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Tema: La misión del intelectual católico en el mundo actual

  1. #1
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    La misión del intelectual católico en el mundo actual

    En conexión con el tema abierto por Hyeronimus en base al artículo de Juan Manuel de Prada en el diario ABC de hace unos días, prefiero abrir este otro por su importancia y que, de otro modo conectado al que abrió Hyeronimus, ya muy comentado, quedaría oscurecido.

    Además, en este tema el protagonista es el "intelectual católico", no los católicos en general. Lo único que, en principio voy a hacer es transcribir un larguísimo artículo, el cual no sé si redactarlo de un tirón o dividirlo en varios mensajes. Bien, en su transcurso ya lo iré pensando.

    Empezaré por el título del tema, del que no soy autor. Su autoría se debe José Todoli Duque. Catedrático de Ética y Sociología de la Universidad Complutense. Ignoro si seguirá en activo o no, pero es de esos profesores que nunca deberían pasar. Hoy la Complutense está de pena. Es suficiente contemplar como su Rector (de Magnífico poco o nada) pese al cargo que ocupa, se dedica a asistir a actos bochornosos, dando grititos republicanos para, después, tener que tragar lo que él y otros como él han sembrado, al escuchar de progres de la mugre y rastas, escupirle a la cara su aburguesamiento y el haberlos vendido con el acuerdo de Bolonia. Todos se quejaban en las puertas de la Facultad de Filosofía, donde se celebró el actito republicanoide en conmemoración del golpe de Estado del 14 de abril de 1931, de que después de acabar sus estudios (habría que ver lo que estudian) se verán forzados a tener que realizar un "master" (¿es posible imaginar un master en Filosofía?). Pero ninguno pareció quejarse de la decadencia de la enseñanza universitaria, de la transformación lenta y letal de ésta en una fábrica de borregos ilustrados. Ya digo ninguno, bastante tenían con sus porros y sus vacíos personales.

    Pues como digo, José Todoli Duque es de esos maestros que ya apenas se pueden encontrar. El artículo lo publicó en 1987, en Cuadernos de Realidades Sociales del Instituto de Sociología Aplicada de Madrid, (ISAMA) nº 29-30, pp 301-315.


    "LA MISIÓN DEL INTELECTUAL CATÓLICO EN EL MUNDO ACTUAL.

    1. Una de las verdades tomada como evidente para el pensamiento actual es que nuestra sociedad y nuestra cultura están en crisis. Que hay un ocaso en las estructuras sociales y económicas, en los modelos de convivencia, en la vigencia de determinados valores y, a su vez, una nueva era que amanece difusa, indefinible todavía; pero que está ahí, prenunciando un nuevo día. Junto a esta verdad, aparece para los cristianos esta otra, tan evidente como la anterior; que su mayor responsabilidad y pecado sería que esta nueva sociedad y esta nueva cultura se organizasen al marge o en contra del mensaje evangélico. Lo vió así el Cardenal Suhard cuando escribía: La falta más grande de los cristianos del Siglo XX, la que sus descendientes no les perdonarían jamás, sería dejar que el mundo se hiciera y se unificara sin ellos, sin Dios o contra Él.

    Si esta responsabilidad recae sobre todo cristiano, depositario del don de la fe, recae mucho más sobre el intelectual cuya misión es esclarecer, dirigir, enderezar el proceso de la sociedad hacia un mundo mejor. Porque la fe que recibimos como un don, que florece en la esperanza y que culminará en el gozo de la verdad, no es sólo un conjunto de verdades, resumidas en el Credo. Es, además, una adhesión plena y confiada a la voluntad del que amorosamente las revela y un compromiso total a los contenidos del mensaje de salvación para todos los hombres que se manifiesta en esa revelación. Ser cristiano es identificarse con Cristo en su vida y en su mensaje de salvación para todos los hombres. Es la dialéctica de la fe que afecta a todo cristiano pero que, por su carácter de "buscador y dador" de la verdad, obliga, más al intelectual. Desgraciadamente no siempre los intelectuales cristianos se hacen cargo de esta responsabilidad...

