PENTECOSTÉS... ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO, HOY COMO AYER



DE LA CONSTANTE ASISTENCIA DEL ESPÍRITU SANTO PARÁCLITO EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA MILITANTE

Preparamos la Festividad de Pentecostés. Es por ello que queremos incrementar nuestra adoración al Espíritu Santo Paráclito, Tercera Persona de la Santísima Trinidad.

Dedicaremos en estos días una serie de textos para atisbar la acción del Espíritu Santo en la Historia de la Cristiandad. De esta forma vamos a comprender que el Espíritu Santo Paráclito nos acompaña, reconfortándonos, consolándonos y guiándonos por las más tormentosas vicisitudes de la Historia.


Queremos que el lector barrunte, como nosotros, las profundas maravillas de Dios y sus misericordias para con la Iglesia Militante, la que no se doblega ni claudica a los chantajes y amenazas de la Revolución satánica e igualitarista.

Nuestra primera aproximación versará sobre una de las tradiciones francesas que, por avatares de la historia y Providencia del Altísimo, vino a ser española en el siglo XIX. Vamos a dar noticia de una de las Órdenes de Caballería francesas menos conocida: la Orden del Espíritu Santo.

LA SANTA AMPOLLA Y LA ORDEN DEL ESPÍRITU SANTO




En el grabado se puede ver el momento en que, al ser bautizado Clodoveo por San Remigio, el Espíritu Santo bajo forma de paloma desciende con la Santa Ampolla del óleo celestial.






El 7 de octubre del año 1793 el ciudadano Rohl cumplía una siniestra comisión. Había sido delegado por la Convención con el objeto de apoderarse de una reliquia que se hallaba en Reimas. A tal propósito se desplazó hasta allí y, una vez en sus manos, el ciudadano Rohl procedió a destruir públicamente la Santa Ampolla. En efecto, el esbirro revolucionario Rohl llevó a cabo su maligna misión en las gradas del monumento a Luis XV de Francia en Reims. Aquel agente revolucionario cometió el sacrilegio que le habían encomendado sus superiores y, blandiendo con saña un martillo, hizo añicos la Santa Ampolla. Aquel acto execrable era efectuado en una ciudad emblemática para la historia cristiana de Francia y, por ende, significativa para la monarquía francesa. Por eso, por su abolengo monárquico y cristiano, Reims sería castigada durante los tiempos modernos, siendo marginada por los revolucionarios que, pese a su importancia histórica y comercial, no le condecieron a esta ciudad el ser sede de la prefectura departamental.


La ciudad de Reims era la ciudad en que había sido bautizado Clodoveo, en la Navidad del año 496. Clodoveo recibió las aguas del bautismo de manos del Obispo San Remigio. Aquella Santa Ampolla que destruyó aquel día de octubre ese infame Rohl era una reliquia antiquísima, vinculada a la cristianísima monarquía de Francia, pero, por si fuese poco, también era una reliquia cuya aparición venía envuelta en el prestigio del milagro.

Y es que no podemos soslayar que, según la tradición veneranda, aquella santa ampolla llegó a manos de San Remigio cuando éste se hallaba oficiando el bautizo de Clodoveo. Ante la multitudinaria ceremonia bautismal de Clodoveo Dios quiso manifestarse asombrando a todos los concurrentes y así fue como una paloma descendió del cielo, portando la Santa Ampolla en su pico, ampolla que contenía el óleo sagrado para ungir al Rey Clodoveo. Aquella paloma fue identificada por los testigos con el Espíritu Santo que, bajo signo sensible, se manifestaba en Reims como otrora lo hiciera en el Jordán cuando Jesús fue bautizado por San Juan Bautista. Para que no quedara duda alguna del origen celestial de aquella santa ampolla de bálsamo diremos también que aquel óleo primitivo bajado del cielo -no lo olvidemos, el año 496- no padeció mengua en el largo transcurrir de los siglos, pese a ser empleado en cada una de las unciones de los legítimos Reyes de Francia.



Cuenta Georges Duby que allá por el año 1100, "los mejores maestros estaban en la ciudad en la que el óleo de la santa ampolla, que empezaba a tener fama de milagroso, consagraba a los reyes: en Reims, en el monasterio de Fleury-sur-Loire, cerca de Orleáns, donde se conservaban las reliquias de san Benito, donde se escribió el panegírico de Roberto el Piadoso y donde Felipe I se haría sepultar..." ("La época de las catedrales. Arte y sociedad, 980-1420".)



Retrato de Enrique III de Francia, fundador de la Orden del Espíritu Santo.


