SÍMBOLOS Y LOGOTIPOS



JUAN MANUEL DE PRADA





Quemados y pisoteados los símbolos, los pueblos ansían la subversión y la llamada de la selva

EL azar ha querido que el mismo día en que Evo Morales le regalaba al Papa un tremebundo Cristo crucificado sobre el emblema comunista, los peperos presentaran ante los medios su nuevo logotipo birrioso. A algunos el crucifijo comunista de Evo Morales les ha parecido blasfemo; pero hay en él una grandeza simbólica tortuosa e intimidante, como de vómito teológico que pone el cielo bocabajo y el infierno bocarriba (y no hay más que ver los ojos de susto que pone el Papa al recibirlo). El logotipo pepero, por el contrario, semeja hasta en el color la gragea que se toman los rijosines patéticos a los que ya no se les levanta, o la pastillita de éxtasis que se traga la putilla de discoteca, para poder seguir bailando hasta el amanecer, como una Cenicienta inversa con el vientre yermo y más tragaderas que Linda Lovelace. Quiero decir que el crucifijo de Evo Morales acojona con su rugiente eco de iglesias quemadas y gritos de espanto; y el logotipo pepero da risa por su inanidad feble y mingafría.

Dotar al hombre de un acervo de símbolos que explicasen el sentido del mundo fue una de las mayores grandezas de la civilización cristiana. La destrucción de los símbolos, que durante siglos había sido el oscuro sueño de las más sórdidas sectas iconoclastas, comienza en el seno de la civilización cristiana con el protestantismo, que en esto al menos se comporta como un sucedáneo mahometano con ínfulas racionalistas. Y tras el protestantismo prosiguen la tarea iconoclasta las revoluciones, que dejaron a los pueblos europeos sin símbolos a los que aferrarse. De entre todas las fuerzas surgidas del proceso destructivo que se inicia con la Reforma sólo el comunismo rescata los símbolos, siquiera en versión paródica: frente al Cuerpo Místico de Cristo, la vida de hormiguero del koljós; frente a las reliquias de los santos, la momia de Lenin; frente a la Cruz del Calvario que abraza cielo y tierra, la hoz y el martillo que abrazan campo y fábrica. Y es que la filosofía materialista del comunismo entendió desde el primer momento que sin símbolos es imposible aunar voluntades.

Y mientras el comunismo dotaba a sus adeptos de símbolos tremebundos, conservadores y liberales se aposentaron en el chill out del escepticismo comodón y flojeras, o se pusieron a jugar en el parque infantil de Fukuyama, pensando grotescamente que había llegado la hora de pastorear pueblos entregados al disfrute de placeres fútiles y plebeyos, pueblos idiotizados por el bienestar que, a falta de símbolos, se conformarían con logotipos soplagaitas. ¡Cuitados! Nos advertía Foxá que un mundo sin símbolos acaba cayendo necesariamente en brazos del comunismo; pues quemados y pisoteados los símbolos, los pueblos ansían la subversión y la llamada de la selva. Con razón escribía Donoso que las escuelas socialistas, por lo que tienen de teología satánica, estaban llamadas a prevalecer sobre las liberales, que son antiteológicas y escépticas. Y sostenía también Donoso que las escuelas liberales, impotentes lo mismo para el bien (porque carecen de toda afirmación dogmática) que para el mal (porque les causa horror toda negación intrépida) sólo dominan en aquellos períodos transitorios en que la gente no sabe si irse con Barrabás o con Jesús; y por eso todo el afán de las escuelas liberales, tan ilusorio como pretender arar en el mar, es evitar que llegue el día de las negaciones radicales o de las afirmaciones valerosas.

Pero ese día está llegando. Está llegando el momento de elegir entre Barrabás y Jesús. Vuelve el comunismo con sus símbolos tremebundos; y los que nadan y guardan la ropa con logotipos con aire de aspirina modorra serán barridos del mapa.


Histórico Opinión - ABC.es - sábado 11 de julio de 2015