    II. Mundo actual.

    Por mundo se entiende, a veces, el conjunto de todas las cosas y fenómenos que pueblñan el universo. En tal sentido el hombre es una de tantas criaturas que lo integran. Sin duda la más perfecta y en la frontera misma de la trascendencia. Santo Tomás dice que el hombre es como el horizonte cuya línea azul, que percibimos, no sabemos si es lo más alto de la tierra o lo más bajo del cielo.

    En este sentido H. Zeller lo define --recordando sin duda a Guardini--, como la totalidad de todos los objetos susceptibles de experiencia humana directa, no sólo de los realmente alcanzados sino también de los sólo posibles, y en el espacio naturalmente asignado a la actividad física y
    espiritual del hombre.

    Otras veces mundo significa el entramado de todas las relaciones que comporta la convivencia humana en un momento dado. Es el mundo de la Historia, obra de la libertad y los condicionamientos de la vida humana en su continuo proceso.

    Finalmente mundo se toma también en sentido moral y teológico. Es el sentido en el que Jesús dice en el Evangelio: Vosotros estáis en el mundo pero no sois del mundo. Se trata del mundo de la Historia, pero afectado por el pecado y sus consecuencias. Es el mundo en el que Satanás, principe huius mundi, maquina en contra de Dios. Es el mundo del bien y del mal; del pecado y de la gracia; de la perdición y de la esperanza.

    Conviene analizar los caracteres de este mundo que nos ha tocado vivir. Tres son, a mi modo de ver, sus rasgos esenciales: a. Pérdida del sentido de trascendencia; b. Ansia desbocada de tener y poder; c. El placer como criterio supremo de la vida.

    a.- Pérdida del sentido de trascendencia.

    Desde las tribus más remotas que recuerda la Historia hasta la Summa Teológica de Santo Tomás, Dios aparece como el eje de la vida y de la Historia... (nota mía: hasta la llegada de Cristo, el sentimiento de Dios, de alguien supremo)
    Pero esta unidad teocéntrica se rompió con el naturalismo, negador de toda revelación (Sobre todo con H. Chesbury que estableció la famosa doctrina de la religión natural y de las cuatro verdades que permaneció hasta Kant y que, consciente o inconscientemente, tiene, aún hoy, vigencia en amplios sectores de la sociedad. H. Cherbury olvida el valor de los dogmas por el hecho de ser revelados y lo pone en el hecho del consentimiento común de todos los pueblos. Quedan, así, en pie sólo cuatro verdades valederas para toda religión, que Kant definiría como religión dentro del orden de la razón natural. Pero si en H. Cherbury hace crisis la revelación, en Kant --antes en Hume--, hace crisis la razón, la razón especulativa, la que se mueve con conceptos y no sólo con hechos. Es decir, hace crisis la metafísica que indaga los fundamentos de todos los seres y todos los saberes. Desde Kanta la Metafísica es un imposible, casi un delirio de la mente humana y los metafísicos, en frase de Popper: <<unos músicos sin talento>>.)

    Ahora bien, si cerramos las vías de acceso a las dos posibilidades de llegar a la trascendencia, --la revelación y la metafísica ¿cómo ir más allá de lo material, de lo mundano, de lo histórico, de lo contingente?. La vía de la esperanza ciega, de la fidelidad no se sabe a quién, del instinto o <<barrunto>> de lo nouménico son expresiones vacías si les falta la luz de la Revelación o la Razón especulativa. San Agustín habla de los dos tipos de ciencia: la ciencia matutina --por la que Dios ilumina directamente la razón humana-- y la ciencia vespertina --por la que Dios se desvela a través de las criaturas, del cosmos que nos rodea y que es como el lenguaje cifrado por el que Él se manifestó a la razón humana.

    Pero el pensamiento moderno --materialismo, positivismo, neopositivismo, filosofía analítica--, ha prescindido de la Revelación como de un sinsentido y de la Razón especulativa como otro sin sentido. No hay más que lo que se ve y pesa y se mide. El universo es el conjunto de todas las cosas y no hay más ciencia que la que tiene por objeto las cosas. La Filosofía --Razón especulativa--, no tiene más objeto que el análisis de las proposiciones de las ciencias. Todo lo demás es hablar de lo desconocido y, como dice Wittgenstein, de lo que no sabemos es mejor callar... Al mundo de la Ciencia le basta con mirar aunque no piense. D'ont thick but look. Claro que el propio Wittgenstein dice que lo importante del saber lo otro, lo que no está encerrado ahí, lo que no dice su Tractatus. Pero a esto no suelen prestar atención los neo-positivistas ni los analíticos.