En 1578 Su Cristianísima Majestad Enrique III de Francia funda la Orden de Caballería del Espíritu Santo. Como distintivo de la flamante Orden Militar se adopta una Cruz de Malta, cantoneada con flores de lis y con una representación del Espíritu Santo bajo forma de paloma en su centro. La elección de esta insignia no era arbitraria, se hacía, como no podía ser menos, en virtud de la tradición que apuntaba a la aparición milagrosa del Espíritu Santo en la ceremonia bautismal de Clodoveo que hemos contado más arriba. La Cruz de la Orden del Espíritu Santo colgaba del cuello de los caballeros pertenecientes a dicha Orden de Caballería como medalla sobre el hábito de la Orden (atavío consistente en un manto de terciopelo negro). El Rey de Francia nombraba hasta un máximo de cien caballeros que, para pertenecer a esta Orden, tenían que demostrar tanto su prosapia noble como su credo católico por tres generaciones como mínimo. Por sus vínculos familiares con la Casa Real de Francia, algunos miembros de la Casa Real de España pertenecieron a esta Orden del Espíritu Santo, y también podemos constatar la similitud de la insignia de la Cruz de la Real Orden de Carlos III -más secularizada, eso sí- con la de la Cruz de la Orden del Espíritu Santo.

En la imagen superior: Medalla de la Orden del Espíritu Santo.

Desde Enrique III, los Reyes legítimos de Francia se sucedieron en el Maestrazgo Soberano de la Orden del Espíritu Santo hasta el malhadado Luis XVI. Tras la Restauración, fue Carlos X el legítimo Maestre de la Orden del Espíritu Santo. Pero Carlos X fue destronado y el legítimo sucesor y pretendiente nunca reinó, aunque sí mantuvo el Maestrazgo de la Orden.

En la foto: Enrique de Borbón, pretendiente legítimo al Trono de Francia y Conde de Chambord

Este Maestre fue, tras la defunción de Carlos X, su nieto Enrique de Borbón, titulado Conde de Chambord, a quien asistían todos los derechos para ser coronado Rey de Francia. No pudo subir al Trono, pero el Conde de Chambord fue legítimo Maestre de la Orden del Espíritu Santo.


Retrato de Carlos VII, legítimo Rey de España y legítimo Maestre Soberano de la Orden del Espíritu Santo.

El Conde de Chambord murió sin descendencia. Y por eso mismo, la sucesión en el Soberano Maestrazgo de la Orden del Espíritu Santo recayó en la línea legítima de los Reyes de España. O sea, el Maestrazgo de la Orden del Espíritu Santo correspondió por legitimidad a la línea carlista española. Así es como S. M. Carlos VII asumió el Maestrazo Soberano de la Orden del Espíritu Santo y como tal actuó. Por esa razón Carlos VII pudo otorgar el collar de la Orden del Espíritu Santo al marqués de Cerralbo, fiel servidor de Su Majestad y de la Causa de la Santa Tradición. Desde entonces la línea legítima de los Reyes de España -los carlistas, se entiende- es la digna heredera del Maestrazgo de la Orden del Espíritu Santo; lo que significa que la francesa Orden del Espíritu Santo, por lo tanto, tuvo que refugiarse en la Casa Real Legítima de España.



PARA FINALIZAR...
Nos imaginamos al ciudadano Rohl, sudoroso y satisfecho, tras cometer su diabólica misión. Con el martillo en la mano, el enviado de la Convención contemplaría los restos de la Santa Ampolla: no quedaba ni una gota de óleo santo... Todo había sido derramado sacrílegamente al romper la ampolla a golpe de martillo. Pero el ciudadano Rohl, en su celo sacrílego y en su furor satánico, ignoraba que aunque había dado cumplimiento a los malignos deseos de sus conmilitones jacobinos, parte del celestial y santo óleo había quedado a salvo. El clero que custodiaba aquella sagrada reliquia había sido avisado con antelación y, antes de que el ciudadano Rohl llegara a apoderarse de la Santa Ampolla, los clérigos pudieron salvar secretamente una porción del santo óleo, para conservarlo a escondidas, con la esperanza de volver a emplearlo en las futuras unciones de los monarcas franceses, cuando las turbulencias revolucionarias fuesen aplacadas.

El Espíritu Santo Paráclito se mostró como firme consolador de los buenos, y los malos -nuevamente- fueron burlados y vencidos, como siempre serán burlados y vencidos por quien, siendo Un solo Dios es Trino en sus Personas: Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal... Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo que reina por los siglos de los siglos.

Amén.


Maestro Gelimer

LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS