Aminata Traeré no es un nombre muy conocido. Pero, sin embargo, la antigua titular de Cultura de Malí ha puesto sobre la mesa un problema que amenaza seriamente la identidad de los Estados.
Con la OPA de E.ON sobre Endesa se han puesto de nuevo en marcha todos los argumentos usuales del liberal-capitalismo, sobre la base del tópico propalado por JFK de que "cuando la marea sube todos los barcos flotan". El problema es que algunos flotan más que otros y la marea actual se está llevando a muchos por delante. El caso es que nuestra pertenencia a la UE hace que, en buena lid, no se pueda poner coto a la adquisición de empresas nacionales por otras de la UE. Esta adquisición no es, de por sí, tan grave como pueda parecer; lo realmente siniestro es la filosofía económica que está detrás y que se encuentra en la misma línea que, por ejemplo, la renuncia de nuestro Gobierno a la denominada "acción de oro", una reserva de ciertos derechos realizada por el Estado para poder controlar algunas decisiones en sociedades privatizadas. En general, el éxito de la mencionada OPA está dentro del marco general de las "economías abiertas", propugnadas por los partidos socialistas y liberales, de izquierdas y de derechas, en todo el mundo.
En relación con este tema, Michael Mandel y Richard S. Dunham son los autores de un artículo trascendental, aparecido hace unos meses en BusinessWeek (20.11.2006), y que traemos ahora a nuestros lectores. Su título es "¿Puede alguien gobernar esta economía?" Mandel y Dunham describen un panorama escalofriante: los Estados nación, incluso los que son teóricamente más potentes como los EEUU, se ven completamente incapaces de afectar el curso normal de la economía que decide sobre las vidas de sus propios ciudadanos. El poder ha ido a parar a manos de empresas multinacionales que, junto a masas enormes de capital internacional, se mueven a través de las fronteras de manera imparable. Según nuestros liberales, que creen en el mercado como quién cree en Dios –en términos bíblicos son los adoradores más paradigmáticos del becerro de oro desde los tiempos de Moisés- este modelo económico es altamente beneficioso, como reiteran todos los neogurús nacionales, desde Solbes hasta la COPE.
En cambio, Mandel y Dunham, refiriéndose a los EEUU, aseguran que "en el mundo feliz de la economía global", ni las enormes reducciones fiscales del presidente Bush, ni la bajada de los tipos de interés, ni siquiera la inversión en investigación y desarrollo –un mantra repetido ad nauseam por la nomenclatura liberal- pueden compensar la progresiva disminución de los salarios que supone la deslocalización de capitales a China e India. En palabras de Robert S. Shapiro, ex asesor económico del presidente Clinton y hoy consejero de una consultora económica de Washington "las políticas tradicionales macro ya no son tan efectivas como solían" y añade: "Ya no sabemos cómo asegurar la creación de puestos de trabajo y el aumento de los salarios".
La situación es tan trágica que incluso aparecen liberales sensatos como Jeff Faux, del así mismo liberal Instituto de Política Económica, que nos dice que "la era en que dábamos por supuesto que el aumento en la inversión en I+D generaba automáticamente un crecimiento en la economía doméstica se ha acabado". Mandel y Dunham ponen un buen ejemplo: "A pesar del desembolso norteamericano de 125000 millones de dólares para investigación médica durante los últimos 5 años, los EEUU mantienen un déficit comercial enorme y creciente en bienes médicos y biotecnológicos avanzados".
Ya ni siquiera el ahorro sirve para asegurar el crecimiento económico doméstico. Según James S. Poterba, un economista del MIT nombrado por el presidente Bush para su comisión de reformas fiscales de 2005, "si Joe en Pittsburg ahorra, no podemos decir que con ello beneficiamos a esta fábrica de Harrisburg. Los empleos que generemos pueden estar en otro lugar". Como por ejemplo en el Sudeste asiático.
La idea es sencilla: cuando dos mercados en los que un mismo bien se cotiza de manera diferente –por ejemplo de fuerza trabajo- se fusionan, el precio desciende hasta que se igualan en un punto inferior, lógicamente muy por debajo del precio más alto. Imagine el lector lo que se paga a un trabajador indio y lo que se paga a uno europeo y saque sus conclusiones. Este factor es tan fuerte que ni el ahorro, ni los tipos de interés, ni la política fiscal, ni tampoco la inversión en I+D pueden contrarrestarlo.
El flujo de bienes increíblemente baratos que llegan a Occidente es un beneficio a medio plazo desastroso, porque el Estado es incapaz de hacerse cargo de una masa creciente de parados o precarios que además, siendo cada uno cliente de alguien, tiene forzosamente que ralentizar cada vez más la actividad de la maquinaria económica.
¿Cuál es la consecuencia de todo esto? La reducción de las masas asalariadas a la precariedad y a la semiesclavitud. En definitiva, que las grandes multinacionales, cuya sangre es el capital financiero internacional, siempre a la búsqueda insaciable de lucro, aumentan su poder sobre un Estado que teóricamente no tiene más fin que velar por la comunidad. Irónicamente, personajes a los que nadie votó y que nadie conoce tienen más poder que los gobiernos supuestamente representantes de la soberanía popular. Y todo esto ocurre en un mundo donde las palabras "democracia" y "libertad" constituyen una especie de "abracadabra" que todo lo cura y que sirve para generar precisamente esa situación contraria a las libertades más elementales.
Por desgracia, el capitalismo desenfrenado como amenaza a la humanidad no es un tópico "progre" porque ni en izquierdas ni en derechas se ven respuestas o análisis con las claves necesarias. En este sentido, el Foro Mundial sobre Migraciones celebrado hace unos días, ha preferido clausurar el evento reivindicando una "ciudadanía universal" y "el derecho de cualquier persona a establecerse donde desee", totalmente en línea con la deslocalización de trabajadores que el capital global necesita en su guerra contra los pueblos y sus identidades. La estafa intelectual de proponer como solución a un problema los intereses indisimulados de los que han generado dicho problema se escatima a la opinión pública mediante estadísticas de muertes, la resabida cantinela de los "derechos humanos" y la sempiterna flagelación de los denominados países "ricos". Nada de esto evitará una sola de las muertes que dicen lamentar. Ha tenido que ser Aminata Traeré, exministra de Cultura de Malí, quién ha añadido unas palabras sensatas al evento, al referirse a los inmigrantes africanos que se ven obligados a abandonar su país: "No queremos que nuestros hijos emigren a Europa, sino que lo hagan en el lugar donde nacieron. Lo que estos invasores negros quieren es justicia".
Solo la lucha por la soberanía de los pueblos y en defensa de su identidad puede asegurar una economía basada en el interés nacional y no en los oscuros intereses del dios-mercado.
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Eduardo Arroyo
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