    Cuál es ¿la consecuencia de todo este proceso del pensamiento moderno? Dicho suavemente: el agnosticismo. Dios es inaccesible a nuestro conocimiento. Bajo esta hipócrita capa de humildad se ocultan un ateísmo radical y, a veces, agresivo y, siempre, un materialismo práctico. Un atenerse aun buen vivir aquí y ahora sin más normas que nuestros intereses o nuestras oportunidades. Nada sabemos de Dios, ni de principios, ni de normas más allá de nuestros propios convencionalismos. La confusión ideológica conduce, necesariamente, al confusionismo moral.

    b.- Injusticias sociales.

    Desmesurada ansiedad de tener y de poder. "Si Dios no existe, todo está permitido", decía Dostoievski. El instinto de "tener por tener", aun a costa de dejar a los demás --individuos o pueblos--, sumidos en la más profunda miseria es otro de los caracteres de nuestra sociedad. La más abosluta falta de moderación en el consumo, en la acumulación de bienes o cosas que, a veces, ninguna falta hacen; de poder que somete a los otros --individuos, minorías, pueblos--, es la lacra de una sociedad que llena su boca con los vocablos de igualdad y democracia en todo momento... La ansiedad moviliza la producción. La producción dinamiza la exigencia de consumo y ésta excita con nuevos modelos y nuevas modas. Y así surge, de nuevo, la ansiedad de tener. La espiral es interminable y la ansiedad cada día mayor.

    c.- Hedonismo.

    El placer es el cebo que la naturaleza ha inventado para asegurar la acción. El placer de comer asegura en el animal la búsqueda del alimento que necesita para vivir. Lo propio ocurre con la satisfacción en la bebida o con el placer correspondiente a la sexualidad, que es el medio de asegurar la pervivencia de la especie. El placer tiene siempre entidad de medio, de algo útil para un fin que tiene valor en sí mismo.

    Este carácter de medio está absolutamente tergiversado en nuestra sociedad. Olvidado todo sentido de trascendencia para la vida, toda actividad, todo esfuerzo tiene como horizonte último el bienestar y el placer. Por eso todo concepto de moderación o de sacrificio es ajeno a una mentalidad moderna. La idea de ascesis, presente hasta en la filosofía de Epicuro, carece de sentido para el hombre moderno. Su ideal es llevar el goce hasta sus últimos límites e imaginar los medios más diversos --aunque sean mortales como la droga--, para multiplicar las posibilidades del placer.
    No será necesario advertir que estas notas afectan al mundo en cuanto desviado de Dios o de la ley natural..."
    ----------------------------------------------------------------------

    Fin de la primera parte de la transcripción del artículo.

  2. #2
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    Re: La misión del intelectual católico en el mundo actual

    LA MISIÓN DEL INTELECTUAL CATÓLICO EN EL MUNDO ACTUAL, (2)

    "Ante un mundo afectado por estos caracteres ¿cuál es la tarea del intelectual católico?


    Entiendo por intelectual aquél que ha hecho de la búsqueda de la verdad el ideal único de su existencia y, por consiguiente, aquél que tiene como instrumento casi exclusivo de su actividad el pensamiento. Es el que vive enamorado de la verdad y la busca como el más preciado "tesoro escondido", aún a costa de sacrificarlo todo por ella. Buscador de la verdad donde quiera que esté. ¿En las cosas? ¿En los hechos históricos? ¿En los entramados lógicos o matemáticos? ¿En la Revelación? En todas esas áreas cabe que esté la verdad y nadie tiene a excluir de ninguna de ellas su presencia.

    Nadie puede arrogarse el título de intelectual sin una entrega amorosa a ella. "La verdad sólo se da a los que se hacen sus esclavos". Pero darse a ella es sacrificar muchos intereses muchas esclavitudes alos intereses de otros o a las propias pasiones e incluso a muchas legítimas satisfacciones. La compensación de la verdad no tiene comparación posible con ninguna otra satisfacción.

