Saludos cordiales a todos:

Llevo algún tiempo interesado en el andalucismo, porque es una de las posturas más ridículas que puede sostener una persona con cierta formación, así que me propuse investigar sobre este, para ver qué fundamento pueden tener. Desde luego, no he encontrado ninguno, salvo el odio obrero hacia la burguesía mal enfocado.

A pesar de ser ridículo, hay quienes se jactan de ello. De hecho, el fundador –sí, fundador, que antes no existía más que un minúsculo regionalismo como el de Mario Méndez Bejarano[i]- del andalucismo era notario, profesión que se supone compañera de una gran cultura.


Y digo que es difícil sostener un andalucismo actual con cultura porque la Andalucía que hoy conocemos dista mucho de la primitiva. Hasta la constitución del Estado de las autonomías, es decir, hasta 1978, nunca había formado unidad política o administrativa de ningún tipo; es más, durante bastante tiempo el término se utilizó para designar el territorio compuesto por los reinos del valle del Guadalquivir (Jaén, Córdoba y Sevilla), mientras que la zona oriental y mediterránea era conocida, como Reino de Granada. No obstante, a lo largo de la Edad Moderna, el nombre de Andalucía se fue extendiendo, con lentitud, al conjunto de los cuatro reinos, aunque sería en la segunda mitad del siglo XVIII cuando se comenzó a aplicar el término en textos administrativos a la totalidad de las tierras que conforman la Andalucía actual, lo que se generalizaría en la época contemporánea.



Por supuesto, no fueron, ni con mucho, los habitantes de los antiguos reinos del sur los que empezaron con la cabezonería distanciadora. Fueron los extranjeros los que trajeron el andalucismo al sur de Castilla y a Granada. Entre estos extranjeros destacó la reina de dinastía extranjera Isabel II, cuyo recuerdo guardo con especial desprecio. Esta “señora” estaba casada con Francisco de Asís, de quien se dice que es homosexual. No creo que nadie censure esto, porque hoy en día ser homosexual es un honor, por lo menos para la progresía. El caso es que la reina Isabel, dado que su marido no cumplía con los deberes matrimoniales, tenía que buscar consuelo en juergas y fiestas. Así que se iba a tablaos flamencos, regentados por gitanos. Para el resto de la narración, citaré a Martín Castellano: “Al parecer la señora se divertía de lo lindo y si ella como Reina lo hacía pues, claro, se convertía en lo más “chic”, con lo cual se puso de moda entre las clases altas el acudir a establecimientos de este tipo, lo que exportó una imagen del Sur que para nada tiene que ver con la realidad. En cuanto al llamado sombrero cordobés no es para nada una prenda popular, es una prenda del caciquismo señoritil, eran los señoritos caciques y terratenientes quienes la usaban cuando recorrían a caballo sus propiedades y visitaban a sus siervos. Era una nota de distinción de las clases explotadoras. A estos señoritos les dio por ir a los tablaos y al verse con tantos sombreros de ese tipo en esos lugares, y con el tipo de cante, se asoció esa imagen con la llamada Andalucía. Sólo hay que darse una vuelta por el festival de música popular de las alpujarras para ver que el verdadero sentir popular nada tiene que ver con ese falso estereotipo vendido por los borbones y las clases explotadoras. El baile regional o los bailes regionales son puramente castellanos incluso hasta si se quiere con ciertos aires celtas, en algunos bailes se usa el violín y la gaita.” No se puede, a mi parecer, resultar más claro y conciso respecto al nacimiento del andalucismo.



Otro origen que se le da, de hecho es el que más cita Pío Moa, son los catorce puntos de Wilson. Con ellos, los Aliados fomentaban el principio de las nacionalidades, a fin de desintegrar el amenazante Imperio Austrohúngaro. “La situación internacional, unida a la impresión de ruina del régimen liberal de la Restauración después de la crisis de verano de 1917, dio impulso a movimientos similares al vasco y al catalán en otras regiones”, dice Pío Moa.



