Son las sandalias, la comida integral y el ecologismo patrimonio de la izquierda? Explica el autor de “Crunchy Cons” que hace un par de años, cuando aún trabajaba en Nueva York para National Review, avisó a su jefe de que se ausentaba por un momento para ir a recoger su pedido de fruta y verdura orgánica. Torciendo la boca, su jefe le espetó: “¡Eh! ¡Eso es de izquierdista!”. Fue entonces cuando Rod Dreher empezó a pensar en escribir un libro que explicara cómo se puede ser conservador y tener un estilo de vida que algunos calificarían como “hippy”. Una combinación que, además, lejos de ser una rareza está cada vez más extendida.
Dreher nos presenta una realidad inesperada (al menos desde los tópicos más extendidos en Europa que asocian lo conservador con ejecutivos agresivos a sueldo de compañías petrolíferas). La sorpresa empieza por el mismo título del libro, para nada corriente: Crunchy Cons: Cómo los burkeanos con birkenstocks, agricultores orgánicos pro-armas, granjeros evangélicos por libre, mamás educadoras en casa, amantes de la naturaleza derechistas y sus diferentes tribus de conservadores contraculturales planean salvar América (o al menos el Partido Republicano). Ahí queda eso; todo un mensaje que desgrana algunos de los elementos clave de estos “otros conservadores”. Para los no iniciados aclararemos que lo de burkeanos se refiere, como no, a los admiradores de Edmund Burke, el filósofo conservador británico contemporáneo de la Revolución francesa; las birkenstock son unas sandalias especialmente apreciadas por los hippies más recalcitrantes y la educación en casa (homeschooling) hace referencia a las miles de familias que en Estados Unidos deciden no enviar a sus hijos a ningún colegio sino que los educan en el propio hogar.
En el fondo, late en este libro una realidad que a muchos podrá sorprender: el entronque de los conservadores con las realidades locales, el gusto por lo pequeño (como ya explicara ese otro conservador, Schumacher, con su Small is Beautiful y que retoma una de las figuras descollantes dentro del ámbito católico conservador como es Joseph Pearce con su libro Small is still beautiful), lo que Chesterton y sus seguidores llamaron distributismo. Nada que ver con la gran finanza, sino más bien con aquella propuesta chestertoniana de dar a cada ciudadano “tres acres y una vaca”.
Para Dreher su conservadurismo no es un programa, sino “una sensibilidad, una actitud, una postura hace la realidad y una hoja de ruta hacia una rica, responsable, plena, generosa y sobre todo gozosa vida”. Así, el mercado se valora pero no es visto como el último fin, y aprecian y defienden algunos aspectos que para otros son residuos del pasado. Frente a una alimentación, por ejemplo, “rápida, barata y fuera de control”, apuestan por una comida más tradicional, que es más cara y que requiere más tiempo, pero que no es tiempo perdido pues el ritual de la cocina también puede hacernos descubrir la riqueza de la realidad y nos enseña a respetar los tiempos naturales. En la misma línea encontraremos su defensa del medio ambiente, y su poco aprecio por los gigantescos malls comerciales que aparecen por doquier. En conjunto, toda una serie de propuestas de vida más cercanas a lo que ha sido la forma de vivir tradicional de los hombres a lo largo de siglos. A menudo atractivas, a veces rozando el utopismo, pero en cualquier caso síntoma de que el conservadurismo norteamericano es mucho más vital y diverso de lo que se nos quiere hacer creer. Quizás resida ahí una de las claves de la fuerza de este movimiento.



Publicado en American Review el 21-03-2006 por Jorge Soley Climent