    Por otra parte el intelectual no es un solitario ni en la búsqueda de la verdad ni en el goce de la misma. Es también un dador, un heraldo de la verdad. Goza de ella pero no la limita porque es un bien absoluto y todos pueden gozar simultáneamente de ella sin agotarla ni disminuirla. Más aún, la verdad se acrecienta en el intelectual en la medida que la da, porque, al darla, se radicaliza en él, se hace más profunda en él su presencia. Es el único caso en el que el dador se enriquece dando. Si es que da realmente la verdad, y no así mismo, su vanidad, su hojarasca, en vez de la verdad clara y con su propia luz, que es el más bello de todos los ropajes.

    Estoy hablando concretamente del intelectual católico, que no prescinde en modo alguno de ninguna de las categorías del intelectual puro, sino que le añade algunas connotaciones extremadamente importantes.

    Ante todo el intelectual católico es un enamorado, un buscador de la verdad. Pero no sólo de la verdad que late en las entrañas de las cosas, de los hechos históricos o de las construcciones lógico-matemáticas, sino también de la verdad revelada, de la palabra manifestada directamente de Dios a los hombres a través de Cristo que es la Palabra. Cuando alguien sabe lo que dice y dice lo que sabe nos revela una verdad, lo justo, lo moral, incluso lo científico es aceptar su testimonio. Si en un momento Cristo se manifiesta y demuestra que es la Palabra, el Hijo de Dios vivo, lo moral, lo científico, lo que nos da certeza justificada de una verdad es aceptar su testimonio. Se trata de aquella ciencia matutina, que en nada disminuye ni contradice la ciencia vespertina que nos lleva a la verdad a través de las pequeñas verdades de las ciencias.

    Esta apertura a la fé devela al hombre mundos de realidad y esperanza a los que la Ciencia o las ciencias ni siquiera se asoman.

    Otra nora importante que señalar en el intelectual católico es la unidad y coherencia tanto en las distintas áreas del ser como en el orden de las ciencias que las estudian. Todo el orden del ser como el orden del saber en cuentran su perfecta y última justificación en Dios, principio y fin, alfa y omega de todas las cosas.

    Y, ¿Qué verdades son estas que la Revelación nos ofrece y a las que la ciencia no alcanza?

    La respuesta más inmediata sería: aquellas que se contienen en el Símbolo de la Fé y que nos muestran la perspectiva católica de aquellos tres grandes órdenes de la realidad: el Tú trascendente, el Yo inmanente y el Ello de las cosas o de la Creación.

    Por exigencias de claridad voy a estudiarlas en orden inverso.

    La primera es aquella tan elemental y sencilla del Génesis: "Deus creavit coelum et terram". El Universo es la obra de Dios. No es obra del azar porque, entre otras cosas, el azar no existe. Ni es obra de la necesidad porque el primer atributo de Dios es su trascendencia y, en consecuencia, su libertad. El panteísmo idealista no tiene sentido alguno para él.

    Esta obra creadora de Dios ¿es obra de un instante, de muchos siglos, está todavía realizándose en el Universo a través de la evolución? Poco importa. hay algún texto de Santo Tomás muy próximo a las conclusiones de Darwin.

    Lo que importa es que el ser del hombre ha supuesto y ha exigido una acción especial en la obra creadora de Dios. Que, por muchas complejizaciones que se quieren suponer a la materia en su evolución, nunca llegará a producir algo tan absolutamente heterogéneo como es el espíritu. La Fé nos lo dice: Después de crear el Universo dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. En el mundo de las cosas, el ello cósmico, dejó Dios su huella, cifras que develan su presencia, verdaderas teofanías existentes que develan otra Existencia que ontológicamente las justifica y existencialmente las mantiene en el ser. En el hombre, en cambio, dejó su imagen en su modo de ser espiritual, pensante, libre y, como tal, puso en sus manos el dominio de todas las cosas.

    La segunda gran realidad es el hombre. Como acabamos de decir imagen de Dios, obra especial de su creación, rey del Universo. El salmo 8, versículo 6, refieriéndose a la creación del hombre se dirige a Dios diciendo: Minuisti cum paulo minus ab angelis.

