Revista FUERZA NUEVA, nº 572, 24-Dic-1977
ELOGIO Y NOSTALGIA DEL ALMIRANTE CARRERO BLANCO (UN ESPAÑOL DE VENTURA)
José María Nin de Cardona
Había nacido frente a las bravías costas cantábricas, bajo el empuje viril de los vientos marinos y el rugir incesante del dolor de las olas al quebrarse contra el acantilado. Su destino estaba escrito y muy pronto supo decidir su inquebrantable vocación: el mar… Desde las horas tempranas de la mocedad hizo acopio de virtudes poco comunes al resto de los hombres. Precozmente se forjó silencioso, prudente y espiritual. En cualesquiera de sus actos era sumamente sencillo advertir su esclarecida estirpe marinera. Sabido es que tan sólo a los hombres de la mar y a los filósofos auténticos la Providencia les otorga esos dones: la firme creencia en Dios, la serenidad de la mirada y el saber adentrarse, lo mismo que Sócrates, por la inequívoca senda de la interioridad.
Pertenecía, pues, a la legión de los escogidos: los hombres de singular ventura. Fue extremadamente parco, de increíble humildad franciscana y, sobre todo, radicalmente honesto. Tuvo, además, ánimo permanente para escuchar y sufrir a cuantos le molestaban y criticaban con acerbos juicios. Amó apasionadamente a la verdad con auténtico estremecimiento místico, puesto que sabía, y lo sabía muy bien, que la verdad es siempre un reflejo vertical u oblicuo de Dios. Y es de lamentar que, todavía, no hayan sido glosados, por corazón sincero y pluma experta, sus silencios de oro, su saber estar siempre distante de la galería, lejos del exhibicionismo peculiar -tan al uso en nuestros días- de la clase política.
Su figura, cuando el sosiego impere de nuevo en la geografía ibérica, adquirirá dimensiones colosales. Se romperá el “silencio oficial” que ahora (1977) cerca su entrañable recuerdo y será posible comprender el excepcional dominio que el esclarecido capitán general de la Armada Española tuvo sobre sí mismo. Cualesquiera que se acerque a sus escritos (1), con un indispensable bagaje de estremecedora espiritualidad, tendrá noticia al momento de que, efectivamente, siempre tuvo muy presente el primer presidente de Gobierno designado por el Generalísimo Franco de que, ciertamente, los hombres abandonados a sus instintos, salvo las excepciones que confirman la regla, se entregan mejor al error que a la verdad.
Sucede, como un egregio pensador de nuestros días ha subrayado (2), que el hombre, cuando se considera como una realidad que se trasciende a sí misma y no como un puro acontecimiento vital, se percata de que la verdad es una gracia que hay que saber aceptar, y no como un artificio mental, social o histórico; aunque siempre sea la mente, la razón o la vida quien reciba la insinuación polar de su luz. La verdad, con su vertiente de felicidad y de dolor -hay verdades profundamente amargas-, constituyó, en todo momento, la estrella que orientó la gentil singladura de la vida plena, fecunda y leal de nuestro almirante.
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Es harto evidente, y apenas si es preciso exponer mayor y más sólida argumentación filosófico-política, que la figura del almirante Carrero Blanco fue, conjuntamente con la del Generalísimo Franco, el vértice de la estructura de la vida española de los últimos cuarenta años. Esos cuarenta años de política consecuente, de autoridad, de orden, de economía floreciente y, muy especialmente, de prestigio internacional -no vamos a caer en el fácil triunfalismo de enumerar los diferentes jefes de Estado extranjeros que giraron visita oficial al Palacio del Pardo-. Pocos políticos españoles han tenido la fortuna, la inspiración o la genialidad de saber darse a entender, en la formulación de sus propósitos y proyectos, con tanta claridad y precisión como nuestro ilustre marino. Tan potente fue su voz, tan noble su visión del futuro -hoy (1977) dramático presente- y tan drástico su grito ante los primeros atisbos de sorprendente deslealtad y traición que, efectivamente, las sucias manos de unos asesinos a sueldo -hoy en la impunidad más increíble (difícilmente registrada en Código Penal alguno de la Tierra)-, creyendo poder sepultarlo en el olvido, le dieron la mayor gloria que, en definitiva, cabe alcanzar a un político, lo mismo que al lidiador vestido de grana y oro, la muerte en la arena…
Sus más feroces detractores, esos que difícilmente perdonan el más leve error o defecto, le tacharon, sin preocuparse de más, de “frío, distante y maquiavélico”. ¡Cuán grande fue la torpeza de los políticos cesantes, de los enanos de turno, de los consabidos envidiosos de su gloria y de su acierto…! Como hombre de inmensa espiritualidad, de recta profesión de fe evangélica, de hombre predispuesto siempre al cumplimiento de las órdenes de Cristo, supo, ciertamente, reservarse para sí una amplia zona de soledad, de vida interior. Y esto, precisamente esto, fue lo que muchos no alcanzaron a vislumbrar un poco más allá de su imagen pública.