Está claro que el andalucismo fue creado desde arriba, luego, no responde a una realidad, ni mucho menos a un sentir popular. Con todo, Blas Infante Pérez insistió en que su tierra había sido naciónen tres ocasiones: la protohistórica Tartessos, la Bética del imperio romano, y la Al-Andalus musulmana.



Tartessos no ocupaba, ni de lejos, todo el territorio que hoy llaman Andalucía. Por ejemplo, durante la colonización griega, hacia el 650 a. C., había otros pueblos hispánicos –importante esto- de origen íbero –esto también- como los oretanos, bastetanos y turdetanos. Luego, no era una unidad, como él pretendía y, por extensión, los andalucistas de hoy.



También con lo de la Bética se equivoca. En el 197 a.C., Roma dividió la hasta entonces provincia de Hispania –luego, era una unidad- en dos: Hispania Citerior e Hispania Ulterior. Más tarde, Agripa separó, para una mejor administración, dos provincias de la Ulterior: las de Baetica y la de Lusitania. La Baetica se denominó entonces Provincia Hipania Ulterior Baetica. Jamás fue nación así porque dependía del Imperio Romano y de la gran Hispania.



Ignora o desconoce, por supuesto, que Al-Andalus es el término que sirvió para denominar toda la Iberia musulmana. Según estas premisas andalucistas, Andalucía abarcaría hasta Teruel, y no veo a Teruel por la labor de integrarse en las provincias regentadas por la sevillana Junta de Andalucía.



Y en cuanto al pasado prehistórico de su pretendida “nación”, se olvidan de que los primeros pobladores eran celtíberos. Esto se apoya en diferentes hechos culturales, como el tan conocido Indalo, descubierto en la zona del levante almeriense.



Andalucía, etimológicamente hablando, proviene de la palabra germánica Vandalia, o sea tierra o reino de los vándalos. Este fue un pueblo que viniendo de la Germania llegó hasta el Norte de Africa y entonces los africanos llamaron Andalucía a la tierra de donde venían los vándalos, esto es lo que se conoce como Andalucía y por extensión el resto de España o de la península. La presunta Andalucía no constituye ni una unidad geográfica ni mucho menos una unidad histórica.



La llamada Andalucía no es sino, en definitiva, una parte de Castilla como ya apuntaba de hecho Enésimo Redondo: “(...) y por el sur no se detiene hasta el estrecho, ya que histórica y étnicamente -no se olvide- los andaluces son castellanos”. Y si quieren realmente crear una Andalucía al nivel de Cataluña o Navarra –como de hecho ha conseguido la Constitución anti-española de 1978-, que no se olviden de excluir de sus proyectos a las provincias del Reino de Granada, porque Granada no fue ni es andaluza. De aceptar las excusas que hacen existir a Andalucía al margen de España, Granada no se parece en nada a Sevilla, por lo que no encuentro ningún motivo para estar bajo el mismo administrador. Y si insisten en que Andalucía siempre estuvo ocupado por moros y que estos llegaron antes, por lo que debe ser independiente e, incluso, integrada en Marruecos[ii], en Granada fue el último sitio en el que estuvieron y jamás hubo un reino musulmán común al sur español. Así que Granada tendría más privilegios y sería independiente a la Andalucía pro-musulmana y de los chauvinismos locales.



Por lo tanto, veo dos salidas para la actual Andalucía: la primera, dividirse en Región de Granada, con las provincias del reino, y en Andalucía, el resto. La segunda, que es la que prefiero y veo más lógica, sería internarse completamente en Castilla –o bajo el nombre de Castilla del Sur- y dejar a libre elección crear la Región de Granada, en memoria de ser el último reino reconquistado.


[i] Esto en caso de entenderse el republicanismo federal español sureño del siglo XIX como verdadero andalucismo. Por supuesto, estos regionalistas no pretendían diferenciarse, sino simplemente crear la república federal. No era el andalucismo concebido como tal.


[ii] Esta majadería se la he escuchado a más de un renombrado andalucista. Esto no debe extrañar cuando la bandera proviene de reinos de taifas, usan la estrella árabe como emblema y manifiestan su desagrado con las rememoraciones de la Reconquista.