    Sin embargo, la conciencia de este yo no es tan optimista. la conciencia es la capacidad de autorreflexión, de ponerse a sí mismo como objeto de su propio conocimiento. Y esa profundización en el propio ser lo primero que revela al hombre es su no ser en sí , su exigencia de otro para ser; su absoluta contingencia. A esto se ha dado el nombre de sentido de dependencia, sentido de criatura... No importan los nombres. La primera experiencia profunda del YO es su respectividad a otro, a un TÚ responsable y mantenedor de la existencia contingente del YO. A la base de la conciencia humana hay un acto de humildad y de reconocimiento al que puede oponerse el pecado más radical, el querer ser como dioses y la rebelión contra Dios: non serviam. El orgullo, raíz de todas las desviaciones del espíritu.

    La segunda experiencia es de carácter moral. El autoanálisis más elemental nos devela al ser humano sumergido en la situación antinómica que Pablo de Tarso expresaba enb aquellas palabras: Hago lo que no quiero y lo que quiero no lo hago. El poeta latino se expresaba de igual modo con estos versos: Video bona provoque pejora sequor.

    La conciencia del mal está ínsita en la más elemental reflexión humana y la prueba es que, en todos los tiempos, los sacrificios, las obras literarias de todas las religiones la han puesto de manifiesto. Si algún concepto es común a todas las religiones es el de "salvación" o de liberación de mal y la culpa.
    Este YO aparece así en el pensamiento del intelectual católico como un ser abierto a la trascendencia, de la que depende, y a la esperanza de un libertador que redima.

    La tercera realidad --primera en jerarquía--, es la realidad de Dios. Aparece como una realidad trascendente. Si es la causa y la justificación del mundo de lo contingente, ha de estar fuera de él. Aparece como una realidad santa, sin tierra, sin el barro de todo lo que es humano y mundano. Causa de las leyes que rigen el cosmos y autor de la ley moral que late en toda conciencia humana. De ahí que la prevaricación no sea sólo culpa o atentado contra la propia razón, sino también pecado como ofensa al autor de la ley. Finalmente, aparece como una realidad personal, plenitud de conciencia de sí, de su hacer en la creación y conservación del mundo. Por todas partes aparece la racionalidad, la libertad radical basada en su trascendencia y su mirada como providencia en la marcha de todas las personas y cosas a sus fines.

    Y aquí radica la esencia misma de la religión. En un encuentro inefable entre un Dios --realidad trascendente, infinita, santa y personal--, con un ser contingente y necesitado en lo profundo del alma Eso es la religión: la voz que brota de la experiencia de lo divino en la sustancia misma del alma. Es la experiencia de un Dios que se da --la Fé, La Revelación, la Redención, son todo dones de Dios--, y la respuesta del hombre que apenas encuentra palabras para expresarse, porque la verdad está más allá de todo lenguaje oral o escrito.

    Este don de Dios en el encuentro es amor, llamada al diálogo, revelación, oferta de salvación. Todo esto crsitaliza en un misterio: el misterio de Cristo. En toda religión, hemos dicho, palpita el tema de la salvación. Pero, mientras en las otras, son hombres escogidos, enviados, profetas, en el cristianismo es el Verbo, la Palabra, el Hijo de Dios el que se da como redención y reconciliación.

    Lo último que puede ocurrírsele aun pensador es despojar a Cristo de su carácter divino, de Hijo de Dios y Libertado de la servidumbre del pecado, para convertirlo en un líder político, en un ejemplar de guerrillero o revolucionario. La causa de su presencia es la liberación del pecado --qui propter nos homines et propter nostram salutem... Ciertamente cristo es el paradigma del Cristiano porque es la imagen del padre. Pero su camino es el de la humildad. El es el protector de los pobres y marginados, no de los proletarios, los que están enrolados bajo banderas o ideologías políticas contra otros --ricos y pobres--, enrolados en otras ideologías o banderas. Precisamente porque es el Redentor y busca la salvación de todos, no quiere estar enfrentado con ninguno. Sólo está enfrentado con los vicios y los pecados de unos y otros, capitalistas y proletarios. Los pobres, como pobres y los marginados como marginados sí son el objeto de sus preferencias.