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Caballero Andante –así, con mayúscula- de nuestras tierras y de nuestros mares, tuvo en España su adorada Dulcinea y advirtió, cuando los espíritus ingenuos le estigmatizaban de atroz agorero, que, efectivamente, “de todas las naciones del mundo, España es la única que después de haber vivido el Comunismo pudo liberarse de él. Todas las demás, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria, Yugoslavia, Rumanía, Albania, Alemania Oriental, China, Corea del Norte, Tíbet y el Vietnam del Norte que, a la terminación de la segunda guerra mundial, quedaron bajo el poder comunista, no han podido sacudir su yugo, pese a que del estado de desesperación de sus poblaciones dio buena medida el infructuoso levantamiento de los patriotas húngaros del otoño de 1956” (3).
Político realista, sensible y humano, supo reconocer, con admirable objetividad, que España, para ser grande de verdad, tenía que acabar con el más grave de los problemas que pueden acongojar la mente de cualesquiera gobernante de la tierra: la “existencia de la injusticia social”. “¿Existe realmente la “injusticia social”?, ¿es una realidad o un tópico esa fuerza de subversión que el Oriente comunista explota en su propio y exclusivo provecho? Por desgracia -subraya el egregio almirante (4)-, la injusticia social existe aún, y los Estados cristianos no han sido capaces hasta ahora de evitarla, lo cual, forzoso es reconocerlo, tiene difícil justificación, porque la injusticia social, el hecho de que existan seres que no tienen qué llevarse a la boca, cuando otros nadan en la abundancia, es la antítesis del Cristianismo”.
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Somos conscientes de que, aquí y ahora, ligeramente hemos esbozado tan sólo algunas de las cualidades humanas más notables de quien, por derecho propio, ocupa uno de los lugares más enhiestos de la Historia de España. No entrañan estas líneas otra finalidad, como el amable lector puede suponer, que rendir un pequeño homenaje de nostalgia y de elogio a quien, de haber vivido, sin duda alguna, habría podido impedir el dramático “vuelco histórico” que, desde el 20 de noviembre de 1975 a nuestros días (1977), España ha padecido. De todas formas, como radical consuelo, recordemos que en pocos pueblos como España existe tan estrecha comunión entre muertos y vivos, entre el ruido y el silencio, entre el apego a lo que fuimos y a los que fueron y el despegue hacia lo que podemos ser…
En fin, ha señalado Adolfo Muñoz Alonso (5), “la honra de una vida puede ganarse con un bello morir, como quería el poeta florentino, pero la cifra de una vocación intelectual o política no se esclarece a la luz intermitente de la ordenación de sus escritos o en el repaso sentimental de sus itinerarios., La característica del genio reside en la efectiva virtualidad póstuma de su pensamiento ejemplarizado”.
Por eso mismo, cosa que puede afirmarse dogmáticamente, un hombre póstumo es lo que sea en los otros, no precisamente lo que sea con los otros.
La vida, la obra y la muerte del almirante Carrero Blanco confirman la veracidad del aserto que, hace más de un milenio pronunciase un pensador heleno: “Muchas cosas maravillosas en el mundo hay, pero ninguna tan grande como el hombre…”
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
(1) Almirante Carrero Blanco: “Discursos y escritos, 1943-1973”. Instituto de Estudios Políticos. Madrid, 1974, 680 páginas. “Juan de la Cosa”: “Comentarios de un español”. Fuerza Nueva Editorial, S. A., Madrid, 1973, 339 páginas.
(2) Muñoz Alonso, Adolfo: “Andamios para las ideas”. Aula de Ideas. Murcia, 1952, pág. 97 y siguientes.
(3) Almirante Carrero Blanco: “Discursos y escritos, 1943-1973”, pág. 623
(4) “Juan de la Cosa”: “Comentarios de un español”, pág. 132
(5) Muñoz Alonso, Adolfo: “Un pensador para un pueblo”. Editorial Almena, Madrid 1969, Tercera edición, pag. 18. |
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