Nuestros enemigos son todos aquellos que lo son de Nuestro Señor Jesucristo, de Su Santa Madre Iglesia y de la Verdadera Fé. Pero nuestro peor enemigo está en nosotros mismos que no reaccionamos ya de una vez. Mientras no empecemos por interiorizarnos para librarnos de nuestras propias lacras, no podremos empezar a organizarnos para la próxima cruzada de liberación.