    Preciso sería señalar, para terminar este cuadro, que, entre esas ideas que son el equipaje del intelectual católico, está la Fé en el Espíritu Santo cuya misión es iluminar con sus dones --entendimiento, ciencia y sabiduría--, y la de hacer eficaz en cada uno de los hombres aquellos méritos que Cristo adquirió para todos. Es evidente que si para todo cristiano es vital esa presencia del Espíritu Santo lo es mucho más para el intelectual católico que tanto precisa de su luz para comprender las verdades entrañables de las cosas y los misterios profundos de sus últimas causas. Sin un ámbito de luz superior al pensamiento natural es inconcebible imaginar siquiera la obra de Cristo.
    ------------------------------------------------------------------------

    Fin de la segunda entrega de la transcripción, queda más.

  3. #3
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    Re: La misión del intelectual católico en el mundo actual

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    LA MISIÓN DEL INTELECTUAL CATÓLICO EN EL MUNDO ACTUAL. (3)


    "Equipado con todo este acervo de verdades que la fé le presta respecto del mundo, del hombre y de Dios, ¿cuál debe ser la actitud del intelectual católico?
    Responderé, primero, cuales no deben ser. Después analizaré las posibles actitudes positivas.

    La primera actitud que no debe tomar es la despreocupación. La fé, hemos dicho, además de acervo de ideas y de adhesión confiada es compromiso. La dialéctica de la fé exige a todo cristiano --más al intelectual, depositario de mayores dones o denarios--, el esfuerzo por hacer a muchos objeto de los dones que él ha recibido. La parábola de los denarios es suficientemente significativa. Jornaleros de Dios, cada uno debe cumplir su misión en el tiempo y el lugar que la Providencia le ofrece.

    Esta despreocupación que, a veces, es síntoma de debilidad en la fé es, en otras, cansancio. El cansancio de los buenos de que habló Pio XII. Otras veces es retraimiento ante la hostilidad del medio. Pero nada de esto es razón para "pasar" de nuestra tarea. Ser cristiano no es nada fácil. Lo dijo el Señor: "Mirad que os envío como ovejas entre lobos".

    Tampoco es posible la huida. No sólo la hostilidad; a veces, también la corrupción del medio produce en el cristiano la tentación de la huida. Pero tampoco es ésta la actitud adecuada. Se nos manda a trabajar a la viña, a predicar a todas las gentes, a enseñar a otros lo que gratis se nos ha dado. No se quiere que se nos saque del mundo, sino que se nos libre del mal. Aun aquél o aquellos que, por buscar más a Dios, se alejan del mundo, no serían justos si se olvidaran de que los que lo son lo tienen de sus hermanos del mundo y que su soledad se justifica por la unión con ellos a través de la oración a Dios.

    Otra posible actitud es el desdoblamiento. Una actitud mundana para vivir en el mundo y una actitud religiosa para vivir con Dios. La vida y las convicciones religiosas quedan encerradas en el ámbito de lo privado. La vida social y política se rige por sus normas que no siempre coinciden, ni mucho menos, con la conciencia religiosa. Esta actitud hipócrita es frecuente en nuestros días. Hombres de fé, a lo menos aparente, optando con su voto o sus gestiones sociales o políticas, por posiciones absolutamente contrarias a lo que esa fé nos exige. Es un desdoblamiento de personalidad que sólo recibe un nombre: hipocresía, para con los unos o, para con los otros. La expresión evangélica es definitiva: "No podéis servir a dos señores."

    Cabe otra actitud: la mundanización. Frente a la violencia que opone el medio lo más fácil es identificarse con él. Con ello se acaba la guerra. Pero ¿dónde queda entonces la misión del cristiano? Se le envía al mundo para que lo evangelice, no para que sea mundanizado por él. Se le envía como fermento de cambio --levadura--, como sal de la tierra. En el Imperio Romano se señalaba la diferencia que había entre los cristianos y los que no lo eran: "Viven una vida austera, no ofrecen sacrificio a nuestros ídolos, ni participan en nuestras bacanales, se llaman a sí mismos hijos de Dios..." ¿Sería tan fácil hoy distinguir a los cristianos de los que no son? ¿No estamos en un proceso de mundanización de los evangelizados? Concluyamos que tampoco es esta la actitud exigida al intelectual católico.

    Queda, finalmente, la que estimo la única actitud posible: la encarnación. Estar en el mundo sin ser del mundo pero actuando evangélicamente sobre el mundo como fermento de transformación para la fé, para la esperanza, para la justicia, para la paz. El Señor nos lo ha enseñado en todas las parábolas del "Reino de Dios" y, muy particularmente, en la de la levadura y la del grano de mostaza.

