Feliz Navidad a todos. No tiene nada de malo decir Navidad, porque viene que Natividad, que sólo puede ser la de Nuestro Señor. Y siempre se utilizó indistintamente "feliz Navidad" y "felices Pascuas" (en plural, porque se refiere al tiempo entre la Pascua de Navidad y la de Reyes; también existen la Pascua de Resurrección y la del Espíritu Santo, que es Pentecostés). Cuando yo era niño todavía era habitual decir Pascuas alternativamente con Navidad; hoy en día eso de Pascua sólo se ha conservado en Chile, que yo sepa. Lo que me revienta es que digan "felices fiestas" (¿qué fiestas? Hay muchas. No quieren decir Navidad). Cuando me lo dicen suelo contestar, con buenos modos desde luego, "feliz Natividad" para dejar claro lo que se celebra. Y desde luego es terrible como nos han ido imponiendo cada vez más la pseudonavidad anglosajona con Popó Noel, Satán Claus o como lo queramos llamar. Que no es San Nicolás, sino una burda degeneración. El San Nicolás original traía los juguetes a los niños de los países germanohablantes y Alsacia-Lorena el día que le corresponde en el santoral, 6 de diciembre, dos semanas antes de Navidad, así como los Reyes (santos también, no un payaso gordinflón) vienen dos semanas después de la Pascua de Navidad. En cualquier caso, los niños esperaban con mucha ilusión los juguetes y disfrutaban de ellos, sin dejar por ello de entender y disfrutar el verdadero sentido de la Natividad. Pero cuando también se hacen regalos en esta santa fecha, lo natural es que los niños se centren en los juguetes olvidándose de Jesús. Claro. A un niño no se le puede pedir que sea más espiritual. Así, al introducir al monigote colorado van haciendo que poco a poco los niños se vayan olvidando del Señor. El Viejo Pascuero (como le dicen en Chile) es un impostor que suplanta al verdadero protagonista de la Fiesta. Entra por la ventana como un ladrón. ¿Qué dirían de ustedes de un tipo que, con nocturnidad y alevosía, entra por una ventana con un saco en la mano y la cara cubierta con una barba postiza? Ya dijo el Señor que el que no entra por la puerta es ladrón y salteador (ver capítulo 10 de San Juan). Él sí que entra por la puerta sin disimulo cuando se la abrimos, porque es el verdadero, no un impostor.