Dear Pepe:
He de reconocer que quince años atrás me hacías reír. En varias ocasiones -tú sin saberlo-, salí del teatro como si me hubiera fumado un buen porro: relajado y con el nervio cigomático hecho trizas.
Reírse es bueno y más cuando se vive en un país donde nada hace gracia y todo son penurias, eso si, muy democráticas: que si la deslocalización de empresas, que si el Estatut del 3%, que si el precio de la vivienda, que si Otegui nominado para premio Nóbel de la Paz, que si la línea de bajo coste, Cayuco S.A, cotizando en las próximas elecciones… En fin, para que saturarte cuando siempre has estado en la cresta de la pluma comunicativa. Perdón, quise decir de la ola.
Como te iba diciendo. Fueron pasando los años y volvimos a coincidir, pero esta vez, yo haciendo zapping. Tampoco te enteraste. He de reconocer, que ya por aquel entonces, el repertorio me pareció redundante, cuando no esperado. Claro está, y bien deberías saberlo, que el monotema de las tetas, los culos y los cipotes, dan, estirándolo mucho, para un par de temporadas, pero no para veinte. Una vez más, la sala estaba a rebosar. No es de extrañar, pues ejemplificaba el nivel cognitivo de esta puta España socialista, como así últimamente te gusta llamarla. Pase, que por aquello de la trasgresión por cambio de régimen, hicieras reír a toda una generación de pasotillas con los chistes de curas y monjas en tus años mozos. Pero a tu edad. Encarando el tramo final de una larga vida profesional, hay que procurar echar el resto cuando falla el ingenio. Que le vamos a hacer. Como en ocasiones decimos en Catalunya, "on no n'hi ha no en raja".
Tengo entendido que al igual que los futbolistas, la vida de los faranduleros tiene fecha de caducidad. Cuando se os pasa el arroz, o aprendéis a chupar banquillo, o se tira uno directo a la coca. Repasando estos días algunas biografías de actores y actrices que aparecen en la colección de Cine Clásico, del tebeo matutino El País, un número muy significativo de tus colegas, acabaron en el psiquiátrico, cirróticos perdidos, en la trena o con los sesos esparcidos en el salpicadero caoba de un deportivo desbocado.
Algunas personas que te conocen de primera mano, me han comentado que gozas de excelente salud. Me alegro. Tal vez, excesivamente enculado, pero como de costumbre. Sobre ese tema, nunca has dicho ni pío. Tú sabrás. Andabas eso si, algo angustiado con la letra pequeña del Estatut y los comisarios lingüísticos repasando entre bastidores tus monólogos en castellano.
Pero un xarnego de tu talante y talento, bufón de la progresía del Principado, no ha de temer tales razzias, porque la ley esta redactada para joder a tenderos y particulares desprovistos de tu caché. Es curioso que entre los numerosos sancionados, también encontremos gallegos, como tus padres.
Incluso leo en la prensa, que tras tu última actuación en Olot, un grupo de jóvenes y jóvenas del Sindicat d’Estudiants dels Països Catalans, mostró públicamente su apoyo. Has de saber, que estos mismos chavales bien subvencionados, son los que en instituto, y más tarde en la facultad, además de abonarse al botellón, se dedican a perseguir a profesores y alumnos que no hablan la lengua del microimperio. Menudo salto mortal el tuyo: y tú que durante décadas has estado viviendo del cuento, en el buen sentido de la palabra, y todavía no te he escuchado un chiste en catalán. Con un par.
Pero a lo que íbamos. Como de tonto no tienes ni un pelo, has promocionado tu obra, Lorca éramos todos, liándola bien gorda meses antes, con aquello de la explosión gónadal hispánica y asimétrica. Por lo visto, no te bastaba con lucir una camiseta como hace el bueno de Santiago Segura cada vez que presenta una nueva entrega de Torrente. Y sin encomendarte ni a Dios ni al diablo, te apuntas a la nueva tendencia del "ambient marketing", para ahorrarte un pastón en publicidad estática y elevarte así, a la categoría de Salman Rushdie de provincias.
Pocos españoles han advertido, sin embargo, que por una vez tus palabras escondían una verdad como un templo: de tanta bomba lapa, cuarenta millones de españoles nos hemos quedado sin cojones. Es decir, como los eunucos de la Ciudad Prohibida.
De otra manera, no se puede llegar a entender, como a día de hoy, tienes todavía los tuyos en su sitio.
Sin más, recibe un fuerte abrazo.
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