    Muy importante sería analizar ahora cómo, concretamente el intelectual católico realiza esta tarea de encarnación en una sociedad de las características de la nuestra.

    No será necesario insistir en que el intelectual católico, hombre de ciencia y hombre de fé, debe vivir esta fé y la consiguiente vida religiosa como un adulto. Profundizando las verdades a las que he aludido más arriba como una vivencia, como una experiencia continua del encuentro con Dios. Esa profunda vivencia de lo trascendente le llevará a comprender mejor su área científica y a valorar en su justa medida sus conocimientos.

    Por otra parte señalaba yo como la primera de estas características la confusión de ideas y la tergiversación de todos los valores. La tarea por excelencia del intelectual que de veras lo es y mucho más del intelectual católico es buscar y enseñar la verdad a Apóstoles de la verdad, a ellos van dirigidas las palabras evangélicas: "Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo."

    No se les permite olvidarse o prescindir. La luz no se enciende --los dones no se dan--, para ocultarla bajo un celemín, sino para que ilumine alrededor. Menos aún permite corromper la Doctrina: Si la sal se corrompe, ¿con qué se salará? He ahí la gran tarea del intelectual católico: expandir la verdad. La verdad de las cosas --las ciencias-- como lenguaje o cifras en las que Dios se desvela y que, sin Él, no tiene sentido. La verdad revelada de Dios como lenguaje de Dios al hombre que sólo en comunión con Dios es inteligible.

    Siento la necesidad de recordar una distinción sencilla pero frecuentemente olvidada. No es lo mismo lenguaje religioso que lenguaje teológico. El lenguaje religioso es el que nos sirve para hablar con Dios y desde Dios, desde la experiencia de lo santo. El lenguaje teológico es el que nos sirve, simplemente, para hablar de Dios. A veces, desde fuera de Él y con categoría y fórmulas no humanas sino mundanas. De ahí que tantas veces la Teología o los teólogos se disparen y hablen un lenguaje teológico vacío de religión y, por consiguiente, carente de sentido.

    El intelectual católico habla de Dios, del hombre o del mundo o, lo que es igual, de la teología siempre dentro de la perspectiva o del marco de la trascendencia. Trascendencia que jamás es ni podrá ser un límite, sino un faro que le indica hacia donde está la verdad. El orden del macro y del microcosmos como huella de la Verdad, la presencia de la ley moral y su necesidad en el hombre y en la sociedad, el sentido de la vida, lo que el hombre puede y debe esperar... He ahí temas a los que el intelectual debe dar vida y calor en la conciencia de la sociedad en la que vive. Lejos de ser el pedante al uso, ocultando su vacuidad en palabras crípticas o logogrifos, el intelectual católico se sentirá servidor de la Verdad "que sólo se da a los que se hacen sus esclavos", en palabras de Sertillanges. Ella no necesita adornos porque ningún ropaje es comparable a su brillo. La escritura, la palabra hablada, el arte, la televisión, el cine, la radio, el teatro... Todos son canales de comunicación abiertos al intelectual católico para difundir el don de la fé y las conquistas de la ciencia porque no cabe duda de que su prestigio de científico será para muchos criterio de valoración de su fé.

    Las injusticias sociales. Otra de las lacras de nuestra sociedad es la de las injusticias sociales. La fraternidad humana que proclama la fé tiene poco que ver con la que proclaman los hechos.

    El desarrollo de las técnicas de producción en algunos países. Los fenómenos demográficos, la falta de cultura en grandes sectores de la humanidad, la desenfrenada ansiedad de tener y poder en los individuos y en los pueblos han conducido al casi infinito poder y bienestar de algunos frente a la insignificancia y miseria de los otros. Casi dos tercios de la población del globo viven infraalimentados y casi el mismo número viven bajo el terror de las decisiones políticas de los ahitos de poder. En estas circunstancias, afirmar la igualdad y la libertad de todos los hombres parece sarcástico.
    Ante este hecho el intelectual católico no puede permanecer indiferente, porque la búsqueda de unos niveles mínimos de bienestar es condición indispensable para que el hombre busque los valores del espíritu y su verdadera felicidad. La pobreza libera de trabas, pero la miseria las crea insuperables para la búsqueda de la felicidad. Porque la paz y la justicia son componentes necesarios del Reino de Dios. Porque la fraternidad exige la libertad de la convivencia y la igualdad en la participación en los bienes. El intelectual ha de ser, debe ser, un apóstol de la justicia y de la paz.

