega de la transcripción, queda más.
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