    Muchas son las ideas de fuerza que el intelectual católico puede aportar a esta tarea de instaurar la paz y la justicia. Una de ellas la proclamación de una Ley moral que afecta a todos los hombres por el hecho de serlo y que establece derechos y deberes, por encima de los intereses particulares y de los que da el hecho de ser ciudadano de un determinado país. Derecho a la vida, a la libertad, a los medios de subsistencia, a viajar por cualquier país mientras su conducta no sea reprochable. A todo eso, en fín, que hoy se llaman derechos humanos, derechos fundamentales, derechos inalienables, etc.; pero que, en realidad, son las leyes divinas impresas en la naturaleza humana. Por eso estas leyes, estos derechos humanos están por encima de los acuerdos, pactos y convencionalismos de los ciudadanos y de los pueblos. Más aún, fundamentan y son criterio de valor de todos esos pactos y convenciones. Su no observanacia priva de valor a toda ley positiva y justifica la desobediencia, activa o pasiva, de los ciudadanos, de acuerdo con las palabras de los Apóstoles: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres"

    Otro punto clave es la opción por los pobres; pero sin olvidar que la oferta de salvación es para todos. Como hemos dicho, no es lo mismo pobre que proletario, proletarios hay hoy que tienen más y viven mejor que muchos de los llamados capitalistas. Por otra parte proletario es, recordamos, el que se siente inmerso dentro de una clase social y adscrito a una ideología que le pone como objetivo la destrucción de otra clase social y la conquista de un mundo material, nunca satisfecho, prescindiendo de toda trascendencia. Este mundo del proletariado es, pues, un mundo politizado. Tan politizado que ha intentado despojar a Cristo de toda divinidad y de su carácter de libertador del pecado y de la muerte para convertirlo en un ejemplo vivo de proletario luchador y líder de las clases anticapitalistas.. nada de esto significa optar por los pobres, los desposeídos, los marginados. El intelectual católico sabe que Dios llama a todos; que Dios quiere que todos los hombres se salven. Y porque, para lograr esa búsqueda de la salvación, hace falta un minimun de bienestar pide, en nombre de Dios, al rico que dé a su hermano y al pobre que se esfuerce por prestar diligentemente su trabajo. No condena a nadie. Pide a todos el cumplimiento de su deber y se da, con preferencia, al pobre y reclama de los poderes públicos la ayuda porque el pobre está siempre más indefenso. Es, de nuevo, el tema de la justicia. Y, a este propósito, nos recuerda el Papa Juan Pablo II: "El cristianismo reconoce la noble y justa tarea de la justicia a tdos los niveles, pero invita a promoverla mediante la comprensión, el diálogo, el trabajo eficaz y generoso, la convivencia, excluyendo solucionar por caminos de odio y de muerte". ( Mensaje del Papa a los Obispos de Perú. 16 de julio de 1986).

    Así pues, contra el abuso de poder, reclama el poder de Dios sobre la tiranía de los individuos y de los pueblos y la justicia inmanente que, tarde o temprano, tomará venganza. Contra el exceso de bienes a costa de los pobres o los desamparados proclama el derecho a la igualdad y a la fraternidad de todos los hombres y el derecho radical de todos los hombres a los productos de la tierra, estén donde estén. Los problemas Este-Oeste y Norte-Sur tienen mucho que ver con estos principios y el hecho de honrar, recientemente, al P. Francisco de Vitoria en las "Cortes del Mundo" (ONU) no deja de ser un anuncio de nuevos pasos en este sentido. Es la proclamación de que, además de ser ciudadanos de un pueblo, somos ciudadanos del mundo. es lo que constituye la esencia del "Derecho de Gentes".
    -------------------------------------------------------------------------

    Fin de la tercera y penúltima parte. Para entender ciertas referencias hay que recordar que el autor escribió el artículo en 1987.

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